Sergio Raul Castaño
Red Patriótica Argentina,
1-5-20
Sin perjuicio de su oclusión
y subordinación a fuerzas transnacionales -y sin que signifique una
contradicción con tales intereses-, parece claro a esta altura que, con
pretexto en una epidemia (entre nosotros, de bajo impacto), el gobierno
argentino no trepida en destruir el tejido socioeconómico de la comunidad
política. Y es probable que después avance en la semisovietización de una
población que habrá perdido los resortes fundamentales del normal
desenvolvimiento de su existencia familiar, laboral, económica y espiritual; y
que hasta verá peligrar la supervivencia física. Entonces la vida y los bienes
de los ciudadanos (en actividad y en retiro) seguramente estarán a merced del
poder político -ese gestor del bien común que cada vez más a menudo se ha convertido
en el “agresor del orden social”, como lo estigmatizara, lapidario, Bertrand de
Jouvenel-.
En Argentina (como hoy mismo
en muchas sociedades del mundo, pero más agudamente aun), la catástrofe está a
las puertas. Y no la trae ni la "curva" ni el "pico" de la
"pandemia", sino la clausura de la actividad comercial y productiva y
del intercambio de bienes y servicios.
Con más: a) la internalización de
hábitos de obediencia suicida y sicofántica entre los ciudadanos; y b) la
neutralización de las instituciones que pueden preservar los auténticos
derechos y las legítimas libertades.
En un tiempo más, si el
criterio del gobierno nacional replicado por gobernadores y municipios se
mantiene, un porcentaje escalofriante de pequeñas empresas y comercios puede colapsar,
y una masa ingente de trabajadores (de los que todavía quedan, en una sociedad
viciada por el tumor de la miseria subsidiada) puede perder su empleo. Y muchos
–empresarios y empleados- hasta caerán incluso endeudados con el sistema
financiero….
Se trata de una gravísima
encrucijada de bien común, cuyas exigencias se imponen, por poco que se
advierta lo que se arriesga (un marasmo devastador del orden social) y la razón
por la que -¿pretendidamente?- se lo arriesgaría (“salvar vidas”). Cabe plantearlo
así, como pregunta –en referencia al poder-, porque cuesta creer que, en el
concreto escenario epidémico argentino, se esté empujando la sociedad al
desastre sin segundas intenciones. Sea lo que fuere de esas intenciones, cada
semana que pasa sin revertirse esta política demencial nos acerca más a un
abismo.
Ésta, pues, es la obligación
de la hora: no dejarse engañar; y disentir, denunciar y resistir a la clausura
de la vida social que impone el gobierno. Si ella continúa por algunos meses
más, el día después nos encontrará con la sociedad diezmada – además de
domesticada, y a merced de ideólogos corruptos acompañados de una jerarquía
religiosa cómplice-.