MIGUEL ANGEL IRIBARNE
I.
De
Carlos Pellegrini a Carlos Ibarguren
Infobae, 2 y 9-5.2020
Pellegrini era el candidato
natural de las fuerzas de la renovación conservadora para los comicios
presidenciales de 1906. Pero su temprana muerte, creó un vacío.
Uno de los estereotipos más
trajinados por la cultura política dominante consiste -vista la aparente
imposibilidad de prescindir de las etiquetas de derecha e izquierda- en
atribuir a la derecha la identificación con el statu quo. Se supone, implícitamente, que de ese lado
están los satisfechos, los que no tienen interés alguno en cambiar; el partido
del orden, como se decía en la Francia decimonónica oponiéndolo al partido del
movimiento. Y, sin embargo, un conocimiento mínimamente desprejuiciado de la
historia comprueba que el orden, en materia política y social, es una
construcción incesantemente renovada, por lo que, constitutivamente, no puede
eximirse de una dosis interesante de movimiento.
Y así es, porque, como bien
sabían los Antiguos, todas las realidades de este mundo sublunar tienden,
dejadas a sí mismas, a la corrupción. De donde solo una recurrente acción
correctiva, sanadora, puede prevenir su desaparición. La historia argentina del
siglo XX nos ofrece sustento empírico para este aserto, y sobre él queremos
llamar la atención.
Existen, en la pasada
centuria, personalidades, grupos, organizaciones y procesos genéricamente
encuadrables en el término derecha o conservadores, que han intentado y
emprendido con mayor o menor éxito algunas de las mutaciones en las
instituciones y/o en las prácticas públicas más significativas de ese período.
Ciertamente no nos limitamos en el enfoque a quienes pertenecieron al partido
de ese nombre, sino a todos los actores sociopolíticos que han buscado cambiar
para conservar, renovar para continuar. Figuras y corrientes entrañablemente
ligados a la permanencia histórico-cultural de la Nación y, al mismo tiempo,
conscientes de que la misma exigía en ciertos momentos reformas profundas de
sus estructuras ordenadoras.
EL PIONERO
Tal vez la primera
personalidad expresiva de la actitud a que aludimos sea la de Carlos
Pellegrini. Procedente del riñón de aquello a lo que Yrigoyen apostrofaba como
el Régimen -había sido vicepresidente y presidente en la década del '90- ,
todavía en 1897 se encargará de proclamar la candidatura del general Roca a la
reelección, a través de una conferencia brindada el 25 de agosto en el Teatro
Odeón. Sin embargo, seis años más tarde, su diagnóstico de las prácticas
políticas argentinas es demoledor.
Comparando los incentivos
que los inmigrantes tienen en EEUU y en nuestro país para integrarse en la vida
cívica se pregunta: ``¿Derechos políticos? Pero qué alicientes puede ofrecerles
ni qué esperanza pueden tener de ejercerlos útilmente en un país donde no
existe, en la práctica, el sufragio libre, y donde los mismos nativos no votan,
porque no se les permite votar o porque su voto no es respetado?''.
El año siguiente, en el
banquete que le ofrece la Juventud Autonomista, denuncia: ``(la) causa
fundamental de nuestra actual política es que todo nuestro régimen
institucional es una simulación y una
falsedad (...) En nuestra República el pueblo no vota. He ahí el mal, todo el
mal, porque en los pueblos de régimen representativo, cuando falta el voto
popular, la autoridad solo surge o se apoya en la mentira o la fuerza''.
Más tarde, el 9 de marzo de
1906, en plena Cámara de Diputados desnuda el verdadero estado de cosas: ``El
artículo 1ro. De la Constitución dice que la República adopta la forma de
gobierno representativa, republicana, federal; y la verdad real y positiva es
que nuestro régimen, en el hecho, no es representativo, ni es republicano, ni
es federal''.
El carácter de Pellegrini
permitía anticipar que no se limitaría al diagnóstico sino que, de una manera u
otra, lanzaría prontamente un emprendimiento político activo con objetivos
regeneracionistas.
REGENERACIONISMO
Primera digresión: Se llamó
regeneracionismo a una escuela de pensamiento político-cultural que nació en la
España posterior a la pérdida final del Imperio en 1898. Su mentor intelectual incuestionable fue
Joaquín Costa, pero en su encarnación política admitió declinaciones diversas,
de izquierda y de derecha.
Entre éstas últimas se destacó
la enérgica acción de Antonio Maura, miembro del partido liberal primero y
luego del conservador, quien fue en cinco oportunidades Presidente del Consejo
de Ministros de Alfonso XIII. Lejos de ser un cultor del statu quo emprendió
reformas políticas tendientes a reducir a ``la oligarquía y el caciquismo''. La
frustración de su emprendimiento profundizó la decadencia del régimen abriendo
las puertas a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. En el ámbito
cultural, figuras tan diversas como Ortega, D'Ors, Maeztu y Antonio Machado
estuvieron, en determinados aspectos o épocas de su obra, teñidos de
regeneracionismo.
Y, en realidad, pocos
dudaban de que Pellegrini era el candidato natural de las fuerzas de la
renovación conservadora para los comicios presidenciales de 1906. Pero su
temprana muerte, en 1906, creó un vacío en el sector que solo fue llenado
algunos años más tarde con el nacimiento del modernismo de Roque Sáenz Peña,
apuntalado en su concepción reformadora por quien sería su ministro del
Interior, el lúcido político salteño, católico y republicano, Indalecio Gómez.
EL MODERNISMO
El modernismo cubrió una
etapa muy fugaz de nuestra vida pública.
Expresó la conciencia de un sector de la clase política de que el avance
del país -en su macroeconomía y en instrucción pública- era incompatible con la subsistencia de determinados hábitos
políticos que teñían de hipocresía cualquier proclamación de gobierno representativo.
De la obra de gobierno de
Sáenz Peña y Gómez surgió la célebre ley electoral tendiente a asegurar la
libertad del sufragio y la representación parlamentaria de las minorías,
abriendo el juego a la gradual consolidación de los partidos de masas.
Pero el modernismo en sí no
desembocó en una fuerza política orgánica, capaz de expresar la línea
conservadora en las nuevas condiciones institucionales. Hubiera debido
desempeñar ese rol el naciente Partido Demócrata Progresista. Indalecio Gómez,
Lisandro de la Torre, Joaquín V. González y Carlos Ibarguren fueron algunas de
las figuras de élite que concurrieron a su formación. Era notorio el deseo de
oponer un dique a la eventual deriva radical en las elecciones presidenciales
de 1916, con toda la incertidumbre sobre el rumbo gubernativo que tal
posibilidad suscitaba. Pero lo más interesante de la iniciativa no radicaba en
este aspecto reactivo, sino en el intento -por primera vez articulado en la
Argentina- de elaborar un verdadero programa de gobierno, con la explicitación
de las políticas públicas con las que estos hombres se comprometían.
Para asomarnos a los
lineamientos rectores que inspirarían la acción de la fuerza emergente,
reproducimos aquí palabras de su vicepresidente, Dr. Carlos Ibarguren: ``(El
programa) es pacifista en materia internacional, autonomista y democrático en
política general, proteccionista en materia económica; mutualista,
cooperativista y previsor para la asistencia de las masas trabajadoras en
política social; innovador en la legislación jurídica. Uno de los conceptos
predominantes es el de descentralización de las funciones, el de la autonomía
de los órganos politicos del Estado, y otro el de la solidaridad y unión
cooperativa en lo referente a la vida social''.
En un plano más directamente
operativo se propugnaba ``a fin de lograr nuestra independencia económica es
indispensable crear una marina mercante nacional y, además, organizar un
comercio de exportación amparado y fiscalizado por el Estado (...) Organizar la
más conveniente defensa y explotación de nuestro petróleo; implantar un sistema
bancario de fomento a nuestra producción que difunda del crédito destinado al
trabajo y un régimen que controle y regule los cambios y la circulación
monetaria'' (Vid. La historia que he vivido. Eudeba, p. 285/7).
Más allá de lo opinable de
algunas de estas tesis desde nuestra presente perspectiva, puede advertirse la
preocupación por abordar algunos de los problemas reales de la sociedad
nacional, contrapuesta con una identidad radical que se refugiaba en la
abstrusa fraseología de Hipólito Yrigoyen, plagada de resentimientos y
utopismos.
No pudo ser. El cerrilismo
de algunos jefes territoriales conservadores, por un lado, y, por otro, ``el
temperamento enardecido'', ``la inflexibilidad y la ciega vehemencia''
(Ibarguren dixit) de Lisandro de la Torre hicieron que naufragase la estructura
que hubiese podido equilibrar, desde un centroderecha orgánico, el naciente
sistema de partidos argentino. Por lo demás, el santafecino era the wrong man
in the wrong place: tiempo después se confesaría ``anticlerical y
antimilitarista, casi un radicalsocialista''.
*****
II.
de
Federico Pinedo a José Francisco Figuerola
Habrían de pasar veinte años
para que reapareciesen los pujos innovadores dentro de las fuerzas que
encarnaban el conservatismo oficial en el país. Entre 1935 y 1936 el equipo
encabezado por el ministro de Hacienda Federico Pinedo promovió una serie de
políticas financieras, monetarias y bancarias tendientes a responder a las
consecuencias últimas de la crisis mundial precedente. Este conjunto de
orientaciones está hoy lo suficientemente conocido y debatido como para que
resulte procedente reincidir en su análisis en las presentes líneas.
Sí, en cambio, nos interesa
referirnos a aquello que quiso ser, pocos años más tarde, una anticipación
estratégica a un mundo que cambiaba aceleradamente. Nos referimos -claro- al
llamado Plan Pinedo. Convocado por el presidente Castillo, el ex socialista
retorna al Palacio de Hacienda y desde allí propone a todo el arco político un
Plan de Reactivación Económica tendiente a afrontar el tema crucial de nuestra economía;
la llamada restricción externa.
La propuesta incluía, entre
otros rubros, la compra de cosechas por parte del Estado para sostener su
precio, el estímulo de la construcción pública y privada, una industrialización
exportadora basada fundamentalmente en materias primas locales y la orientación
del comercio exterior hacia países distintos de nuestro socio tradicional.
El Plan comportaba no sólo
las bases de una modificación de la estructura productiva del país, sino
también su realineamiento internacional en dirección, claramente, a Estados
Unidos. Bochado por los radicales no por motivos económicos sino
político-partidarios, Juan Llach lo reconoce como el ``primer documento del
Estado en el que se considera la posibilidad de modificar parcialmente la
estrategia de desarrollo económico vigente''.
En todo caso, fue la última
manifestación creativa proveniente de la clase política conservadora. Los otros
emprendimientos correspondientes a una derecha reformadora provendrían de la
Iglesia y del Ejército.
LA IGLESIA Y EL EJÉRCITO
Ni el Ejército ni la Iglesia
integran stricto sensu la clase política. Pero en ocasiones se vuelven, como
indica Bidart Campos, elites politizables. La politización referida solo
alcanzó a algunas figuras, no a la mayoría de los miembros de una y otra
institución, pero está claro que ambas se constituyeron, en ciertas épocas, en
verdaderas matrices de pensamiento político. Y aquí cabe una especial
puntualización.
Quien esto escribe está
convencido de que la Iglesia Católica no es una mera organización humana. Por
ende, estima que no puede reducirse -en ningún momento de su historia- a las
categorías convencionales de izquierda y derecha. Lejos de ello, la Iglesia
constituye -según la frase de Carl Schmitt- una real complexio oppositorum que
comprende valores normalmente atribuibles a una u otra posición (Vid.
Catolicismo romano y forma política). Sin embargo, lo que sociológicamente
podríamos llamar el mundo católico (fundamentalmente los laicos más que los
sacerdotes) ha asumido en muchos países, inclusive la Argentina, coloraturas de
clase media y fidelidad a un plexo cultural-valorativo que podría asociarse al
centroderecha.
El ascenso, en el plano de
la cultura política de intelectuales y profesionales procedentes del ámbito
católico, así como de oficiales de Estado Mayor, fue un fenómeno observable
desde fines de la década del '30 hasta comienzos de la siguiente. Y es difícil
negar que resultó correlativo de la acelerada deslegitimación que, por esos
años, sufrió la clase política establecida.
Comencemos por la
intelligentzia católica y sus proyecciones comunitarias. El tiempo que
analizamos es testigo de un renacer de lo que se llamó en su momento
catolicismo social (no confundir con la democracia cristiana, aunque existan
vecindades y eventuales superposiciones; ésta última se propagó desde la Europa
de la II Postguerra y llegó a la Argentina en 1954, convirtiéndose en motivo,
ocasión o pretexto del conflicto del Gobierno con el mundo católico, conflicto
al cual gran parte de la jerarquía eclesial intentó vanamente amortiguar).
Aquella corriente de
pensamiento, en cambio, tuvo por consigna convertir a lo que, desde León XIII,
se definía como la cuestión social en objeto de la legislación, promoviendo
correctivos jurídicos e institucionales a los efectos secundarios perversos de
la industrialización y la correlativa urbanización.
El tema no había sido ajeno
al conservatismo político, como lo acreditan el proyecto de Código Nacional del
Trabajo motorizado por Joaquín V. González durante la segunda presidencia de
Roca, la propuesta de las compañías de trabajo formulada por Pellegrini en
1905, la gestión municipal de Joaquín de Anchorena en la Ciudad de Buenos
Aires, etc. Sin embargo, estas actitudes no alcanzaron ni la dinámica ni la
continuidad requerida para incidir sensiblemente sobre la agenda conservadora
ni sobre la estructura de las relaciones socioeconómicas. Esa prioridad se
lograría en la derecha reformadora de raíz católica.
Participaron
de ésta última intelectuales como Gustavo Franceschi, organizadores sociales
como Federico Grote y Miguel De Andrea, políticos -pocos- como Joaquín
Cafferata y Arturo Bas. El primero dirigió la revista Criterio, De Andrea
articuló la Federación de Empleadas Católicas y Grote los Círculos Católicos de
Obreros, instituciones de reivindicación del trabajo femenino, en el primer
caso, y, en el segundo, de intensa actividad mutualista y cooperativa.
Cafferata y Bas, desde su
presencia en nombre de distintos partidos en el Congreso Nacional, generaron
leyes socialmente muy significativas, como la de Viviendas Baratas, la Caja
Nacional de Jubilaciones Ferroviarias, la de Jubilaciones Bancarias, represión
de trusts, etc.
FIGURA DESCOLLANTE
Sin
embargo la figura más descollante del catolicismo social fue, a nuestro juicio,
la de Alejandro Bunge. Su visión de conjunto, como economista
y sociólogo, lo habilitó para convertirse en expresión cabal, en el plano
intelectivo pero con propósitos prácticos, de eso que hemos llamado derecha reformadora
de la Argentina. Como profesor universitario, funcionario del Ministerio de
Hacienda y director de la Revista de Economía Argentina, Bunge fue un hombre
capaz no sólo de diagnosticar, sino de estar siempre abierto a la prospectiva.
Imaz habla de su ``constante vocación anticipatoria'', que transmitió a los
equipos que formó y a los hombres sobre los que influyó. Es significativo que,
teniendo distintas procedencias culturales y experiencias públicas de
naturaleza dispar, Bunge coincidiese con Pinedo en la detección de los
problemas cruciales que la Argentina debía enfrentar entre el '20 y el '40 so
pena de sucumbir al estancamiento.
En lo que hace a la matriz
productiva del país Bunge señalaba que ``había llegado el momento de orientar
el esfuerzo nacional, en forma enérgica y clara, hacia el perfeccionamiento de
la producción, multiplicando sus cultivos, no en extensión, sino en variedad,
explotando las minas aumentando los rendimientos y ampliando y creando la
producción de manufacturas''.
Respecto a estas últimas,
aceptaba la posibilidad de acordar una protección cuando se fundaba en las
propias materias primas y estaba relacionada con los avances de eficiencia que
se lograran concretar. Esta transformación debía ser acompañada por cambios profundos
en el sistema educativo, enderezados a una formación de tipo más realista.
Había que ``despertar el interés por la realidad y conocerla' (Vid. La economía
argentina (colección) y Una nueva Argentina).
LE PLAY, EL INSPIRADOR
Esta cuidadosa atención a la
realidad, este empirismo -si se quiere- como punto de partida de la reflexión
sobre las terapias sociales a sustentar, emparenta a Bunge con Fréderic Le
Play, el célebre sociólogo francés, también católico, del siglo XIX.
Otra de las actitudes
anticipatorias del pensamiento bungiano lo constituye su propuesta de avanzar
hacia una Unión Aduanera del Sur, formulada ya por 1929, incluyendo a países
como Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay. La idea final era la de lograr la
concreción de una ``excepcional diversidad de la producción para un futuro
próximo'' (Vid. Revista de Economía Argentina, 1929).
Por lo demás, esta
orientación se complementaba por el interés de Bunge por explorar nuevos
acercamientos comerciales concretos con Estados Unidos. Debe señalarse, a
propósito, que se adelantaba al desarrollismo al juzgar que el capital
extranjero convenientemente orientado podía ayudarnos al despegue de nuestras
fuerzas productivas'', entendiendo que ``nuestra
autonomía económica depende, en primer término, de la cooperación de los
capitales extranjeros.'' (Vid. Revista de Economía Argentina, 1928-1930).
EL GOLPE DE 1943
Alejandro Bunge moría en
Buenos Aires el 24 de mayo de 1943. Once días más tarde el Ejército se hacía
cargo del poder del Estado en todo el país. Como antes señaláramos, la
progresiva deslegitimación de la clase politica propiamente dicha había vuelto
paulatinamente politizables a elites formadas tanto en el mundo católico como
en las instituciones armadas. Dentro de éstas últimas en especial en la fuerza
terrestre.
Es
probable que la historiografía -tanto académica como partisana- haya
sobrevalorado la cohesión ideológica del núcleo impulsor tanto de la
preparación como de la gestión de la revolución de 1943. Nos referimos
-naturalmente- al GOU (Grupo de Oficiales Unidos, Grupo Obra de Unificación o
lo que haya querido significar tal sigla). Dentro del mismo figuraban militares
radicales, nacionalistas y profesionalistas, en cuanto a la situación interna,
amén de neutralistas y aliadófilos en la política exterior.
Además, claro, del no
encasillable coronel Perón. En lo que todos acordaban era en la necesidad de
prevenir el avance del comunismo y hasta una eventual guerra civil que se
suponían probables como resultado del fin próximo del conflicto mundial. Esta
motivación raigal basta para ubicar el aludido núcleo castrense dentro de las
derechas surgidas al margen de la clase política tradicional.
Miradas las cosas conociendo
el diario del lunes, es incuestionable que el Grupo sirvió para el proyecto
específico de Perón pagando como precio su propia subsistencia. Pero si es inexcusable referirse al GOU en
todo estudio centrado en el conflicto político pre e intrarrevolucionario,
cuando se trata de la definición de políticas públicas resulta, quizás, más
rendidor echar luz sobre la experiencia de un organismo institucionalmente
definido a partir de 1944: el Consejo Nacional de Posguerra.
Puede aseverarse que el CNP
será el ámbito de encuentro entre los pujos renovadores enérgicos pero
imprecisos de la oficialidad castrense y la solidez profesional de los hombres
que habían reconocido por mentor a Bunge. Y la personalidad que hizo operativa
esa síntesis fue la de José Francisco Figuerola, el español que, habiendo sido
funcionario del régimen primorriverista, se constituiría en Secretario General
del organismo y, luego de su disolución, Secretario de Asuntos Técnicos del
primer gobierno de Perón.
Figuerola pertenecía a las
filas de lo que el filósofo Gustavo Bueno ha llamado, con cierta extravagancia,
la derecha socialista, cuya presencia en la Dictadura de los '20 enfatiza. En
esa misma orientación incluye a personalidades como Eduardo Aunós, José Calvo
Sotelo y el Ramiro de Maeztu de la madurez, entre otros. Todos ellos tendrían
en común una asunción de las nuevas circunstancias sociales y económicas como
condición para la conservación.
En su primer documento de
trabajo, el Consejo se planteaba: ``Del conjunto de problemas mundiales de la
posguerra, ¿cuáles son los que reclaman con mayor urgencia un ordenamiento
económico de esta índole? Son cuatro:
1 - Dar ocupación a la
totalidad de la mano de obra disponible.
2 - Crear, promover y
estabilizar un sistema completo de seguro social.
3 - Mantener la libertad de
la economía.
4 - Delimitar con precisión
y prudencia el campo de acción del Estado en el terreno de lo
económico-social''.
Para elaborar las bases de
ese ordenamiento fueron convocados destacados representantes del sector
empresarial, así como del sindical y de las Fuerzas Armadas, Su trabajo
desembocaría en el Primer Plan Quinquenal una vez restablecido el gobierno de
iure.
EL SIGNO DE LOS TIEMPOS
Algunos amigos liberales
yerran -no por liberales, sino por volverse, en ocasiones, apolíticos o
ahistóricos- al responsabilizar a Perón por la adopción de un modelo económico
dirigista o planista en la Argentina. En realidad ese era el signo de los
tiempos. Lo compartían los regímenes totalitarios, como el de la URSS, los
autocráticos, como el fascista, y algunos de carácter electivo, señaladamente
el New Deal rooseveltiano de los '30. En Francia, donde no llegaron en esa
década a concreciones históricas efectivas, dominaron, sin embargo, por derecha
y por izquierda, el ambiente intelectual del país, preparando de ese modo lo
que resultaría el clima de la posguerra. Ya en esta etapa imperarían de manera
incuestionable en la mayor parte de los países desarrollados. Por lo demás,
difícil resulta negar que gran parte de los instrumentos del Estado
intervencionista habían sido forjados en nuestro país durante el gobierno de la
Concordancia.
Podemos concluir que el CNP
reflejó la convergencia de fuerzas ideológicas y sociales de heterogéneo origen
que desembocan en el protoperonismo, y que, pese a sus matices diferenciales,
es permisible calificarlas en su conjunto como derechas reformadoras. A partir
de 1945/46 las cartas se entremezclan y se inicia una profunda mutación
histórica en que algunas de esas fuerzas se desvanecen, otras mutan, y todas
resultan trascendidas como sujetos políticos por el Nuevo Régimen.
Soy de los que creen que el
peronismo -como realidad política operante- murió con su líder el 1 de julio de
1974. A partir de allí ha sido, simplemente, el objeto magmático de intentos
personales o grupales de control e instrumentación provenientes de instancias y
orientaciones no solo diversas sino contrapuestas. Hoy podemos constatar la
indiscutible caducidad de todos esos intentos y la impotencia de sus
adversarios. Si se coincide en ello, sería tiempo de sacar las conclusiones
lógicamente ineludibles en el campo de la cultura política. Es decir,
replantear la necesidad de una derecha reformadora.
*****
* Profesor emérito,
Universidad Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales de la Universidad Católica de La Plata.