a enfrentar la próxima ola
de crisis económicas
John Harris
(Publicado en The Guardian
el 2-5-2020)
Hasta hace solo seis semanas
muchos eran los que adherían a la idea de que la relación de los seres humanos
con el trabajo los dividía siempre en
segmentos dicotómicos: los ganadores y los precarizados perdedores;
sujetos “aspiracionales” y sujetos que dependían del estado; individuos que se
habían adaptado a la globalización e individuos que eran sus víctimas.
Pero si había algo de verdad
en esas clasificaciones, la crisis del coronavirus ha despachado a la mayoría
de estas visiones a la historia. La inseguridad late ahora en el corazón de
decenas de millones de seres humanos. Pongámoslo de otra manera: el
“precariado” de repente se ha expandido para significar una condición humana
potencialmente universal.
La semana pasada estuve
conversando con gente en Plymouth. La mayoría hablaba desde sus hogares, via
webcam, hogares que aparentaban y sugerían confort y seguridad material. Uno de
ellos era ya un especialista en limpiar hornos de cocina y otro era ya todo un plomero y experto en
calefacción: ambos estaban esperando que se materialice paquete de medidas
anunciado por el Ministro de Hacienda
Rishi Sunak, destinado a cuentapropistas, y estaban profundamente
preocupados sobre el futuro. Otra mujer trabajaba en un salón de belleza y de manicuría desde
su propio hogar y temía que incluso cuando le permitieran en algún momento
reabrir su negocio, la gente estaría muy asustada para concurrir. Y así, sin
cesar, todos sintiendo ansiedad e incertidumbre, uniéndose a los millones de
personas que ya vivenciaban lo mismo, mucho tiempo antes de que el brote
estallara.
A medida que las noticias
diarias acerca de la creciente necesidad de erigir bancos de alimentos pusieron
en el tapete la galopante crisis social, el gobierno ha comenzado con su
frenesí de licencias, y préstamos para pequeñas empresas, como así también para
individuos. Pero estas medidas no resuelven los problemas básicos de la pobreza
(la tasa de suspensiones en el rango del 80 % de los empleos es una pésima
noticia para quienes ya estaban recibiendo salarios bajos), y hay bastantes
personas que ya habían caído a las grietas: trabajadores que ya habían sido
despedidos y que ahora están sufriendo esta larga espera de 5 semanas por los
créditos universales, y personas que hace menos de un año son cuentapropistas o
reciben su retribución de los dividendos de empresas. Además, tal como están
las cosas, los cronogramas de suspensiones terminarían a fines de junio.
Incluso si algún milagro sucede y estas personas pueden volver a ganar dinero
de nuevo, hay un enorme interrogante que todavía nadie responde: ¿qué haremos
si sobreviene otro desastre como éste?
Así pues, una idea que ya
nos es familiar ha regresado nuevamente al debate: la del Ingreso Básico
Universal (IBU), a través del cual todos nosotros tendríamos derecho a un pago
periódico estatal, suficiente para cubrir las necesidades básicas tales como alimentación y calefacción. Hace
10 días, el grupo de presión de izquierda Compass impulsó una carta firmada por
más de 100 miembros del Parlamento y representantes de 7 partidos políticos,
reclamando un “ingreso básico de recuperación” que debería ser suficiente para
suministrar seguridad económica a la población. Un estudio académico acompaña
la moción que propone medidas de corto plazo seguidas de un ingreso básico
universal permanente, pautado inicialmente en el rango de las 60 libras semanales
por persona en edad activa y 40 libras por niño (o bien 10.400 libras anuales
para una familia de 4 integrantes), manteniendo los beneficios sociales por
desempleo, vivienda y discapacidad. Con el tiempo, este “ingreso-piso” se incrementaría hasta llegar a las 100
libras por adulto.
Obviamente esto conllevaría
una gran cuota de gasto público, pero, a través de políticas como convertir los
ingresos no gravados en pago efectivo, los abogados del IBU insisten que el
sistema impositivo podría ser remodelado para permitir el coste de las medidas.
Además, este tipo de solución no es tan duro como algunos sostienen: después
del rescate a los bancos y la generosa
respuesta estatal a la crisis actual, planes como éstos de gasto radical
ciertamente ya no son el tabú político que otrora representaban.
En Escocia el SNP (Partido
Nacional Escocés) está entusiasmado con la idea, reflejando un ejemplo de
actitud que se replica en algunos otros países que ya están apuntando en la
misma dirección. Como para recordarnos que no todos sus partidarios tienen intenciones puramente idealistas, la administración Trump ya está
distribuyendo un pago por única vez de 1000 dólares a millones de ciudadanos
norteamericanos, mientras algunos demócratas del ala progresista como
Alexandria Ocasio-Cortez están propugnando un IBU en todo Estados Unidos.
En España, la coalición
gobernante del partido socialista y el movimiento de extrema izquierda Podemos
han prometido introducir pagos periódicos a sus ciudadanos más pobres. Podemos
ha abogado fuertemente por un IBU integral, y claramente ve esto como un primer
paso para dar un gran salto en esa dirección.
Como muchas de las ideas extremas, la noción
de un IBU está llena de controversias. Además del costo fiscal, en sociedades
diezmadas por el populismo y las discusiones sobre quién tiene derecho a qué,
el IBU podría ser una obvia fuente de nuevos conflictos. Incluso si muchas
personas están instintivamente a favor de la idea, quedarían preocupadas
también por las imágenes asociadas a esa idea… una hipotética sociedad sin
trabajo en la que todos tengan la oportunidad de ser artistas y programadores,
una utopía habitualmente fogoneada por
personas que no tiene idea del daño que la inactividad puede hacer a las
personas (como lo prueba vívidamente la cuarentena). Por esa razón algunos son
más proclives a la idea de Servicios básicos universales, que les permita a
todos acceder a prestaciones nucleares como vivienda, educación y transporte.
Pero esto tiene el aspecto de una falsa elección: si vamos a maximizar nuestra
capacidad de adaptación social, deberíamos considerar realmente ambas opciones.
La centralidad del bienestar
humano en el trabajo permanecerá; los peligros de rendirse simplemente a las
supuestas inevitabilidades de la automatización son obvios. Pero justo ahora
necesitamos pensar seriamente en un conjunto de realidades para las que el
siglo XX no nos preparó. La crisis probablemente se repita. El Covid-19 después
de todo, es sólo la última señal de los horrores que ha dejado la intrusión
humana en partes del mundo natural. Incluso cuando logremos lidiar de alguna
manera con el actual desastre, la catástrofe del cambio climático (que, él
mismo, incrementa el peligro de afecciones como enfermedades tropicales que amenazan
nuevos sitios) se acelerará. Esta nueva crisis económica mundial ha llegado
solo 12 años después de la anterior. Vivimos, para decirlo de una vez, en una
era de crisis recurrentes, y es tiempo de que empecemos a prepararnos.
Cómo y cuando esto ocurra,
los debates acerca de cómo cambiar lo que logramos del Estado será solo una
parte de la discusión. Como demuestra la respuesta estatal a esta crisis, otro
aspecto clave de nuestra nueva realidad es la sorprendente ola de solidaridad
local que se ha disparado, y cuán importante es que ésta no desaparezca.
Pero si vas a ayudar a otras
personas a cuidar a sus familias, amigos y vecinos e integrarlas a su
comunidad, muchos de ellos necesitarán tener la libertad de hacer el tipo de
trabajo que actualmente no les reporta un rédito económico. Lo que nos lleva de
nuevo al IBU, y a una pregunta que, sean cuales fueren las dudas de la gente,
necesita ser respondida con urgencia. ¿Si estos tiempos inéditos requieren
soluciones drásticas, no es esta una solución con la que deberíamos comenzar?
Traducción: Ricardo Andrés Torres