Por Claudia Peiró
Infobae, 9 de mayo de 2020
La Secretaria Legal y
Técnica de la Presidencia, criticó en Twitter el encuentro que Alberto
Fernández mantuvo en Olivos con representantes de las cámaras empresarias y de
la CGT, por la ausencia de mujeres.
En todo caso, pudo lamentar
la ausencia de tal o cual mujer secretaria general de un sindicato o de alguna
federación empresarial. Pero, o no las hay, o las hay muy pocas o Vilma Ibarra
no las conoce. Habrá que militar para que en esas organizaciones se abran
espacios para las mujeres; entre tanto, no puede inventarse lo que no existe.
Pero de lo que realmente
habla este tuit es de la tendencia creciente a utilizar el género como la
medida de todo, como único criterio de análisis y de valoración, para exaltar o
denostar cada cosa que sucede. Una verdadera “género-manía”.
Quienes llevan el discurso
feminista al extremo de negar que se nace mujer y oponerse a todo determinismo
biológico, caen luego en una visión binaria según la cual la calidad de un
evento, de un discurso, de una actividad política, profesional, intelectual, o
social, depende en primer lugar, cuando no exclusivamente, del cupo femenino.
“Ninguna reunión de personas empresarias y
sindicalistas con el gobierno está completa sin mujeres”, escribió Ibarra. ¿Por
qué no? Lo implícito en esta premisa es que sólo las mujeres pueden representar
a las mujeres. Y que una mujer representa a todas las mujeres y sólo a las
mujeres.
No se trata de negar que
mujeres en esa reunión podrían haber aportado tanto como los hombres. Pero en
su calidad de representantes de un sector, no por ser mujeres. En este caso, no
se dejó afuera de la reunión a casi ninguno de los principales sectores de la
vida socioeconómica del país. Desde el punto de vista de la agenda, eso era lo
más relevante.
La primera sesión virtual de
la Cámara de Diputados, el 6 de mayo, estuvo consagrada a la “capacitación de
género”, como obliga la ley Micaela.
La clase brindada a los
diputados estuvo a cargo de la titular del Conicet, Ana María Franchi, y de la
ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta.
Por espacio de una hora, los
legisladores fueron el forzado auditorio de una sucesión de lugares comunes y
afirmaciones tremendistas sobre la condición femenina, enmarcadas en una
interpretación reduccionista y anacrónica de la historia. En formato resumen
Lerú y con filminas.
El Patriarcado existe desde
hace 6000 años. La autoridad en este sistema la ejerce el varón. El “colectivo”
femenino dominado y explotado se completa con los gays, las lesbianas y los
trans. Todo en un mismo paquete.
Se me ocurren algunas
preguntas para las expositoras: ¿en qué parte de la historia del
heteropatriarcado ponemos a Julio César, a quien llamaban “el marido de todas
las mujeres y la mujer de todos los maridos” por su bisexualidad desenfrenada?
¿Qué hacemos con el Emperador Adriano cuyas inclinaciones sexuales no eran
ortodoxas? ¿Nunca en la historia ocuparon las mujeres posiciones de poder?
Cuando los homosexuales eran discriminados, ¿sólo lo eran por obra de los
varones? ¿Las mujeres de antaño no discriminaban?
A los partidos de izquierda,
que hoy sólo juran por el género, habría que preguntarles si la acumulación
primitiva de capital la hizo el género masculino explotando al femenino.
En el Patriarcado, el varón
era el dueño de las mujeres, de los hijos, de los esclavos y de los bienes.
Todas posesiones de una misma naturaleza según la capacitación de género.
Equiparar la condición femenina a la esclavitud es no saber lo que fue la
esclavitud.
Tampoco se privaron de
hablar de “dimensión genocida” del patriarcado, lo que equivaldría a decir que
los varones se dedicaron por 6 mil años a aniquilar a las mujeres. Cabe pensar
que se distraían parcialmente de esta ocupación cuando estaban guerreando por
ahí, dado que al frente y a la trinchera siempre eran enviados los varones;
pero esto no era discriminación.
El feminismo se ha vuelto
tanto más ultra cuanto menos derechos quedan por conquistar. En la Argentina no
hay una sola ley patriarcal vigente pero, si se escucha a las feministas,
vivimos en el peor de los mundos.
El entusiasmo por pintarlo
todo negro, les jugó una mala pasada en la clase de género. La titular del
Conicet proyectó una filmina que decía que del total de mujeres que mueren por
año en el mundo, “38,3 por ciento lo hacen por violencia de género”. Los
femicidios no representan ni remotamente el 40 por ciento de las muertes
femeninas. Ante la consulta de Infobae, Franchi aclaró que quiso decir que el
38 por ciento de las mujeres asesinadas lo son por sus parejas, y dijo que
envió una corrección del power point a la Cámara. Como lo señaló Mónica del Río
en Notivida, en 2018 murieron en Argentina 162.408 mujeres. Los femicidios
fueron 273, o sea, el 0,16 por ciento.
Las mujeres superan a los
hombres en el acceso a la universidad, son el 60 por ciento del alumnado,
admitió Franchi. Pero... En materia de género no se puede dar buenas noticias.
En promedio, sus salarios son un 24 por ciento más bajos que los de los
hombres. Verdad a medias, o sea, una forma de mentira. En Argentina, hay
convenios colectivos de trabajo: a igual tarea, igual remuneración. Los sueldos
no se pagan en función del género desde hace décadas.
Gómez Alcorta aseguró que la
igualdad para las mujeres “ha tardado muchísimo”. Luego dijo que en 1926,
“cuando sólo había varones en el Congreso”, se dictó la primera ley de derechos
civiles para la mujer. No explicó cómo pudo un Congreso de pantalones votar
algo en favor de las faldas… Misterios del patriarcado. Mejor no ahondar en
aquello que contradice el credo feminista.
Una funcionaria de un país
pionero en participación política femenina y derechos de la mujer dijo que
fueron los organismos internacionales y el movimiento feminista mundial los que
vinieron en auxilio de las mujeres argentinas sometidas.
El primer hito fue la
Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la
Mujer, promovida por la ONU en 1979; el segundo, en 1994, la Convención
Interamericana para erradicar la violencia contra la Mujer. La ministra enumeró
luego todas las leyes votadas en Argentina en beneficio de la mujer. Con una
llamativa omisión: la ley de cupo femenino para el Congreso, de 1991, el primer
gran envión de la igualdad política en este período democrático.
No es casual. Esa ley fue
iniciativa de Carlos Menem, con un Parlamento abrumadoramente masculino que con
esa norma dejaría de serlo por propia voluntad. Vayan a los archivos. No
existía entonces ningún movimiento feminista activo en la Argentina. No fue una
ley arrancada al patriarcado. Fue la iniciativa de un hombre y de un movimiento
que lleva en los genes la participación femenina, el sello que le imprimió su
fundador, Juan Perón, un varón que no sólo dio derechos a las mujeres sino que
sentó a su propia esposa en la mesa de decisiones, le enseñó a construir poder
y a organizar a sus congéneres.
Eso es intragable para el
feminismo actual que se construye sobre la base de una guerra de sexos que no
existió en el pasado, mucho menos en el pasado reciente de la Argentina, pero
sí existe en su programa, que no es ni remotamente el de todas las mujeres
argentinas sino el de una corriente ideológica.
Cuando irrumpió la pandemia,
el feminismo estaba ocupado en promover proyectos para “visibilizar como
cuestión de interés nacional la salud menstrual de personas menstruantes
(sic)”. Traducción: tampones y pañitos gratis.
Un despropósito que confirma
que las mujeres en la Argentina ya tienen todos sus derechos garantizados. Pero
el feminismo está de moda y se sobreactúa para subirse a la ola.
La cuarentena, como suele
pasar con los cataclismos, puso las cosas en perspectiva. La realidad dejó en
segundo plano la impostación.
Pero luego de una pausa
impuesta por el desconcierto, la género-manía volvió por sus fueros.
Nuevamente, la lente deformante lleva a que, en medio de una epidemia que mata
a muchos más varones que mujeres (en Argentina, al 7 de mayo, eran 172 contra
113, respectivamente), encuentran argumentos para sostener que la cuarentena
las afecta más a ellas que a ellos… Es la obsesión por leer todo en esa clave,
sin la cual tal vez no tengan nada que decir.
Excusa de género
Y, tomen nota, diputados
varones, de la advertencia que dejó Gómez Alcorta. El año pasado, a la ley de
Protección integral a las mujeres se le agregó una nueva violencia: la
política, “la que se dirige a menoscabar, anular, impedir, obstaculizar o
restringir la participación política de la mujer”.
Dijo la ministra: “Si hay
una persona que en este ámbito desacredita a una diputada por ser mujer….” Un
criterio subjetivo y arbitrario. La excusa de género -”me atacan por ser
mujer”- elevada a la categoría de ley.
En el país que ya tuvo dos
mujeres en la presidencia -la primera tan temprano como en 1974-, las
argentinas somos minusválidas. Necesitamos una protección especial, sin la cual
no podemos hacernos oír en la escena pública o defender nuestra posición en un
recinto.
Si uno no viviera en la
Argentina y escuchara la lección que les fue dada a los sufridos diputados, y
diputadas, creería que, en un país con más de 35 por ciento de pobres, la mayor
desigualdad o, mejor dicho, la única injusticia, es la de género.
Pregunta final: ¿no será que
la grieta de género que militan con tanto ahínco es funcional a la desviación
de las energías, el tiempo y los recursos para combatir lo que ya no existe en
vez de concentrarse en contribuir a sacar al país de la crisis que lo aqueja?