Por Hugo Esteva (*)
El mundo lleva más de tres
meses deambulando tras el Corona virus. Casi nadie sabe nada de él, pero la
catarata de opiniones a su alrededor abruma tanto como su capacidad de
contagio, aparentemente poco vista y muy estimulada por la cantidad y
frecuencia de los viajes internacionales. Todo tipo de teorías lo adorna pero,
en general, una es más descabellada que otra. Lo que sí surge con la más clara
evidencia es que, fuera del común de la gente que sólo sufre sus consecuencias,
hay una serie de buscadores de poder (poder en cualquiera de sus sentidos) que
quieren sacar provecho de él.
Todo va de un lado al otro,
de derecha a izquierda, del revés o del
derecho según convenga o parezca que conviene. Y los medios masivos de
comunicación, en su afán por llenar espacio para vender, se asocian
inescrupulosamente.
Están por una parte los que
desde sus escritorios niegan que haya una pandemia. No tienen el menor contacto
con los enfermos ni con quienes los tratan, pero en el fondo dan a entender que
ni unos ni otros existen. Que todo es un invento de diferentes poderosos del
mundo, que vienen por todo. Se encuentran ante a una enfermedad muy contagiosa
que ha aparecido simultáneamente en muchos países y esa es exactamente la más
elemental definición de pandemia. Pero no lo creen; prefieren suponer que hay
esparcidos por el mundo miles – cientos de miles – de bioquímicos y médicos que
fraguan exámenes de laboratorio o inventan cuadros clínicos, en complicidad
estúpida con una enfermedad de la que sólo pueden esperar su bien demostrado
riesgo. O que esos mismos profesionales han sido cegados por geniales maniobras
de inteligencia perversa que les hace ver exageradamente lo que no pasa de ser
una gripe común. Basta haber tenido cerca a uno de los infectados para darse
cuenta de que esa gente, por mayor buena voluntad que ponga, está presa por la
mentira.
Por
otra parte, están los “expertos”. La mayor parte, siempre a mano de la radio y
la televisión. Cuando menos en nuestro país, esa clase de expertos no trata a
los enfermos de Corona virus. Se han limitado a aconsejar una medida que Dios
mediante será efectiva para reducir las víctimas, pero que es más vieja que el
arado. Desde siempre, la Medicina ha echado mano del
aislamiento en cuarentena cada vez que se encontró con una enfermedad veloz y
masivamente transmisible ante la cual no tenía una terapéutica adecuada.
Después, al aislamiento se ha agregado toda clase de medidas de eficacia
relativa o ridiculez absoluta. Recordemos si no, con la mayor benevolencia, las
bolsitas con pastillas de alcanfor que nos colgaron al cuello durante las
epidemias de poliomielitis hasta que apareció la vacuna.
En medio, andan los
opinadores y oportunistas en busca de su minuto de popularidad y gloria. Y,
mucho peor, los que encuentran en la enfermedad su momento para lucrar.
Entre estos últimos se
alinean desde el tendero que remarca en contra de sus vecinos, hasta los
grandes intereses que planean quedarse con aquello lo que otros tengan que
liquidar porque el freno económico los haya llevado a la bancarrota. Eso les va
a suceder a pequeños y medianos comerciantes, empresarios y, en general, productores
en manos de financistas que no van a dejar pasar este interesante tren, que
marcha a la velocidad propicia para el asalto. No lo van a dejar pasar los
usureros del Occidente neo-liberal, pero tampoco los equivalentes calculadores
del socialista Estado Chino. Que lo digan si no los empresarios norteamericanos
y europeos que invirtieron y/o se mudaron para ir a producir en el país de la
mano de obra esclava barata y se dan cuenta ahora de que lo único que van a
poder vender – también baratas – son sus empresas, con tecnología y “know how”
incluidos. Porque, por causa o consecuencia del natural o artificial, escapado
o instilado, Corona virus, el arrebato de la piñata económica se va a ver
fuerte y caótico como pocas veces: en Oriente encabezará el Estado que se dice
comunista; en Occidente los Bancos disfrazados de compostura y, por supuesto,
el narcotráfico. Los dueños universales del dinero.
A nuestro país le va a tocar
su acostumbrado, pero esta vez incómodo, papel secundario. En materia de salud,
ministro y “expertos” se van a escudar tras la bamboleante palabrería de la
Organización Mundial de la Salud – a cuya burocracia todos ellos aspiran – que,
si se ocupa activamente de fomentar la matanza de niños por nacer, con más
razón va a favorecer la eliminación de quienes están hacia el final de la vida
en que es especialista este virus agresivo con los débiles. En esa corriente,
ya se observa, busca fortalecerse el Presidente virtual generando vergüenza
ajena frente a gráficos que entiende a medias y hablando con una combinación de
suficiencia de torvo pibe de barrio y superficialidad de viejo político, vicio
que por otra parte no deja dudas respecto de cuál ha de ser su calidad como
“profesor universitario”. Este hombre “con dos lenguas” – como suelen decir los
norteamericanos – estará deseando que la epidemia, achatada o no, se prolongue.
Y así aleje la fecha en que su mandante se rehabilite de esta cuarentena – que,
según ‘tweeteó’, “me ha puesto un poco existencial” (sic) – y lo reubique por
haberse salido tímidamente de la raya.
Suficiencia basada en la
ignorancia de quienes se jactan de haber declarado el aislamiento con el diario
del lunes; pero van a tener que explicar cómo no fueron capaces de conducir un
verdadero seguimiento de los primeros enfermos y sus contactos, con pruebas de
laboratorio y autopsias controladas entre otras cosas, y especial vigilancia en
villas y barrios superpoblados. Una trazabilidad que hubiera enseñado mucho y
quizás hasta reducido la bastante benévola incidencia actual.
Entretanto, protege al
Presidente su sumisión a los grandes medios masivos. Los mismos que no perdonan
nada a Trump, ni siquiera cuando – con razón – intenta alentar pruebas clínicas
que puedan aliviar la epidemia a tiempo, sabiendo que la eventual vacuna va a
tardar lo que parece una eternidad en plena crisis y tal vez sólo llegue cuando
el virus haya mutado esperándola.
Lo cierto es que la enorme
mayoría de los que hablan no sabe nada serio sobre la enfermedad provocada por
este virus novedoso. Pero abunda en la mentira. Sólo los médicos – verdaderos
médicos, no cubanos sin matrícula ni conversadores profesionales – que se
exponen en la primera línea de la lucha, van aprendiendo cómo y por qué mueren
muchos de sus enfermos, cómo y por qué se recuperan otros. Son los únicos
autorizados a opinar, digan lo que vociferen los “expertos”; pero están
trabajando de verdad, con riesgo y sin tiempo para las representaciones. De ahí
también puede surgir el buen ejemplo que termine con esta pandemia de
falsedades concertadas o concurrentes. Y ese ejemplo, al generalizarse, puede
llegar a abrirnos los ojos para encontrar cómo sacarnos de encima a todos estos
jabonosos políticos y economistas que viven hasta de la pandemia, y a partir de
esa base empezar a construir una república genuina.
Entretanto, permítame un
consejo, lector: si quiere estar seguro de no morir por el Corona virus, lo
otro también cierto es que puede hacerse socialista y mudarse a Cuba o a
Venezuela. Allí podrá elegir cualquier otra causa, porque esa enfermedad debida
a los viajeros ricos sugestivamente casi no figura.
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(*) Datos del Autor
En 1968 se recibió de
Médico, con Diploma de Honor, en la Facultad de Medicina de la Universidad de
Buenos Aires (UBA).
Bachiller del Colegio
Nacional de Buenos Aires, 1962.
Doctor en Medicina (UBA),
1981.
Profesor Asociado de Cirugía
Torácica (UBA), 1995.
Profesor Titular de Cirugía
(UBA), 2008.
Miembro de sociedades
científicas nacionales e internacionales.
Revisor de trabajos
científicos en reconocidas revistas, tales como: The Annals of Thoracic
Surgery, Cancer Detection and Prevention, Medical Science Monitor.
Jefe de la División Cirugía
Torácica. Jefe del Grupo de Trasplante de Pulmón. Hospital de Clínicas
"José de San Martín", UBA.
Director del Programa de
Residentes de Cirugía Torácica. UBA.
En 1974 realizó, con éxito,
el primer reimplante de miembro superior en la República Argentina, en la
ciudad de Concordia (provincia de Entre Ríos). En 1981, por su tesis sobre este
tema se le otorgó el premio José Arce (UBA).