es un recuerdo que da
votos
El
histórico dirigente del peronismo participó en una entrevista por streaming en
el marco del ciclo “Experiencia Leamos” en la que habló de su nuevo libro:
“Cambio de frente”, contenido exclusivo de Leamos y BajaLibros
Por Patricio Zunini
Infobae, 9 de junio de 2020
Bárbaro (Buenos Aires, 1942)
es un elemento activo de la historia nacional. Fue diputado entre 1973 y 1976,
Secretario de Cultura de la Nación durante la presidencia de Carlos Menem e
interventor del Comité Federal de Radiodifusión con el gobierno de Néstor
Kirchner. Incómodo al punto de haber roto filas varias veces con su propio
partido, se define como “un enamorado de la política a quien le tocó vivir
desde el heroísmo excesivo hasta el pragmatismo más cruel”.
Cambio de frente es un
ensayo descarnado que pone el dedo en varias llagas. Recuerda cómo llegaron al
poder Carlos Menem y Néstor Kirchner. Analiza la derrota de Mauricio Macri e
indaga en el futuro de Alberto Fernández.
Julio Bárbaro participó ayer
de una entrevista por streaming realizada en el marco de la Experiencia Leamos,
en donde diferentes personalidades —músicos, escritores, intelectuales,
políticos, artistas— analizan el presente y acompañan a la comunidad de
lectores en tiempos de aislamiento.
—En Cambio de frente, usted
se muestra como un peronista díscolo que mira la historia desde el pragmatismo,
lo que le permitió votar a Macri y ahora renegar de ese voto.
—Tengo 78 años. Cuando
visité Madrid y Roma eran ciudades más pobres que Buenos Aires. Yo no vi a un
caído en la calle hasta que a los 25, 26 años viajé a Nueva York. Pienso que ya
no existen los partidos en la Argentina. El peronismo no existe, tampoco el
radicalismo ni el liberalismo. Soy peronista, pero el peronismo no me contiene
porque, en rigor, el poder en Argentina está basado en usufructuar el Estado
pero no en ayudar a la sociedad. En 1973 había un 5% de pobreza; en el 83,
cuando fui diputado de nuevo, votamos 800.000 cajas PAN pensando que era algo
momentáneo, coyuntural. Hoy tenemos un 50% de pobreza. Eso es culpa de la
dictadura, del radicalismo, del peronismo, de Macri: es culpa de todos. Hoy no
hay partidos, hay ideas. Y las ideas no tienen propietarios.
—Eduardo Jozami decía que
tanto el peronismo como el radicalismo eran partidos “toma todo”: en el
peronismo hay un ala de la izquierda y otra de la derecha, conviven Menem y
Cristina Kirchner, los montoneros y los neoliberales. ¿Cómo se conforma la
identidad del peronismo cuando es una fuerza tan distinta hacia su interior?
—Lo quiero mucho a Eduardo.
Fuimos docentes cuando teníamos 25 años; vos no habías nacido. El movimiento
peronista que tenía izquierda, centro y derecha fue una etapa del debate, de la
conciencia nacional. La vuelta de Perón termina con esa etapa. En 1973 yo asumo como diputado y se da el
fin del movimiento y nacen los partidos como estructuras ideológicas. El
peronismo no puede contener a todos. Tiene un principio básico, que tendrían
que tener todos los partidos, que es la defensa de lo nacional. Hasta el
75, digamos, derecha, izquierda, radicales, peronistas, todos defendíamos lo
nacional. La dictadura con Martínez de Hoz regala un pedazo del país, y Menem,
con Dromi y Cavallo, regalan otra. Ningún
país regala algo de su propiedad. Ninguno. Ninguno destruyó el ferrocarril. Acá
no estamos en el tema del movimiento: acá hay patria y antipatria.
—Con respecto a eso, hay una
frase que, si no recuerdo mal es de Elisa Carrió, y dice que los políticos se
suben al caballo por la izquierda pero bajan por la derecha. ¿Por qué se da
eso?
—La Argentina no tiene
políticos de raza. En Uruguay, Pepe Mujica subió por la izquierda y vivió en la
izquierda, y Sanguinetti subió en la derecha y vivió en la derecha. En Chile,
la izquierda es izquierda y la derecha es derecha. La Argentina no tiene
políticos de vuelo. Desde el 75, la pobreza no para de crecer. Es lo único que
crece. Es el único país del mundo donde, en lugar de incorporar gente, se la
expulsa.
—Iván Petrella hizo un
análisis en el que decía que, si entre 1986 y 2016, la Argentina hubiera
crecido al ritmo de Chile, hoy tendríamos el PBI de Finlandia y, si hubiera
crecido al ritmo de Uruguay, hoy tendríamos el PBI de España. ¿La gran deuda de
la democracia es la economía?
—Iván Petrella, como todo
ellos, no da un dato, que es la distribución. Chile crecía, pero la miseria
también. Estados Unidos es rico, pero cuántos millones de pobres tiene. En el
modelo europeo Italia, España, Francia contienen a la totalidad de sus habitantes.
En el modelo estadounidense los grandes ricos deslumbran al mundo y los caídos
están en la peor miseria. Nosotros, hasta el golpe del 76, fuimos Europa. Lo
fuimos con Frondizi, con Perón, con Illia, con Yrigoyen. La Argentina fabricaba
aviones, trenes, tractores, coches: yo fui taxista en un Di Tella. Todo eso fue
destruido por una manga de imbéciles que dicen ser economistas y son
vendepatrias. Cuando Estados Unidos vio que el balance con los chinos no
funcionaba lo cortó. No se inventó el liberalismo sin patria. El dinero no hace
a las naciones. Las hacen las dirigencias políticas; esas que acá no tenemos.
—Usted fue funcionario de
Menem. ¿En qué momento se desilusionó?
—Fui secretario de Cultura;
no duré dos años. Yo fui parte del acuerdo entre Menem y Bunge y Born, que fue
muy criticado por la izquierda estúpida que nunca entendió nada. Yo creo que no
hay país si no hay una tropa de industriales que defienda la patria. Una vez le
pregunté a Cavallo si hay algún país en el que, habiendo vendido todo, sus
habitantes vivan dignamente. No es lo mismo que la empresa sea nacional o
extranjera. ¡Nosotros pagamos royalties por el dulce de leche! Somos un país
estupidizado y la concentración económica es nefasta. Con cada farmacia del
señor Mario Quintana de Farmacity se avanza sobre una clase media que se
degrada a clase baja. Si todas las farmacias son del mismo hombre, si todos los
kioscos, si todos los bares son de una cadena se destruye una familia y una
identidad. Este país deja que el pez
grande se coma al chico y eso está más allá del peronismo, del radicalismo, del
liberalismo. Eso es imbecilidad.
—En el libro también explica
que se desencantó de Macri y una de las causas fue la corrupción. Habitualmente
ese es un señalamiento que se le hace el kirchnerismo; en cambio usted lo
destaca en el macrismo.
—Estamos los que conocemos el paño y los que lo ven de afuera. Yo fui
amigo de Menem; lo vi destruir el país y me fui. Fui muy amigo de Néstor y de
Cristina, cenaron en mi casa, estuve los cuatro años de Néstor. Néstor tuvo una
gran cosa que fue la renegociación de la deuda, fue brillante. Y una muy grave,
que fue la privatización de YPF. Cristina se dedicó a incentivar el conflicto,
la contradicción. A Macri, con quien también fui amigo, le dije claramente
que no generara deuda. Y lo único que hizo fue incrementarla en un 40%. Ese
robo es más grande que el de los cuadernos, porque el de los cuadernos es un
bochorno, pero el de la deuda es nefasta. La Argentina se empobreció un poco
con los Kirchner y mucho con Macri.
—¿Alberto Fernández es “la
gran esperanza blanca”?
—Alberto fue mi amigo, le
hice el prólogo a su primer libro, fuimos muy cercanos. En su discurso ofreció
una Argentina abierta que hoy se debilita por la agresividad del kirchnerismo,
que le viene poniendo límites al intento de hacer algo más amplio, más
democrático.
—¿La cuarentena es una
oportunidad para Fernández?
—La cuarentena fue la
oportunidad que le permitía convertirse en un estadista. Tiene la virtud de
juntarse con Rodríguez Larreta y Kicillof. Pero lentamente, el ala dura del
kirchnerismo le va achicando el espacio político. Cuando empieza a enfrentar la
pandemia, logra un 80% de apoyo. Y cuando quiere liberar a los presos
políticos, un 80% de rechazo. Los argentinos están más allá de los partidos
políticos. Son libres, eligen libremente.
—¿La concertación es posible
en la Argentina?
—Suelo decir somos Borges y
Discépolo. Son dos elementos vigentes en la identidad cultural. El peronismo es
una etapa de los argentinos; la anterior fue el yrigoyenismo. Son las formas de
un pueblo, que es una mezcla de razas que se van consolidando. La síntesis no
es el amontonamiento sino la capacidad de pensar un país con todos. Durán Barba
convenció a Macri que el negocio era la confrontación. Hoy dice que es el
pueblo el que pide el enfrentamiento y yo digo que quien conduce tiene que
buscar un rumbo superador, no hacer lo que dicen las encuestas. La posibilidad
de la síntesis exige un grupo capaz de gestarla y gente que tenga voluntad de
trascender en la historia y no de enriquecerse. Hay que salir de la
confrontación. En política se tiene que actuar como adversarios, jamás como
enemigos.
—¿La cuarentena modifica en
algo la interna del peronismo?
—El peronismo no existe, es
un recuerdo que da votos. El único partido más o menos organizado es el
antiperonista. Es organizado. Lo tiene a Fernández Díaz, a Leuco, a Majul.
—¿Es un partido de los
medios?
—También es de los medios.
Yo he cenado con Majul y Leuco, no son mis enemigos. Fernández Díaz está
desmadrado, convirtió su odio en el centro de su vida. Miro los artículos y
digo: “No puede ser”.
—Lo interrumpí cuando estaba
hablando de la interna del peronismo.
—El poder es un lugar donde
se sufre menos la dificultad. En el gobierno, la cuarentena va a hacer menos
mella que en la oposición. Rodríguez Larreta tiene el conflicto de que Macri
desapareció y el PRO no hizo pie en ninguna provincia, sólo en Capital. Por lo
cual, el radicalismo, que es una fuerza más vital y organizada, no va a
permitir que Rodríguez Larreta se convierta en candidato. Yo digo, para ser
malo, que Rodríguez Larreta fue un buen segundo de Macri y ahora es un buen
segundo de Alberto. Nació para segundo.
—María Eugenia Vidal tenía
claramente aspiraciones presidenciales. ¿Tiene futuro?
—Una
vez le dije a Scioli una frase que también le dije a Vidal: “Nadie llegó al
poder de rodillas”. Si Scioli fue tan de punto que no podía
ganar porque no era él, María Eugenia tenía todo en sus manos si se sublevaba
contra Macri. Pero lo siguió hasta en la derrota. Era un buen cuadro político.
Se equivocó en no sublevarse. Ningún
político llega lejos si en algún momento de su historia no se enfrenta. Para
ser maduro uno tiene que dejar de ser hijo.
—En Cambio de frente habla
de los errores que comete la clase política. ¿Cuál es su mea culpa?
—No haber ayudado a
construir un grupo con la virtud de la ética y la pasión por la Nación. En la
Argentina, los políticos se enriquecen con la política y, cuando pasa eso, los
sueldos se empobrecen. La autocrítica que me hago es no haber entendido que la
decadencia era muy profunda. Hasta la llegada de Alfonsín, el pensamiento tenía
vigencia. Después, si uno no tiene un mango, una empresa, un laboratorio atrás,
nadie lo escucha.