los primeros pasos del peronismo
Ocurrió
el 4 de junio, se conoció en como la Revolución de los Coroneles y fue allí
donde el coronel Juan Domingo Perón entró a la política argentina
Por Daniel Muchnik
Infobae, 4 de junio de 2020
El golpe o revolución del 4
de junio de 1943 dio nacimiento al peronismo. Un acontecimiento que tiró por la
ventana un largo proceso de poder político La mayoría de los historiadores lo
reconoce.
Después, el 17 de octubre de
1945 y las elecciones que eligieron a Juan Perón son derivaciones de aquel
movimiento que pretendió paralizar un inminente proceso electoral que podía
consagrar la presidencia al conservador Robustiano Patrón Costas.
La autora, escritora e
investigadora María Sáenz Quesada considera que el peronismo fue el heredero
del 43 junto con las aspiraciones, ls conductas políticas y las consignas que
luego se harían realidad. Los sucesos posteriores le dan la razón.
Con el 4 de junio se
desmoronó definitivamente una clase gobernante de vieja data pero con grandes
disputas internas. Los hechos, declaraciones y movimientos de los protagonistas
informan que los años 30, la llamada “década infame” terminó siendo una caldera
hirviente.
A comienzos de enero del 43
gobernaba el jurista catamarqueño Ramón Castillo, exvicepresidente de Roberto
M. Ortiz, abogado vinculado a los ferrocarriles ingleses. Ortiz -consagra la
bibliografía- quiso retomar las vías constitucionales no amañadas, sin fraudes
en las habituales elecciones, pero la ceguera, su diabetes y otros problemas lo
obligaron a ceder el poder a Castillo. De esa manera, el poder quedó en sus
manos desde julio de 1940 hasta junio de 1943.
Castillo era integrante de
una familia catamarqueña, dueña de campos en los que criaban mulas. Fue abogado
y con el tiempo llegó a ser titular de la cátedra de Derecho Comercial en la
Facultad de Derecho de Buenos Aires.
En el comienzo de esos años
cuarenta Argentina vivía en paz alejada de la Segunda Guerra Mundial, con una
política exterior exageradamente neutralista. Una posición que no era
compartida por otros países de América Latina .
Getulio Vargas, el
presidente brasileño creador del Estado Novo, con simpatías neofacistas,
terminó, pese a todo aliándose a Estados Unidos cuando Franklin D. Roosevelt
pidió la colaboración de los latinoamericanos para participar junto a las
tropas norteamericanas en el frente occidental de la guerra.
México le ofreció aviadores
que se lucieron. Brasil cedió una base militar a Washington y soldados. En
1944, en medio del conflicto interminable contra la Alemania nazi, los
brasileños perdieron tan sólo en la batalla por la conquista de Monte Cassino,
en Italia, más de 4.000 hombres. El monumento a su memoria está a pocos metros
del viejo aeropuerto Santos Dumont en Río.
Entre otros ofrecimientos
Estados Unidos le cedió y construyó “Volta Redonda”, la ciudad del “acero”, la
primera siderúrgica en América Latina, a 130 kilómetros de Río de Janeiro.
Argentina se aferró a la
“neutralidad” desde el comienzo del enfrentamiento armado contra
Alemania-Italia-Japón (el Eje). Los especialistas hablan de una “orgullosa
neutralidad” (Yrigoyen también la aplicó en la Primera Guerra Mundial).
Los medios de prensa se
ocupaban todos los días en describir los pormenores de los avances del poderío
germano en Europa y la reacción de los aliados. Se escribía sobre las
deportaciones y razias contra la población civil ordenada por el ocupante
alemán, los avances y retrocesos de los ejércitos, la batalla de Stalingrado,
los campos de concentración que aniquilaban a judíos, polacos, homosexuales y
soldados prisioneros rusos. El 31 de enero de 1943 las conversaciones formales
entre partidos para crear un Frente Democrático fueron tratadas por los
periódicos.
Argentina ya había recibido
la segunda gran ola de inmigrantes después de 1918. La mezcla de pueblos y
culturas en el país asombraban a los visitantes políticos e intelectuales
extranjeros invitados por distintas agrupaciones.
Un observador relevante en
la alta sociedad porteña, el embajador ingles David Kelly, escribió a los suyos
que Argentina era “un país inmigrante sin cohesión social”. En algunos diarios
explicó que el “poder esta constituido por los grandes estancieros y abogados
de empresas”. Esto lo afirmó mientras Estados Unidos y el Reino Unido luchaban
juntos contra Adolf Hitler. Pero Washington y Londres mantenían competencia por
el dominio del comercio mundial.
Había en Buenos Aires, y un
poco en las provincias, muchas actividades de los comunidades de distinto
origen. La alemana, por ejemplo, era bastante próspera, de renombre impulsada
por bancos y empresas .
Existían barrios donde se
habían afincado: Belgrano, Villa Ballester, Quilmes. Eran los fundadores de
Villa Gessell, La Cumbrecita en Córdoba y Eldorado en Misiones. La mayoría de
los miembros de esa comunidad tenían diarios y manejaban escuelas, todas
congregadas en torno a la Cámara de Comercio Argentina-Alemana
Fueron los que organizaron
el imponente acto de homenaje en el Luna Park a la anexión de Austria por
Alemania (Anschsluss) en 1938 con grandes despliegues de banderas nazis y
concurrencia de alumnos de las escuelas de su círculo.
Varias sociedades italianas
en la Argentina recibieron con sentido orgullo que Benito Mussolini se erigiera
en protector de la Italia de ultramamar. Desde Roma el régimen creó las Fasci
Italiani all Estero. Un sólo diario en Buenos Aires Il Mattino d’Italia (hasta
1944) imprimía 50.000 ejemplares.
En 1938 llegarían italianos
destacados, forzados al exilio por imposición de leyes racistas fascistas. Fue
el caso del filósofo Rodolfo Mondolfo, que terminó radicándose en el país, del
industrail Gino Olivetti, los científicos Alessandro y Benevenuto Terracini, de
Margarita Marfatti, protegida de Victoria Ocampo y su revista Sur, quien en su
momento había sido amante de Mussolini al finalizar la Primera Guerra Mundial.
Otros nombres importantes: el futuro sociólogo Gino Germani, el luego el editor
de revistas César Civitta.
En los comienzos de la
década del 40 continuaba el fraude en las elecciones y eso aparejaba mucha
violencia. Poco tiempo después la renuncia de Julio Roca (hijo del expresidente
Roca) llevó a la cancillería al doctor Enrique Ruiz Guiñazú, quien era un firme
defensor de la neutralidad del país en medio de los tumultuosos tiempos que se
vivían.
Estados Unidos practicaba el
espionaje constante en Buenos Aires y en el resto del país. Se calculó en 1200
los espías vinculados a la embajada de ese país.
En clubes de barrio, en
salones especiales, brillaban el tango y los poemas que los acompañaban
escritos de Homero Manzi, Discepolín y los conjuntos de Juan D’ Arienzo y Julio
de Caro.
Y ya se había iniciado la
década de oro del cine argentino, con estudios donde se lucían actores como
Ángel Magaña, Enrique Muiño, Hugo del Carril, Amelia Bence y directores con
renombre como Lucas Demare, Luis César Amadori, Luis Saslavsky.
La Segunda Guerra impactó no
sólo en política sino en la economía. El producto nacional, que había
descendido a una tasa anual del 2,5% entre 1929 y 1933, venía creciendo a casi
un 4%. Al declararse la guerra surgieron las dificultades agravantes para el
comercio internacional.
El Plan de Acción Económica
propuesto al Congreso por Federico Pinedo fue un intento para minimizar los
problemas: la daba bases a la fortaleza de una importante industria argentina
de sustitución de importaciones.
El Plan fue “paralizado” en
el Parlamento. Empresas extranjeras radicadas en el país y empresas argentinas
cubrían muchos sectores: alimentos, neumáticos, música, electrodomésticos, telas
y fibras, productos químicos, medicamentos, instrumentos eléctricos y
cosméticos. También se lucían las industrias militares. Estaba en
funcionamiento la Fábrica Militar de Aviones, Fabricaciones Militares, los
yacimientos de hierro de Zapala, YPF (que se ocupaba de la refinación y la
comercialización del petróleo)
Castillo era respetado por
la derecha nacionalista, entre ellos los admiradores de Francisco Franco, los
intelectuales del mismo sesgo ideológico y los militares de igual bando. Aunque
se trataba de una alianza condicionada. La clase alta ya no estaba en
condiciones de vivir en los costosos, enormes y bellos edificios con estilo
parisino. Se mudaron a departamentos modernos en la Av. Alvear, en la Av.
Callao, en la calle Posadas y en distintos rincones del Barrio Norte.
Ya en 1942 el hormigón
armado, recién llegado como esquema de construcción, funcionaba para levantar
edificios hasta las alturas. La modernidad se trasladaba con flamantes equipos
a las casas particulares (la heladera por ejemplo, la plancha eléctrica). Hacia
el sur de la ciudad seguían los tradicionales conventillos. En los barrios del
suburbio se loteaban quintas y pequeñas residencias.
Si bien Mar del Plata y
Miramar sin asfaltar atraían el amplio turismo, los argentinos también elegían
el Uruguay. Atlántida, Piriápolis, Punta del Este estaban siendo ocupadas por
familias y solteros de alto poder adquisitivo. Los psicoanalistas, que ya
comenzaban a organizarse y a expandirse crearon como meca del descanso a Punta
del Este. Entre fines de la década del 30 y comienzos de los 40 comenzaron a
desaparecer los viejos políticos conservadores como Manuel Fresco (muy
simpatizante del fascismo)
Los gobernantes cuidaban muy
especialmente sus vínculos con Inglaterra. El embajador argentino Miguel Angel
Cárcano tenía lazos de amistad con los príncipes Eduardo y Jorge de Windsor.
El nacionalismo como
ideología, que tuvo como mentor a Leopoldo Lugones del golpe militar de 1930,
venía creciendo con los hermanos Irazusta, Carlos Ibarguren, Raúl Scalabrini
Ortiz, Manuel Galvez, Marcelo Sánchez Sorondo (ex-conservador). Y otros muchos
más extremos, varios de ellos admiradores de la Alemania en guerra y del
fascismo. Con milicias decididamente fascistas y pro-Eje desfilaban sin
dificultades por las avenidas de Buenos Aires.
En 1940 el sindicalismo
argentino figuraba entre los más importantes de América Latina. La organización
más poderosa era la Unión Ferroviaria (UF) con 65.000 afiliados. Los 356
sindicatos y cerca de 450.000 trabajadores afiliados representaban casi el 30%
de la mano de obra industrial. Los conflictos estallaron en gremios dirigidos
por comunistas: metalúrgicos, construcción, confección y textiles. Como crecían
los convenios colectivos comenzó a tener importancia el Departamento Nacional
del Trabajo que arbitraba entre las partes.
Ángel Borlenghi, que
descendía de inmigrantes italianos, era por entonces socialista y organizó la
acción gremial de los empleados de comercio. Juan Atilio Bramuglia, nacido en
Chascomús, se especializó en Derecho Laboral y asesoraba a los gremios
telefónico, tranviario y ferroviario. José Peter, comunista, se incorporó a la
industria frigorífica y fue escalando posiciones.
El sindicalismo estuvo
dividido como espectador de la guerra: estaban los que no querían apoyar a
Inglaterra por ser imperialista y también los socialistas y comunistas que
bregaban por los aliados. En 1942, en un acto, Borlenghi apoyó a la Unión
Democrática donde participaban socialistas, radicales y comunistas.
La Iglesia en esos años tuvo
un papel preponderante. La Acción Católica ganó asociados. Aplicaba los
principios de la Iglesia. Denunciaron las precarias e injustas condiciones en
la que trabajaban la mayoría de los obreros, la desocupación y la necesidad de
mejora en el salario. En 1937 el Papa Pío XI ya había criticado la situación de
la Iglesia católica en el gobierno de Hitler.
Antes de 1943 las
conspiraciones militares eran un hecho conversado, confidencial o públicamente.
Alemania realizaba una tarea de penetración ideológica en los organismos tanto
del Gobierno como del Ejército. Una amplia mayoría de jefes y oficiales del
Ejército que habían recibido lecciones por parte de militares prusianos, con
perfeccionamientos en Alemania, estaban volcados con entusiasmo al triunfo del
Tercer Reich. El general Basilio Pertiné, un germanófilo a ultranza, fue
reelecto como presidente del Círculo Militar.
Este grupo odiaba al general
Juan Justo que fue el hombre con presencia y poder en la década del 30, lo
llamaban "el masón judío".
"La pureza y el
patriotismo” lo asumía el Ejército. Por su parte, Juan Domingo Perón, egresado
del Colegio Militar en 1913, era integrante de la Infantería y ocupó distintos
destinos en el país.
Cuando llegó al Estado Mayor
y fue profesor de historia militar en la Escuela Superior de Guerra, Perón
escribió artículos sobre teoría bélica. En el golpe del 6 de septiembre de 1930
contra Hipólito Yrigoyen, Perón estaba incorporado en la conspiración.
Poco a poco, el GOU (Grupo
de Oficiales Unidos o Unificados), que confabulaba ante los acontecimientos
políticos en el país, se fue formando mes tras mes desde un tiempo anterior a
lo que culminó en el golpe de 1943.
Formaban parte una mayoría
de germanófilos y una minoría de pro-aliados, incluso pro-radicales. Perón a
fines de los años 30 se formó en la tropas de montaña italiana y conoció en
detalles los matices del fascismo mussoliniano.
En la madrugada del 4 de junio
de 1943 el movimiento militar dirigido por el GOU depuso al presidente
Castillo. El diario La Nación publicó en la tapa de su edición la fotografía de
los generales Arturo Rawson, aparente jefe del movimiento (así lo afirmaba),
quien asume la condición principal con bastón de mando y Pedro Ramírez,
vicepresidente, en los balcones de la Casa Rosada.
Hasta Plaza de Mayo una
columna militar que salió de Campo de Mayo, al desfilar ante el edificio de la
Escuela de Mecánica de la Armada, en lo que es hoy la Av. del Libertador,
mantuvo un fiero tiroteo con la gente de la Marina que no se había plegado a la
toma del poder. Se registraron más de 80 muertos.
El desconcierto ganó las
calles. Algunos despistados creían que era un rescate de la imagen de Yrigoyen,
fallecido hacia una década. Pero los ultras y pronazis proclamaron a los gritos
que el golpe militar servía para “salvar a la patria de la demagogia radical,
la corrupción parlamentaria y, sobre todo, del avance del comunismo”.
No hay seguridad histórica
pero algunos aseguran que Perón, a quien definían como secretario del GOU,
escribió una lista larga de comunicados de los golpistas.
Sin embargo, en el interior
de los golpistas se desató una interna plena de rencores contra determinados
personajes, sumando dilemas ideológicos y la suma de las ambiciones personales.
Rawson duró un día en la Casa de Gobierno. Lo sucedió Pedro Pablo Ramírez. El
general Farrell quedó como en el primer momento como Ministro de Guerra
mientras su Secretaría la asumió el coronel Perón. Los observadores
internacionales estaban asombrados y no veían por donde pasaba el poder
verdadero.
Según algunos militares
desplazados, el GOU hizo destrozos en lo más sólido del Ejército, es decir la
disciplina y la confianza en los jefes". Las amistades se quebraron en las
filas del Ejército.
Ramírez hizo prohibir el
término de “gobierno provisional”, pero las pugnas que marcaron la interna
militar continuaron. Ellos consideraban que el país exigía una conducción
militar firme para enfrentar, cuando fuera el momento, las cuestiones de la
posguerra y aventar “el fantasma del comunismo”.
Ramírez afirmaba que el
Ejército se había movido para dar solución a la angustiosa situación en que se
hallaba la “masa trabajadora”.
No obstante, en el gabinete
de Ramírez las posiciones se dirimían entre neutralistas y aliadófilos. Incluso
se conoció la existencia de un pequeño grupo de oficiales descontentos,
dispuestos a intervenir de nuevo y cambiar el rumbo de la Revolución original.
Ramírez, Farrel, Perón y muchos más que en “un mundo en guerra” argumentaban
que el país exigía una conducción militar para ahuyentar el fantasma del
comunismo que se erguiría amenazante en una elección popular.
Una acordada de la Corte
Suprema reconoció al nuevo gobierno el 7 de junio. La corte admitía la
coexistencia de un poder de facto y un Poder Judicial de Derecho.
Los enemigos de GOU -quien
bien describió Félix Luna en uno de sus libros- mantuvo a sus miembros en
distintos cargos de gobierno. A los comunistas y a otros opositores los
encarcelaron en prisiones lejanas a la capital del país y Córdoba fue por meses
un foco de conflicto. Los seguidores del radical Amadeo Sabattini no tuvieron
protección.
Nada incomodaba más al GOU
que las declaraciones del expresidente por un día Rawson, designado luego
embajador en Brasil. Los indignaba que se considerara el factótum del golpe del
4 de junio.
La clase media y la clase
alta no se pronunciaban en el país. No eran pocos los que veían la persecución
de los comunistas como un buen camino porque amenazaban el buen vivir. Un rumor
hablaba de fusilamientos. Pero no se correspondía con la realidad.
Para Estados Unidos el
movimiento militar estaba dominado por coroneles nazis del GOU, dominado por
Perón. Sin embargo, Perón nunca adhirió al nazismo. Sí quedó admirado por
Benito Mussolini y el fascismo cuando en 1939 estuvo asignado en Italia. El GOU
se fue deshilachando con designaciones de sus integrantes en misiones en el
exterior.
Tanto el Ministro de Guerra
Edelmiro Farrel como Perón, que soportaron muchos ataques de algunos camaradas
de armas, se mostraron cautos en sus deseos de marginar al Presidente Ramírez.
En esos meses creció el
temor a ataques de la comunidad judía y se conoció el nombramiento de
antisemitas en la Biblioteca Nacional como Gustavo Martínez Zuviría. Se inició
una campaña moralizadora junto con la imposición de la enseñanza de religión en
las escuelas, la prohibición de cierto vocabulario en las radios y la
prohibición de letras de tango.
Una amplia solicitada por
escritores de fama, diplomáticos, políticos y abogados reclamó el 15 de octubre
la vuelta a la democracia. A algunos de los firmantes procedió a declararlos
cesantes de los puestos que ocupaban, cualquiera fuera el lugar, incluyendo la
intervención en las Universidades.
La FUA (Federación
Universitaria Argentina) también se opuso a los militares. Fueron allanados 50
centros estudiantiles, se dispuso la disolución de la FUA.
Los nacionalistas, dueños
del terreno, organizaron almuerzos y cenas con Perón y con el general Ramírez.
En los discursos, en los
encuentros con gremios, Perón comenzó llamando “compañeros” a todos los
participantes
Mario
Amadeo, mano derecha del Canciller describió en la publicación Ayer, hoy y mañana un “poder de
seducción magnético” de Perón, “su actitud exenta de prejuicios, un
interlocutor de dialéctica vigorosa”. Y que tenía “una gran voluntad de poder”.
A finales de 1943 el
fortalecimiento de Perón era importantísimo. Ramírez reinaba, pero no
gobernaba, según alguna expresión shakesperiana. Pero la cuestión más urgente
era la vida sindical.
Las agrupaciones obreras
eran dominadas por socialistas y comunistas; los anarquistas de FORA ya no
contaban. Algunos gremios fueron intervenidos. Llegó después la intervención a
la Unión Ferroviaria, cuyo asesor legal era Bramuglia.
Perón eligió el lugar que
ninguno de sus camaradas hubiera querido transitar: la Secretaría de Trabajo y
Previsión de la Nación.
Gran número de dirigentes
dieron su apoyo a Perón. En los discursos, en los encuentros con gremios, Perón
comenzó llamando “compañeros” a todos los participantes. Los oficiales jóvenes
lo admiraron y hasta idolatraron. Perón salía acompañado por los gremialistas,
concurría a los lugares donde se tocaba el tango, hacía equitación y se
mantenía en forma.
En esos mismos días
Washington comenzó a inquietarse con el surgimiento de movimientos nacionalistas
en América Latina, en Bolivia, en Uruguay y en Perú.
Cuando el general Ramírez
fue corrido de la Casa Rosada, el poder estuvo en manos del presidente de facto
Edelmiro Farrell mientras Perón ocupó la sus funciones de Ministro de Guerra
interino. Pero continuó con sus contactos casi diarios con los sindicalistas
con quienes había armado una alianza sólida que trascendería la historia
argentina por décadas.
Fue el sostén gremial y la
gran corriente interna migratoria del interior (un proceso que comenzó en la
década del 30) los que hicieron posible la victoria de Perón en las elecciones
contra la Unión Democrática. A partir de allí hizo su aparición una nueva
historia.