sino los Estados
ineficientes
El Ojo Digital, 8 de Junio
de 2020
De acuerdo con la popular
economista italiana Mariana Mazzucato, la crisis sanitaria del COVID-19 ha
expuesto las deficiencias del enfoque 'neoliberal' de un Estado pequeño y
limitado: tras décadas de desarme material e ideológico de 'lo público', tras
décadas en que la obsesión con la eficiencia, con la austeridad o con los
recortes ha copado la agenda política, la pandemia se ha topado con unos
Estados raquíticos y sin capacidades para contrarrestarla. Si, por el
contrario, nuestros gobernantes hubiesen invertido suficientemente en el
desarrollo de sistemas de protección de la salud pública o de innovación
digital, entonces habrían contado con más medios para combatir el avance del
virus durante esta crisis.
En este sentido, y frente a
la muy fracasada gestión en los Estados Unidos o en el Reino Unido (los dos
buques insignia del neoliberalismo privatizado), Mazzucato ensalza el
comportamiento de otros tres Estados que sí han conseguido mantener a raya la
propagación del virus: Vietnam, Nueva Zelanda o Corea del Sur. De acuerdo con
la economista italiana, estos Estados antepusieron el interés general por
encima de los intereses particulares, y gracias a ello fueron capaces no solo
de rechazar la suicida estrategia de la inmunidad de grupo, sino también de
movilizar rápidamente amplios recursos materiales y humanos para desarrollar
tests asequibles de carácter universal o una sofisticada tecnología de rastreo
de los contagiados. Por todo ello, concluye Mazzucato, debemos abandonar el
enfoque del Estado pequeño y limitado para pasar a abrazar el de un Estado
activista y bien conectado con todos los sectores estratégicos de la economía.
La tesis de Mazzucato es,
sin embargo, problemática en un sentido fundamental: Estado grande no es ni
mucho menos igual a Estado eficiente frente a la pandemia. Por un lado, algunos
de los países con Estados más gigantescos del planeta —como Francia, Italia o
Suecia— también han sido algunos de los países con mayor letalidad por el
coronavirus, ya sea debido a su reacción tardía o a su estrategia equivocada a
la hora de combatirlo (y no: en contra de lo que señala Mazzucato, la inmunidad
de grupo no es una estrategia consustancial al neoliberalismo, pues la misma
socialdemocracia sueca está tratando de alcanzarla).
Por otro lado, los tres
países que Mazzucato cita como ejemplares frente a esta pandemia —Vietnam,
Nueva Zelanda y Corea del Sur— cuentan como Estados igual o más pequeños que
los 'neoliberales' EE.UU. o Reino Unido: en particular, mientras que el gasto
público de EE.UU. es del 36,2% del PIB y el de Reino Unido es del 38,3%, Nueva
Zelanda gasta el 37,1%, Vietnam, el 27,7% y Corea del Sur, el 22,1% (los
antedichos Estados con gestión fallida frente al coronavirus, Francia, Italia y
Suecia, gastan el 55,6%, 48,7% y 48,4% del PIB respectivamente).
¿Es posible, por tanto, ser
eficaz contra una pandemia con un Estado razonablemente pequeño? Desde luego.
¿Es posible fracasar estrepitosamente frente a una pandemia con un Estado
sobredimensionado? Claro que sí. Por consiguiente, si algo ha reivindicado el
coronavirus, no ha sido a los Estados grandes (en contraposición a los Estados
pequeños, cuyo fracaso cree haber certificado Mazzucato) sino a los Estados
eficaces en aquellas áreas cuyas competencias se arrogan de manera monopólica
(como, por ejemplo en este caso, la salud pública).
Y no: eficacia estatal (o
'capacidad estatal', como gusta de denominarse actualmente) no es lo mismo que
Estado grande y omnipotente. No solo porque, como ya hemos mencionado, contamos
con claros ejemplos de Estados pequeños y eficaces frente a la pandemia, sino porque,
además, los Estados grandes que se arrogan demasiadas funciones pueden terminar
deviniendo ineficaces en aquellas pocas que sí deberían ejercer (en este caso,
el refranero castellano resulta bastante sabio: 'Quien mucho abarca, poco
aprieta').
Verbigracia, cuando
Mazzucato contrapone el éxito de Vietnam o el de Corea del Sur (países donde se
han realizado numerosísimos test a la población) frente al fracaso
estadounidense, olvida mencionar que el imperdonable retraso de EE.UU. a la
hora de practicar test masivos se debió a un exceso de burocracia y
regulacionismo estatal: no fue que el mercado no pudiera producir suficientes
test, sino que el Estado prohibió que los produjera y los pudiera utilizar.
Asimismo, las medidas más importantes que debía aplicar cualquier Estado para
aislar y acabar con el virus tenían muy poco que ver con el tamaño del Estado:
en concreto, mandatar el distanciamiento social (cierre de escuelas, suspensión
de grandes eventos, cierre del espacio aéreo, obligatoriedad del uso de
mascarillas o incluso confinamiento domiciliario) no depende de que el Estado
sea grande (salvo que la mayoría de la población no siguiera las reglas, en
cuyo caso se necesitaría de una cierta potencia policial para asegurar su
cumplimiento), sino de que el Estado cuente con gestores lo suficientemente
competentes como para comprender la gravedad de una pandemia.
Y, como decíamos, cuando
tienes un Estado gigantesco que pretende ocuparse de regular casi todos los
aspectos de la sociedad, la actuación de ese Estado tenderá a desenfocarse
desde aquellas competencias que sí deberían serle capitales a otras que
deberían serle por entero accesorias (recordemos, de modo casi anecdótico pero
ciertamente ilustrativo, que uno de los grandes debates que centró la acción
del Estado español durante las semanas en las que la pandemia estaba penetrando
por todos los rincones de nuestra sociedad fue el de la regulación de las casas
de juego).
A este respecto, por tanto, mucho mejor nos habría ido si los
Estados se hubiesen concentrado y especializado en aquellas competencias que
con mayor probabilidad ellos —y solo ellos— pueden atender. Dado que la
capacidad estatal es limitada —y lo seguirá siendo, por muchos recursos que
maneje el Estado, puesto que las capacidades cognitivas de la burocracia
estatal seguirán siendo limitadas—, deberíamos adoptar como principio rector lo
que el economista Alex Tabarrok ha denominado 'presunción de 'laissez faire':
cuando la capacidad estatal es limitada —y siempre lo es—, el Estado debería
delegar en el mercado todo aquello de lo que el mercado sea capaz de ocuparse
y, en consecuencia, concentrarse en aquellos pocos asuntos de los que el
mercado —o los mercados actualmente existentes— no es capaz de ocuparse.
No, Mazzucato, los que han fracasado
no son los Estados diminutos sino los Estados gigantescamente incompetentes.
Sobre Juan Ramón Rallo
Julián
Director del Instituto Juan
de Mariana (España) y columnista en ElCato.org. Es Licenciado en Derecho y
Licenciado en Economía (Universidad de Valencia).