martes, 27 de abril de 2021

CRISIS CLIMÁTICA

 


el fin del mundo puede esperar

Riccardo Cascioli

Brújula cotidiana, 27-04-2021

 

¿Cuánto falta para el fin del mundo? Se podría pensar que muy poco tiempo al escuchar los discursos de la “Cumbre de Líderes sobre el Clima” convocada por el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en el Día de la Tierra celebrado el pasado 22 de abril. “Estamos al borde del abismo”, ha dicho Biden, “los próximos diez años serán decisivos”. El Papa Francisco también se ha hecho eco del mismo mensaje, incluso con dos discursos en vídeo: uno grabado para la cumbre organizada por Biden (además, en el programa estaba previsto el Papa entre los ponentes, pero su nombre fue retirado en el último momento y no se dio ninguna explicación), el otro más general dirigido a todos los gobernantes para el Día de la Tierra. “Estamos en el límite”, ha dicho el Papa, hay que invertir “el camino de la autodestrucción”.

 

¿Tenéis la sensación de haber escuchado esta alarma antes? ¿De que no es la primera vez que se dan ultimátum con fecha de caducidad? Pues bien, lleváis razón. El apocalipsis climático se ha ido forjando desde hace al menos 50 años. Un reciente estudio publicado en la revista International Journal of Global Warming ofrece un panorama completo de la situación: desde 1970, el primer Día de la Tierra, se han registrado 79 predicciones sobre la destrucción final del mundo debido al cambio climático. Pues bien, 48 de estas predicciones del fin del mundo ya han expirado, pero nada de lo que se predijo se ha hecho realidad: no sólo el fin del mundo, que es obvio para todo el mundo ya que todavía estamos aquí hablando de ello, sino ni siquiera todos aquellos acontecimientos desastrosos que deberían precederlo.

 

El estudio, “Apocalypse now? Communicating extreme forecasts” no está escrito por dos “escépticos” que quieren desacreditar el movimiento climático, sino por dos profesores de la Universidad Carnegie Mellon, David C. Rode y Paul S. Fischbeck, preocupados por el efecto boomerang de estos anuncios puntualmente desmentidos por la realidad. “El problema”, señalan los autores, “no es sólo que todas las predicciones ya caducadas eran erróneas, sino lo que es más importante, que muchas de ellas se anunciaron como algo seguro que sucedería en una fecha concreta”.

 

Algunos de los autores de estas predicciones son seriales, como el biólogo estadounidense Paul Ehrlich, famoso por su libro sobre la “bomba demográfica” (1968) y recientemente invitado como ponente a una conferencia en el Vaticano, y como el príncipe Carlos de Inglaterra, digno hijo de tal padre. Se recordará que a principios de 2009 el Príncipe de Gales se embarcó en una gira mundial para anunciar el inminente fin del mundo: “Sólo cien meses para salvar el mundo”, anunció el 7 de marzo en Brasil ante una audiencia de líderes y empresarios sudamericanos; sólo “99 meses” respondió al mes siguiente en la Cámara de Diputados de Roma, así como en la cumbre del G-20 en Londres. Tan cierta era la certeza sobre la fecha que en los meses siguientes, en cada discurso público, Carlos realizaba una especie de cuenta atrás. Luego llegó julio de 2017, la fecha límite para el apocalipsis, y no pasó nada.

 

Impertérrito, el príncipe Carlos compareció en julio de 2019 ante los ministros de Exteriores de la Commonwealth, pregonando la creencia de muchos “expertos”: “Los próximos 18 meses serán decisivos”. Y enero de 2021 también ha pasado; mientras tanto, ha llegado la pandemia cuya crisis aún continúa, con todo lo que ello conlleva, y aquí estamos de nuevo: ahora, explica Biden, son “los próximos diez años” los que serán decisivos.

 

Se podría incluso sonreír ante esta manía apocalíptica si no fuera porque es funcional para imponer una serie de políticas, éstas sí catastróficas, destinadas a empobrecer al conjunto de la humanidad y a reducir drásticamente el número de la población. No es casualidad que el Día de la Tierra sea el día preferido para estos anuncios: se creó en 1970 con el objetivo de dar fuerza a la propaganda antinatalista de quienes, por valor de miles de millones, financiaban los proyectos de reducción de la población en todo el mundo. El primer lema del Día de la Tierra fue precisamente “La población contamina”, y es muy triste ver hoy que hasta el jefe de la Iglesia católica se suma a este coro.

 

Sin embargo, estas ocasiones sirven para empujar a los Jefes de Estado y de Gobierno a asumir compromisos cada vez más estrictos y onerosos para evitar el Apocalipsis. Obviamente, Biden ha dado un buen ejemplo al anunciar un nuevo objetivo para Estados Unidos, aún más ambicioso que los anteriores: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 50% de aquí a 2030, para alcanzar la “neutralidad del carbono” en 2060. También ha convencido al presidente chino, Xi Jinping, para que quedara bien haciendo la misma promesa: él también se ha comprometido a la “neutralidad del carbono” para 2060. Pero como es más capaz, empezará más tarde a reducir las emisiones; a partir de 2026, para el próximo plan quinquenal. Mientras tanto, hasta 2025, el consumo de carbón en China seguirá aumentando porque “no tenemos alternativa”, ha justificado Xi. En pocas palabras, “Vosotros id adelante que nosotros ya os alcanzaremos” es la estrategia de China: ¿quién se acordará en 2026 del compromiso adquirido hoy?

 

Pero si Xi es inteligente, Biden (o quien sea) no lo es menos. Incluso si Estados Unidos realmente se pusiera en camino hacia una economía “verde”, los objetivos anunciados están fuera de la realidad, a menos que el gobierno estadounidense haya decidido realmente suicidarse. De hecho, un científico estadounidense, Roger Pielke Jr., se ha tomado la molestia de calcular con precisión lo que supondría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 50% para 2030.

 

Pues bien, calculando que en enero de 2021 se contabilizaron un total de 1.852 centrales eléctricas en Estados Unidos, incluyendo las de carbón y las de gas natural, significa que cada mes, a partir de ahora, habrá que cerrar 11 centrales eléctricas al mes o convertirlas en centrales de cero emisiones (pero de momento no hay tecnología capaz de hacerlo).

 

¿Puede alguien pensar seriamente que esta es una ruta viable? No, pero mientras tanto, la excusa de la alarma climática justifica una intervención cada vez más fuerte del Estado en la economía y restringe las libertades de los ciudadanos. Así es, como se está haciendo con la pandemia de coronavirus. Y, por casualidad, pandemia y clima se yuxtaponen cada vez más en los discursos de los “poderosos” como crisis que requieren la misma respuesta.