POR DARDO GASPARRÉ
La Prensa,
24.04.2021
Una frase mal
formulada de un conocido periodista radial, que seguramente no intentó decir
tal cosa, planteó de algún modo en el comienzo de la semana la discusión sobre
la pobreza extrema y la compatibilidad entre la miseria semigeneralizada y el
sistema democrático que rige a buena parte de la humanidad.
El error viene
bien, sin embargo, para elaborar algunas ideas sobre el escenario que depara la
cuarentena mundial que ha pandemizado a la sociedad occidental y que muestra al
menos dos concepciones del futuro. Los que creen que ninguna receta de fondo ha
cambiado, ni ningún principio clásico de sanidad económica se ha alterado, y
entonces, pasado el huracán sólo hay que reconstruir lo que el viento se llevó
y paliar los dramas de corto plazo; y los que encuentran en esta confusión
universal una oportunidad para clamar por un borrón y cuenta nueva, tanto en la
deuda real en ambos sentidos que arrastran fruto de antiguos y repetidos
errores conceptuales y políticos, económicos y sociales, como en los principios
sobre los que basar el futuro accionar, que son de reparto y distribución de
los bienes existentes, de ningún modo de planes de crear o producir. De paso, un
olvido por bula santísima de toda la evidencia empírica que demuestra el
fracaso de las mismas políticas emisionistas y redistributivas que ahora se
recomiendan como una novedad salvadora, empezando por Georgieva. Una obsoleta discusión, sólo que ahora con un
ropaje distinto y argumentos más dramáticos y efectistas.
Como corolario, el
debate también pone sobre la mesa el formato político en que se plantean y
defienden esas ideas, y el mecanismo conque se espera aplicarlas. Es evidente
que la sociedad que para abreviar se denominará aquí occidental, está dividida
por una grieta insalvable e irremediable, sin solución posible, entre dos
sectores: los que creen que tienen derecho a apoderarse de los ahorros y los
bienes de la otra parte de la población, en nombre de derechos y necesidades
diversas, reales o inventadas, bajo la apelación a la solidaridad forzada y la
igualdad; y los que se niegan a verse forzados a ceder sus ahorros y ganancias
obtenidas con sus esfuerzos y capacidad a los primeros, no solamente las del
pasado sino por el resto de sus vidas.
Un truco
ideológico
El impacto de las
muertes con un diagnóstico unificado en los certificados de defunción:
COVID-19, un truco ideológico propio del relato del materialismo dialéctico, y
sobre todo la parálisis ocasionada con o sin justificativo en el sistema
cuasiglobal pergeñado para combatirlo, hace que ese debate aparezca como más
urgente, dramático y obligatorio, y repone en el plano de la discusión un tema
que ya estaba zanjado.
Para salir de los
eufemismos que los propandemia han usado con profusión, la verdadera discusión
es de nuevo entre el socialismo, comunismo, marxismo, progresismo o como se le
quiera llamar a los movimientos de reparto y cancelación, y el capitalismo. Ni
más ni menos. Una discusión que ya estaba terminada hace mucho. Hasta China
había llegado a una particular síntesis en la que usaba las herramientas
comunistas monopartidistas en un esquema que propendía a la eficiencia y la
apertura comercial, sin que se trate de ocultar con esta afirmación las
iniquidades del régimen oriental. Iniquidades, vale repetir.
La realidad es que
en menos de cien años el capitalismo y la globalización produjeron la mayor
reducción de la pobreza de la historia, y aún de las desigualdades en términos
de oportunidades, no en el sentido cristiano y buenista que le dan al término
los ateos sistémicos, ni en el sentido que le da el asesor y funcionario papal
Grabois, quienes no han logrado más que reproducirlos exponencial y
rentablemente. Y en esos 50 años, utilizando los principios centrales del
capitalismo, China, con todas sus brutalidades, produjo la mayor clase media de
todos los tiempos.
Fue justamente
cuando se paralizó la libertad de comercio, se alteraron por decreto la oferta
y demanda, se prohibió la circulación de personas y se restringió la de bienes
y cuando se encerró a la gente, que se congeló la acción humana y los
indicadores de pobreza se dispararon – son, al fin y al cabo, una comparación
instantánea entre índices, con lo que las correlaciones son instantáneas. En
otros casos el cuarentenismo estalló sobre el desastre previo, como en
Argentina, lo que hace que no exista solución.
De cabeza al
despotismo
Históricamente,
esta discusión entre burócratas que pretendían decidir quién daba y quien
recibía, quién ganaba y quién perdía, qué se compraba y qué se vendía, qué se
producía, cuánto, dónde, llevaba de cabeza a la dictadura sin elecciones. O con
elecciones que se desvirtuaban al instante, o monopartidistas. Las más alevosas partían de una revolución
previa que aniquilaba (sic) el sistema previo de gobierno, como el caso de la
URSS, otras se metamorfoseaban desde la elección más o menos amañada de un
funcionario clave que luego se iba apoderando de la sociedad, (Hitler,
Mussolini), que confluían en un partido único, una parodia de democracia, como
ocurrió en China y en muchos países de oriente.
En el camino es
posible encontrar dictaduras sin propósito alguno, salvo las del poder mismo,
como las de África, o la de izquierda subsidiada y adoctrinadora de Castro, y
la más particular de Chávez, que sólo usó de excusa la liberación para
apoderarse del poder y transformar a su pueblo en una masa desesperada fugitiva
y a él y sus socios en millonarios megalómanos.
Hubo un auge de
las dictaduras que se llamaron de derecha, unipersonales, que intentaron
corregir el exceso de los planificadores centrales y repartidores de riqueza
rompiendo la democracia e imponiéndose también por la fuerza, que terminaron
diluyéndose y devolviendo el poder popular a veces por sus errores económicos,
a veces por el reclamo de libertad de los pueblos o por una mezcla de ambos.
Terminaron empeorando la tendencia y convalidando a los peores gobernantes
electos.
El último medio
siglo pareció que se podía compatibilizar la idea de un sistema de libertad
económica y de respeto a la propiedad y a las libertades en general, con los
sistemas democráticos, y hasta China comenzó en ese camino, mucho más rápido en
lo económico que en lo político, aunque la preocupación de su gobierno por
lograr un importante nivel de bienestar general interno sea negada por muchos
analistas, pese a la realidad. La que se sacrificó fue la libertad. Nada menos.
La democracia
respetable venía mutando peligrosamente antes de la pandemia, y amenaza hacerlo
brutal y drásticamente ahora. La
dictadura ya no está sólo limitada a una figura unipersonal casi de sainete,
con ancho bigote, o con anteojos de sol, o con uniformes con más medallas que
tela; comienza la etapa de la dictadura democrática, en todo el mundo.
En Argentina se
tiende a creer que el fenómeno de pobreza sistemática inducida, con
deseducación sistémica, dádivas, populismo, acostumbramiento casi obligatorio a
la marginalidad, corrupción, aún el de una inmigración descontrolada y no
integrada ni educada, que reclama en nombre de la Constitución es un fenómeno
que se da localmente con mucha más fuerza que en el resto del mundo. Como se
tiende a creer que el proteccionismo es sólo exagerado en este medio. Y que la emisión, el déficit, el despilfarro en
el gasto, el endeudamiento irresponsable es también un patrimonio y un símbolo
telúrico.
Se cuecen habas
Se está a un paso
de empezar a descubrir que eso ya ocurre en muchos países, y que está
creciendo. Estados Unidos, a quien muchos – inclusive esta columna- vieron
durante décadas como el paradigma de la ortodoxia socioeconómica y la
honestidad, ya antes de la pandemia presentaba síntomas alarmantes, que ahora
se agravan. Los pedigríes de conducta de Trump y Biden son impresentables e
indefendibles, sólo disimulados por un fanatismo futbolero inducido con notable
éxito manipulatorio, si se trata de analizar la honestidad. Ni que hablar de
los fraudes en el sistema financiero de los grandes operadores y bancos, con
protección multipartidaria y gubernamental.
Cuando se echa una
mirada a sus sistemas educativos públicos, se advierte la misma deformación y
pérdida de excelencia que en cualquier país latinoamericano; cuando se estudian
sus sindicatos docentes se advierten las misma tendencias trotskistas y
gramscianas. Los reclamos de las Ocasio-Cortez de turno recogen los pedidos de
millones de marginales inmigrantes que reclaman una porción de la riqueza de
otros americanos, que creen que merecen por el sólo hecho de haber podido
entrar ilegalmente a ese país. O ser hijos de esos ilegales. Las protestas
disolventes de cuánta reivindicación suelta se imagine, también afectan
conductas, saturan tribunales, cuestan mucho dinero, hacer perder productividad,
y tornan la vida un poquito peor y la libertad un derecho custodiado por
millones de prepotentes que deciden lo que cada uno puede hablar, cómo o cuando
decirlo, o lo que debe callar. Ni hablar, por lo menos en esta apretada
referencia (que no intenta profundizar sino referenciar) de su alarmante
situación presupuestaria, fiscal y monetaria, pasada y futura.
Como Argentina, y
como muchos países, tiene un sistema político que tiende a la autocracia, al
gobierno de un solo partido o al obstruccionismo. Dentro de un esquema que
parece democrático. Cuando se auspicia el negocio de la política, cuando se ha
creado por el medio que fuera suficiente marginalidad, suficiente cantidad de
votantes con discapacidad de discernimiento, cuando se ha abierto la canilla
del proteccionismo, sea empresario, laboral o personal, de la dádiva, del
facilismo de pedir o exigir del estado, cuando se ha roto el estilo y el modelo
de la sociedad, tarde o temprano los que exigen serán más que los que producen.
Su voto será una expresión dictatorial. Que los dictadores sean millones no
cambia el panorama ni el concepto. Ni fraude hace falta. Australia lo sabe. Por
eso sus leyes de inmigración son tan inteligentes.
Tiene sentido
regresar a Argentina. A la farsa de la democracia argentina. Basta repasar las
redes sociales para encontrar algunas opiniones generalizadas: “Esto no es
Suiza”, “eso no se puede hacer porque te queman el país”, “un gobierno que se
postule diciendo que va a hacer un ajuste y un manejo sensato de la economía
jamás será elegido”, “no hay otro camino que el gradualismo”, y similares. La
traducción de ese tipo de pensamiento masivo es una sola: no se está eligiendo.
La democracia ha pasado a ser una dictadura colectiva.
Fatal y terminal
Todavía más grave
es que no se trata de una dictadura oscilante. Como cada vez la marginalidad es
mayor, el trabajo auténtico es menor, los trabajadores auténticos son menos,
los pedidos de repartija son más, la salud es peor, la educación pública es
menor, el sentido de esa dictadura es uno solo, fatal, terminal. Por eso esas
dictaduras son siempre demagógicas. Por eso, salvo algunos locos, los políticos
no tratan de arreglar nada, sino de perdurar y conservar el poder. Por eso el
país tiende al expolio. Por eso una funcionaria incapaz e ignorante propone
ahora aumentar las retenciones a la exportación, una barbaridad de amplio
espectro desde lo económico y un robo en toda la línea desde el derecho.
Por supuesto que
todas estas mayorías que no tienen interés en conocer lo justo o lo correcto
sino en lograr lo que les interesa, pueden ser manipuladas y conducidas. El
resultado es el mismo. Nadie se deja manipular en el sentido opuesto a lo que
le conviene o a lo que cree. Detrás de la lucha contra el calentamiento global
están los que envidian las ventajas del mundo moderno, porque no las pueden
alcanzar. Nadie es altruista con su propio auto. Con su propia agua caliente, o
con su acceso a internet y wifi, o deja de minar bitcoins.
La dictadura de la
democracia amenaza con universalizarse. Desde las “leyes”de lavado, que ahora
la Task Force, que ni siquiera es una orga multinacional, sino apenas un grupo
de trabajo no oficializado, amenaza con profundizar para que nadie escape del
ataque impositivo confiscatorio mundial, aunque se use otra excusa, a los
tratados internacionales que, al igual que en el orden local, los países están
permitiendo prevalecer por sobre sus leyes. Nadie escapa a la democracia... ¿ O
nadie escapa a la dictadura democrática?
Y un capítulo
especial a los requerimientos de “igualdad de trato y oportunidades” que ahora
pretende exigir Estados Unidos, que en realidad les resta oportunidades de
competir a los países menos desarrollados, cuando no los condena al
colonialismo exportador de materias primas básicas. O a seguir prácticas que no
pueden financiar y que se oponen a la austeridad que al mismo tiempo se les
exige en muchos casos. Lo mismo ocurre con los niveles impositivos
obligatorios: un escupitajo sobre la eficiencia de los países y un triunfo de
la burocracia internacional ineficiente.
También el
concepto de república, la gran herramienta de defensa de las sociedades, está
en manos de las democracias. Y no es sólo Cristina, ni Fernández. Estados
Unidos, que se gobernó 4 años con los DNU de Trump, ahora amenaza en firme con
reformar la Corte y aumentar el número de sus miembros. (Para nombrar jueces
propios) Cualquier parecido es pura coincidencia. La justicia, la república,
molestan al nuevo modelo. ¿Acaso cuando Mario Negri dice, como ayer, “igual,
ellos tienen votos para hacer lo que se les de la gana” no está diciendo lo
mismo que esta nota?
Se trata de una
dictadura democrática más peligrosa y poderosa que todo lo que se pueda
imaginar. Véase el fraseo que esgrime Biden ahora para su proteccionismo,
“democracia contra autarquía” que quiere decir “lo que me convenga a mí”.
Dictadura democrática universal. Que es sinónimo de democracia estatista,
proteccionista empresaria y laboral, planificación central, ineficiencia, y
particularmente demagogia, suficientes elementos como para que Hayek se levante
de la tumba y una noche le lleve un ejemplar de Camino de Servidumbre al
presidente americano entre chillidos de murciélagos sin SARS-2. Aunque mejor
sería que le llevase un ejemplar de The Road to Serfdom, para no correr el
riesgo de que se lo tradujese Ocasio-Cortez.
Peligro global
Pero hay un paso
más. Esa democracia dictatorial corre el riesgo de ir contra la soberanía, de
transformarse en una democracia dictatorial universal. Por ejemplo, Biden sale
ahora a pedir a sus aliados y a todos sus socios comerciales que lo ayuden en
su lucha contra China, con el argumento de que el imperio opositor está usando
con propósitos bélicos su tecnología, donde poco a poco va a incluir hasta la
Play Station como arma mortal. Pero ocurre que muchos de ellos tienen en China
su mayor comprador, y hasta tienen importantes tratados y aún importantes
intercambios industriales y de complementación, como ocurre con toda Asia. ¿Qué
pasará cuándo las naciones no lo apoyen, en defensa de sus conveniencias?
¿Serán consideradas enemigas? ¿Serán sancionadas? ¿Resulta que, por
contraposición y exageración, China va a terminar siendo el defensor de la
libertad de mercados?
¿EEUU va a llegar
al cuasicomunismo antes que China al capitalismo pleno?
Produce
escalofríos el imaginar el tironeo entre los dos imperios y las presiones que
caerán sobre las naciones intermedias en esta lucha de titanes.
Paralelamente, el
sueño de la izquierda latinoamericana y de convertir a las naciones en
sucursales locales de los planificadores centrales, o sea de las Patrias
Grandes, para saltearse las decisiones electorales domésticas, que permitió
Alfonsín con su traición en la Constitución de 1994 y que aman Cristina, Maduro
y otros circenses dictadores de estilo antiguo, está a un paso de convertirse
en dura realidad. Hasta Estados Unidos no parece libre de semejante riesgo.
Con una mayoría
que crece sin parar, impone su rigor y su número y se apodera de la paz, la
tranquilidad, los derechos, la libertad y la propiedad ajena, cada vez que se
vota ya no se elige gobierno, en casi ningún estado. Se eligen delegados caros
de millones de dictadores a los que finalmente usan y engañan. La inflación,
por caso, es uno de los síntomas de ese engaño. Y no es sólo Argentina. EEUU ha
acelerado su programa de impresión de dólares. La UE también. Eso sí, amparados en un paquete impresionante
de ecuaciones de premios Nobel bajo una teoría con un nombre impactante. Pero
es lo mismo.
Dictadura de la
democracia. O Dictadura del proletariado, si prefiere.