y la transición energética puede esperar
Brújula cotidiana,
27-07-2021
Los ministros de
Medio Ambiente del G20 han fracasado en su intento de prohibir el carbón para
2025. La razón es sencilla: el carbón es la principal fuente de electricidad de
los países en desarrollo (y lo será durante mucho tiempo) y sin electricidad no
hay crecimiento económico.
La transición
energética puede esperar. Con toda la atención pública centrada en el Pasaporte
Covid y en el Covid mismo, ha pasado desapercibido el sustancial fracaso de la
reunión de ministros de Medio Ambiente del G20, celebrada esta semana en
Nápoles bajo la presidencia de Italia. La ideología ha tenido que
enfrentarse una vez más a la realidad.
Aunque el ministro
Roberto Cingolani quiso disfrazar la derrota afirmando que se había llegado a
un acuerdo en 58 de los 60 puntos del programa, y que por fin se había
establecido que existe una relación entre el clima y la energía, el problema es
que los dos puntos que faltaban se consideraban fundamentales de cara a la
próxima COP26 que se celebrará en Glasgow en noviembre (y a la que también se
espera que asista el Papa Francisco). La COP26 (literalmente Conferencia de las
Partes) es la conferencia de la ONU sobre el cambio climático que se reúne
anualmente para negociar nuevas medidas de lucha contra el mismo, y la reunión
de los ministros de Medio Ambiente del G20 fue un hito clave, ya que los países
presentes en este foro representan el 80% del PIB mundial.
Los temas
cruciales sobre los que no hay acuerdo son el refuerzo del compromiso de frenar
el presunto aumento de la temperatura global a +1,5ºC en 10 años (frente a los
Acuerdos de París de 2015 que permitían hasta +2ºC) y la prohibición del carbón
para 2025. Este último punto es especialmente importante porque, por un lado,
el carbón se ha convertido en el símbolo de la lucha contra los combustibles
fósiles, pero por otro -guste más o menos- las perspectivas de desarrollo de
los países emergentes dependen del uso del carbón. No es casualidad que el
obstáculo insuperable para el acuerdo lo representen China e India.
Dos informes
publicados en las últimas semanas -el Statistical Review of World Energy de BP
y el informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) sobre la demanda
mundial de electricidad- muestran por qué nos enfrentamos a un obstáculo
insuperable. El primer punto a tener en cuenta es que, aunque se quiera
demostrar teóricamente que el clima depende del uso de la energía (lo que
implica que hay que reducir drásticamente este consumo), la realidad es que
toda la economía depende de la electricidad, la forma de energía más
importante.
Tanto es así que,
aunque el PIB mundial se redujo un 3,5% en 2020 debido a los confinamientos, el
uso de la electricidad sólo cayó un 0,9%. En particular, la demanda de
electricidad está creciendo rápidamente en los países en desarrollo, y aquí hay
que tener en cuenta que más de tres mil millones de personas en el mundo viven
en lugares donde el uso anual de electricidad es inferior al consumo medio de
un simple frigorífico en Estados Unidos, es decir, mil kilovatios hora al año.
El mapa de la pobreza mundial es, de hecho, perfectamente superponible al mapa
de la falta de electricidad. En pocas palabras: sin electricidad, no hay
desarrollo. Por ello, la AIE prevé un aumento de la demanda de electricidad del
5% este año y un 4% más en 2022.
Segundo paso: a
nivel mundial, el carbón representa el 37% de las fuentes de electricidad, pero
este porcentaje se dispara en los países en desarrollo. Para hacerse una idea
de la importancia del carbón en el proceso de crecimiento económico, hay que
tener en cuenta que los países en desarrollo representan el 61% de la demanda
mundial de energía y que estos mismos países representan el 82% del consumo de
carbón, concentrado casi por completo en Asia.
En tercer lugar,
sólo China consume más de la mitad del carbón mundial, y la demanda sigue
creciendo. En 2020, mientras que la producción de electricidad con carbón en
Estados Unidos se redujo un 20%, en China aumentó un 1%. Y ello a pesar de que,
gracias en parte a los incentivos internacionales, la electricidad procedente
de la energía solar y eólica está en auge en China. El carbón en China produce
actualmente siete veces la cantidad de electricidad procedente de las energías
renovables. Por eso pensar que dentro de cuatro años China dejará de consumir
carbón es simplemente ridículo.
Todo esto deja
claro que, por mucho que aumentemos la producción de energía procedente de
fuentes renovables, a nivel mundial seguirán siendo una parte marginal porque
son enormemente más caras y menos fiables. El hecho de que en Europa podamos
permitirnos el coste de los paneles solares para la electricidad de todos los
nuevos bloques de apartamentos no puede tomarse como vara de medir para
entender las necesidades globales. Los países hacen lo que pueden para
producir la energía que necesitan a un coste asequible. Y en este sentido, el
carbón es el principal recurso para los países en desarrollo, y lo será durante
mucho tiempo, hasta el punto de que la AIE prevé que en 2022 el consumo de
carbón alcanzará el nivel más alto de su historia.
Ésta es la
realidad: los diversos acuerdos verdes y otras cosas similares son la
palabrería de intelectuales e ideólogos, que de hecho están destruyendo la
economía occidental en nombre de una emergencia climática que no existe y de
una relación causa-efecto entre el consumo de energía y los desastres
climáticos que nadie ha demostrado.
Pensar que China,
India y todos los países emergentes renuncian al desarrollo económico para
complacer a los distintos ministros de Transición Ecológica y similares que
gobiernan Estados Unidos y Europa forma parte de la locura ideológica de
nuestro tiempo.