Infocaotica, 21-4-17
Hace algunos días recibía un meme con la imagen de
Marine Le Pen en el cual se leía: “la izquierda ha traicionado a los
trabajadores y la derecha a la nación”; pocos días después se ponía en marcha
la campaña de cara a las presidenciales del 23 de abril. Lo primero que podría
llamar la atención era su radical cambio de imagen; en los carteles
propagandísticos había desaparecido la tradicional llama tricolor que lo
identificaba por una rosa de color azul.
La propia candidata ha tratado de
explicarlo: “He elegido la rosa porque durante mucho tiempo ha representado la
esperanza de miles de trabajadores y trabajadoras francesas en un futuro mejor.
Una rosa azul simboliza al mismo tiempo la esperanza de la izquierda -la rosa
ha identificado durante mucho tiempo a la social-democracia en países como
Francia y España- y los deseos de la derecha -referencia al azul usado por
diversas agrupaciones conservadoras como color identificativo- porque mi propósito
es unir a todos los franceses y francesas en un proyecto común de futuro”.
Desde que en el 2011 Marine llegase a la presidencia
del FN ha tratado de romper muchas de las prevenciones existentes contra su
padre, cuya imagen le situaba en el espectro más intransigente de la derecha
francesa. Pese a los intentos de éste de representar el papel del “Reagan
francés” -por su defensa del neoliberalismo económico y de algunos de los
principios de la revolución conservadora- no podía escapar de ser -en realidad-
el líder indiscutido de una plataforma electoralista de la extrema-derecha,
marcado por un antisemitismo poco disimulado, un apoyo al nacionalismo árabe y
la defensa a ultranza de los valores tradicionales del catolicismo.
Está claro que hay elementos de su programa que pueden
que no hayan cambiado tanto; como “la defensa de identidad, valores y
tradiciones de la civilización francesa”, que le ha llevado solicitar su
particular Frexit, para que Francia recupere su “libertad y el control” en
materias de orden económico o legislativo. O aquellos otros que afectan a la
presencia de extranjeros en su suelo nacional, como el de establecer impuestos
especiales a la contratación de trabajadores extranjeros con el objeto de
asegurar la prioridad de loa nacionales en la búsqueda de empleo.
Pero sería el campo económico donde el nuevo FN
pretende representar a una nueva Izquierda Nacional, convirtiéndose en el
primer partido de la clase obrera. La política de captación de este importante
segmento social proviene principalmente del abandono del neoliberalismo a favor
de un mensaje keynesiano, defensor del Estado de Bienestar, y con abundantes
medidas sociales para una ciudadanía depauperada, especialmente en aquellas
zonas que han sufrido fuertes reconversiones industriales. Ya en el 2012 Marine
Le Pen marcaba distancias a la hora de hablar de la recuperación de empleo con
la derecha clásica al plantear que solo existían dos formas posibles de
alcanzar ese objetivo: o se rebajaba los salarios, destruyendo el Estado de
Bienestar, o se rechazaba el plan (aceptado por la derecha liberal y la
socialdemocracia) de austeridad social impuesto por organismos foráneos.
El FN apuesta por una economía fuertemente
proteccionista que permita “hacer frente a la competencia desleal de países con
mano de obra de bajo coste” o “la instauración de una contribución social sobre
las importaciones de un 3%”, medida esta última que serviría para aumentar en
200 euros los salarios por debajo de los 1.500. En la defensa del pequeño y
mediano ahorrador no dudó, en su campaña del 2012, en solicitar la
nacionalización parcial de los bancos de crédito hasta que sus activos fuesen
saneados y los ahorros de los franceses asegurados
En lo que algunos llaman la defensa de lo valórico el
FN, pese a esas celebraciones el 1 de mayo, bajo la atenta mirada de Santa
Juana de Arco, abraza la laicidad del Estado, que le ha llevado a solicitar la
prohibición de símbolos religiosos en los espacios públicos; pero que también a
modificar su radical oposición al aborto y al matrimonio homosexual.
En
relación con el primero la diputada Marion Marechal (sobrina de Marine Le Pen)
se ha mostrado como una destacada activista en defensa de la vida del no nacido
desde el mismo momento de la concepción, oponiéndose a las reformas de la
ministra socialista. Por el contrario, su estimada tía ha mantenido una
posición ambivalente, lanzando mensajes aparentemente contradictorios, pero que
en el fondo defendían una posición favorable a mantener determinados casos de
permisibilidad. Para contentar a su tradicional electorado defiende la tesis de
que el “derecho al acceso al aborto no debe ser restringido, pero no debe ser
banalizado”; para sus nuevas masas electorales, asegura que “no deseamos
modificar la capacidad de acceso a la interrupción voluntaria del embarazo”, lo
que implicaría mantener una ley de casos... Eso sí tratando de promocionar
medidas disuasorias.
En el tema del matrimonio homosexual la disputa
interna es semejante; mientras que Gilbert Collard asegura con rotundidad que
derogarían el matrimonio para todos; Florian Philippot relativiza el tema
asegurando que abrir dicho debate es tan importante como el tratamiento del
cultivo de los bonsáis. La presidenta del partido ha prometido la derogación de
la Ley Taubira (en referencia a la ministra de Justicia Christiane Taubira) en
caso de ser elegida. Pese a ello, y en este tema el FN mantiene una posición
intermedia; Marine Le Pen también ha asegurado que propondría un Pacte Civil de
Solidarité que afectara a las parejas del mismo sexo, otorgándoles algunos de
los derechos asociados con el matrimonio, especialmente en materia económica y
de sucesión; descartando -eso sí- la adopción.
Como bien dejaba escrito el politólogo Arnaud Imatz
“la nueva línea política del FN es claramente republicana, jacobina, laica,
social, popular y soberanista”, dejando atrás aquella otra más “indentitaria,
etno-cultural, regionalista y europeísta”. A la actual formación lepenista se
le podrá acusar tal vez de muchas cosas, pero de lo que no cabe duda es que su
electorado no responde exactamente al que tradicionalmente vota por la
extrema-derecha; su dirigencia no corresponde con la imagen que se tiene de los
viejos líderes del sector; y su discurso -completamente remodelado- le aleja de
aquel otro marcado por el anticomunismo de la Guerra Fría y la defensa de un
capitalismo popular thatcheriano.
Hoy en FN pretende ocupar el espacio
abandonado por el gaullismo más social que en su día representara un André
Malraux.
JOSÉ DÍAZ NIEVA