María Elena Walsh
La Nación, 12
DE ABRIL DE 2017
Esta carta que hoy reproducimos fue escrita por María
Elena Walsh y publicada por LA NACIÓN el domingo 21 de diciembre de 1997, a
poco más de ocho meses de la instalación de la carpa blanca de los docentes
contra el gobierno de Carlos Menem
Queridos maestros: con todo respeto les digo que no
puede haber función interminable, que abusar del tiempo irrita al público, que
es gesto de dignidad cerrar el telón tras los aplausos y antes de la
decadencia.
Ustedes han merecido una adhesión fervorosa, pero me
pregunto si entre tantos adherentes figura un amigo leal que se atreva a
decirles la verdad por más que lastime y resulte disonante en medio de tan
unánime entusiasmo.
Aseguran que buscan el diálogo, y me permito irrumpir
desde el disenso. La asistencia a la carpa huele a compulsión setentista: los
ausentes parecemos antisociales, voceros del Gobierno, dinosaurios o Plateros
sin poeta.
Como me honra sentirme amiga de ustedes y creo
haberlos acompañado durante toda la vida, les confieso que esta larga protesta
multimediática se ha convertido en moda y en un paradójico factor de poder que
pocos se atreven a cuestionar públicamente. Sin embargo, es un secreto a voces
que su permanencia es tan intolerable como inofensiva.
Intolerable por autoritaria, ya que piensan usurpar
indefinidamente espacios públicos. Porque necesitamos maestros que representen
la contracara del bazar de frivolidad y cholulismo que a muchos abochorna y
ustedes fomentan de tal modo que ya parece una finalidad y no un medio.
Porque esa carpa que fue blanca no conserva una mota
de blancura y en su grosera fealdad acaba por integrar la estética menemista y
aumentar el caos urbano, paradigma mundial de pésima educación.
Inofensiva, porque es una plataforma política y un
intento de escandalizar a quienes no se escandalizan ante ninguna injusticia.
En todo caso, atenderán a métodos más modernos que una demagógica feria
callejera.
El desfile de famosos y sus discursos voluntaristas
acaba por resultarnos patético. Más bien, contraproducente. Muchos formamos
parte de esa ciudadanía que tomó conciencia temprano, desde una humildísima
escuela pública.
Si la mentira circula impune por otros ámbitos, es
indigerible la impostura central de esta protesta: el ayuno. El ayuno como
estrategia de resistencia no es una dieta líquida en tiempo compartido. Es una
forma extrema de acción propia de faquires y fanáticos que la practican hasta
sus últimas consecuencias, por convicción o por masoquismo.
Hay demasiado ayuno forzoso en buena parte de la
población, demasiados desamparados en la lona, como para que sigamos tomando en
serio esta parodia gandhiana, por otra parte ajena a nuestra cultura.
El anuncio de que la carpa seguirá abusando de un
espacio público hasta que las velas no ardan, la clave festiva que en un
principio alteró saludablemente la solemnidad pero se transformó en monótona
bailanta justiciera, en su estiramiento lleva la condena, que no será por
represión sino por deterioro.
El ya fatigante paisaje de la carpa y el trueque entre
los dirigentes del gremio y los promotores de artistas nativos y extranjeros,
de buena fe o que lucran con caretas progresistas for export, todo eso me parece
una tomadura de pelo.
Para tomarnos el pelo abunda la mano de obra en plena
ocupación. De ustedes esperamos un cambio de rumbo imaginativo que servirá para
refirmar una solidaridad preexistente y no ocasional: la de los defensores de
la educación.
Y ésos no son todos los que están, políticos,
visitantes u oportunistas, eternos polizones de cualquier primera fila ante
cámaras de TV.
"Todos somos docentes", eslogan traducido de
otros que circularon por el mundo, al no traducir nuestra realidad resulta
falaz. La mayoría somos alumnos o queremos serlo, tenemos muchísimo que
aprender imitando modelos que no parodien a los protagonistas de la farándula.
Creo que esa asignatura está pendiente y que, carpa
mediante, nos iremos a marzo. Ustedes soportarán los vaivenes de El Niño frente
a las puertas de un Congreso por donde jamás entran ni salen legisladores y por
lo tanto no tendrán ocasión de conmoverse al paso.
Habrá que reconocer que nuestros representantes son
más indulgentes (¿indiferentes?) que los de otros países democráticos, que ya
habrían trasladado este asentamiento frente a un Congreso de la Nación. Y para
eso no sería preciso calificarlos de subversivos. Bastaría una amonestación
como las que reciben los chicos por faltas mucho menores.
Queridos maestros, ustedes merecen tomarse vacaciones
y pasar más auspiciosas fiestas de las que proyectan, autosecuestrados en pleno
centro y apelando a la sensiblería popular con un brindis de agua y té. ¡Por
favor!
Nosotros, los Plateros o dinosaurios, querríamos
ingresar en un año favorable con un ciclo lectivo, ése sí permanente, que
incluya la defensa de causas justas tanto como la convivencia democrática.
Materias que mal o bien supo enseñarnos la señorita, allá en los tiempos de la
escarapela.