Por Julio Bárbaro
Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional,
secretario de Cultura e interventor del Comfer.
Infobae, 18-2-18
Habría una lógica indiscutible cuando un economista o
un pariente intelectual te dicen que la inflación es el fruto de gastar más de
lo que producimos. Estamos todos de acuerdo. Ahora, hay otra lógica más
concreta y desagradable que dice que si producimos lo mismo pero algunos tienen
mucho más y otros tienen mucho menos, la distribución de la ganancia algo tiene
que ver. La distancia entre el que más tiene y el que menos tiene es, en los
últimos cuarenta años, lo que más creció.
Mauricio Macri dice combatir la pobreza desde su
convicción de que la concentración económica no molesta, no daña, es buena.
Mientras otros, entre ellos yo, pensamos que va a terminar elevando aquello que
promete combatir. Entre el marxismo que quería dividir todo y los liberales que
sueñan con quedarse con todo, en medio de esos extremos transita el mundo. Se
habla poco de los países nórdicos, como de todos aquellos que generen éxito sin
pasar por las horcas caudinas del mercado desbordado. Desde la revolución
industrial en Inglaterra hasta la socialdemocracia hay un largo camino con
debates y sublevaciones que terminan en una Europa integrada. Con darse una
vuelta por Estados Unidos y ver a los caídos deambulando como fantasmas, luego
ir a Europa y encontrar una sociedad de bienestar, con ese solo viaje alcanza
para definir la situación del mundo y del ser humano en él.
Somos una sociedad indefensa que recibe los
supermercados franceses que ellos no permiten operar en París. Ellos defienden
el pequeño comercio, son una sociedad pensada, meditada, racional, que limita
al grupo grande en su vocación de destruir a los pequeños comerciantes. Esa
lógica es indiscutible, les permitió mantener a la mayoría de sus habitantes
dentro del sistema. A los estadounidenses no les molestan los caídos, Europa se
hace cargo de ellos. Recorrer Londres, Roma o París lo muestran, el resto es
conocido. Y ni hablemos de Israel, donde el socialismo de los kibutz, el
mercado y el Estado compiten en su exigencia de perfección. Una sociedad donde
la racionalidad se impone y la convierte en eficiente.
Cristina y los Kirchner se habían apropiado de las
banderas del peronismo, como los gobernadores y los sindicalistas. Como dijo
Beatriz Sarlo, el peronismo fue en nuestra sociedad el impulsor del Estado de
bienestar. Juan D. Perón negoció con la guerrilla, pero esta nunca superó la
limitación del marxismo, y le impuso ese virus en su versión resentida y
decadente al oportunismo de los Kirchner. Muchos robaron con la foto de Perón,
hagámonos cargo, y también lo enfrentaron. El Perón del 55 fue derrotado por
confrontativo, el del retorno se abrazó con Balbín y convocó a todas las
fuerzas políticas.
Néstor y Cristina eligen a los que el General echó de la
Plaza, gente que jamás asumió una autocrítica y que, salvo la violencia, no aportaron
ninguna idea digna de ser rescatada.
Si detenemos la inflación permitiendo a las grandes
empresas que ganen sin límites y obligando a los ciudadanos a pagar tarifas
superiores a sus posibilidades, si seguimos en esto, no sucederá lo que propone
el nefasto Raúl Zaffaroni, pero no tenemos por delante, en mayor o menor plazo,
más que el incremento de la miseria y el riesgo de un nuevo default. Cuidado,
esto no implica asignarle razón alguna al cristinismo, era un camino al
precipicio, solo que los nuevos imaginaban una salida que ya está claro que no
existe. Recorrer el mundo buscando inversores está más cercano al ridículo que
a la política, parecido a nombrar en los Estados Unidos a un embajador
especializado en la venta de limones. Lo malo de los empresarios está en su
limitación mental, tanto pensar en ellos mismos que terminan reduciendo al ser
humano al mercader que Cristo expulsó del templo. Eso algo tendrá que ver con
la bronca con el Papa.
La salida no está entre la agresividad frívola de Cristina
y las inversiones que no llegan de Macri, la realidad no está entre el marxismo
que genera dictaduras o el liberalismo que produce miseria. La salida tiene que
ver con la racionalidad, con pensar un país, qué produce y qué consume, qué
vende y qué compra, y cómo sale de sus deudas, pero también cómo impide que los
grandes grupos destruyan las mismas redes de la sociedad.
Los chinos inventaron
un capitalismo que compite controlado por un Estado marxista y les funciona tan
bien que son los que más crecen en el mundo. Las ideologías son instrumentos,
la sublevación del payaso de Zaffaroni no llegará jamás o, si lo hace, será el
mismo día que los inversores que espera Macri. Claro que del otro lado está
Jaime Durán Barba, ambos son patéticos.
La racionalidad es el único camino y se genera entre
todos, aclarando que el Estado, la política, deben imponerles límites a las
ganancias de los grandes grupos que hoy nos saquean y no a los ciudadanos que
agonizan. Macri debe aceptar que ser presidente implica serlo al servicio de
los débiles y parándoles el carro a los fuertes. Hasta ahora hace todo al
revés, por eso no acierta con la salida. Que los otros sean peores es un
consuelo para tontos y no le sirve a nadie.
Necesitamos la racionalidad que
oriente a la política y ocupe el lugar que le corresponde, no ese que hoy
ocupan los que sueñan con los inversores y la magia de los mercados. No es un
sueño, solo una pesadilla de la que necesitamos salir. No por izquierda ni por
derecha, ni mucho menos retornando a los anteriores, solamente asumiendo el
camino del sentido común, que no es poco. Si sale bien o mal parado contra Hugo
Moyano, es secundario, no necesitamos un presidente que dé muestras de
fortaleza, necesitamos que exprese lucidez y voluntad de justicia con los que
menos tienen. Y ese presidente, por ahora, no lo tenemos.