Alberto Buela (*)
Desde que tengo
memoria política-militante; esto es, desde mi primera participación allá por
1964 en el Movimiento Nueva Argentina, siempre escuché hablar sobre Scalabrini
como periodista que se ocupó de dos temas básicos: la ingerencia británica en
Argentina y los ferrocarriles. Así como Silenzi de Stagni se ocupó del petróleo
y Jorge del Río de la electricidad.
Pero Scalabrini no
fue solo un periodista dedicado a la investigación histórica y económica sino
que además fue un pensador. Y este es el aspecto que quiero destacar en estas
breves líneas.
Nació en Corrientes
en 1898, hijo de un inmigrante italiano y de una criolla entrerriana. Estudió
ingeniería en la Universidad de Buenos Aires en donde se recibió de ingeniero y
agrimensor. Falleció en Buenos Aires en 1959. Participó de la revolución
radical de 1933 y después de la derrota viajó a Europa donde estuvo hasta 1936.
A su regreso formó parte del grupo Forja junto con Jauretche, del Maso, del
Río, Alessandro, Dellepiane, Manzi, Ortiz Pereyra, García Mellid, y otros. En
1940 publica sus dos grandes libros: Política
británica en el Río de la Plata y Historia
de los ferrocarriles argentinos.
Como periodista
fundó o cofundó al menos tres periódicos: Reconquista
(1939); El Líder (1956) y El
federalista.
Acá nos vamos a
ocupar de sus tesis político-filosóficas esbozadas en El hombre que está solo y espera, un ensayo escrito a partir de
varios artículos que van desde 1928 a 1931, año en que se publicó. Y así lo
hace notar cuando dice: “las líneas
anteriores fueron escritas y publicadas bajo la dictadura del general Uriburu”
(95)[1]
La primera
intención de Scalabrini fue escribir una novela pero al final terminó en un
ensayo sobre los caracteres del hombre de Corrientes y Esmeralda. Del hombre
porteño por antonomasia pero que viene a representar al hombre argentino en su
conjunto.
Qué paradoja no¡
Qué un no porteño escriba sobre el porteño y además otorgándole valor nacional.
Sobre todo para nosotros hoy en día, donde el porteño está visto en el interior
del país con cierto desprecio por su petulancia y fanfarronería.
Sin embargo no
siempre fue así. Basta recordar a Borges, para quien la ciudad de Buenos Aires
es equivalente a la Argentina. O a los hombres de Tejedor que se consideraban
los verdaderos criollos pues eran porteños. Yo mismo de chico he escuchado
alguna vez decir: Ojo, que este es
criollo porteño. Las letras de los tangos que nos hablan de bien criollo y
bien porteño. Los mismos personajes de nuestra historia como Rosas, Mansilla, Irigoyen,
Sáenz Peña y tantísimos otros, donde se amalgaman los dos rasgos.
“Evalúo la edad del hombre de Corrientes y
Esmeralda en más de veinticinco años y menos de cincuenta” (55), afirma
Scalabrini, y esto dicho entre 1928 a 1931. Coincide con su propia edad. Es
decir, que es el hombre que vivió entre la última década del siglo XIX al final
de la década infame. Esto es, la revolución del 4 de junio de 1943. Este hombre va a estudiar, aquel que
recibe toda la oleada inmigratoria y su primera su primera generación. Es por
eso que a lo largo de todo el libro él distingue dos tiempos:
1) el del Buenos
Aires que recibe a la inmigración “Buenos
Aires no quería mujeres: las repudiaba, aunque el equilibrio estaba ya
seriamente comprometido y en un millón y pico de habitantes había ciento veinte
mil mujeres menos que hombres” (45). Era una ciudad donde no se bailaba ni
se cantaba y el baile llegó a ser sinónimo de licencia y disolución.
2) Y el de los
hijos de los inmigrantes, donde comienza el baile, la fiesta y el tango. No
olvidemos que Scalabrini fue como Borges discípulo del primer metafísico
argentino, el gauchipolítico Macedonio Fernández, quien sentenció de una vez y
para siempre: “lo único que Buenos Aires
no tomó prestado de Europa fue el tango”.[2]
En las primeras
líneas del libro afirma que “procura
indagar las modalidades del alma porteña actual” (13). Y para eso descarta
los viejos tipos del gaucho, el porteño colonial, el aindiado y el cololiche.
“Este hombre de Corrientes y Esmeralda está
en el centro de la cuenta hidrográfica comercial, sentimental y espiritual que
se llama República Argentina. Todo afluye en él y todo emana de él” (29).
Es el hombre por antonomasia que desciende de cuatro razas distintas que se
anulan mutuamente y sedimentan en él. Pero Scalabrini en ningún momento dice
cuáles son.
Nosotros podemos colegir
que está hablando de los europeos, principalmente españoles e italianos, de los
indios, de los negros y de los de medio oriente (árabes y judíos). Esta tesis
la utiliza para afirmar que: “Nada humano
le es chocante, porque no le atenaza la herencia de ningún prejuicio localista”
(31). En definitiva, el porteño no es hijo de nadie. Y eso lo muestra en
esa capacidad para salir de apuros, para encontrar recursos en sí mismo, en
resolverlo todo en plena pampa.
Y qué es la pampa
se pregunta. Y así como Drieu la Rechelle la definió ante Borges como “Un
vértigo horizontal”, y Ortega y Gasset como una promesa constante, Scalabrini
afirma que: La pampa abate al hombre. La
pampa no promete nada a la fantasía. No entrega nada a la imaginación. El
espíritu patina sobre su lisura y vuela” (39). Más que un vértigo y más que
una promesa, la pampa es una siesta horizontal. Hombres ociosos, taciturnos,
sufridos y altaneros son los hijos de esta llanura, que tienen menos
necesidades y aspiraciones que cualquier otro. Y por eso son más libres.
El europeo invadió
la pampa, la labró, la dividió y la llanura por un tiempo le dio sus frutos
pero poco a poco la tierra se fue recobrando y aplacó los bríos y las
exuberancia del bienestar material. “al
conjuro irresistible de esa metafísica de la tierra la continuidad de la sangre
se quebró. El hijo del colono ya solfea una burla cuando rememora los esfuerzos
del padre” (40)
La funcionalidad
que otorga a la tierra presenta en Scalabrini una ruptura con el pensamiento
cosmopolita e ilustrado y comienzan a aparecer todos los elementos básicos en
la formación de una conciencia nacional.
“Como el hombre de la pampa, el porteño no tenía un
paisaje delante de sí. Estaba solo junto a los años” (50). “Y solamente quiere
saber que está aferrado a esta tierra y al espíritu de esta tierra por sobre
todas las cosas”( 51).
En el hombre de
Corrientes y Esmeralda convergen dos fuerzas; la tierra y lo a ella vinculado
(toda la industria agropecuaria, la exportación, etc.) y el capital extranjero
que implantó mejoras y la fertilizó. En la resolución de esta dialéctica se
juega gran parte del destino de la Argentina.
“El capital es poder de alevosías que no debe
descuidarse” (92) El hombre porteño tiene que rastrear sus manejos y
“palpita” que si en el aprovechamiento del capital estuviera el sacrificio del
país, sacrificaría el país sin escrúpulo alguno. El capital debe de estar
alejado de la función pública, no debe tener ninguna ingerencia en el poder
político nacional. “Lo que el hombre de
Corrientes y Esmeralda no permite es que los extranjeros le birlen las riendas
del gobierno” (97).
Y como un
visionario laico afirma: “Una dañosa
tentación acecha a esta juventud (porteña), un riesgo la sitia: es la de
norteamericanizarse” (56).
Tenemos además de
este aspecto político un marcado aspecto filosófico, más específicamente
caracterológico, del hombre de Corrientes y Esmeralda. Que como dijimos y
reiteramos quiere representar al hombre argentino en su conjunto.
Pero no es una
caracterología al estilo de Teofrasto o de La Bruyère donde se estudian
virtudes y vicios a través de figuras como el inoportuno, el ambicioso, el
impúdico, sino que estudia rasgos psicológicos del hombre porteño como sus
silencios, su habla, su disposición, su emotividad, más al estilo de los
filósofos Renè Le Senne, Gaston Berger y Ludwig Klages, contemporáneos de
Scalabrini.
Así hablando de un
hombre que robó, no es para el porteño un ladrón, porque “las faltas, los pecados, los delitos y los errores no son congénitos,
no son el hombre mismo. Hay una comprensión casi fatalista de gaucho antiguo en
su entendimiento” (130). El porteño no lo descalifica definitivamente.
El porteño en su
afán de no inmovilizar lo humano ha creado un lenguaje de más en más esotérico.
Cada una de sus palabras involucra un centenar de adjetivos castellanos. Así si
dice “reo” quiere decir licencioso, despilfarrador, sucio, nocherniego,
dicharachero, irreverente, disoluto, despreocupado y cien más. “Pelotudo es tanto el honrado, el puntilloso,
el cumplidor, el probo, el enfermizo, el continente, el fehaciente, el
económico, el tacaño, el disciplinado, el circunspecto, el equitativo, el
enfermizo, el pachorriento, como el opa. El opa y sus congéneres tontos, pavos,
secos son pelotudos de lo último.” (128).
Pero hay un tema
que recorre todo el ensayo y es el de la amistad en el hombre de Corrientes y
Esmeralda. Así en las primeras páginas afirma que “La amistad europea es un intercambio. La amistad porteña es un don: el
único de esta tierra”. Mientras que en la última afirma: “Entra en un café de la calle Esmeralda. Allí
está un camarada en el fortín de la amistad. Allí está seguro, habla y se
ríe…ya hay algo nuevo en ese amasijo informe de la amistad” (134). Y
termina el ensayo: “Por primera vez, el
hombre está junto al hombre” (134).
“El porteño no piensa, siente. Siento luego existo, es un
aforismo más apropiado que el cartesiano” (81). De ahí
que Enrique Santos Discépolo pudo definir al tango como un sentimiento trágico
que se baila.
En el café
construye un mundo junto con los amigos. La amistad tiene un sentido
existencial más que social. Y es existencial porque en ella le va la vida: “El porteño no puede estar solo. La soledad
personal lo contraría y atrista. Las tertulias se instalan en el café” (66).
Aristóteles, también
denominado el filósofo de la amistad pues le dedicó tres libros al tema
establece tres tipos de
amistad: a) la que deriva de la mutua utilidad, b) la que deriva del mutuo
placer y c) la que deriva de una preocupación común por los bienes que son de
ambos amigos. Es ésta última la que funda la ciudad =polis. Y este es el rasgo que en definitiva distingue a los griegos
de los bárbaros, que carecen de polis, porque
ignoran las relaciones políticas que se fundan en la antiphilía
u honestas amicitia o amistad
recíproca.
La amistad en Scalabrini sería la segunda, la
que deriva del mutuo placer, aun cuanto contempla un aspecto de preocupación
por los bienes comunes al aconsejar que no queden los bienes del Estado en
manos del capital extranjero: “Lo que el hombre de Corrientes y Esmeralda no permite es que los
extranjeros le birlen las riendas del gobierno” (97).
(*) arkegueta,
aprendiz constante
[1]
Número de página del libro, El hombre que
está solo y espera, Ed.Hyspamerica, Bs.As. 1986
[2] Su
principal libro es No toda es vigilia la
de los ojos cerrados. Scalabrini en
la segunda parte de su libro titulada Libreta
de apuntes, le dedica el primero a Macedonio afirmando: “es la quintaesencia de lo más puro, de lo
más acendrado del espíritu de Buenos Aires”.