Alberto Buela (*)
Los planteos en ética
contemporánea, sobre todo a partir de la Ética del inglés Moore hace ya más de
un siglo y sus sucesores, privilegiaron lo correcto sobre lo bueno. En todo
ello colaboró lo que quedaba de Kant en la escuela neokantiana de Marburgo, la filosofía
analítica europea e insular y los filósofos liberals norteamericanos. A esta
masa de pensamiento debemos agregar el uso de la corrección política= political
correctness, que se impuso universalmente a través del modelo
liberal-socialista o socialista-liberal en todo Occidente y parte de Oriente.
Así, la primacía de lo
correcto sobre lo bueno determina la idea del progreso moral moderno.
El relato del progresismo
político y cultural de nuestros días se apoya, sin decirlo y, barrunto que sin
darse cuenta en este principio.
Hoy se juzgan las acciones
como correctas o incorrectas pero no como buenas y malas.
A esto se suma, en el orden
de la ética, que al limitarse a juzgar las acciones se ha dejado de lado juzgar
el carácter moral del sujeto. De modo tal que hoy en día el objetivo de la
ética quedó reducido al juzgamiento de las acciones como correctas o
incorrectas, dejando a un costado la identificación del hombre como bueno o
malo.
Cuando nosotros en la vida
cotidiana decimos “fulano de tal es un buen tipo o un mal bicho” estamos
emitiendo un juicio sobre la persona que realiza habitualmente actos buenos o
malos. Y no nos detenemos en esos actos. Recién en un segundo momento lo
hacemos cuando agregamos: “cumplió con tal o jodió a fulano”, poniendo el
acento en las acciones que realizó.
Es por ello que la hodierna
ética de las virtudes busca antes que nada la formación del carácter del hombre
y no la prescripción de acciones a través de los deberes.
Alguna vez tendrá que
reconocerse en filosofía que los planteos éticos de la modernidad han sido un
fracaso, mientras tanto tenemos que convivir lo mejor posible con un sistema
jurídico costoso, pesado e ineficaz, que termina extrañando al sujeto
contemporáneo de sí mismo.
En nuestro último libro
Virtudes contra deberes pusimos el acento en otro aspecto de esta temática: la
insubordinación del homo consumans= sujeto actual, a cualquier tipo o clase de
deberes.
Y ante este hecho brutal e
incontrastable. Esto es, el sálvese quien pueda y cómo pueda. Es el individualismo
más atroz y la autoreferencia permanente. Y ello no tiene salida para adelante
pues ni el castigo ni el premio han dado resultado. Menos aún la vuelta hacia
atrás en busca de un sistema de valores perdidos.
La única posibilidad de
salir de este dilema es salir por arriba como hizo Ícaro con su hijo Dédalo del
laberinto.
Solo a través de la
recuperación del carácter moral del hombre mediante el ejercicio cotidiano de
la virtud, y eso se logra a través, primero del trabajo, y no pretendiendo ser
de golpe santo o héroe
Pues lo que es obra del
espíritu no obra automáticamente, no surge por sí mismo, ¡Es fruto del trabajo!
Hay que tener en cuenta la
enseñanza de San Francisco de Sales: “Si somos santos según nuestra voluntad,
no lo seremos nunca bien; es preciso que lo seamos según la voluntad de Dios”.
Traducido a nuestro
lenguaje: uno no se hace santo porque quiera ser santo, se hace santo cuando
sigue la voluntad de Dios.
De la misma manera, en el
orden filosófico o meramente humano, uno no se hace bueno porque quiera
realizar actos o acciones buenas, uno es bueno, porque es bueno. Porque
previamente ha formado su carácter en la práctica de la
virtud=areté=excelencia.
(*) buela.alberto@gmail.com
Arkegueta, aprendiz
constante