y la luz de la conciencia
Por INFOVATICANA | 18
septiembre, 2020
He dedicado buena parte del
tiempo libre del que he gozado en la última semana a leer un libro que me ha
gustado mucho y que no puedo dejar de recomendarte. Se trata de Tomás Moro. La
luz de la conciencia, un ensayo con tintes hagiográficos escrito por el
académico italiano Miguel Cuartero Samperi y prologado, además, por el cardenal
Robert Sarah.
Comprendo que a priori te dé
pereza leer una biografía -¡una más!- de santo Tomás Moro, un personaje sobre
el cual versan cientos de libros y un buen puñado de series y de películas.
Pero, en este caso concretísimo, no debes dejar que la pereza te venza. En
primer lugar, porque el ensayo que nos regala Miguel Cuartero es bien distinto
a cuantos se han escrito sobre Moro; en segundo lugar, porque, en esta época en
que se promulgan leyes inicuas por doquier, hay pocas figuras históricas más
relevantes que este mártir inglés.
Detengámonos en la primera
observación. Efectivamente, Tomás Moro. La luz de la conciencia no es una
biografía al uso. No encontramos en ella ni una (fatigosa) sucesión de
acontecimientos ordenados cronológicamente ni una abrumadora profusión de
datos. Muy al contrario: las vicisitudes existenciales de Tomás Moro aparecen
entremezcladas con sutiles reflexiones sobre la naturaleza y las exigencias de
la conciencia, esa voz interior de origen como divino que, debidamente formada,
nos conmina a hacer el bien y evitar el mal, a elegir la virtud y rehuir el
vicio.
La vida de Tomás Moro, como
la de Sócrates y la de Antígona, estuvo marcada por una continua sumisión a
este eco de origen divino. De hecho, en la hora más oscura de su existencia,
cuando tuvo que elegir entre la obediencia a un soberano enceguecido por la
avidez de poder —Enrique VIII— y la lealtad al Dios que amaba, entre la ley
humana y la ley divina, Moro obró como siempre había obrado. Aun sabiendo que
al hacerlo firmaba su propia condena de muerte, siguió los dictados de esa voz
que se alzaba límpida desde las profundidades de su ser para advertirle de una
verdad tan rotunda como incómoda: que más vale perder la vida que cometer una
injusticia para preservarla.
En esta época en que los
parlamentos han degenerado en sórdidas fábricas de leyes injustas y en las que
los hombres se someten con pasmosa docilidad a las arbitrariedades del poder,
el ejemplo de Tomás Moro se torna alegremente luminoso.