Pablo Sirvén
La Nación, 03
DE DICIEMBRE DE 2017
A un cuando se presente por causas naturales, la
muerte suele producirnos intolerables angustias filosóficas a quienes
transitamos por la vida. Pero en la Argentina ese pesar se multiplica de manera
exponencial por los múltiples factores tan evitables que aceleran sus tiempos
increíblemente con inusitados grados de crueldad. Y no sólo por los miles de
desaparecidos que dejó la dictadura militar, sino por la mortífera combinación
de desidia, corrupción y esa inconsistente convicción de que estamos preparados
para superar imponderables aun cuando todo nos juegue en contra. Por ese
tríptico nos damos cíclicos porrazos fatales que se podrían haber evitado.
De Cromagnon a la fiesta electrónica de Costanera, de
la tragedia de Once a los 42 gendarmes que se desbarrancaron en Salta, de la
luctuosa inundación en La Plata a los 44 tripulantes del submarino ARA San Juan,
pasando por los miles de muertos por rutas en mal estado, la inseguridad
generada por el delito y el paupérrimo estado de la salud pública, en todos los
casos inciden déficits presupuestarios, ausencia de protocolos y las malditas
irregularidades que desvían recursos para enriquecer bolsillos personales o que
son pésimamente asignados a actividades menos importantes.
A toda esta lista monumental de víctimas a las que se
les tronchó la vida se suman en menos de cuatro meses dos muertos más en zonas
y circunstancias similares: Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. También ellos
bastante parecidos entre sí: demasiado jóvenes, demasiado idealistas y
demasiado manipulables por quienes los atrajeron hacia sus irregulares
convocatorias, con las que poco parecían tener que ver, sin advertirles de los
peligros a los que los sometían, ni cuidarlos mínimamente cuando las
situaciones se desmadraron. En el primer caso, un corte de una ruta nacional;
en el segundo, la violenta resistencia a un desalojo de tierras públicas
usurpadas. El tema de las últimamente reactivadas reivindicaciones mapuches,
presentes en ambos casos. A pesar de estos y otros múltiples puntos de contacto
entre el caso Maldonado y el caso Nahuel, poco y nada es lo que han aprendido
el Gobierno y sus fuerzas de seguridad, la Justicia y los grupos que protestan
para corregir y no repetir los garrafales errores que llevan hacia abismos
mortales.
En estos días el jefe de Gabinete, Marcos Peña,
explicó lo obvio: que no se puede poner en un plano de igualdad a efectivos
armados que representan al Estado con grupos insurrectos. En tal sentido
también fue categórico al respecto el presidente Mauricio Macri al decir que
"nuevamente hemos visto cómo grupos minoritarios intentan llevarnos a la
agenda de la violencia".
Pero sigue sonando mal, o exigiría al menos más
matices por parte de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich cuando le da un
respaldo incondicional a la Prefectura, máxime cuando Nahuel fue muerto por la
espalda, mientras la hipótesis de armas mortíferas del lado rebelde no termina
de corroborarse. Grave.
Está claro que el Estado actual ya no mira para otro
lado en esta problemática, como sucedía durante el gobierno anterior y, además,
se ve impelido a actuar con urgencia por el abrupto agravamiento del conflicto,
que viene acompañado, por si fuera poco, por activos intereses políticos ajenos
al tema, pero que ven allí una nueva oportunidad para minar la sustentabilidad
de las actuales autoridades. La autopsia de Maldonado, avalada por 50 peritos,
los dejó, por cierto, en una posición más que incómoda y evidenció lo mentiroso
del manijeo por una "desaparición forzada" que nunca existió.
Eso no releva a la Gendarmería de explicar con
claridad por qué llegó hasta el borde del río Chubut si lo único que tenía que
hacer era despejar la ruta 40. Es evidente que Maldonado no se ahogó por una
travesura turística. Pero también hay que investigar hasta qué punto hubo, o
no, abandono de persona por parte de sus eventuales acompañantes.
Ahora que algunos cuantos mapuches no se sienten
argentinos y se acordaron de que viven aquí desde hace 14 mil años (¿se
imaginan que descendientes actuales de los remotos troyanos y etruscos
reivindicaran la posesión de tierras en Roma porque fueron sus antiguos
habitantes?), el Gobierno se enfrenta a una situación beligerante si la
escalada sigue su curso y se agrava. Y no alcanza para nada el atisbo de
diálogo iniciado. Hay que trabajar más en ese aspecto.
Tenemos fuerzas de seguridad que evidentemente no
están capacitadas para enfrentar esa grave hipótesis porque sólo saben
manejarse en dos extremos: o mantenerse inermes (como las obligó el
kirchnerismo cuando gobernaba) o matar. En el medio, nada.
Urge un profundo reentrenamiento que las deje en
condiciones óptimas para saber disuadir sin sangre como sucede en el mundo
desarrollado sin que haya que lamentar las víctimas que aquí se vienen
generando por acción u omisión.
Mucho temple debe tener en estos días el Presidente,
por el drama del submarino y el conflicto con los mapuches. Y como no hay dos
sin tres, llegó ayer desde las huestes de Elisa Carrió un planteo fuerte contra
los radicales porteños, chisporroteos que pueden afectar a Cambiemos. Días
agitados.