Roberto de
MATTEI
catedrático de Historia
catolicos-on-line, 9-11-15
Todos los analistas han puesto de relieve el fracaso
de los servicios de seguridad franceses en este trágico 13 de noviembre. La
causa principal de dicho fracaso, antes que ineficacia, está en la incapacidad
cultural de los estamentos político y administrativo franceses, que no son
capaces de descubrir las causas profundas del terrorismo y los remedios precisos
para combatirlo.
El terrorismo que se extiende actualmente por el mundo
es hijo de la Revolución del 89 y de la larga serie de revolucionarios
profesionales, anarquistas, socialistas y comunistas que entre los siglos XIX y
XX practicaron la violencia masiva y llevaron a cabo los primeros genocidios de
la historia de la humanidad. Los llamados fundamentalistas han injertado la
experiencia del terrorismo europeo en una ideología intrínsecamente totalitaria
como es el islam, religión política que siempre se ha impuesto por medio de la
violencia.
El proyecto de injertar el islam en los valores
republicanos sólo puede surgir de una mente que se niega a comprender el papel
que desempeña la dimensión religiosa a lo largo de la historia, y lo reduce
todo a conflictos económicos y políticos. En esa mentalidad está el origen de
los formidables errores que en la política mediterránea han puesto cometido por
igual la Francia de Sarkozy y Hollande y los Estados Unidos de Barack Hussein
Obama.
Entre finales de 2010 y principios de 2011 se anunció
con bombos y platillos la primavera árabe, con el convencimiento de que la
caída de los tiranos de Egipto, Libia y Siria inauguraría una nueva era de
democracia, libertad y desarrollo social en África y Oriente Próximo. Obama,
Sarkozy y más tarde Hollande estaban convencidos de que se podía realizar una
transición indolora de los regímenes dictatoriales a la democracia, y de que
dicha revolución democráticahabría puesto en manos de los Estados Unidos y de
Francia las llaves de los recursos económicos de aquellos territorios. En
febrero de 2011, Francia empezó a bombardear Libia para favorecer una
revolución democrática por medio de rebeldes yihadistas.
La consecuencia ha sido la escalada del islam radical,
la muerte de 150.000 personas y el estallido de sangrientas divisiones tribales
en el mundo musulmán. Al año siguiente, Hollande apoyó a Mohammed Morsi,
presidente recién electo de Egipto y vinculado al movimiento de los Hermanos
Musulmanes, que se cuenta entre los más entregados a destronar al presidente
sirio Bashar al Assad. En 2013, Francia se esforzó por que la Unión Europea
levantase todo embargo que le impidiese reabastecer con armas, instructores y
ayuda económica a los rebeldes yihadistas sirios.
Ahora nos enteramos de que la masacre de París se
planeó en Siria, en ambientes que hasta hace un año gozaban de la confianza de
Francia. Pero también hay que destacar que los terroristas son inmigrantes de
segunda o tercera generación, de nacionalidad belga y francesa, que han
estudiado en los ghettos urbanos en los que se consuma el fracaso de la utopía
multicultural.
En esa utopía sigue creyendo Barack Obama, que al día
siguiente de la hecatombe declaró: «El lema “libertad, igualdad, fraternidad”
no sólo evoca valores franceses, sino valores que todos que todos compartimos».
Y, por lo que se ve, las autoridades vaticanas también siguen creyendo en dicha
utopía, porque según ellas «los musulmanes pueden participar en el Año Santo»,
ya que, «en un mundo azotado por la violencia, es el momento preciso para
lanzar la ofensiva de la misericordia».
La misericordia es una gran virtud cristiana; ahora
bien, si se la emancipa de otras virtudes como la justicia y la fortaleza, se
convierte en la versión eclesiástica de la cultura laicista de capitulación.
Esa cultura se expresa actualmente en la aceptación de todo desvío cultural y
moral, llegando al punto de incluir el satanismo, antirreligión a la que
incontables jóvenes rinden culto sin saberlo en los conciertos de rock. Nunca
mejor dicho, porque la canción que sonaba en el escenario de la sala Bataclan
en el momento en que los terroristas iniciaban la masacre se titulaba Kiss the
devil (besar al diablo) A la cultura de la muerte, de cuño islámico o
relativista, sólo se la puede afrontar y derrotar con la luz auténtica del
Evangelio.