Augusto Piazza
Informador Público, 30-5-16
Un par de años atrás, en uno de los Congresos de la
Asociación Toxicológica Argentina realizados en Nuestra Patagonia (al menos lo
que queda sin ser del mismo propietario), un investigador argentino exponiendo
sobre su investigación sobre glifosato recibió varias refutaciones de los
profesionales presentes, reconoció públicamente que existen sustancias químicas
más tóxicas que el glifosato, pero dijo públicamente que eligió dicho producto,
por ser como el tero. Explicación confusa que luego aclaró diciendo que “todos
prestan atención cuando el tero grita”, en otras palabras, “hablar del
glifosato” lo coloca en el candelero.
Las expectativas de su charla, anunciada como
magistral, cayeron por el suelo como su credibilidad pero su honestidad llamó
poderosamente la atención. Claro está con el tiempo este investigador siguió
imitando al tero, honestidad cero, hasta llegar a la gran pantalla como asesor
de unos de los candidatos a presidente, quien continua como diputado.
A partir de las retenciones, un grupo de desconocidos
en el ambiente salió a la palestra con golpes bajos, fotos y estadísticas
personales, casi nulo rigor científico versus investigadores con todas las
letras pero sin difusión.
Días atrás, llama poderosamente la atención las
posiciones encontradas de uno de los organismos internacionales sobre la
probabilidad de su efecto cancerígeno, en contra de otros organismos que forman
parte, también, de la Organización Mundial de la Salud. Claramente tienen
diferentes criterios para analizar los mismos trabajos.
Criterio, o sentido común, ése es uno de los temas de
conversación con los alumnos, la capacidad de observación, el análisis crítico
y sin posición tomada. Hace 30 años que se usa el glifosato en Argentina, hace
un poco menos que tenemos empresas que formulan glifosato y unas pocas
sintetizan, unas doscientas marcas comerciales. Entonces, ¿dónde están los
cientos de muertos, los aumentos del 300% en casos de cáncer, las
malformaciones y cientos relatos más? Si fuera así, hoy después de 30 años, no
tendríamos gente en el campo. Existiría una emergencia nacional con respecto a
los trabajadores y usuarios de glifosato, además de grandes importaciones de
alimentos dado que los campos están abandonados porque los que no se murieron,
son enfermos terminales en los hospitales.
Irónicamente, mi abuelo diría “los muertos que vos
matás, gozan de buena salud”. Nadie niega la toxicidad de toda sustancia
química; tampoco desconocemos la relación dosis-exposición, ni somos tan necios
de pensar que todo el mundo hace bien las cosas, pero llegar a asustar y crear
enfrentamientos entre vecinos eso es grave. Prometer juicios millonarios a una
sola compañía, firmar documentos donde un abogado certifica que su enfermedad
es producida por que vive cerca del campo deja ser cómico para convertirse en
trágico, trágico porque el supuestamente afectado pero enfermo realmente sigue
esperando esa fortuna sin recurrir a la ayuda médica que necesita.
Doña Rosa, la escribana, el oculista, el biólogo, el
profesor de matemática, el director de cine conocen más que los especialistas
médicos toxicólogos y médicos oncólogos, incluso más que los profesionales en
ciencias ambientales.
A vuelo de pájaro, irónicamente, si todas las
enfermedades graves surgen solamente en la proximidad a la zona de trabajo
agropecuario, que suerte vivir en la ciudad totalmente alejados de los campos
de soja y sin ninguna enfermedad, tal vez ni necesitemos hospitales o centros
de salud.
Si el tiempo y el espacio lo permiten, profundizando
los temas se podrá entender qué función positiva para la comunidad tiene el
grito del tero y qué intereses mueven a quienes lo imitan.
Ing. Agr. Augusto Piazza MBA
Investigador. Docente universitario.
Miembro de la Asociación Argentina de Toxicología