Alberto Buela (*)
Trabajo
Suele recomendarse
en filosofía, así lo han hecho, entre otros, Heidegger, Zubiri, Bollnow y
nuestro Wagner de Reyna, que la primera aproximación al objeto de estudio sea a
través de un acercamiento etimológico. Porque, como afirma Heidegger: “el lenguaje empieza y termina por hacernos
señas de la esencia de una cosa”[1].
Así comprobamos que trabajo proviene
del verbo latino tripaliare que a su
vez proviene de tripalium= tres palos, que
era un cepo o yugo hecho con tres palos donde se ataban los bueyes y también a
los esclavos para azotar. Vemos como la aproximación etimológica a término
trabajo nos revela su vinculación al sufrir, a cualquier actividad que produce
dolor en el cuerpo. De ahí que el verbo tripaliare
significa en latín atormentar, causar dolor, torturar.
Aclarado el término
pasemos ahora a su descripción fenomenológica. El trabajo, que puede ser
definido como la ejecución de tareas que implican un esfuerzo físico o mental para la producción de algún
tipo de bienes o servicios para atender las necesidades de los hombres, tiene
dos manifestaciones: como opus= obra y
como labor=labor. En tanto que obra
expresa el producto o bien objetivo que produce, mientras que como labor
expresa el producto subjetivo que logra.
Sobre la obra no
hay discusión, la obra está ahí, al alcance de la mano y de la vista, a lo sumo
puede discutirse si ésta está bien o mal hecha. El asunto se complica en el
trabajo como labor, pues implica una subjetividad, la del trabajador. Pues en
la labor está implicada la expresión del propio trabajador. Hasta no hace mucho
se reservaba el término de “labores” a una materia en los colegios de
señoritas. Creo que la materia se denominaba “manualidades y labores”, donde
hilado, el bordado, el tejido y la costura constituían su temática. Es que el
trabajo como labor implica la formación profunda del hombre que trabaja. No es
necesario aclarar que el término hombre comprende tanto a la mujer como al
varón, pues ambos forman parte del género hombre. La lengua alemana posee
también dos términos para designar las manifestaciones del trabajo: Arbeit para obra y Bildung para labor. Y este último tiene el sentido de formación.
Y acá es donde
encontramos nosotros la vinculación entre el trabajo y la escuela: en la
búsqueda no tanto de la información, de conocimientos sino en la búsqueda de la
formación del educando.
Y a esto sobre todo
ayuda el trabajo en una época tan desacralizada como la que hoy nos toca vivir,
pues lo sagrado desapareció de nuestra conciencia habitual. Y la educación en
los valores morales se ha hecho muy difícil, teniendo en cuenta que lo que el
niño ve a diario es corrupción, crímenes, asesinatos, robos, golpizas, droga,
desorden, anomia, etc.
Así el trabajo es el
único medio que tenemos a mano para crear virtud[2], al menos por la
repetición de actos, de levantarnos todos los días temprano aunque no nos
guste. De lavarnos la cara y peinarnos. A cumplir un horario. De tener que
escuchar al compañero de trabajo con sus diferencias y acostumbrarnos a
convivir con el otro, aunque más no sea por ocho o seis horas diarias. El
trabajo limita y morigera el capricho subjetivo, de donde nacen todas nuestras
arbitrariedades y nuestros males.
Y como la virtud se
funda en la repetición habitual de actos buenos, el trabajo nos permite el paso
inicial a la virtud, que es hacer las cosas bien, correctamente, evitando el
daño al otro y al medio ambiente.
En nuestro país
hemos tenido el privilegio de proclamar que existe una sola clase de hombre: el
que trabaja. U otro: gobernar es crear trabajo. Incluso la máxima obra
teórico-política que con rasgos propios y originales se realizó en Argentina
durante el siglo XX fue la
Constitución del Chaco de 1951, donde en su preámbulo afirma:
Nosotros el pueblo trabajador….y no
como las Constituciones de1853, incluso la de 1949 y la actual de 1994: Nosotros el pueblo…al típico estilo
liberal, hijo de los juristas de la Revolución Francesa.
Es que en una época no tan lejana se
sostuvo y se proclamó a los cuatro vientos el ideal de la liberación
por el trabajo y a través de él, el ahorro. Es que el salario justo es aquel
que permite hacer frente a la necesidad de consumo más un plus para el ahorro.
Hoy, por el contrario, el no trabajo y el
subsidio han venido a reemplazar el ideal de la liberación por el trabajo.
Esperemos que no sea para siempre y podamos retomar tan loable ideal.
Educación
Como hicimos con el término trabajo, observamos
que educación viene del latín ducere que
significa guiar, conducir. De modo que educar consiste en poder guiar conducir
al educando al logro de su formación de hombre como tal.
Este ideal
educativo nos viene desde los griegos con su famosa paidéia, que significó la formación del hombre de acuerdo con su
auténtico ser; el de la humanitas romana
de Varrón y Cicerón, de educar al hombre de acuerdo con su verdadera forma
humana; el del mundo cristiano con su idea de ejemplaridad en todos los
tratados De Magistro de los
pensadores medievales que tienen a Cristo como maestro de los maestros y el del
mundo moderno con Johann Pestalozzi y su método.
Todo este ideal
educativo se plasmó en nuestro país a partir de la ley 1420 por la cual la educación primaria tiene como
objeto la eliminación del analfabetismo y la formación en el niño de los
valores morales. (Se enseñan modos, maneras, costumbres. En una palabra, se
enseñan hábitos prácticos etc.)
De igual manera la educación media tiene por
objeto fortalecer la conciencia de pertenencia histórico-política a la Nación a que se pertenece. (Se
enseñan valores ciudadanos y patrios. En una palabra hábitos socio-políticos)
Y finalmente la educación superior que tiene
por objeto entregar un método de estudio sistemático y reconocido, en donde los
logros de los niveles previos se puedan expresar y se detecten las carencias.
Todo este ideal educativo se cuestionó a partir
del último cuarto del siglo XX cuando masivamente la escuela dejó sus ideales
de formación para limitarse, en el mejor de los caso, ha ser una simple
transmisora de conocimientos.
La escuela, y hay que recordarlo una vez más,
como su nombre lo indica es y debe ser antes que nada el lugar del ocio. El término viene del latino schola, el que a su vez viene del griego scolh(scholé) que significa ocio. Antes que cualquier otra cosa, la escuela
es el lugar del ocio. Si se quiere, el lugar donde no se hace nada. Nada de
útil, nada que no tenga su fin en sí mismo. Nada en vista a otra cosa que no
sea la formación del propio educando. El carácter de útil, la utilidad, viene
después de la escuela y es en general una preocupación de los padres. Una vez
que se terminó la escuela se verá si sus enseñanzas son útiles. Pero la escuela
no es otra cosa que el lugar para aprender en el ocio. Es el disfrutar jugando
en el aprendizaje, un aprendizaje que vale por sí mismo y no en vista a otra
cosa. Este aprender es por nada. Tiene un fin en sí mismo que es el acceso al
saber y la sabiduría.
Hace 2500 años Platón en la Carta
VII nos legó una enseñanza perdurable de cómo aproximarnos al saber y la
sabiduría: primero a través del nombre, luego buscando la definición, en tercer
lugar la imagen representada para llegar por último al conocimiento mismo. Y
para que se entienda pone el ejemplo del círculo. En primer lugar tenemos un
nombre llamado círculo, luego buscamos la definición compuesta de nombres y
predicados: aquello cuyos extremos distan todos igual del centro. En tercer
lugar la imagen como representación sensible, copia imperfecta y no permanente
ejemplificada por círculos y ruedas. Para llegar finalmente al conocimiento
mismo, todo ello “después de una larga
convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente,
como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma[3]
Cultura
Cada vez que escuchamos hablar de cultura o de gente culta, asociamos la
idea con la gente que sabe mucho, que tiene títulos, que es léida, como decían
nuestros padres, allá lejos y hace tiempo. Es por eso que ha hecho fama, a
pesar de su demonización política, la frase de Goebbels: Cada vez que me hablan de cultura llevo la mano a mi revólver. Porque
sintetiza mejor que nadie, en un brevísimo juicio, el rechazo del hombre común,
del hombre del pueblo llano, al monopolio de la cultura que desde la época del
Iluminismo para acá poseen y ejercen los ilustrados y sus academias.
Cultivo
En cambio para nosotros cultura es el hombre manifestándose. Es todo
aquello que él hace sobre la naturaleza para que ésta le otorgue lo que de suyo
y espontáneamente no le da. Es por ello que el fundamento último de lo que es
cultura, como su nombre lo indica, es el cultivo.
Cultura es tanto la obra del escultor sobre la piedra amorfa, como la
obra del tornero sobre el hierro bruto o como la de la madre sobre la
manualidad del niño, cuando le enseña a tomar el cubierto.
Vemos de entrada nomás, como esta concepción es diametralmente opuesta a
esa noción libresca y académica que mencionamos al comienzo.
El término cultura proviene del verbo latino colo/cultum que significa cultivar.
Para
el padre de los poetas latinos, Virgilio, la cultura está vinculada al genius loci (lo nacido de la tierra en
un lugar determinado) y él le otorgaba tres rasgos fundamentales: clima, suelo
y paisaje.
Caracterizado
así el genius loci de un pueblo,
éste podía compartir con otros el clima
y el paisaje pero no el suelo. Así como nosotros los argentinos compartimos el
clima y paisaje con nuestros vecinos pero no compartimos el suelo. Y ello no
sólo porque sea éste último donde se asienta el Estado-Nación sino, desde la
perspectiva de Virgilio el suelo es para ser cultivado por el pueblo sobre el
se asienta para conservar su propia vida y producir su propia cultura.
Enraizamiento
Pero
para que un cultivo fructifique, éste debe echar buenas raíces, profundas y
vigorosas que den savia a lo plantado. Toda cultura genuina exige un arraigo
como lo exige toda planta para crecer lozana y fuerte, y en este sentido
recordemos aquí a Simone Weil, la más original filósofa del siglo XX, cuando en
su libro L´Enracinement nos dice: el reconocimiento de la humanidad del otro, este compromiso con el
otro, sólo se hace efectivo si se tienen “raíces”, sentimiento de cohesión que
arraiga a las personas a una comunidad”[4].
La filósofa ha dado un paso más, pues, pasó del mero echar raíces al arraigo
que siempre indica una pertenencia a una comunidad en un lugar determinado.
El
arraigo, a diferencia del terruño que es el trozo de tierra natal, abarca la
totalidad de las referencias a la vida que nos son familiares y habituales. El
arraigo genuino se expresa en un ethos nacional.
Fruto
Luego
de haber arado, rastreado, sembrado, regado y esperado el madurar, aparece lo
mejor que da el suelo: el fruto, que cuando es acabado, cuando está maduro, es
decir perfecto, decimos que el fruto expresa plenamente la labor y entonces,
nos gusta.
Sabor
Y
aquí aparece una de esas paradojas del lenguaje que nos dejan pensando acerca
del intrincado maridaje entre las palabras y las cosas. Nosotros aun usamos
para expresar el gusto o el placer que nos produce un fruto o una comida una
vieja expresión en castellano: el fruto
nos “sabe bien”. Y saber proviene del latín sapio, y sapio significa sabor. De modo tal que podemos
concluir que hombre culto no es aquel que sabe muchas cosas sino el que saborea
las cosas de la vida.
Sapiente
Existe
para expresar este saber un término que es el de sapiente, que nos indica, no
sólo al hombre sabio, sino a aquel que une
en sí mismo sabiduría más experiencia
por el conocimiento de sus raíces y la pertenencia a su medio[5].
Los antiguos griegos tenían una palabra para expresar este concepto: jronhsiV (phrónesis)
Vemos, entonces, como
la cultura no es algo exterior sino que es un hacerse y un manifestarse uno
mismo. Por otra parte la cultura, para nosotros argentinos, tiene que
americanizarse, pero esto no se entiende si se concibe la cultura como algo
exterior. Como una simple imitación de lo que viene de afuera, del extranjero.
No hay que
olvidar que detrás de toda cultura auténtica está siempre el suelo. Que como
decía nuestro maestro y amigo el filósofo Rodolfo Kusch: “El simboliza el margen de arraigo que toda cultura debe tener. Es por
eso que uno pertenece a una cultura y recurre a ella en los momentos críticos
para arraigarse y sentir que está con una parte de su ser prendido al suelo”[6]
Cultura y dialéctica
Es sabido desde
Hegel para acá, que el concepto es “lo
que existe haciéndose”, que para él, encuentra
su expresión acabada en la dialéctica, que tiene tres momentos: el suprimir, el
conservar y el superar. Y no la vulgar versión de tesis, antítesis y síntesis a
que no tienen acostumbrados los manuales. Hemos visto hasta ahora como la
cultura pone fin, hace cesar la insondable oquedad de la naturaleza prístina
con el cultivo, la piedra o el campo bruto, por ejemplo, y en un segundo
momento conserva y retiene para sí el sabor y el saber de sus frutos, vgr.: las
obras de arte. Falta aún describir el tercero de los momentos de esta Aufhebung o dialéctica.[7]
Si bien podemos, en
una versión sociológica, entender la cultura como el hombre manifestándose, “la cultura, afirmamos en un viejo
trabajo, no es sólo la expresión del
hombre manifestándose, sino que también involucra la transformación del hombre
a través de su propia manifestación”[8].
El hombre no sólo se expresa a través de sus obras sino que sus obras,
finalmente, lo transforman a él mismo. Así en la medida que pasa el tiempo el
campesino se mimetiza con su medio, el obrero con su trabajo, el artista con su
obra.
Esta es la razón
última, en nuestra opinión, por la cual el trabajo debe ser expresión de la
persona humana, porque de lo contrario el trabajador pierde su ser en la cosas.
El trabajo deviene trabajo enajenado. Y es por esto, por un problema
eminentemente cultural, que los gobiernos deben privilegiar y defender como
primera meta y objetivo: el trabajo digno.
Esta imbricación
entre el hombre y sus productos en donde en un primer momento aquél quita lo
que sobra de la piedra dura o el hierro amorfo para darle la forma preconcebida
o si se quiere, para desocultar la forma, y, en un segundo momento se goza en
su producto, para, finalmente, ser transformado, él mismo, como consecuencia de
esa delectación, de ese sabor que es, como hemos visto, un saber. Ese saber
gozado, experimentado, es el que crea la cultura genuina.
Así la secuencia
cultura, cultivo, enraizamiento, fruto, sabor,
sapiencia y cultura describe ese círculo hermenéutico de la idea de
cultura.
Círculo que se
alimenta dialécticamente en este hacerse permanente que es la vida, en donde
comprendemos lo más evidente cuando llegamos a barruntar lo más profundo: que el ser es lo que es, más lo que puede
ser.
Resumiendo, hemos
visto como el trabajo genera virtud, al menos mundana o no trascendente, que se
relaciona con la educación en tanto ambas actividades buscan la formación del
hombre en su ser, para que éste pueda plasmar en su vida una cultura genuina,
esto es, vinculada a su arraigo.
(*) arkegueta,
aprendiz constante
[1] Heidegger, Martín: Poéticamente habita el hombre, Rosario, Ed.
E.L.V., 1980, p. 20.-
[2] Otro gran iniciador laico, en algunas virtudes,
es el deporte.
[3]
Platón: Carta VII, 341 c 4. También
en Banquete 210 e
[4] Weil, Simone: Echar Raíces, Barcelona, Trotta, 1996,
p. 123.-
[5] Buela, Alberto: Traducción y comentario del Protréptico de Aristóteles, Bs.As., Ed.
Cultura et labor, 1984, pp. 9 y 21. “Hemos optado por traducir phronimós por sapiente y phrónesis por
sapiencia, por dos motivos. Primero porque nuestra menospreciada lengua
castellana es la única de las lenguas modernas que, sin forzarla, así lo
permite. Y, segundo, porque dado que la noción de phrónesis implica la
identidad entre el conocimiento teórico y la conducta práctica, el traducirla
por “sabiduría” a secas, tal como se ha hecho habitualmente, es mutilar parte
de la noción, teniendo en cuenta que la sabiduría implica antes que nada un
conocimiento teórico”.
[6] Kusch, Rodolfo: Geocultura del hombre americano, Bs.As. Ed. F.G.C., 1976, p.74.
[7] Buela, Alberto: Hegel: Derecho, moral y Estado,
Bs.As. Ed. Cultura et Labor- Depalma, 1985, p. 61 “En una suscinta aproximación
podemos decir que Hegel expresa el conceto de dialéctica a través del término
alemán Aufhebung o Aufheben sein que significa tanto suprimir, conservar como
superar. La palabra tiene en alemán un doble sentido: significa tanto la idea
de conservar, mantener como al mismo tiempo la de hacer cesar, poner fin. Claro
está, que estos dos sentidos implican un tercero que es el resultado de la
interacción de ambos, cual es el de superar o elevar. De ahí que la fórmula
común y escolástica para explicar la dialéctica sea la de: negación de la negación”.