Fernando CHICA, monseñor,
observador permanente de la Santa Sede ante la FAO
catolicos-on-line, julio 2017
Valorizar la agricultura. Este ha sido el lema de la
40º sesión de la conferencia de la FA O que tuvo lugar en Roma del 3 al 8 de
julio. Los datos facilitados por la conferencia dicen que dos mil millones de
personas sufren por falta de micronutrientes y más de 150 millones de niños por
debajo de los cinco años sufren raquitismo, mientras al mismo tiempo unos dos
mil millones de personas tienen sobrepeso y entre ellos se cuentan más de 500
millones de obesos.
Valorizar la agricultura significa actuar sin esperar
que los conflictos hayan finalizado, es más, quizás pueda ser una oportunidad
para dar espacio a las acciones de paz, llevando el esfuerzo de los países a un
nivel amplio y decidido, a partir de las áreas rurales ya abandonadas por
millones de personas que intentan sobrevivir. Análogamente la agricultura puede
ser el instrumento para una transición pacífica en el posconflicto, como se
deduce del plano operativo de la FA O para Colombia donde, también con la
reconocida aportación del Papa Francisco, los esfuerzos de paz han alcanzado un
primer objetivo.
Todo esto si se quiere realmente derrotar el hambre y
la malnutrición antes del 2030, para estar en regla con los objetivos que la
comunidad internacional se ha dado con la Agenda 2030 de desarrollo sostenible.
Un documento, este último, que se concentra en el compromiso de cada país a una
cooperación efectiva, así como además a realizar acciones coordinadas también
en el ámbito más extendido de la lucha contra la pobreza. La Ag e n d a ,
también en relación con el Objetivo 2 que indica la eliminación del hambre en
el mundo, llama a una asociación concreta de todos los agentes que pueden
actuar al lado de los estados: el sector privado, la sociedad civil en cada una
de sus formas de organización, las religiones y las Iglesias. La conferencia de
la FA O ha individuado los diecinueve países más afectados a causa de crisis
que se prolongan desde hace años, en las cuales confluyen sangrientos
conflictos, inestabilidad política, cambios climáticos y en consecuencia sequía
o inundaciones improvisas. Es ahí donde reside aproximadamente un 60 por ciento
de los famélicos.
Es ahí donde la FA O hace un llamamiento para
intervenir con prioridad. Pero nos damos cuenta de que esto no basta sin una
verdadera solidaridad entre los países y en los países. Está claro que la
solidaridad, si no entra en esta lógica, permanece solo una mera invocación, un
ejercicio inútil porque está lejana de la justicia que se concreta en la
salvaguarda del ambiente agrícola, pesquero y forestal, en la justa posesión de
las tierras, en salarios agrícolas adecuados y en el acceso al mercado. Para
muchos de los que viven de la tierra y de ella obtienen su fuente de ingresos
se añade también la necesidad de participar en los procesos de toma de
decisiones, todavía irrealizable por la ausencia de las instituciones locales y
por la falta de reglas seguras. Se ha recordado cómo además del abandono de
objetivos comunes basados en valores compartidos, se haya añadido un
preocupante crecimiento del proteccionismo, la prohibición unilateral de las
exportaciones, el acaparamiento de las tierras y acuerdos exclusivos que
satisfacen solo las exigencias egoístas de algunos países y ciertamente no la
de los pobres.
Es suficiente con pensar, por ejemplo, en el ya
consolidado fenómeno de la compra o alquiler de tierras cultivables llevado a
cabo en países en vías de desarrollo por empresas privadas o fondos
especulativos de países desarrollados con el objetivo de incrementar su
seguridad alimentaria. Solo en África, los datos disponibles indican que se ha
adquirido con estas finalidades un tercio de las tierras cultivables. Entra en
la perspectiva de la solidaridad también la capacidad de superar las divisiones
y así garantizar la repartición de los recursos y de las ventajas de los bienes
producidos, así como también entran en dicha perspectiva las relaciones
comerciales fundadas sobre el derribo de las barreras, la transmisión de las
tecnologías, la formación de los menos privilegiados de la sociedad y, sobre
todo, una repartición más amplia de las responsabilidades. En este sentido, ha
sido invocada la necesidad de normas más ecuas en particular para frenar las
subvenciones a la producción y a la exportación de productos agrícolas que son
aplicadas por algunos países de forma individual u organizada.
Una rápida
lectura de los datos dice que alcanzan unos 400 mil millones de dólares al año,
que es mucho más de cuanto se destina a la cooperación internacional para el
desarrollo agrícola, cuya consistencia ha disminuido en términos reales en los
últimos años. Y luego se encuentra la otra cuestión relativa a la eliminación
de las pérdidas y el desperdicio de alimentos, cuya suma es par a un tercio de
los alimentos disponibles.
En relación a la eliminación de las pérdidas la teoría
se encuentra todavía distante de una práctica que requiere no solo el análisis
de la situación y de las infraestructuras existentes sino también la aplicación
de compromisos políticos, jurídicos y económicos que consientan actuar
concretamente para reestructurar, construir infraestructuras y llevar a cabo
intervenciones específicas. La misma toma de conciencia debería también
inspirar cada acción orientada a eliminar el desperdicio de productos
alimenticios, conscientes de que no actuar significa hacer prevalecer motivos
egoístas o partidistas que condenan a los indefensos a morir de hambre o a un
alto riesgo de malnutrición. Durante el transcurso de la conferencia estuvieron
también presentes ejemplos de “buen hacer” para demostrar que una referencia
directa a la realidad de los que trabajan sobre el terreno puede favorecer una
mayor conciencia de que el problema del hambre está vinculado a una estrategia
de desarrollo capaz de prever también cómo reducir y, por consiguiente,
eliminar las pérdidas de alimentos.
Respecto a los despilfarros, en cambio, la cuestión se
traslada a modelos de consumo y estilos de vida, con las directas implicaciones
de carácter ético que las reglas o estrategias adoptadas solo pueden reconocer,
pero no crear. El esfuerzo individual y colectivo es el único camino a seguir.
Más de una intervención durante los trabajos ha recordado que estamos ante la
peor crisis alimentaria detectada después de la Segunda Guerra Mundial. Crisis
que afecta a áreas enteras en guerra, Yemen y Siria por ejemplo, o afectadas
por sequía y conflictos como el de Sudán del Sur, o por inestabilidad política,
como sucede con Somalia y el noreste de Nigeria.
¿Cuáles son las respuestas que
han emergido? Llamada a establecer las líneas de un programa bienal, la
conferencia ha indicado algunas prioridades para la promoción de una
agricultura sostenible, la mitigación y la adaptación al cambio climático, la
reducción de la pobreza, la escasez hídrica, la migración y el apoyo a las
poblaciones rurales golpeadas por conflictos armados, además de todo el trabajo
en curso sobre alimentación, pesca, la silvicultura y la resistencia
antimicrobiana. Todas cuestiones de fuerte tecnicidad, pero que son el vehículo
propuesto por la FA O para obtener efectos positivos sobre la vida de cada
persona y de enteras poblaciones, además de ser el único modo para evitar que
también las intervenciones en las situaciones urgentes se detengan.
En relación al desarrollo agrícola y alimenticio, ha
sido afrontado el tema del uso de la tierra y de los recursos hídricos. En los
últimos años se ha producido un importante impacto negativo del aumento de las
superficies cultivadas a las cuales se suma una demanda creciente de agua
debida a la necesidad cada vez mayor de irrigación y a las exigencias del
sector zootécnico. Cierto el futuro, en el cual también juega un papel el
crecimiento demográfico, exige cambiar el escenario de los consumos: por
ejemplo, para producir un kilo de cereales son necesarios 1500 litros de agua,
mientras que un kilo de carne requiere 15.000. ¿Hasta cuándo puede ser sostenible
semejante consumo? Otras indicaciones han subrayado cuánto sea importante
eliminar distorsiones en los planes de desarrollo, modificar los régimenes
territoriales, reforzar las instituciones que se ocupan de la gestión de la
tierra y del agua y garantizar un mejor acceso al mercado. Según la conferencia
es necesario un mejor gobierno para invertir en terrenos cultivables y en
recursos hídricos como vía de salida precisamente para las situaciones en
riesgo para una mejor gestión de los recursos renovables.
Desde esta
perspectiva no puede ser olvidada la apreciada iniciativa de la FAO, que ha
elaborado las específicas «líneas guía voluntarias relativas a la posesión de
las tierras y a la gestión del agua», obligado completamiento de las existentes
desde el 2004, relativas al derecho a la alimentación. Hoy, uno de los mayores
desafíos es el del cambio climático que afecta directamente a la agrigultura en
lo que a actividad para practicar se refiere, cultivos que desaparecerán en
ciertas áreas, pérdida de biodiversidad, disminución de rentas. Las prácticas
sostenibles para mejorar la capacidad de respuesta (resiliencia) a los cambios
climáticos y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero no encuentran
todavía una larga difusión.
Los esfuerzos de la FAO para incentivar su uso, no
podrán aplicarse si falta un buen conocimiento de las políticas y de los
obstáculos financieros e institucionales que impiden la estabilización de la
producción agrícola. Cada país debe actuar, solo o en común, para eliminar
factores que puedan obstaculizar la adopción de prácticas sostenibles: entre
estos incentivos dados a producciones que favorecen cambios climáticos, a
menudo utilizadas también en detrimento de prácticas que promueven un uso más
eficiente de los recursos y la reducción de las emisiones de gas efecto
invernadero. En el contexto de los cambios climáticos, en sustancia, un
desarrollo del sector agrícola requiere el esfuerzo de comprender aquellos
factores que tienen impacto sobre las condiciones de vida de los agricultores y
sobre el ambiente. Una tarea compleja y no siempre fácil, pero que es el único
modo posible para encontrar soluciones no solo útiles, sino eficaces. ¿Pero
realizar todo esto es posible? Del debate se desprende la exigencia de elaborar
políticas adecuadas, junto con la determinación de un concreto compromiso
representado ante todo por mayores aportaciones de los estados, pero además
mediante estrategias a las que puedan suceder inversiones del sector privado.
Es interesante notar que durante el trascurso de los
trabajos sobre este punto todos se han dicho responsables, también por lo que
respecta a la entrega de aportaciones adecuadas que se sumen al balance
ordinario, aprobado por unanimidad, pero cuya suma (mil millones de dólares durante
dos años) sin duda permanece insuficiente respecto a las reales necesidades y
exigencias. Por parte de todos, en sustancia, ha sido manifestada la voluntad
de dar respuestas, pero todos esperan que no se trate solo de anuncios, sino
que se pase a la acción. La nota final de la conferencia, efectivamente, es
amarga: la convicción de que continuando las actuales condiciones, eliminar el
hambre antes del 2030 es una empresa imposible. Para alcanzar esa meta será
necesario prever estrategias capaces de no excluir alguna aportación entre
donantes y algún componente entre los beneficiarios.
Análogamente, existirá la
necesidad de programar una forma sostenible de producción agrícola acompañada
por la capacidad de elaborar y aplicar respuestas adecuadas no solo en relación
al uso de los terrenos, a los recursos agrícolas, forestales, pesqueros, del
agua o a su producción y comercialización, sino también en relación a la
continuidad de vida de las personas y de enteras comunidades.
(Publicado originalmente en L'Osservatore Romano, el
14.7.17)