Por Jorge Martínez
La Prensa, 29.09.2024
Entre la abundante
obra que dejó el admirable Juan Luis Gallardo, fallecido el pasado mes de
agosto a los 89 años, un título suele destacarse por su intención formativa y
la claridad con la que está escrito. Se trata de Crónica de cinco siglos:
1492-1992 , el magnífico repaso de la historia patria cuya primera edición
apareció en 1995.
En la nota
preliminar, Gallardo explicaba que lo había escrito pensando en los jóvenes
argentinos, “que se interrogan sobre el pasado para tratar de entender el
presente e intentar prever el futuro” . Suponíamos que esa necesidad se volvía
más intensa a la hora de abordar el pasado reciente, motivo por el cual se
había propuesto ser más minucioso en los capítulos que seguían a la revolución
de 1943.
El libro, aclaraba
Gallardo, era un “trabajo sencillo, desprovisto de toda pretensión erudita”. Lo
había llamado “crónica” porque él no era historiador; mientras que su afán
primordial consistió en ser “ameno y razonablemente ecuánime” .
Por ello sus
páginas no albergaban “querubines ni satanases, monstruos abominables ni
paladines refulgentes: tan sólo los hombres y mujeres que construyeron nuestra
nación, con sus virtudes y sus miserias”. Advertía, eso sí, que el texto
dejaría ver “algunas de mis preferencias y antipatías, cosa inevitable ya que
no carezco de ellas” .
La obra, según la
tercera edición corregida que publicó Vórtice en 2007, estaba dividida en 44
capítulos de extensión breve y riguroso orden cronológico. Al final de cada uno
de ellos apareció un pequeño recuadro que, con intención didáctica, destacaba
un dato curioso o revelador de lo que acababa de narrarse. Todo con un prólogo
pertinente firmado por el P. Aníbal Fosbery.
Síntesis
El logro más
destacado de Gallardo, aunque no el único, es la acertada síntesis con la que
resumió un tema vasto y de múltiples aristas . Lo conseguí respetando un
esquema general pero también gracias al estilo, que es conciso sin ser inexpresivo,
y ágil sin abrumar con datos o fechas sacadas de contexto.
Gallardo comienza
su libro en 1492, con el descubrimiento de América, para dejar en claro el
origen hispano y católico de lo que llamamos “la Argentina”. Recuerda por eso
que la conquista incorporó “a la Civilización Cristiana un inmenso continente”
y exalta a quienes se adentraron en “las vastas regiones conquistadas”. “Fueron
soldados los que afirmaron su posesión -subraya-, misioneros los que las
evangelizaron, doctores los que las injertaron en una cultura milenaria,
heredada de Grecia y Roma” .
Cuando se interna
en el segmento más específico de nuestra historia, no eluden los temas
controvertidos, esos que suelen ser minimizados o soslayados en la
historiografía oficial. Así, comenta el papel sospechoso que tuvo la masonería
en determinados acontecimientos clave; registra la insistencia en sancionar
leyes contrarias a la moral católica tradicional, como la del divorcio, que fue
vetada por Yrigoyen y fomentada por Alfonsín, y pone de manifiesto los
verdaderos efectos -no los idealizados- de la Reforma universitaria de 1918.
Pero su pluma
siempre está dispuesta a rescatar, con inspiración poética, lo más valioso de
entre el tumulto de episodios, como el rechazo a las invasiones inglesas o el
cruce de los Andes. Respecto de la segunda gesta escribe: “No es necesario
contar con una imaginación muy viva para representar el extraordinario
espectáculo que debieron ofrecer las columnas patriotas, estirándose por las
quebradas y progresando junto a los desfiladeros del imponente macizo,
montadas, a pie, con los caballos y mulas de la novia, arrastrando sus cañones,
azules los uniformes, rojas la bocamangas, pardos los ponchos contra el blanco
enceguecedor de las nieves eternas, envuelto el avance por las rachas de viento
helado, animándose los hombres con cantos y gritos de coraje. bajo el centelleo
de las armas” .
ECUANIMIDAD
Es evidente y
logrado su esfuerzo por alcanzar la ecuanimidad. Lo demuestran las palabras con
las que definen las características de “unitarios” y “federales” (esa “singular
dicotomía que corre a lo largo de nuestra Historia, marcándola con un trazo
tantas veces sangriento” ) o las que emplea para abordar los méritos y defectos
de la posterior “Generación del 80”.
Viniendo de un
nacionalista católico de toda la vida, tal vez pueda sorprender su elogio de la
gestión de Agustín P. Justo. “El gobierno de Justo -señaña- resultó un buen
administrador y durante el mismo se llevarán a cabo importantes obras públicas,
tal como ha sucedido frecuentemente en la Argentina cuando un militar ocupa la
primera magistratura”. Asombra menos su categórico juicio favorable de la
presidencia de Juan Carlos Onganía: “Con la asunción del general Onganía quizás
haya tenido comienzo el mejor gobierno que conoció la Argentina en las últimas
décadas” .
Asimiladas dentro
de la narración que fluye con soltura aparecen breves semblanzas de algunos de
los personajes más relevantes de cada etapa. Gallardo otra vez procura ser
medido, aunque a veces se permite una pizca de malicia y otra más de humor.
Es severo con
Rivadavia, de quien recuerda que “quiso abolir las tradiciones arraigadas y,
naturalmente, suscitó primero el recelo y después la resistencia de una
población cuyas costumbres se propusieron alterar extensamente y para siempre”
. Se burla un poco del Sarmiento prócer escolar: “Talentoso, apasionado y
egocéntrico, tuvo notables dotes de escritor. En sus primeros años no faltó a
la escuela porque no fue a ella, ya que lo educó un clérigo que era tío suyo” .
Y no pasó por alto
el “misterio” que rodeó la trayectoria de Hipólito Yrigoyen: “Criollo,
silencioso, cuando hablaba o escribía lo hacía en un lenguaje peculiar,
enfático y elusivo al mismo tiempo, casi siempre enrevesado. Patriota, velo por
la dignidad argentina, manteniendo una política internacional autónoma. Su
madre era hija de un mazorquero ejecutado después de Caseros, hermana de
Leandro Alem, con quien tuvo Yrigoyen serias desavenencias”.
ILLIA Y ALFONSÍN
Con el presidente
Arturo Illia, uno de los tantos herederos del yrigoyenismo, se mostrará más
filoso (“Es astuto, calmoso y lento, encarando los trepidantes problemas que
aquejan al país con la misma pachorra que atendiera a su clientela
pueblerina”). Lo mismo que con el “socialdemócrata” Raúl Alfonsín, de quien
apunta: “Recibido de abogado, no ejerció su profesión, salvo para iniciar la
sucesión de su padre y para firmar, con otros letrados, la defensa de algún
guerrillero detenido. Participó activamente en las pujas del comité radical y
en partidas pueblerinas de naipes, que se prolongaban hasta la madrugada”.
Conforme el relato
supera el final del siglo XIX, Gallardo, que era miembro de una familia con
notable protagonismo político y cultural en estas tierras , empieza a dar cuenta
de esa participación.
Menciona las
funciones que complementó su abuelo, Angel Gallardo, a quien evoca en un
recuadro por su actuación en la “Revolución del Parque” de 1890. Destaca que su
padre, Luis F. Gallardo, integró la “Legión Cívica” creada después del golpe.
de 1930. Acota que un tío, Guillermo Gallardo, fue preso tras participar de la
fallida sublevación contra Perón de 1951. Y apela a sus propios recuerdos de
situaciones en las que estuvo presente, como la manifestación del día de Corpus
Christi de junio de 1955. , donde terminó quemada una bandera argentina en un
hecho confuso que fue usada por el peronismo “para acusar a los católicos de
traición a la Patria” y que “éstos imputaron al gobierno...devolviendo la
acusación” .
En unos de los últimos
capítulos cita las estrofas que “cierto poeta” (es decir, él mismo) se dirigió
al célebre “corte de manga” con que un joven oficial argentino prisionero
reaccionó a la rendición en Malvinas, gesto que quedó inmortalizado en una
filmación. de los propios vencedores.
El plan original
de la obra, recordó su editor en Vórtice, Alejandro Bilyk, contemplaba trazar
un recorrido histórico que avanzara desde la Conquista hasta la recuperación de
Malvinas.
“Ese era el
periplo de los 'cinco siglos' -recuerda Bilyk-, el verdadero inicio y el mejor
cierre, como se advierte en la acuarela (hecha por el propio Gallardo) con la
que quiso ilustrar la tapa de la primera edición, donde se dan la mano el
conquistador español y el soldado de Malvinas”.
Los destinatarios
del libro, ya se ha dicho, eran los jóvenes, y la gesta del Atlántico, un
posible modelo donde inspirarse hasta que concluya esa “larga espera” en la que
imaginaba estancada a la Argentina. Una espera que, según puede leerse en las
líneas finales del volumen, determinaba dos obligaciones: “la de saber seguir
esperando, aun contra toda esperanza; y la de asumir el deber patriótico de
empeñarse por verla transformada en jubilosa realidad” .