sobre la violencia de los 70
Julio Bárbaro
Infobae, 01 Sep,
2024
Se ha instalado un
debate sobre Victoria Villarruel y los desaparecidos. Un debate interesante,
que muchos ubican en una posición negacionista.
Hace unos días, me
convocó una periodista para hacerme una entrevista sobre el aniversario de mi
secuestro, tema que yo tenía en el olvido, pero el recuerdo de ese hecho,
llevado a cabo por un personaje tan oscuro como Aníbal Gordon, me instó a
reflexionar sobre este complejo debate de los caídos de un lado y del otro.
No participo de la
discusión sobre si Victoria Villarruel es peronista o no, me parece un debate
sin contenido. El asunto central es el de las víctimas de ambos lados como
parte del dolor de la sociedad, lo cual no implica mi aceptación, ni siquiera
remota, de la teoría de los dos demonios. Sin duda alguna, la dictadura fue
atroz en su masacre, aunque nunca digo treinta mil, sino diez mil desaparecidos
y agrego que en la lucha de los deudos, las madres y las abuelas, se arrastró
cierta reivindicación de la guerrilla, que no acepto. No hay dos demonios, pero
tampoco puedo asumir la existencia de un demonio y un santo. La guerrilla en
democracia fue traición a la patria.
Eso no sitúa a los
guerrilleros en el lugar demoníaco, tampoco en el de héroes. La violencia
contra la dictadura merecía respeto, pero su continuación en democracia la
tornó deleznable, y me parece que aclarar ambos temas significa instalar las
bases para una futura pacificación, que no pasa por reivindicar el lugar de la
Vicepresidenta como tampoco asumir su planteo que conlleva aquella teoría. De
poco sirve y poco nos ayuda.
España pudo lograr
un encuentro -un millón de muertos dejó la atroz Guerra Civil del 36- en el
Pacto de la Moncloa, donde un personaje como Santiago Carrillo, jefe del
Partido Comunista, se juntaba a discutir con un representante del franquismo,
Fraga Iribarne, lo que en alguna medida suponía para España la posibilidad de
una pacificación. Cuando vino Tzvetan Todorov a la Argentina y vio la placa de
los caídos en el Parque de la Memoria, señaló que mientras no estuvieran todos
los nombres en un mismo espacio recordatorio, nosotros no la lograríamos. Por
ese motivo, apuesto a la necesidad de que los derechos humanos sean compartidos
por toda la sociedad sin que ello presuponga la teoría de los dos demonios.
Creo, sí, que casos como el de José Rucci deben ser asumidos y penalizados. Sin
embargo, no estoy de acuerdo con el planteo de la Vicepresidenta de que los
montoneros sobrevivientes deberían estar presos, aunque tampoco me resulta
soportable su reivindicación como héroes. Condenados habían sido, fueron
indultados por Carlos Menem. Nadie parece -o quiere- recordarlo o mencionarlo.
Jugaron en contra de la democracia, y ese hecho lastima la imagen que nos
quieren imponer de aquella dolorosa y oscura etapa.
Jamás vería de
buen grado la liberación de los genocidas. Lo triste es que esa demencia es, en
mi opinión, la expresión profunda, ideológica y antidemocrática de los sectores
basados en la concentración económica, que hoy lograron un salto de calidad
exorbitante al poder instalar su pensamiento en democracia. Y están llevando
adelante su maquiavélico plan de hundimiento de la nación. Creo que los errores
de la fanatización de los Derechos Humanos, deformados y apropiados por un
grupo político convertido en secta, permitieron, por la necedad de nuestro
comportamiento, que lo peor de esa derecha que decimos condenar se convierta en
poder democrático.
Cuando Perón nos
trae el diálogo con los radicales y el resto de las fuerzas políticas, nos
ubica en el único camino posible para transitar la democracia y la defensa de
los humildes. Cuando Néstor y Cristina eligen la fractura, están optando por la
derrota. Quiénes somos mayoría en lo electoral, jamás lo seremos apoyando al
sectarismo que se aparta del campo popular para instalarse en el de los
intelectuales, desconocedor de las necesidades de la clase trabajadora. De ese
sector dependió la violencia guerrillera que cuestionaría el poder del General
Perón en su retorno. Difícil olvidar que la guerrilla ingresa en el peronismo
asesinando a Aramburu y termina siendo repudiada por el mismo Perón al asesinar
a José Ignacio Rucci. Creo recordar mi frase de despedida en el parlamento: “Ignoro
si pertenecían a la CIA o a la KGB, sólo sé que atentaron contra la Patria”.