sólo teólogos progresistas en el equipo de
Fernández
Stefano Fontana
Brújula
cotidiana, 25_09_2024
Los nuevos
consultores del Dicasterio para la Doctrina de la Fe han sido nombrados, y la
elección está marcada predominantemente a favor de la teología progresista. La
columna vertebral de los nuevos consultores está formada por teólogos que
siempre han cuestionado la encíclica Veritatis splendor de Juan Pablo II; que
han preparado y apoyado las novedades de Amoris laetitia; que quieren cambiar
lo que la Iglesia dice sobre el matrimonio y la sexualidad; teólogos que
afirman que la Humanae vitae es reformable; que entienden el amor en sentido
amplio y como un proceso que acoge a todos, teniendo en cuenta que unos pueden
estar más adelante y otros más atrás, pero nadie está fuera; que están
perfectamente en línea con las exigencias sinodales de la neo-Iglesia; que
hablan mucho de conciencia y de discernimiento asignándoles la misma
importancia que juega la ley natural y divina en la vida moral; y que rechazan
el concepto de ley natural interpretándola a lo sumo como una sedimentación de
los muchos actos de discernimiento históricamente sucesivos.
Hay figuras
históricas del progresismo teológico, especialmente en teología moral, como
Aristide Fumagalli. También se ha nombrado consultor a Maurizio Chiodi, que en
2022 en un artículo publicado en una revista dehoniana dijo que la enseñanza de
la Humanae vitae podía cambiarse. El nombre de Chiodi es muy significativo
porque está estrechamente relacionado con los acontecimientos del Instituto
Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, donde se trasladó
para enseñar de Milán a Roma. Se puede decir que él es como el emblema de esta
“operación” de Francisco y Paglia para acabar definitivamente con la enseñanza
de Juan Pablo II sobre estos temas, transformando de raíz la fisonomía del
Instituto que él quiso y que llevaba su nombre.
A quienes han
seguido de cerca estos acontecimientos probablemente no les ha sorprendido su
nombramiento como consultor del Dicasterio del prefecto Fernández. Hay muchos
otros, desde Pier Davide Guenzi, teólogo moralista que preside la
asociación de categoría, hasta Antonio Staglianò que en cambio preside
la Academia Pontificia de Teología, pasando por Giacomo Canobbio que
querría una Iglesia democrática en el sentido de democracia política, e incluso
algunas glorias históricas como Basilio Petrà. No pretendemos hacer
ninguna lista, pero está claro que la elección ha sido muy cuidadosa. Ya
podemos saber de antemano que un porcentaje importante de los consultores está
a favor de cambiar la doctrina de la Iglesia sobre la contracepción, la
homosexualidad, el matrimonio, el amor conyugal, la teología del cuerpo, y de
cambiar sustancialmente la moral católica en general. Y lo sabemos porque ya lo
han hecho y lo han escrito.
En el imaginario
común, cuando oímos hablar del Dicasterio para la Doctrina de la Fe pensamos en
algo parecido al antiguo Santo Oficio. Por supuesto, sabemos que ya no se llama
así, ni siquiera Congregación, pero imaginamos que ha conservado algo de
tradición y autoridad, algo relacionado con la defensa de la doctrina, con la
denuncia de las desviaciones, con la advertencia a los fieles contra las
adulteraciones de la verdad tanto en el campo de la ley natural como en el de
la verdad revelada.
Tomemos como
ejemplo la vida de este Dicasterio durante el pontificado de Juan Pablo II y
bajo la dirección del cardenal Ratzinger. Hubo pocas condenas directas en
comparación con el pasado, pero se elaboraron muchos documentos oficiales de
clarificación sobre cuestiones delicadas. Los fieles siguen pensando en algo
así: no importan las condenas de teólogos y publicaciones que difieren de la
doctrina, pero al menos las aclaraciones doctrinales tienen que seguir
existiendo. Ahora, sin embargo, ya no es así, y se equivocan quienes todavía
piensan que es así. El sentido de esta antigua Congregación ha cambiado,
transformándose ahora en un estímulo para la investigación teológica dirigida
al cambio.
Francisco lo había
dicho en la carta personal que envió al cardenal Víctor Manuel Fernández con
ocasión de su nombramiento como Prefecto del Dicasterio: es necesario evitar
los “métodos inmorales” de condena utilizados en el pasado, ya no hay que
perseguir los errores doctrinales, sino promover la investigación teológica,
estimular el carisma de los teólogos no según una “teología de escritorio” y
utilizar todas las filosofías sin excluir ninguna. Nadie, por tanto, debe esperar ya del Dicasterio una
palabra final sobre una cuestión controvertida, sino lo contrario: la
recusación de las certezas y la apertura de las cuestiones controvertidas. De
hecho, si examinamos todos los documentos firmados hasta ahora por Fernández (y
por Francisco) vemos que pretenden desconcertar y ya no confirman nada, son
provocadores y a veces incluso escandalosos. El nuevo Dicasterio para la
Doctrina de la Fe invita no a creer lo que dice sino a disentir, y para ello
nombra consultores a los que hasta ayer eran los teólogos del disenso. Parece
que las protestas de los años setenta han llegado al Palacio del Santo Oficio y
desde allí pretenden ser (contradictoriamente) normativas.
No creemos que los
Consultores no sean importantes. Lo son más que los propios miembros, del mismo
modo que los teólogos lo fueron más que los Padres conciliares en el Vaticano
II. Por supuesto, no hablamos de todos los Consultores, pero los que conocen el
funcionamiento de la Santa Sede saben que hay Consultores que no son
consultados y otros que sí lo son. No cabe duda de que este último es el caso
del grupo de teólogos progresistas que acaban de ser nombrados.