de Católicos y Vida Pública: para actuar en
tiempos inciertos
23 de septiembre
de 2024 - Religión en Libertad
Normalmente, en el
Congreso Católicos y Vida Pública de Madrid, que ya ha celebrado 25 ediciones y
anuncia ahora la 26ª, los congresistas elaboraban un manifiesto recogiendo sus
inquietudes centrales.
Este año es
distinto: al presentar el congreso, que tendrá lugar del 15 al 17 de noviembre,
hoy se ha difundido también el manifiesto que lo encauza, con el título
"Quo vadis. Pensar y actuar en tiempos de incertidumbre".
Este año los
codirectores del congreso son José Masip, vicepresidente de la Asociación
Católica de Propagandistas, y una veterana expolítica y activista, María San
Gil, vicesecretaria general de la ACdP y directora del Observatorio CEU de
Víctimas del Terrorismo.
José Masip ha
recordado que Católicos y Vida Pública siempre ha querido aglutinar a todos los
movimientos y asociaciones católicas para poder actuar en común y dar
testimonio de nuestra fe. “Nació para ser un foro de encuentro en el que fueran
los movimientos y la sociedad quienes cogiesen protagonismo, no la ACdP”, ha
explicado.
Ante "una
preocupante pérdida de valores" ha animado a los católicos a
"posicionarnos e intervenir en la vida pública más intensamente".
María San Gil ha
leído el manifiesto ante la prensa, en el que se rechaza el
"extremismo" y "el relativismo" y se pide a los católicos
“un redoblado esfuerzo en la defensa de sus fundamentos: la defensa de la vida,
la familia, la cultura del esfuerzo, la dignidad y la naturaleza de la persona
humana”.
El manifiesto
avisa: "los fundamentos humanistas de nuestra civilización están siendo
atacados en su raíz”. Por eso pide "la transformación de un catolicismo
social, por lo general silencioso e irrelevante, en una minoría creativa, tal y
como interpelaban tanto Benedicto XVI como Francisco".
Publicamos a
continuación el Manifiesto completo.
***
Quo Vadis? Pensar
y actuar en tiempos de incertidumbre
Manifiesto del
XXVI Congreso Católicos y Vida Pública (2024)
El dramático y, a
su vez, verdadero enunciado de “Quo vadis” con el que titulamos este XXVI
Congreso Católicos y Vida Pública nos confirma una ecuación inequívoca: “cuánto
mayor es la pérdida de referencias permanentes, más desorden político y social
existe”.
Un concepto,
“pérdida de referencias permanentes”, con el que se quiere señalar el
ocultamiento de todo lo que expresa la transcendencia del ser humano, así como
la construcción de un orden social y político basado en la premisa más o menos
explícita de “vivir como si Dios no existiera”.
Una opción
definida por un craso materialismo que no pueda dejar de llevar a la
civilización occidental a la decadencia, a la crisis y al desorden.
En paralelo, y de
un modo acuciante, nos enfrentamos a un relativismo moral que está en el fondo
de una crisis, quizá sin precedentes, que pide de los católicos un redoblado
esfuerzo en la defensa de sus fundamentos: la defensa de la vida, la familia,
la cultura del esfuerzo, la dignidad y la naturaleza de la persona humana.
La defensa hoy de
los fundamentos cristianos de nuestra sociedad no es un ejercicio de
“fundamentalismo”, sino que, por el contrario, significa ser vanguardia del
debate principal del futuro de nuestras sociedades.
Existe un
sentimiento de desmoralización que es la consecuencia de una cierta impotencia
ante el avance y la imposición sistemática de una nueva sociedad, de un
desorden social, que nunca ha sido ni explicado ni votado, sino que, por el
contrario, ha sido silenciado.
Ese sentimiento de
desmoralización, fruto de la crisis del valor de la verdad, de una moral
objetiva y también de ánimo, impulsado por la comodidad, nos arrastra a un
individualismo feroz.
De forma
paradójica en Occidente, este relativismo convive con el extremismo en el
ámbito político. Si el relativismo está en el fondo, en la causa de la pérdida
de referencias permanentes, el extremismo tampoco es la solución a los
problemas de una sociedad que necesita cohesión y fundamentos.
Si la crisis es de
fundamentos, la solución de verdad estará en el fortalecimiento de los mismos,
no en la búsqueda del extremo, y mucho menos en la insistencia del relativismo.
Si la crisis está en la persona, la solución, de verdad, pasa por un cambio de
actitud personal.
Es preciso, por
tanto, que los católicos tomemos conciencia del papel que nos corresponde,
convoquemos a una nueva generación y salgamos de un intento de marginación y
desprecio de una moda dominante, que parece empeñada en no entender la causa de
la crisis.
Tan equivocada es
la consideración de que todos los católicos pensemos lo mismo en todas las
cuestiones políticas, como concluir que no tenemos cohesión alguna en el ámbito
público, razón por la que deberíamos abstenernos de toda toma de posición
social y política.
No se trata de
buscar, encontrar y apoyar una opción política partidaria, sino de enunciar y
articular una estrategia o un conjunto de iniciativas, a modo de plan que
contribuya a una toma de conciencia de la gravedad de la situación, conscientes
de hasta qué punto los fundamentos humanistas de nuestra civilización están
siendo atacados en su raíz.
Reiteramos que el
papel de los católicos españoles y europeos en este ámbito resulta esencial y
determinante. Si no lo impulsamos nosotros, nadie lo hará.
Por todo ello,
creemos que la transformación de un catolicismo social, por lo general
silencioso e irrelevante, en una minoría creativa -tal y como nos interpelaban
tanto Benedicto XVI como Francisco-, constituye un reto irrenunciable de la
Asociación Católica de Propagandistas y de este Congreso.
Es necesario
insistir en esta tarea, sumando en la medida de lo posible a otros grupos y
movimientos católicos que sientan la urgencia del momento histórico en el que
nos hallamos.