y otras plagas
POR IGNACIO
BALCARCE
La Prensa,
22.09.2024
El novelista
español Juan Manuel de Prada se destaca por pensar por fuera de los
esquemas mentales modernos y mantenerse ajeno a los presupuestos establecidos
por las capciosas ideologías que agitan la politiquería actual.
Es un
tradicionalista sin concesiones. Un antimoderno macizo. Combate con arrojo la
modernidad como modelo existencial que corrompe al ser humano en el entramado
de sus relaciones más profundas. Católico reflexivo, insiste en algo inusual:
pensar desde un tinglado de criterios católicos.
Escritor notable
con relámpagos de genialidad, por las exigencias de la profesión se ha hecho
observador agudo de la condición humana y eso le ha permitido captar con
especial lucidez la manipulación opresora a la que hoy son sometidas las
sociedades por parte de un poder sibilino y omnímodo.
Su crítica
punzante y preclara recae sobre la política al servicio de la plutocracia -lo
que Pio XI llamó “el Imperialismo Internacional del Dinero”- y el penoso lugar
al que han sido remolcadas las masas gregarias que permanecen sumisas y
satisfechas mientras inicuas anti-leyes celebren sus más retorcidos deseos.
EL ESCRITOR
Podemos considerar
a De Prada como un Chesterton español y contemporáneo –la referencia es
ineludible, pero va mucho más allá de la similitud física-. Hay una sintonía de
pensamiento con el maestro inglés, una admiración literaria y un modo de
comunicar a través de ingeniosas ocurrencias bien expresadas que los emparenta.
También podemos
advertir en su pluma y temperamento las huellas de Belloc, E. Hello y León
Bloy, sin embargo, quien marca de modo indeleble su formación intelectual es un
argentino. En repetidas ocasiones ha señalado que el pensador que cambió su
vida, mediante la lectura atenta de sus trabajos, fue el jesuita Leonardo
Castellani. Cincelado por toda esta venerable genealogía su escritura
adquiere carácter fogoso y combativo.
De Prada es un
literato profuso y brillante que domina la lengua de Cervantes con creatividad
e imaginación. Su prosa es nutrida y desbordante, con frases bien articuladas y
pintorescos hallazgos verbales, pasando fluidamente de la novela a los
artículos de opinión, convertido en original intérprete de la vida política,
económica, cultural y artística de las sociedades occidentales.
Alguno dirá que De
Prada es un típico “intelectual comprometido” utilizando la categoría sartreana
con que se designa a los hombres de la cultura y el arte que intervienen en los
conflictos de su época -como había sucedido con Émile Zola a finales del siglo
XIX y principios del XX durante el ruidoso affaire Dreyfus-. Pero nuestro autor
rechaza esa etiqueta con que los poderes establecidos revisten de honor a sus
sacerdotes laicos.
De Prada considera
que los intelectuales son lacayos del poder, los encargados de suministrar la
alfalfa ideológica, difusores de discursos legitimadores, mercenarios volcados
a construir un nuevo y hegemónico sentido común; en definitiva, agentes de la
ingeniería social que establecen falsos paradigmas culturales sin celo ni
preocupación alguna por la verdad y las realidades naturales.
Otros dirán
simplemente que De Prada es un fascista -denunciar fascismo es un modo rápido
de ganar reputación de virtuoso en la sociedad democrática y progresista,
señala el neopagano De Benoist-, pero no lo es en absoluto. Solo es católico y
tiene sentido común, prestigiosos atributos actualmente en diáspora, que lo
configuran como un pensador distinto, como una voz disruptiva que altera la
monotonía de los discursos oficiales.
LÁGRIMAS EN LA
LLUVIA
Su pluma
vertiginosa y ocurrente es espejo de su elocuencia oral. Con ese ingenio
chispeante y su gran capacidad comunicativa llegó a la pantalla chica como
presentador del programa Lágrimas en la Lluvia, emitido entre los años
2010-2013 por la señal española Intereconomía.
Este ciclo que
puede encontrarse en la plataforma de Youtube buscó desde un principio
distinguirse de todo lo que se transmite habitualmente. En tiempos en que la
televisión es un páramo para la inteligencia y el buen gusto -lema que repetía
De Prada- se animó a llevar una propuesta diferente, un programa de reflexión
inaudito, sede para el intercambio de ideas elaboradas y complejas, donde se
abordaban los temas más espinosos con enfoques y argumentos sinceros,
profundos, consistentes y cristianos. Un programa culto que ha devenido en
programa de culto.
De Prada es una
rara excepción mediática. Es una voz incómoda que quiebra la corrección
política, pero a fuerza de talento ha logrado hacerse un lugar y tener sus
seguidores. El régimen silencia y margina a aquellos que asumen ciertos valores
y escapan a las falsas dialécticas que mantienen entretenidas a las masas, pero
en este caso, la fuerza del talento ha vencido a las mordazas de la hipocresía.
La censura lo puede vigilar, pero ante el talento y la coherencia tiene que
rendirse.
El éxito es lo que
el mundo otorga cuando cree que te puede usar y sacarte algo, dice el escritor
que conoció esas mieles temprano, cuando muy joven empezó a ganar premios
literarios. En esa frase aparece resumida su fe cristiana, consciente de que el
mundo es enemigo del alma y que no se puede servir a dos señores. Esa
convicción libera de las vanidades temporales, de las seducciones del dinero,
de los deseos de congraciarse con los poderes y de habitar en los
convencionalismos que la mentira oficial institucionaliza. Tiene claro que los
talentos y la vocación deben desplegarse al servicio de Dios sin esperar las
caricias ni el reconocimiento del mundo.
PARTIDOCRACIA
El autor de La
tempestad es un severo detractor de la democracia partidocrática, cultivadora
de demogresca y división social. Distingue sutilmente la democracia como forma
de gobierno, que es una cierta participación popular en las instituciones
públicas, y la democracia como fundamento de gobierno, que es cuando el
criterio de las mayorías dirime el bien y el mal, lo justo y lo injusto. Esto
no es otra cosa que la soberbia del hombre queriendo ceñirse una corona que no
le pertenece.
La democracia
moderna actúa como fundamento de gobierno, porque en la iniciativa liberal el
pueblo es el soberano que desplaza a Dios, verdadero legislador de todo lo
creado. Esa soberanía popular se cristaliza en un Estado divinizado que domina
a gusto, de modo totalitario. Dependiendo del ritmo pendular será en un Estado
más obeso o más reducido, pero el rasgo propio del Estado moderno será
secularizar el poder y centralizarlo, y luego aplicarlo mediante un derrame
burocrático que controla y ahoga autoridades y cuerpos intermedios. Tarea que
por supuesto, empieza por desautorizar y disminuir a la Iglesia -sea mediante
laicismo jacobino o la enfermiza “sana laicidad”-, sigue por silenciar la
revelación divina y pisotear la ley natural. En estas condiciones Juan Manuel
De Prada no duda en calificar a la democracia liberal de religión
antropolátrica por absolutizar al hombre y el Estado.
Otro tema es el de
la representación a través de partidos políticos, estructuras oligárquicas de
identidad difusa que no representan a nadie porque ante nadie rinden cuentas.
Estas formaciones no responden a necesidades genuinas del pueblo, sino que
reciben órdenes externas, otra vez: la plutocracia. Y si bien están unificados
por responder al mismo centro de poder, presentan diferencias de matices que se
venden a la sociedad como un duelo cósmico de izquierdas y derechas.
Primer resultado:
la gente permanece entrampada discutiendo visceralmente trivialidades
magnificadas dentro de una misma propuesta. Segundo resultado: grieta,
conflicto, cainismo. Tercer resultado: el sistema envilecedor se reproduce y
perpetúa porque la gente cree esperanzadamente que con una próxima elección
puede llegar a cambiar algo.
LA TRADICION
Instalado en su
pensamiento tradicional De Prada prefiere reivindicar las autoridades
naturales, los vínculos orgánicos, las instituciones consuetudinarias, la
comunidad histórica como cadena de eslabones intergeneracionales, y todo esto
contrapuesto al racionalismo moderno que con voluntad constructivista pretende
fundar un orden artificial sobre consensos meramente humanos a través de los
negociados partidocráticos. Esquema que ha reemplazado el verdadero consenso
social por el consenso político, que es acuerdismo, distribución de cargos,
alternancia en puestos de poder y componendas.
La representación
del pueblo a través de partidos en el parlamento es una gran ficción. La gente
no está reflejada en mutantes asociaciones políticas dispuestas a la conquista
del poder. Estas entidades obedecen a sus camarillas y no a sus afiliados. En
una comunidad orgánica los representantes son seleccionados oportunamente para
asuntos concretos y con deberes bien definidos ante sus representados. Resuelto
el conflicto puntual se finaliza la representación.
La lógica de los
partidos es muy distinta, se anula el discernimiento de la persona. Están
diseñados para que la gente no piense. Los partidos se eligen como clubes de
fútbol, y luego se adhiere apriorísticamente con todo aquello que se va
identificando al movimiento. La gente queda arrastrada a acompañar cosas con
las que no podría nunca estar de acuerdo, pero han comprado un pack ideológico.
Juan Manuel de
Prada disiente de Churchill, que sostuvo que la democracia liberal era un mal
menor en lo referente a sistemas políticos -propio de la mentalidad protestante
es considerar la autoridad y el poder de modo negativo-, y asegura que es el
más perverso de todos los modelos posibles, porque los tiranos para lograr sus
objetivos buscan la complicidad voluntaria del pueblo, lo que genera una
relación tóxica y degradante donde gobernantes y gobernados se corrompen
recíprocamente.
Que la izquierda
ha traicionado a los trabajadores que en otros tiempos quiso representar es una
evidencia. Hoy se dedican a reclamar “derechos de bragueta”. A este disparate
grotesco que movería a la risa si no fuese por su impacto dañino, De Prada lo
identifica como la “izquierda caniche”.
Es un progresismo
que aglutina parias y perversos, y reivindicando la libertad sexual es
funcional al capitalismo plutocrático y su ethos hedonista y consumista. El
aborto y todos los proyectos que disocian la sexualidad de la fecundidad
procreadora responden a un interés sinárquico, que tiene un primer nivel
teológico: el odio del maligno a la familia; y un segundo nivel económico y
geopolítico: los grandes magnates que dirigen el mundo consideran que hay un
excedente de población que impide establecer el diseño de mundo
superconfortable que han soñado (superconfortable para ellos y sus socios).
Aquí no hay fábulas conspiranoicas, esto es cada vez más explícito en los
documentos que dimanan de esas grandes empresas que son los organismos
internacionales, que bajo coartada de protección ambiental y la lucha contra el
cambio climático avalan los controles demográficos.
Por su parte la
derecha con sus políticas económicas, su proximidad con agencias usureras y su
repudio de la justicia social sigue sirviendo a la concentración de riqueza, y
frente al deterioro cultural adoptan una postura conservadora. Conservadurismo
que De Prada define como progresismo en cámara lenta.
CONSERVADORES
Es que los
conservadores no hacen más que conservar los cambios producidos en las
ondulaciones revolucionarias. Son una fase del ciclo, una crítica insuficiente
y errática que colabora a la consolidación de los males que van llegando. Todo
proceso revolucionario necesita de esos moderados que van aceptando el veneno
de a gotas para ir sedimentando el daño.
Conservadores son
los moderados, tibios y prudentes, los llenos de respetos humanos -no sea que
los tomen por fanáticos, intransigentes, intolerantes, o peor:
antidemocráticos- que al buscar la convivencia conciliadora con la Revolución
la han terminado por consolidar.
Ese ha sido el
papel desarrollado por los conservadores que aprueban ingenuamente un pérfido
diseño político, económico y social, y luego pretenden conservar dentro de ese
ambiente corrompido la fe y la moral como elecciones individuales. Dar culto a
Dios en su verdadera religión ya no es deber de toda la sociedad sino un derecho
subjetivo -a lo sumo se le concede a la religión algún valor pragmático-, y los
criterios de moral objetiva que reconoce la recta razón dejan lugar a una ética
cívica, pactada y pública como marco para la moral privada optativa. Luego el
conservador vive en situación de atajar errores y atemperar efectos nocivos por
haber cedido inicialmente, y con supina ingenuidad, en los principios y las
causas. La izquierda y la derecha, los progresistas y los conservadores, se
configuran como elementos complementarios que se necesitan y se retroalimentan.
CORAJE
De Prada ha
mostrado gran parresía -virtud que nos manda a decir con coraje y transparencia
lo que es necesario decir, sin ambages ni complacencias- en distintas ocasiones
y con todo el aparato mediático en su contra. Pongamos ejemplos:
Denunció la
cordillera de maliciosas necedades que se montaron durante la pandemia, cuando
el sentido común fue abolido por los discursos tecnócratas –los especialistas,
médicos, científicos y políticos-- que hegemonizaban los espacios de
comunicación. La humanidad fue aturdida por un cacareo incesante y aterrador al
punto de encerrarse herméticamente, ceder toda libertad, abandonar deberes
religiosos, relegar la vida afectiva y social -dinamitando la salud psíquica- para
salir corriendo a colocarse precipitadamente una vacuna en fase experimental
-mientras se perseguía a los peligrosos antivacunas-. Hoy los laboratorios
reconocen discretamente que el apuro no permitió proceder con la cautela
adecuada y que han aparecido efectos secundarios, por lo que las vacunas
salvadoras poco a poco y disimuladamente son retiradas del mercado.
Otro caso,
responsabilizó a EEUU y a la OTAN por la cruenta guerra en Ucrania, mientras la
propaganda oficial sigue nazificando a Rusia. Este conflicto obedece a que la
administración Biden cree que solo mediante el poder de las armas es posible
que Norteamérica pueda conservar su lugar de primera potencia mundial, ya
superada por otros países en aspectos industriales, de tecnología, producción y
comercio. Detrás de este acontecimiento yace la sumisión servil y total de la
Unión Europea a los EEUU.. La guerra es significativa y reviste mayor
importancia porque contrapone el proyecto globalista dirigido por el
imperialismo anglosajón contra un modelo multipolar de naciones autónomas. De
Prada sintió necesidad de proclamar una visión disidente cuando operaciones
mediáticas -la verdad es siempre la primera víctima de una guerra- llegaron a
los extremos ridículos de acusar a Rusia de atentar contra su propio gasoducto.
Este hecho perjudicaba a toda Europa, y, sin embargo, por genuflexión al poder
norteamericano, el viejo continente no fue capaz de alzar la voz ni tomar
distancia de su jefe.
Finalmente se
metió en terreno prohibido al señalar los atropellos inhumanos del Estado de
Israel en Gaza, asumiendo el riesgo de ser tildado con el más oscuro y
difamante de los motes posibles: “antisemita”. Calificativo que cierra todas
las puertas del mundo políticamente correcto y lanza al oprobio del olvido. Arriesgarse
a denunciar la crueldad sionista y las masacres que están ocurriendo hoy en
Palestina, sin cálculos ni intereses personales, merece todo nuestro
reconocimiento.