por Carlos Pissolito
Informador Público, • 19/09/2015
“El vacío es el combustible de la evolución. Una
trayectoria que se interrumpe no agota el espacio vacante. Como en física, todo
se transforma, nada se destruye. La historia del narcotráfico es una historia
de vacíos, es una historia de transformaciones, una historia de capitalismo.”
R. Saviano. CeroCeroCero.
SITUACIÓN
Luego de publicar un artículo en el Informador Público
(SEGURIDAD: ¿Militarizar o no militarizar?) sobre le necesidad de militarizar o
no la lucha contra el narcotráfico, veo, en los comentarios al mismo, dos
interpretaciones erróneas recurrentes. Obviamente, ellas son atribuibles a
alguna deficiencia de mi exposición y que es necesario aclarar. La primera, es
la que sostiene que propongo utilizar a las fuerzas armadas para combatir
físicamente la red de producción y distribución de drogas ilícitas en reemplazo
y/o refuerzo de las fuerzas policiales en esa tarea. Y la segunda, creer que el
mencionado narcotráfico es la causa del problema y que, en consecuencia, debe
ser el objetivo de esta lucha.
Antes de pasar a las aclaraciones correspondientes es
necesario hacer algunas precisiones respecto de cuando hablo de narcotráfico
que entiendo por ello. La primera, es reconocer que el mismo no se circunscribe
solo a la comercialización de drogas ilícitas. El narcotráfico, es por sobre
todo, un gran negocio (R. Saviano). Uno fabuloso que puede ser calificado como
la empresa capitalista más exitosa de todos los tiempos. Lo segundo, es saber
que el narcotráfico como toda buena empresa se ha diversificado (tanto en
actividades ilícitas como ilícitas) y que, hoy, busca lograr una cierta
respetabilidad, tanto económica como política. Lo tercero es que con su
accionar “empresarial”, el narcotráfico está destruyendo las bases de la
convivencia civilizada, tanto por las consecuencias sanitarias en sus
consumidores como las criminales en sus operadores.
PROBLEMA
El problema principal que enfrentamos es la progresiva
ausencia del Estado en sus dos tareas principales; a saber: la del monopolio de
la fuerza y la de la creación de las condiciones que fomenten el bienestar
general de la población.
ANÁLISIS
Sería muy largo exponer los procesos que nos han
llevado al problema que mencionamos. Pero baste lo siguiente:
Relacionado con la pérdida del monopolio de la fuerza
se puede decir que dicho proceso tiene varias causas. La principal, es de
origen cultural, y es el ocaso del sistema disciplinario-autoritario (G.
Lipovetsky) que rigió al mundo durante el siglo pasado. Particularmente, en
nuestro país, los excesos en la represión estatal al terrorismo que nos asoló
en los 70, trajo como correlato un exceso simétrico, pero opuesto. El mismo se
expresa en un garantismo extremo (Zaffaroni) que condena -a priori- toda
posibilidad del uso legítimo de la fuerza y del empleo de los castigos en
general. Otras causas son el traslado de los ejes de conflicto de lo
interestatal a lo intraestatal. Ya casi no le quedan al Estado enemigos
externos, hoy los conflictos se libran en el seno de sus sociedades y por
causas que se consideraban superadas, como las diferencias religiosas y
raciales. En este último caso, esos grupos son los que les disputan al Estado
ese monopolio. En las sociedades que carecen de esos grupos organizados, ese
lugar dialéctico lo ocupa una miríada de descontentos y de no incluidos (los
ni-ni) que operan en forma inorgánica y molecular (H. Enzensberger).
Relacionado con la incapacidad de lograr las
condiciones para el bienestar se puede argumentar que la tendencia iniciada
luego de la 2da Guerra Mundial en proveer a la población de un creciente nivel
de bienestar se ha detenido (van Creveld). Por un lado, hay que considerar el
elevado costo de estas prestaciones, su utilización política a través del
clientelismo y la reducción de la masa trabajadora, precisamente, por la
difusión de dichos beneficios (subsidios) para los que no es necesario trabajar
para conseguirlos.
PROPUESTA
El objetivo final de la propuesta no puede ser otra
más que establecer la vigencia del Estado, o al menos detener su deterioro.
Simplemente, porque hasta que se descubra una mejor, es nuestra forma de vida
civilizada. Vale decir, una en la tiene vigencia la Ley y en la que se respeten
los valores esenciales, como el derecho a la vida y la libertad.
Contra su vigencia conspiran, ya lo hemos dicho, una
miríada de actores no estatales. Siendo, el narcotráfico el más agresivo, pero
no el único de todos ellos.
¿Cómo restablecer la vigencia del Estado? Nuestra
experiencia en la MINUSTAH (Haití), donde el Estado había prácticamente
colapsado, nos enseñó que en esta tarea es necesario trabajar en los tres
niveles que conforman un conflicto y hacerlo en forma simultánea. Estos son:
los niveles físico, mental y moral. Siendo el último de ellos, el moral, el más
importante de todos y el físico el de menor importancia, con el mental o
psicológico entre ambos.
El físico tiene que ver, básicamente, con la ocupación
de un espacio geográfico. Para eso hacen faltas pies sobre el terreno (calcen
estos zapatos o borceguíes) y que los mismos mantengan una presencia prolongada
no esporádica sobre el mismo. En este sentido, las fuerzas armadas son buenas
para ocupar espacios. Especialmente, los que están -supuestamente- vacíos. Para
ello, se las puede emplear en tareas de vigilancia y en el patrullaje. Un
ejemplo de esta forma de operar es la ocupación y permanencia de fuerzas del
orden y de distintos apoyos sociales en las favelas de Río de Janeiro. También,
sirven para encuadrar a las fuerzas policiales en acciones que requieran
capacidades especiales, como por ejemplo, el control de los espacios aéreos y
marítimo.
Lo mental se consolida obteniendo la confianza de la
población en sus autoridades y en las fuerzas del orden. Ello implica que estás
últimas operen con respeto por los derechos de la gente y que las primeras
atiendan y solucionen sus demandas. De tal modo que la población los perciba a
ambos como parte de la solución y no del problema.
Lo moral viene dado por la prosecución del bien común
y el apego a valores como la justicia, la transparencia por quienes ejercen la
función pública o tienen a su cargo las tareas específicas de contención y/o
lucha.
También, aprendimos en Haití que nuestra acciones se
debían regular por los siguientes criterios:
Una clara legitimidad legal y moral: La misma debe
tener su origen en una firme voluntad política materializada en una orden o ley
emanada de las máximas autoridades constitucionales. Esta legitimidad original
podrá mantenerse, incrementarse o desaparecer en función de los resultados
concretos que se obtengan.
Un carácter multidisciplinario: Si las fuerzas
militares y la policiales constituyen la parte “dura” del sistema a establecer;
habrá que integrarlas o otras más “blandas” como la ayuda social y por, sobre
todo, a una educación basada en valores como los del trabajo y el estudio.
La unidad de esfuerzo: el propio carácter
multidisciplinario llevará implícito una necesaria unidad de los esfuerzos de
la mayor parte de los actores presentes. La misma será ejercida por la máxima
autoridad política correspondiente, quien deberá sincronizar las acciones de
todos los actores en pos de un objetivo común. En zonas especialmente calientes
podrá establecerse, en forma transitoria, una zona de emergencia.
La separación del oponente de la población: Aunque se
asuma que el narcotráfico y otros oponentes criminales, serán militarmente más
débiles que las propias fuerzas; en contrapartida gozarán, al menos
inicialmente, de una primacía moral y psicológica. A los efectos de
contrarrestar estas ventajas y tornarlas en nuestro favor será necesario
colocarlos fuera de la ley y aislarlos de la población de la cual se nutren y
obtienen apoyos.
Una Fuerza con el adiestramiento adecuado para la
tarea: La formación militar tradicional se orienta hacia el empleo irrestricto
de la violencia, propia de la guerra convencional. Por el contrario, esto no es
útil en los conflictos modernos. A los efectos, habrá que adiestrar a esta
fuerzas -por ejemplo- en el manejo de crisis, en cómo a desescalar un conflicto
y al uso de los criterios previstos en las reglas de empeñamiento. En otras
palabras: deberán aprender a que cuanto menos violencia se emplee mejor.
En resumen: la maniobra se conformará con un conjunto
de fuerzas policiales, militares que acompañarán a los elementos estatales
(salud, educación, promoción social, infraestructura, etc. ) en la ocupación
prolongada de un espacio determinado bajo el comando de la autoridad civil
correspondiente con la finalidad de restablecer el control del Estado sobre la
misma.
CONCLUSIÓN
Mi propuesta está encaminada a utilizar determinadas
capacidades militares para conformar un equipo multidisciplinario que tenga por
finalidad primera restablecer la autoridad del Estado. Para crear las
condiciones de seguridad y de tranquilidad que permitan a otras agencias estatales
y no estatales sanar el tejido social dañado por los estragos que produce el
narcotráfico. Pero, también, por la pobreza, la exclusión, la falta de
educación y de infraestructura básica.
Hoy, a este imperativo del respeto por la población,
se suma el inconveniente de que los oponentes violentos a los que nos
enfrentamos han perdido su carácter unitario y distintivo. Ya no se trata de un
grupo ideológicamente uniforme que bajo una firma conducción persigue un claro
objetivo político. Y con el cual, en última instancia, se puede negociar o
firmar un acuerdo de paz.
En otras palabras: ya no son guerrilleros que operan
en un lugar remoto de la geografía del país. Sino miríadas de jóvenes
desempleados, semi-letrados que viven en el interior de nuestras ciudades y que
no tienen otro objetivo que la violencia por la violencia misma. En este
sentido, no responden a ningún comando unificado. Su comandante es invisible,
su consigna el caos y su fe el nihilismo. Por supuesto que detrás de ellos
estarán sus proveedores de droga y los que se aprovechan, en última instancia,
del clima que ellos creen. Pero, sin ellos estos proveedores y estos
aprovechadores no existirían. Ergo, ellos deben ser el centro de gravedad de
nuestras operaciones. No para capturarlos, sino para que integren sus conductas
al marco de una convivencia civilizada.
Si no enfrentamos a este flagelo. Como natural
contrapartida de lo señalado, eventualmente, y con el paso del tiempo, ante la
apatía del Estado; también, se erigirán diversas organizaciones ad hoc que
pretenderán responder a la violencia con violencia para defenderse a sí mismas.
Como es el caso de los grupos de autodefensa mexicanos y peruanos. Los
individuos regresarán, entonces, al “estado de naturaleza” del que hablaba
Thomas Hobbes.
Ante ello, el Estado no solo deberá ocupar el espacio
perdido. Lo deberá saturar con su presencia. Abandonando su neutralidad, pero
no su imparcialidad. Restaurando las distintas actividades sociales. Desde la
libre circulación hasta la libertad de expresión.
Para terminar. Así como un médico de guardia en una
sala de emergencias no puede elegir a sus pacientes. Los Estados y sus fuerzas
armadas no pueden elegir a sus adversarios solo basados en el estrecho marco
conceptual en el que vienen siendo educadas desde hace mucho tiempo. El
carácter interactivo de la estrategia las obliga a adaptarse a las nuevas
amenazas que tienen enfrente.