Jorge Castro
ANALISTA INTERNACIONAL
Clarín, Ieco, 20-9-15
Dos son los temas principales que trataran Barack
Obama y Xi Jinping en Washington (23-26 de Septiembre de 2015): seguridad
cibernética (cybersecurity), incluidos la protección de la información y el
resguardo de la privacidad; y libre destino de las inversiones entre China y
Estados Unidos (BIT), que implica abrir la totalidad de ambos sistemas
productivos, salvo una reducida lista de seguridad.
El espacio cibernético abarca hoy a 4.000 millones de
personas, que utilizan 50.000 millones de instrumentos para conectarse a
Internet, a través de los cuales envían 90 billones de e-mails por año y
conducen dos billones de transacciones (Brookings Institution/2015). En este
espacio tienen lugar hoy los principales desafíos de seguridad internacional,
más amenazantes que el Estado Islámico (EI) o el terrorismo transnacional.
La transmisión digital es hoy por hoy virtualmente
libre, tanto en comunicaciones como en contenido. La Harvard Business Review
señala que ya son gratuitos más de 200.000 millones de minutos de llamados
telefónicos, gracias a Skype; y que 1 billón o más de búsquedas gratuitas por
Internet se realizan por este instrumento. YouTube se ha convertido en un medio
de comunicación más importante que la televisión en el mundo de hoy, y son
cientos de millones los videos que se movilizan por su intermedio.
Es imposible regular –controlar– el contenido y las
transmisiones del espacio cibernético. Julian Assange (Wikileaks) es una figura
histórica, cuya irrupción marcó el fin de una época. Los hackers, salvo cuando
representan a Estados, son ahora invulnerables.
El capitalismo es un sistema de flujos, no de cosas; y
los flujos no pueden ser regulados ni controlados en el mundo de hoy. Sólo
pueden ser frustrados, y en forma temporal. La regla es que las tendencias
fundamentales de la época –información, capitales, tecnología– deben ser
aceleradas para ser conducidas.
La tecnología de la información ha adquirido una
celeridad disruptiva, que modifica la relación de fuerzas en el mundo; y crece
a través de una interacción incesantemente cambiante dotada de un sentido
preciso y determinado, que se intensifica hasta transformarse en instantaneidad.
Esto implica la reestructuración de toda la economía binaria en sistemas
digitalizados, que tienden a la automatización (robótica).
Esta combinación de “destrucción creadora” y cambio
tecnológico es comparable a la primera revolución industrial (1780-1840), sólo
que esta duró 60 años, y la actual despliega todo su potencial en 10/15 años.
La gigantesca reestructuración en marcha asegura un
período de crónica inestabilidad financiera, con proliferación de “burbujas
especulativas” en los sectores de mayor potencial productivo e innovador.
También garantiza que los países y regiones que queden
atrás se sumergirán profundamente en el estancamiento económico, arrastrando –a
través de la revolución de las expectativas– la quiebra y el derrumbe de los
sistemas políticos.
El problema principal de la nueva etapa histórica es
la gobernabilidad del sistema –ejercicio del poder político– cuando se debilita
hasta desaparecer la capacidad de control de los Estados sobre los flujos de
información, tecnología y capitales. El poder en el mundo ha dejado de ser
sinónimo de control en forma definitiva.
En el aspecto político reside el principal desafío de
los próximos años, no en lo económico, financiero o tecnológico, tanto en el
plano nacional como internacional.
Este es un mundo cualitativamente más interconectado
que en cualquier otro momento de la historia.
Por eso la cuestión fundamental es ahora la
constitución de una autoridad política mundial.
Estas son las condiciones en que se encuentran en
Washington Barack Obama y Xi Jinping.