quiere el “mea culpa” y la Iglesia empieza con
el examen de conciencia
Riccardo Cascioli
Brújula
cotidiana, 20_02_2024
El diálogo e
incluso la colaboración entre la Iglesia y la masonería deben seguir adelante,
quizás con una “mesa permanente” tal y como desea el cardenal Francesco
Coccopalmerio. Pero es aún más interesante saber que el sentido del diálogo
reside en el hecho de que la Iglesia católica tiene que cambiar y debe
reconocer que ha emitido un juicio equivocado sobre la masonería para eliminar
de esta manera el estigma que impide a tantos masones católicos acercarse a la
comunión.
Esta es la esencia
del “encuentro histórico” organizado por el GRIS -con un público selecto y
cerrado a la prensa- que tuvo lugar el pasado viernes 16 de febrero en Milán
con la presencia de cualificados representantes de la Iglesia y de la
Masonería: por una parte los tres Grandes Maestres de las tres logias italianas
-Stefano Bisi del Gran Oriente de Italia (GOI), Luciano Romoli de la Gran Logia
de Italia de la ALAM (GLDI) y Fabio Venzi (en conexión desde Roma) de la Gran
Logia Regular de Italia (GLRI)-, y por otra parte el arzobispo de Milán Mario
Delpini, el ya mencionado cardenal Coccopalmerio, el teólogo franciscano
Zbigniew Suchecki y, sobre todo, el obispo Antonio Staglianò, Presidente de la
Pontificia Academia de Teología y auténtica estrella de la tarde, según han
informado a La Brújula Cotidiana algunos de los presentes.
Los tres
francmasones -dos de los cuales han publicado sus discursos- defendieron con
distintos matices la compatibilidad de la masonería con la fe católica: Bisi
relató cómo su crecimiento en el mundo católico le llevó a ingresar en el Gran
Oriente; Romoli osciló entre san Anselmo y el cardenal Zuppi; Venzi por su parte
subrayó cómo los rituales ingleses son cristianos desde sus orígenes.
Por todo lo que
expusieron, quedó “patente” que las constantes condenas de la Iglesia (casi 600
en tres siglos) deben atribuirse a su “incapacidad” para comprender qué es
exactamente la masonería. Bisi (en la foto, a la izquierda, con el Gran Maestre
Luciano Romoli) también mostró su decepción por el hecho de que el Papa
Francisco haya abierto la puerta a los homosexuales, después “a los
divorciados, pero se olvida de que entre los masones también hay muchos
católicos a los que se les impide comulgar y que ha negado las credenciales a
un embajador masón”.
En definitiva, ¿es
posible que el “¿Quién soy yo para juzgar?” y el “Todos, todos” no se apliquen
a los masones? Pero está claro que el Gran Maestre sabe bien con quién trata, y
tras la reprimenda viene el aliento, valorando a quienes en la Iglesia
practican el diálogo y están siempre dispuestos a hacer preguntas: así, para
concluir, cita al cardenal Carlo Maria Martini y luego espera -y desea- que “un
día un Papa y un Gran Maestre puedan encontrarse y recorrer juntos un trozo del
camino, a la luz del sol”, es más, “a la luz del Gran Arquitecto del universo”.
Frente a estas
intervenciones claras y bien meditadas, la contrapartida católica fue
desconcertante. En el ambiente de colaboración que marcaba la reunión, la
intervención del pobre padre Sucheki que había preparado un erudito informe
sobre los pronunciamientos de la Iglesia contra la masonería daba la impresión
de ser sólo una obligación. La intervención fue posteriormente algo
“ridiculizada” por el obispo Staglianò, que parecía no soportar las menciones a
la doctrina. El arzobispo Delpini -que tras imponer la fecha, hora y
condiciones del encuentro, se presentó con 45 minutos de retraso- y el cardenal
Coccopalmerio fingieron no saber nada de la masonería, pero con palabras
distintas dijeron las mismas cosas, dos en particular: satisfacción por este
“encuentro entre personas” y no entre siglas opuestas, y necesidad de continuar
e intensificar estos encuentros, quizá con una “mesa permanente”, como señaló
Coccopalmerio.
Posteriormente le
tocó el turno a monseñor Staglianò, que habló mucho más tiempo del esperado y
sentó las bases para el futuro: estaba previsto que explicara las razones de la
irreconciliabilidad entre la Iglesia y la masonería, pero en realidad pronunció
un largo discurso-espectáculo desmenuzando el planteamiento doctrinal por parte
católica y secundando básicamente las exigencias de los exponentes masones. Es
interesante observar que Staglianò siempre tiende a declararse inexperto en la
materia y a subrayar que sólo está presente para dar testimonio de su fe. Sin
embargo ya ha asistido al menos a otra reunión de este tipo en 2017, cuando era
obispo de Noto, en Sicilia, y además cuandó llegó a la sala de reuniones mostró
una gran familiaridad con varios exponentes masónicos. Y puede que sea
casualidad, pero su cruz episcopal estaba movida (¿escondida?) en el bolsillo
interior del pecho izquierdo, no visible para el público (como se ve en las
fotos): una extraña forma de dar testimonio.
Pero volviendo a
su discurso, la línea de diálogo es clara. Staglianò se quita de en medio la
maraña doctrinal: la doctrina, dice en síntesis, no agota la pertenencia a la
Iglesia, es más, ésta es ante todo vida, afirmación con la que podríamos estar
de acuerdo si no se utilizara como un recurso para hacer “líquida” la fe. Y de
hecho Staglianò continúa: “Me interesa el acontecimiento cristiano, no la
doctrina”. ¿Y cómo definir el acontecimiento cristiano? Como la manifestación
en Jesucristo de “Dios que es amor, sólo y siempre amor”. Y por tanto
Misericordia: si el mundo está corrompido por el pecado original, la
Misericordia ya existía antes del pecado original, y “llueve sobre justos e injustos”,
sobre todos. Y he aquí el pasaje que se refiere a la queja de Bisi: “Si, por
ejemplo, una pareja homosexual no debería recibir la bendición, es Dios quien
lo decide, no yo. ‘¿Quién soy yo para juzgar?’ significa precisamente esto:
(...) ¿quién soy yo para juzgar que una condición humana es tal que la lluvia
de la Misericordia de Dios sobre justos e injustos ni siquiera la toca con su
humedad, porque a veces la humedad del agua de la Misericordia de Dios basta
para regenerar una vida?”.
Por tanto queda
claro que éste es también el camino para superar la irreconciliabilidad con la
masonería. Y también se prepara una teología ad hoc. De hecho, Staglianò
también criticó el documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que el
pasado noviembre reiteró la prohibición a los católicos de entrar en las logias
masónicas porque es reductivo y se queda en el plano de la confrontación
doctrinal. Ahora hacen falta otras categorías, “hace falta una sana teología
sapiencial”, la que el Papa Francisco ha pedido desarrollar a la Pontificia
Academia para la Teología que dirige Staglianò. ¿Qué significa esto? “Una
teología capaz de pensar críticamente acerca de cualquier cosa, de responder
también a las instancias críticas de la razón universal, porque vivimos en un
mundo en el que si no dialogas corres el riesgo de quedar absolutamente fuera
del mundo. Sapiencial significa que sabe unir ciencia y sabiduría de la vida”.
¿No está claro? No importa, lo que hay que entender es que al final la
“sabiduría de vida” también se puede construir junto con los masones, en las
buenas obras y por el bien común. Total, la misericordia llueve sobre todos.