de los espías sobre el día que mataron a
Nisman
Héctor Gambini
Clarín, 15.6.23
(reproducida el 23-2-24)
“Las cosas
secretas nunca se conocen. Las cosas que hace la Mossad no las sabe nadie. Lo
que hace la CIA no lo sabe nadie. Sabemos cómo se mueven los servicios
secretos. Yo no creo en las brujas, pero que las hay… las hay”. Cristina
Kirchner, en “El fiscal, la Presidenta y el espía” (Netflix, Cap. I).
-Fernando, vos que
sabés de todo, ¿va a ir Nisman al Congreso o no?
La diputada Dulce
Granados se preparaba para el café con las visitas, en su casa de Pinamar. Ese
domingo 18 de enero de 2015 habían recibido allí con su marido -el ministro de
Seguridad bonaerense, Alejandro Granados- a un grupo de amigos entre los que
estaban el intendente de Florencio Varela, Julio Pereyra, Verónica Ojeda y su
hijo, Dieguito Fernando Maradona (vecinos de Ezeiza, la patria grande de los
Granados) y el director de Reunión Interior de la SIDE, Fernando Pocino.
Pocino era el
destinatario de la pregunta, que respondió con generalidades.
A veces se sumaba
al grupo Juan Carlos Paggi, el jefe de la Policía Bonaerense, que también tenía
su casa de verano a pocas cuadras.
Pocino se pasó el
día hablando por teléfono, y a la noche se fue a cenar con su mujer al restorán
del hotel Playas, sobre la avenida Bunge. Pidieron sushi.
Mientras volvían
caminando al apart hotel donde se alojaban, al lado del casino, justo enfrente
de la Comisaría de Pinamar, Pocino recibió un llamado de un viejo compañero de
la facultad de Derecho, el fiscal Carlos Stornelli. Serían las once de la
noche.
-Me llamó Cristian
Ritondo para preguntarme qué está pasando en lo de Nisman. ¿Vos sabés algo?
-Yo no fui. Estoy
a 400 kilómetros, en la misma ciudad donde estás vos...
A Stornelli, que
también veraneaba en Pinamar, lo sorprendió la respuesta.
Pocino apuró el
paso por Bunge. En su cuarto de hotel prendió la TV.
“Vi lo que pasaba
y lo llamé a Mena para ver si yo tenía que hacer algo, si me daban alguna
indicación. Me fui a dormir y el lunes a las 6 de la mañana me volví a Buenos
Aires”.
Lo hizo en apenas
tres horas, en una camioneta Amarok gris plata conducida por su secretario, el
espía D (por la Ley de Inteligencia, los agentes cuya identidad no haya
trascendido públicamente serán mencionados en esta nota sólo con la inicial de
su nombre de pila).
La declaración de
Pocino es uno de los más de 60 testimonios que ex agentes de la SIDE vienen
dando en la fiscalía especial que investiga la muerte de Nisman, a cargo de
Eduardo Taiano.
Algunos hablan (y
otros callan) sobre lo que hicieron aquel fin de semana del 16 al 18 de enero
de 2015, cuando el país se conmocionó con la muerte del fiscal que acababa de
denunciar a la Presidenta.
Los espías de
Niesman
Durante los
últimos tres meses, Clarín pudo reconstruir parte de los relatos de una decena
de aquellos espías, que dibujan un escenario común: una Secretaría de
Inteligencia con recelos internos, que estalló en caos a partir del 16 de
diciembre de 2014, cuando Cristina Kirchner puso al frente a Oscar Parrilli y
Juan Martín Mena.
Fue como patear un
hormiguero.
Los jefes
principales fueron desplazados, los agentes de carrera no sabían a quién
responder y muchas “fuentes” y espías “inorgánicos” se quedaron sin
referencias. Y sin control.
Menos de un mes
después, en ese estado de cosas, el fiscal Alberto Nisman denunció al gobierno
de Cristina por encubrir a los iraníes que volaron la AMIA. Al cuarto día
-aquel domingo en que Pocino cenaba sushi en Pinamar-, el fiscal tenía un tiro
en la cabeza.
Pocino era el
único de los tres jefes importantes de la SIDE que había conseguido sobrevivir
a la purga de Cristina. Los otros dos, Antonio “Jaime” Stiuso y Alberto
Mazzino, habían sido desplazados por la nueva conducción.
El resto de las
Direcciones Generales de la SIDE (Personal, Jurídica y Finanzas) cumplían un
rol administrativo. Las importantes eran Operaciones, a cargo de Stiuso,
Análisis (de Mazzino) y Reunión, en manos de Pocino.
Fernando Pocino es
abogado. Había entrado a la SIDE en 1986 y fue designado en comisión al
Congreso entre 1992 y 1999.
En el 94 volaron
la AMIA y Pocino empezó a colaborar con el senador radical Raúl Galván en la
comisión bicameral de seguimiento del atentado.
Allí conoció a
Cristina Kirchner.
Años después, en
2003, Pocino aprovecharía aquellos contactos para encontrarse con los Kirchner
por separado.
El 18 de abril fue
a ver a Cristina a su departamento de Juncal y Uruguay para hacer lobby en
favor de la SIDE.
Había escuchado,
como sus compañeros, que los Kirchner -en ese momento, en plena campaña
electoral- decían que les hacían seguimientos en Santa Cruz y hasta habían
hablado de cerrar la casa de los espías, que los agentes suelen llamar “el
organismo”.
Cristina estaba
preocupada, además, porque la tarde anterior, en Catamarca, la habían recibido
con un ataque a huevazos.
Acusaba al
sindicalista catamarqueño Luis Barrionuevo, que en ese momento apoyaba a Carlos
Menem. Se quejaba de que nadie la había advertido sobre el clima hostil.
Tres semanas
después, en mayo, el aún candidato Néstor Kirchner visitaba a los presidentes
Lula, en Brasil, y Ricardo Lagos, en Chile.
En este último
destino se encontró con el delegado de Inteligencia de la embajada argentina en
Santiago: Pocino, el mismo espía a la que Cristina le había contado sobre los
huevazos.
Según el propio
Pocino, fue el entonces vocero de Kirchner, Miguel Núñez, quien en aquel viaje
le consiguió un encuentro a solas con Néstor.
El lobby de Pocino
resultó.
Apenas Kirchner
asumió como Presidente, Pocino volvió de Chile y se sumó como asesor de Mazzino
en la estratégica Dirección de Análisis de la SIDE. Poco después fue nombrado
Director de Reunión Interior.
En aquel 2003,
Kirchner puso en la SIDE a Héctor Icazuriaga -fue su reemplazo como gobernador
de Santa Cruz cuando él asumió la presidencia- y a Francisco “Paco” Larcher, y
dejó en manos de éste el manejo real de la Secretaría.
Su idea de
disolver el organismo se esfumó.
Doce años después,
Pocino brindaría en el Año Nuevo del 2015 como el único hombre de confianza del
kirchnerismo con trayectoria en la SIDE.
Icazuriaga,
Larcher, Stiuso y Mazzino habían sido desplazados por la nueva conducción de
Parrilli-Mena, y con ellos se fueron o se jubilaron decenas de otros jefes
intermedios, que se quedaron sin referentes.
Según consignaba
Horacio Verbitsky en Página 12 -elogiando una purga que consideraba “necesaria
pero tardía”-, Parrilli y Mena echaron a 15 jefes sólo durante su primer día de
gestión.
Cuando Nisman
denunció a Cristina, Pocino fue quien centralizó las llamadas de 89 agentes de
la SIDE que estuvieron "operativos" entre el viernes 16 y el domingo
18 de enero de 2015, el fin de semana en que el fiscal apareció muerto.
Por eso Pocino
hablaba tanto aquella tarde de Pinamar, en la casa de Granados.
Ese día, el jefe
de espías se comunicó 24 veces con el recientemente retirado Mazzino, 6 con el
subjefe de la Bonaerense Hugo Matzkin, 4 con el jefe de Inteligencia del
Ejército César Milani y 13 con Juan Martín Mena, el flamante subdirector de
Inteligencia.
Todas las comunicaciones
son únicamente del domingo, mientras los custodios de Nisman daban vueltas
inútiles durante 11 horas antes de ubicar al fiscal, que ya estaba muerto en su
departamento de Puerto Madero aunque aún no habían hallado su cadáver.
El kirchnerismo
siempre dijo que las cientos de comunicaciones cruzadas entre todos los espías
eran porque se habían robado un misil del Ejército, porque temían una pelea de
barrabravas en Mar del Plata que perjudicara la candidatura presidencial de
Daniel Scioli y porque el periodista Hernán Cappiello había publicado en La
Nación que el nexo del gobierno con los iraníes que volaron la AMIA era un
agente de la SIDE vinculado a La Cámpora.
Aunque algunos de
los agentes que declaran estos días mantienen con tibieza alguna de esas
hipótesis -“escuché algo de eso”, dicen-, otros aseguran no tener idea sobre
aquellos asuntos. Es decir, no los convocaron a trabajar por ninguno de esos
tres motivos.
¿Qué hacían
agentes trabajando en el barrio cerrado de Lagomarsino y en Puerto Madero
(donde en pocas horas hallarían a Nisman muerto), si el misil había sido robado
en La Plata y los barras de Boca y River iban a cruzarse en Mar del Plata, por
un partido de verano?
Aunque Pocino fue
el elegido para seguir durante la gran purga de Cristina, ahora critica la
gestión de Parrilli. Lo describe así: “Cuando vino la administración de
Parrilli, no había gente suficiente para cubrir todos los lugares. Había un
desconocimiento total de las funciones de inteligencia. Yo me iba a jubilar en
junio de 2015, pero me pidieron que siguiera”.
Pocino siguió. Y
ocupó muchos puestos en simultáneo.
También dice, sin
que nadie le pregunte: “Me gustaría aclarar una cosa. Parece que yo era un
espía cercano a Cristina Kirchner, pero la última vez que la vi fue hace más de
20 años”.
Se refiere a
aquella tarde en Recoleta, después de los huevazos en Catamarca.
Sin embargo,
Pocino mantuvo sus lazos con el kirchnerismo aún mucho tiempo después de
jubilarse.
En 2020, casi 5
años después de haberse ido de la SIDE, llamó al actual viceministro de
Justicia, Juan Mena, para advertirle sobre Juan Pablo Biondi, el vocero del
recién asumido presidente Alberto Fernández.
-Tengan cuidado
con ese tipo que hace operaciones-, le dijo, según su propio relato a la
justicia.
Biondi -amigo
personal de Alberto Fernández- sólo aguantó en su cargo 20 meses.
Antes de la
primavera de 2021, Cristina lo hizo echar tras una carta pública donde decía
que el vocero presidencial hacía… operaciones.
Ésa había sido la
advertencia de Pocino.
En 2015, Pocino
aprovechó la llegada de Parrilli para desplazar al jefe de Delegaciones
provinciales y poner al frente del área a su asistente personal, el espía D.
Las delegaciones
provinciales son los ojos de la SIDE en 14 puntos del interior del país,
incluyendo las siempre controvertidas rutas del narcotráfico.
A pesar de su
manejo casi discrecional de más de 20 divisiones que dependían sólo de él,
Pocino admite sin vueltas: “Cuando vinieron Parrilli y Mena todo fue un descontrol.
No se sabía quién era jefe de quién”.
La SIDE empezaba a
girar sin brújula.
Los flujos de
información quedaban tabicados entre agentes que funcionaban sin la
intervención ni el control de otros.
Los que se iban se
llevaban información. Los que quedaban, no compartían sus secretos con los
recién llegados.
Pocino dice que su
trabajo era obtener datos de “fuentes abiertas” -diarios, sitios de noticias-
que luego se profundizaban con “fuentes humanas”. Éstas eran, según Pocino,
“personas que estaban en determinada actividad y que por plata, por gusto o por
placer cuentan cosas”.
¿Estaba Diego
Lagomarsino, el particular empleado informático dueño del arma que mató a
Nisman, en este grupo?
Los agentes
declaran que ellos “buscaron” sus rastros dentro de la SIDE, tras el crimen de
Nisman, y no los encontraron. Que no había nada de él en las planillas del
organismo.
Pero también dicen
que si alguien es “inorgánico” no deja más rastro que el de la relación
personal con el agente para el que trabaja como fuente. Si este agente nunca lo
blanquea, no habrá registros sobre él.
Lagomarsino fue
identificado como posible agente de inteligencia por tres testigos en el
expediente que investiga la muerte de Nisman.
Aunque llegó al
fiscal a través de un amigo en común que era espía de la Inteligencia
Aeronáutica -Carlos “Moro” Rodríguez, con quien iban a practicar tiro-,
Lagomarsino siempre negó ser un espía.
Ahora está
procesado por ser partícipe necesario en el crimen de Nisman.
Dice que él no
sabe qué pasó después de haberle dejado su arma al fiscal, pero aún así
sostiene que se trató de un autodisparo.
“Ante un problema
yo doy la cara; otros se pegan un tiro”, desafió hace pocos días, por radio.
Para Pocino, “la
actividad de inteligencia es muy informal. No se dan órdenes escritas. Es todo
verbal. Yo tenía cuatro teléfonos y, como era muy obsesivo, no respetaba la vía
jerárquica y hablaba directamente con la gente”.
Pocino trabajaba
en el sexto piso de 25 de Mayo 11. Su oficina, ubicada en un rincón, tenía
vista directa a la Casa Rosada. Allí no había horarios.
“La administración
de Parrilli y Mena fue pésima y la falta de colaboración mía era notoria”, dice
Pocino, para reforzar la idea de que, si alguien estuvo armando algo contra
Nisman, él no tuvo nada que ver.
Según Pocino,
cuando Nisman apareció muerto él debía haber estado en Brasil, donde tenía
pasajes para irse de vacaciones del 7 al 30 de enero.
“Cuando llegó la
nueva gestión, Mena me cortó las vacaciones. Tuve que pedirle que hablara con
(Mariano) Recalde, que estaba en Aerolíneas, para que me ayudaran a cambiar los
pasajes”.
A Brasil sólo pudo
irse después del 20 de enero. Nisman ya estaba muerto.
Cuando Stiuso se
fue del organismo, Pocino no lo vio ni le habló más.
Con Mazzino
siguieron hablando por la situación de los que se quedaron y “la estaban
pasando mal” con la nueva gestión de Parrilli y Mena.
“En la época de
Larcher, él me daba las directivas. En la época de Mena, él pedía lo más
normal. Y Parrilli lo más anormal. Por ejemplo, que fuésemos a la fiscalía de
Fein a ver si Stiuso iba o no a declarar. Esto me lo pidió Parrilli en forma
directa y no fue por escrito. No era un objetivo normal de inteligencia. Yo
cumplí la orden, pero era una pavada. No le aportaba nada a Parrilli, pero él
alardeaba con eso”.
El “alarde” de
Parrilli -quizá, ante Cristina Kirchner- era ilegal.
No se puede espiar
a una fiscal mientras trabaja, salvo por una orden judicial que en este caso no
existía.
Cuando supo que la
SIDE había mandado a vigilar la fiscalía que investigaba la muerte de Nisman
-un dato revelado por Clarín en marzo de 2022- Stiuso se presentó a declarar y
contradijo a Pocino.
Para él, la medida
se tomó para informar a la Presidenta qué pasaba con la investigación.
Dice Stiuso:
“Apareció información de gente que merodeaba a la fiscal Fein y decían que el
motivo era yo. Es una excusa estúpida, una tomada de pelo. Cada vez que me
llamaron yo vine. Tienen que buscar otra excusa para explicar por qué estaban
ahí. Era para controlar todo. Estaban haciendo inteligencia sobre la
fiscalía…”.
Pocino repite que
fue Parrilli quien le mandó a vigilar la fiscalía de Fein y dice que al menos
lo hicieron cuatro agentes diferentes: “El Oso, El Gato, otro que le decíamos
Fracaso y alguno más que en este momento no recuerdo”.
Los espías de
Niesman
Stiuso estaba en
Punta del Este cuando vio que Nisman denunciaba a Cristina y su gobierno.
El sábado en que
Lagomarsino dijo que le llevaba un arma a Nisman, él ya había vuelto y se fue a
comer un asado a Pilar, a la casa del operador judicial del kirchnerismo Javier
Fernández, de quien Stiuso era amigo.
Según Stiuso,
“cuando ocurrió la muerte de Nisman hubo campañas para tapar el hecho. Después
fueron dirigiendo todo a un grupo de llamadas mías y de Mazzino. Después de un
tiempo salió a la luz que había otro tipo de llamados (se refiere a los de
Pocino, Mena y Milani)... Eso pretendieron taparlo”.
“El gobierno de
Cristina Kirchner iba tapando o tratando de dirigir la investigación de la fiscal.
Mientras tanto, desarrollaba una tarea para ir logrando el objetivo final, que
era parar la investigación de la AMIA. A Nisman lo mataron por su trabajo y su
trabajo no era solamente la denuncia contra el gobierno de Cristina sino, sobre
todo, la investigación del atentado".
Sigue Stiuso:
"Embarraban la muerte de Alberto en función de eso. Acá el problema era la
AMIA: incluso muerto lo acusaban a Nisman de no haber hecho nada… Todo una
farsa. El resultado de esto es que la causa AMIA hoy está parada”.
El director de
Análisis de la SIDE, Alberto Mazzino, tenía un trato cotidiano con Nisman.
La familiaridad
era tal que, como ambos se llamaban Alberto, Mazzino tenía al fiscal en su
celular agendado como “Tocayo”.
Mazzino revela que
la mayoría de los encuentros de Nisman con Stiuso eran en la oficina de
Terrorismo que la SIDE tenía en el Pasaje Barolo.
Esa oficina, en el
histórico edificio de Avenida de Mayo -hasta los años 30 fue el más alto de la
ciudad- dependía de la Dirección que manejaba Stiuso.
Mazzino sabía, o
al menos se imaginaba, que Nisman estaba preparando algo contra el Gobierno de
Cristina. “A veces hablábamos y me decía: Mirá cómo se está enterrando el Gordo
D’Elía”.
“Algunas de esas
escuchas, Jaime me las enviaba para que yo supiera y a la vez informara de la
novedad a las autoridades”, dice Mazzino.
Y asegura que él
le daba copia de las transcripciones de las escuchas al entonces subsecretario
de la SIDE, Francisco Larcher.
“La Secretaría no
es una banda de amigos que anda por la vida haciendo tropelías. Hay un poder
político. Si yo hago un trabajo, eso se informa para que los funcionarios del
organismo lo trasladen a la Casa Rosada…”.
Según Mazzino,
informaba del contenido de las escuchas que le llegaban a Nisman sobre el Pacto
con Irán a Larcher “telefónicamente, entre las novedades del día. Y Larcher
debía reportárselo a la Presidenta”.
Mazzino recuerda
que, antes de hablar con Larcher, hacía anotaciones en papeles autoadhesivos de
colores, que utilizaba como ayudamemoria.
Esos papelitos
eran destruidos de inmediato apenas terminaba la conversación.
Los espías de
Niesman
Si Larcher sabía o
sospechaba que Nisman investigaba al Gobierno por encubrir a los iraníes que
volaron la AMIA, Cristina debía saberlo.
Esa pudo ser la
razón por la que mandó a Parrilli a intervenir la SIDE con el objetivo
principal de echar a Larcher, Stiuso y Mazzino -todos los que sabían de las
escuchas comprometedoras contra el Gobierno- y, enseguida, de ordenarle a la
procuradora Gils Carbó que sacara a Nisman de la UFI AMIA.
El miércoles 14 de
enero, Mazzino se enteró de la denuncia de Nisman contra Cristina leyendo un
sitio de noticias por internet. Al día siguiente hablaron.
-Qué quilombo que
armaste, Tocayo…
-Lo tenía que
hacer sí o sí… De adentro de la Procuración me decían que me sacaban de la UFI
AMIA-, le contestó Nisman.
En fuentes de la
justicia federal aún piensan que Cristina tenía la decisión tomada, pero no
alcanzó a apartar a Nisman porque antes debía comunicárselo a las autoridades
de la comunidad judía y a fin de año se fracturó un tobillo en Santa Cruz.
Cuando volvió a
Olivos, debió hacer reposo por la pierna lastimada y suspendió varias
reuniones.En ese lapso, Nisman volvió de España y la denunció.
“Yo lo noté
totalmente normal a Nisman. Ni deprimido, ni nada”, dice Mazzino.
Cuando Nisman
apareció muerto, Mazzino se vio con Stiuso en un café. Le dijo su sensación del
momento, en caliente.
-Yo no sé qué
pasó, realmente. Lo que te puedo decir es que no estaba deprimido. Y no creo
que lo que pasó sea la conducta de un suicida…
-¿Por qué, cuando
llegaron las nuevas autoridades, usted, Stiuso y Larcher fueron desplazados de
la SIDE y Pocino siguió en funciones?-, le preguntaron cuando declaró.
-Venían por un
sector de la Secretaría, que eran Jaime Stiuso y sus allegados. Pocino tenía
buena relación con el gobierno y decidió quedarse…
–¿Y por qué cree
que el Gobierno iba por ese sector de la Secretaría?
-La relación con
el sector de Stiuso se empezó a deteriorar por el acuerdo con Irán y el
detonante fue un reportaje que le dio Jaime a la revista Noticias, en diciembre
de 2014. Larcher fue citado a Olivos y cuando volvió me dijo: “La Presidenta me
pidió la renuncia”.
En ese reportaje,
que salió el 13 de diciembre de 2014, Stiuso se hizo visible. El Gobierno de
Cristina lo leyó como una amenaza.
Mazzino cree que
Stiuso aceptó hablar porque le habían amenazado a una de sus hijas y venía de
un mal trago que nunca pudo digerir: meses antes, un grupo de élite de la
Bonaerense había entrado a los tiros a la casa del agente de la SIDE Pedro “El
Lauchón” Viale y lo asesinó a balazos.
El Lauchón era el
hombre de confianza de Stiuso.
El episodio nunca
quedó claro. Cerca de Stiuso interpretaron que era un golpe de un sector de la
Bonaerense contra él.
Según aquellas especulaciones,
ese sector habría respondido al comisario Hugo Matzkin, entonces subjefe de la
Bonaerense y principal candidato a dirigir la SIDE si Scioli era elegido
presidente a fines de 2015. Del lado de Matzkin negaron todo.
Para Stiuso, en
aquel momento “la inteligencia ilegal no era sólo una parte de la SIDE. Era
gente del Ejército, de la Bonaerense… Y había gente trabajando en negro. Por
ejemplo, gente en comisión de la Policía Bonaerense en la SIDE sobre la que no
sabíamos ni el secretario, ni el subsecretario ni yo”.
Stiuso dice que en
otras áreas de la SIDE (presuntamente se refiere al área de Pocino) había gente
trabajando “sin declarar”. Esto es más grave todavía que los agentes
"inorgánicos".
Son “espías” casi
particulares, reportando a jefes en las sombras sin que lo sepan los directores
institucionales. Descontrol puro.
“Milani estaba a
cargo del sistema de inteligencia paralelo del Ejército y respondía
directamente a la Presidenta y a Carlos Zannini”, asegura Stiuso.
Tras la muerte de
Nisman, Stiuso confirma que hubo un café con Mazzino: “Dábamos por cierto que
Alberto no podía suicidarse. Primero porque las pruebas dicen que el viernes ya
andaba viendo los próximos pasos a seguir… y además lo conocíamos. A él le
gustaba todo eso”.
Y revela que
también se reunió con su ex jefe Larcher: “Con Larcher nos encontramos al día
siguiente de lo de Alberto y hablamos de lo que había pasado. Larcher opinaba
que alguien se había mandado una cagada”.
Pocino dice que,
también al día siguiente, pensó que se trataba de un suicidio. Pero ahora
aclara: “Es al día de hoy que no sé qué pasó”.
Es notable, pero
ocho años después de la muerte de Nisman ninguno de los cuatro grandes jefes
operativos de la SIDE de aquel momento asegura hoy que el fiscal se suicidó.
Ni Larcher, ni
Mazzino, ni Stiuso, ni Pocino.
En las
declaraciones de los espías surge que, además del enigma de tantas llamadas
cruzadas, al menos tres agentes de Pocino tuvieron una extraña actividad aquel
fin de semana.
Un hombre
identificado como H trabajó de guardia haciendo informes de prensa desde el
mismo barrio cerrado donde vivía Lagomarsino.
Dijo que vivía
allí desde hacía un tiempo porque se había mudado para acompañar a su mamá.
De los más de 20
agentes que dependían de la jefa del departamento de Investigaciones que lo
controlaba -la agente G-, justo él tuvo 38 comunicaciones el domingo en que
hallaron muerto a Nisman.
Justo el agente
que era vecino del hombre que llevó el arma asesina a la escena del crimen.
Para dar un
informe de prensa de rutina, un domingo lluvioso de enero, ¿hace falta hablar
38 veces con distintos teléfonos?
Veintisiete de
esas comunicaciones fueron desde el mismo barrio de Lagomarsino.
Una de ellas, por
la tarde, tuvo como destinatario a alguien que las antenas ubican en Puerto
Madero, donde vivía el fiscal.
Otra vez: Nisman
llevaba unas horas asesinado en el baño de su departamento pero recién lo
hallarían por la noche.
La última
comunicación de H fue apenas diez minutos antes de que el cerrajero entrara al
departamento de Nisman tras comprobar que, contrariamente a lo que el Gobierno
de Cristina trató de instalar desde el principio, no estaba cerrado del lado de
adentro.
Otro fue el agente
E, que hacía tareas informáticas en la SIDE (igual que Lagomarsino para Nisman)
y ese día aparece en el Starbucks de Puerto Madero.
Este espía dice
que fue allí a tomar algo con amigos y hasta recuerda, ocho años después, con
qué tarjeta pagó la cuenta.
Sin embargo,
recibió un llamado de su jefa de la SIDE -la misma agente G a la que reportaba
el vecino de Lagomarsino- pero no recuerda para qué lo llamó ni lo que
hablaron.
Muy cerca de allí,
en las torres Le Parc, el celular de Nisman sería hallado vacío por un sistema
de borrado seguro que nadie que no sepa de informática tendría la menor idea de
cómo ejecutar.
Según Lagomarsino,
Nisman no sabía de informática. Como la mayoría de la gente, era un usuario
común.
Este agente E,
además, dijo haber visitado en su casa “alguna vez” al espía H en el mismo
barrio cerrado de Lagomarsino.
Aunque se trata de
un barrio cerrado chico y con zonas comunes donde todo el mundo se cruza -como
la pileta y el bar interno-, el espía E y el agente H aseguran no conocer a
Lagomarsino. Ni éste a los espías.
El tercer espía de
Pocino que estuvo en Puerto Madero ese fin de semana fue el abogado de la SIDE
que compartía estudio jurídico con los dirigentes ultra K Juan Mena (en ese
momento, además, su jefe en el organismo) y Víctor Hortel, el ex funcionario
que fundó en las cárceles la agrupación de presos K Vatayón Militante.
Se llama Guillermo
Alberdi (su nombre lo publicó Página 12 tras una primicia de Clarín) y es el
agente que defiende a Allan Bogado, el único espía acusado en la denuncia
original de Nisman por el Pacto con Irán. Este caso aún espera un fallo de
Casación para ver si Cristina debe ser o no juzgada por el hecho.
Este abogado dijo
que aquel fin de semana justo estuvo en Puerto Madero porque fue a jugar al
tenis a uno de los complejos de ese barrio.
Stiuso lo define
como “uno de esos abogados que aparecen defendiendo todas las causas del
Instituto Patria”.
Este
espía-abogado, además, cultivaba vínculos con la Iglesia a través del obispo de
Mercedes-Luján, Agustín Radrizzani.
Según Alberdi, en
esos días hablaba mucho con el obispo Radrizzani porque su jefe Pocino le había
dicho que quería ir a ver al Papa Francisco a Roma.
En ese esquema,
Cristina tenía sus propias fuentes independientes insertadas en la SIDE por
vías inorgánicas.
Milani le
informaba algunas cosas a través de un hombre suyo que “colaboraba” con la base
de operaciones del organismo en Palermo, según confirmó la jefa de ese departamento
-la agente F- que trabajaba, también, a las órdenes de Pocino.
Este agente
inorgánico de Milani era un suboficial retirado de Inteligencia del Ejército a
quien todos llamaban El Verde.
Pocino y Stiuso lo
reconocen y dan fe en sus testimonios de que “era un hombre de Milani” que no
pertenecía a la SIDE, aunque trabajaba con ellos.
Cristina pudo
saber por las escuchas acerca de la denuncia que preparaba Nisman contra su
Gobierno, pero desconfiaba sobre si Stiuso podía haberle dado al fiscal otras
cosas que no le hubiera pasado a Mazzino ni a Larcher.
O si Nisman podría
haber conseguido pruebas sobre las maniobras para encubrir a los iraníes por
otras fuentes.
El arma de
Lagomarsino con la que mataron a Nisman, en una imagen de la Policía Federal.El
arma de Lagomarsino con la que mataron a Nisman, en una imagen de la Policía
Federal.
Cuando Nisman es
asesinado, el gobierno estaba desesperado para averiguar qué tenía realmente el
fiscal, además de las generalidades que con énfasis había expresado en TN el
miércoles 14 de enero a la noche, día en que presentó la denuncia con la
promesa de llevar las pruebas al lunes siguiente.
En ese estado de
nervios, desinformación y caos, pasan dos cosas antes de que llegue el lunes.
La primera ocurre
el sábado, cuando se incendia el depósito de la Casa Rosada donde estaban los
cables que alimentaban el sistema de registros de ingresos y egresos al
edificio de los años en que se negoció el Pacto con Irán.
Ese extraño
incidente borró el rastro acerca de quiénes pudieron haber ido a ver a Cristina
Kirchner durante aquel período en que justamente se basaba la denuncia de
Nisman.
El sistema de
registros estaba a cargo de la empresa NEC, cuyo director en la Argentina era
Carlos Martinángeli, amigo personal de Aníbal Fernández, compañero de veraneo
en Cariló y colega en la comisión directiva del club Quilmes.
Aníbal era el
secretario general de la Presidencia cuando se incendiaron aquellos cables. Y
máximo responsable de la seguridad en la Rosada.
Aunque un puñado
de bomberos terminó en la guardia del Churruca por inhalación de humo, la Casa
Rosada nunca denunció el episodio del incendio a la justicia.
Aníbal Fernández
mintió dos veces sobre eso: una, cuando dijo que el hecho había ocurrido en
febrero en lugar del fin de semana de enero en que mataron a Nisman.
La segunda, cuando
dijo que la información de los servidores estaba resguardada.
Mientras Aníbal
Fernández explicaba esto, ya hacía 40 días que el área de Seguridad de la Casa
Rosada, que dependía de él mismo, le había indicado a la empresa NEC que no
intentara recuperar los registros de visitas que habían desaparecido en los
discos dañados.
Esa información
sigue perdida hasta hoy.
Martinángeli, el
amigo de Aníbal que había estado al frente de NEC Argentina durante 15 años
seguidos, dejó misteriosamente la empresa japonesa el 26 de enero de 2015, sólo
ocho días después de la muerte de Nisman.
Eso es lo otro que
pasó antes del lunes, entre comunicaciones frenéticas, espías sin control y un
ejército de agentes trabajando un domingo tras consignas inverosímiles que
nadie consigue hacer encajar con los hechos.
Que Nisman terminó
con una bala en la cabeza.