Mathew Levitt
Clarín, 4-6-15
Como una variación moderna de Alicia en el país de las
Maravillas, la investigación del atentado terrorista contra el centro de la
comunidad judía AMIA se ha aventurado hacia lo desconocido; una metáfora sobre
el ingreso a una dimensión desconocida y confusa donde la lógica se suspende y
la fantasía se convierte en realidad.
En menos de dos meses se recordará el vigésimo primer
aniversario del atentado a la AMIA, el asesinato de 85 personas y muchas más
heridas. La investigación original estuvo enturbiada por la negligencia
judicial, que incluyó soborno a testigos. Una investigación posterior descartó
todas las pistas y dejó en claro, con sumo detalle, que Irán y Hezbolá
perpetraron el atentado de 1994 contra AMIA.
Las restantes teorías -la conexión siria, un complot
extremista judío, contrabandistas de armas de la extrema derecha argentina-
fueron investigadas cuidadosamente, desprestigiadas, y cerradas por falta de
pruebas.
Entretanto, se reforzaban las pruebas que revelaban
los roles precisos desempeñados por efectivos de Hezbolá como Salman al-Reda, y
agentes iraníes como Mohsen Rabbani. Personalmente documenté gran parte de las
pruebas que revelaban los roles de Irán y Hezbolá en el atentado en mi reciente
libro "Hezbolá: las huellas en el mundo del partido de Dios".
Ahora, sin embargo, intereses creados en Argentina
parecen ansiosos por encubrir esta prueba, pero no planteando objeciones a la
abrumadora y detallada evidencia sino manchando la reputación del fiscal
federal Alberto Nisman incluso después de su aparente asesinato.
Estos sectores poderosos están intimidando a las víctimas
del atentado a la AMIA, a miembros de la comunidad judía argentina, y
amenazando con acusaciones falsas que incluyen lavado de dinero, obstrucción de
la justicia, e incluso traición.
Entretanto, algunos de los iraníes imputados por las
autoridades argentinas por sus roles en el atentado a la AMIA se sienten
cómodos en este nuevo ámbito de Alicia en el país de las Maravillas -en gran
medida resultado del Memorándum de entendimiento firmado con Teherán que
pretendía poner en marcha una “Comisión de la verdad”- y aparecen en la
televisión local insistiendo que las acusaciones contra ellos son sólo
mentiras.
Ali Akbar Velayati, ministro de Relaciones Exteriores
de Irán en 1994 y actualmente asesor del Líder Supremo de Irán, rehusó
presentarse ante un tribunal argentino pero dijo al canal de televisión C5N que
las acusaciones en su contra representan una “acusación infundada”, y agregó
que Argentina está “bajo la influencia del sionismo y de Estados Unidos”.
Peor aún, el hombre descripto en su momento por las
autoridades argentinas como impulsor del atentado a la AMIA, Mohsen Rabbani,
declaró ante la televisión argentina que la investigación de Nisman se basaba
solamente en “los inventos de los diarios sin prueba alguna contra Irán”. De
hecho, la prueba más poderosa contra Irán fue la evidencia del propio rol de
Rabbani en el complot, desde gestionar una red de agentes de inteligencia en
Buenos Aires hasta comprar el vehículo usado como autobomba en el atentado.
Y permanece activo: según llamadas telefónicas
interceptadas, incluidas en las investigaciones más recientes de Nisman,
agentes iraníes en Argentina actuando por orden de Rabbani y reportándose
directamente a él estaban conspirando para fraguar “nuevas pruebas” para
suplantar la evidencia real recogida en la causa.
Y aquí estamos, en esta aventura hacia lo desconocido,
mientras un fugitivo de la justicia iraní coordina una conspiración para
socavar la investigación de las autoridades policiales argentinas del asesinato
de 85 civiles en el centro de Buenos Aires. No debe sorprendernos que mucha
gente se refiera a Nisman como la víctima número 86 del atentado a la AMIA.
Mathew Levitt
Director del Programa Contra el Terrorismo e
Inteligencia del Instituto Washington