Por Carlos Álvarez Cozzi
Es
evidente que en los países con población de mayoría católica, como es
claramente el caso de Latinoamérica, el peso de los Episcopados en materia de
la defensa de la vida y de la familia es muy distinto en los Estados donde la Iglesia Católica es minoría,
como por ejemplo en Asia o en Africa.
Sin
embargo, en algunos países latinoamericanos, fuertemente laicizados, como es el
caso de Uruguay, el poco peso de la
Iglesia en la opinión pública en estos temas y el bajo perfil
casi timorato que históricamente varios obispos han demostrado, ha llevado a
que los Parlamentos legalicen el aborto y otras leyes contra la vida y la
familia sin voces que los interfieran.
Véase
los casos recientes de Perú, Ecuador y Perú. Tres países de fuerte presencia
católica que en los últimos meses han rechazado la ideología de género y la
legislación del descarte, tanto aborto como eutanasia. Y han manifestado que no
aceptarán presiones del colonialismo cultural para que acepten la agenda de la
ideología de género!!!. No hay duda que si bien estos temas son de bioderecho y
de bioética y no de fe, el peso de esos episcopados, apoyando a los laicos
provida que tanto han trabajado en estos temas, ha sido de éxito y destaque.
Que
sucedió en cambio por ejemplo en Uruguay? La Conferencia Episcopal
Uruguaya, históricamente silenciada o ninguneada en la opinión pública, se ha
pronunciado reiteradas veces en la historia contemporánea, acerca de la
inconveniencia de legislar contra el derecho a la vida y contra la familia
constituida por mujer y varón. Los pronunciamientos de la misma, también hay
que reconocerlo, no han sido lo fuerte que pudieron haber sido, en tanto la gran
mayoría de la población del país es católica, como para advertir que los
legisladores que votaran la ley de aborto, según el Derecho Canónico, por colaborar
decisivamente con el mismo, abriendo el paso a la muerte de inocentes, quedaban
excomulgados “latae sentenciae” además de los médicos, personal paramédico y
los protagonistas en la muerte provocada de un ser humano en el vientre
materno.
Muchas
veces hemos sentido de algún prelado que la época de la cristiandad ya pasó y
como la voz de la Iglesia
es minoritaria y resistida hay que ser “prudentes” a la hora de formular
pronunciamientos. Una cosa es la prudencia y oportunidad pero otra bastante
diferente es la omisión o la tibieza. Creemos que cuando están en juego
aspectos fundamentales de los derechos humanos como es el derecho a la vida,
reconocido en la
Constitución de la República , arts. 7 y 72 y en la Convención Americana
de Derechos Humanos, no debe haber cálculo alguno sino la necesaria coherencia
y valentía para hablar claro y fuerte por parte de todos los actores sociales
de recta razón y por ello también la
Iglesia , como organización de la vida social, si pretende
seguir siendo experta en Humanidad.
Demostrado
está además que de nada sirvió esa estrategia en el Uruguay, toda vez que
cuando se planteó recientemente el tema de una Guía de Educación Sexual
elaborada por el MIDES, que no se llevó a la práctica por ideologizada y falta
de laicidad, cuando el arzobispo de Montevideo habló para calificar a tal Guía
como de la uniformidad mental y no de la diversidad, los autores de la misma lo
mandaron a callar.
Para
que haya debida formación de los laicos para actuar en forma coherente en la
vida pública, es imprescindible que la Iglesia contribuya a su formación para la acción.