La Nación, Editorial,
18-6-15
La nominación de Carlos Zannini como compañero de
fórmula de Daniel Scioli en su candidatura presidencial por el Frente para la
Victoria (FPV) confirma que Cristina Fernández de Kirchner no está dispuesta a
delegar en nadie la forma en que se instrumentará su sucesión, con la esperanza
de seguir gobernando después del 10 de diciembre, si su fuerza política triunfa
en las elecciones.
La integración del binomio presidencial del
oficialismo exhibe, al mismo tiempo, un costado curioso: convocará a un
gobernador dialoguista y de ideas moderadas, como Scioli, que ha sido asociado
con el neoliberalismo por sectores ultrakirchneristas, y a un funcionario, como
Zannini, que se inició en la política en la agrupación Vanguardia Comunista, de
extracción maoísta.
Además de ser uno de los hombres de máxima confianza
de la familia Kirchner y uno de los poquísimos integrantes de la mesa chica del
poder, Zannini ha sido el arquitecto de la estructura jurídica de los 12 años
de poder kirchnerista en el orden nacional. Esta tarea tuvo un antecedente
vital: su largo paso por la función pública santacruceña, desde 1987, cuando
Néstor Kirchner llegó a la intendencia de Río Gallegos, hasta 1999, cuando el
propio Kirchner, desde la gobernación provincial, lo nombró presidente del
Tribunal Superior de Justicia.
Tras el fallecimiento de Kirchner, el actual titular
de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia pasó a tener una influencia
ideológica mucho más notoria y un papel decisivo en algunas de las más nefastas
reformas impulsadas por el gobierno nacional, tales como la de la Justicia y la
de medios audiovisuales de comunicación. Aunque pocos lo recuerden, estuvo
entre los funcionarios que más bregaron por forzar una reforma constitucional,
no sólo con la intención de instituir la posibilidad de la reelección
indefinida del titular del Poder Ejecutivo, a semejanza de la Constitución de
Santa Cruz, sino también con la idea de impulsar reformas económicas con un
sesgo estatista e intervencionista parecido al de la Constitución de 1949,
inspirada por el peronismo y más tarde derogada.
Zannini es también admirador del pensamiento del
fallecido filósofo político Ernesto Laclau, teórico del populismo moderno y
sostén de la teoría del conflicto permanente y de la división de la sociedad
como una estrategia para la consolidación del poder, que caló profundamente en
los Kirchner.
El actual funcionario nacional ha sido, además, el
inspirador de la fundación por el hijo de la Presidenta de la agrupación La
Cámpora, de creciente presencia en todos los resortes del Estado.
Algunas de las pocas definiciones públicas de Zannini
lo pintan de cuerpo entero. Allá por 2010, en su desagrado ante la decisión de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación de ordenar la restitución del
procurador general santacruceño Eduardo Sosa, luego de su escandalosa
expulsión, el flamante candidato vicepresidencial dijo, en referencia a los
miembros del alto tribunal: "Nosotros los pusimos para otra cosa".
Quienes lo conocen, subrayan su absoluto desprecio por
la prensa independiente, hasta el extremo de que piensa que la mitad de los
periodistas son ignorantes y la otra mitad, corruptos.
Se lo considera también el autor intelectual de la
"batalla cultural" que dice dar el kirchnerismo contra los
"grupos concentrados", frase que contrasta con el hecho de que no
existe hoy, en la Argentina, poder más concentrado que el del kirchnerismo, que
se extiende a los tres poderes de la República y al control de importantes
empresas que han sido estatizadas o intervenidas en los últimos años, sumadas a
aquellas que han padecido el desembarco de representantes del Gobierno en sus
directorios. Su verdadera ideología, en rigor, más que con el maoísmo o el
estalinismo, se vincula con el capitalismo de amigos que ha propiciado el
kirchnerismo y del que se han beneficiado varios grupos que mantienen estrechos
vínculos con el actual secretario de Estado.
La designación de Zannini en la principal fórmula
presidencial del FPV que competirá en las primarias abiertas ofrece otra
perspectiva. En el caso de que Scioli llegue a la Casa Rosada, el cristinismo
tendrá en Zannini a un auditor, un comisario político que custodiará la
prosecución del modelo K, el blindaje judicial frente a las causas por
corrupción que afectan al Gobierno, y los negocios del poder. La situación del
actual gobernador bonaerense de llegar al Poder Ejecutivo Nacional podría verse
más limitada aún con un Congreso que podría estar dominado por legisladores que
surgirán mayoritariamente del dedo de Cristina Kirchner.
Cabe preguntarse cuál será el grado de autonomía que
tendrá Scioli, tanto en la campaña electoral como en su eventual gestión
nacional, para plantear las rectificaciones y los cambios necesarios para
resolver las conflictivas cuestiones que heredará de un gobierno que,
velozmente, está carcomiendo las instituciones republicanas y que, aunque él lo
niegue, le ha terminado imponiendo a un compañero de fórmula que es el abanderado
de las mayores maniobras para terminar con la independencia del Poder Judicial
y con la prensa independiente, y que seguramente no dudaría en avanzar hacia
una chavización de la Argentina.