Desconcierta a la
izquierda la inesperada irrupción de un sector que empieza a disputarle la
hegemonía del discurso público. El reto de imponer la agenda y superar los límites
de una convergencia entre visiones no siempre coincidentes.
POR AGUSTÍN DE
BEITIA
La Prensa,
3.02.2022
Entre las
novedades literarias que trajo el fin de año hay dos libros que se interesan
por el auge inesperado que tuvo la derecha en distintos países, un fenómeno que
invita a volver la mirada hacia la Argentina. Las nuevas caras de la derecha,
de Enzo Traverso, y ¿La rebeldía se volvió de derecha?, de Pablo Stefanoni, son
los títulos de estos dos ensayos que, al menos por su presentación, parecen adoptar
el enfoque acostumbrado: aproximarse a este objeto de estudio con desconcierto,
como si fuera algo extraño, incómodo, inadecuado. Semejante perplejidad
expresaba semanas atrás un artículo periodístico local por la vandalización de
símbolos de la "memoria, verdad y justicia" que viene ocurriendo
desde hace seis meses. Un desafío inesperado a esa versión de nuestra historia
reciente que la izquierda creía haber fijado como canónica de una vez y para
siempre. El estupor se debía a otras dos osadías: la llegada al Congreso de
voces disidentes a esa narrativa oficial sobre nuestro pasado y el creciente
"negacionismo". ¿Hay en la Argentina una nueva derecha que pierde sus
complejos? ¿Puede emerger con fuerza como sucedió en el último tiempo en otros
países?
Las respuestas a
estas preguntas están en el núcleo de un muy interesante ensayo del abogado,
profesor universitario y escritor Fernando Romero Moreno, La nueva derecha.
Reflexiones sobre la revolución conservadora en la Argentina (Grupo Unión), que
tiene ya unos meses en el mercado sin haber concitado la debida atención
periodística. El atractivo especial de este libro es que estudia este proceso
desde la infrecuente óptica del tradicionalismo católico.
Se trata, por lo
tanto, de un valioso estudio que sirve de estímulo para el pensamiento y para
el debate. Romero Moreno (Capital Federal, 1968) repara en que, así como hubo
un auge de la derecha en el exterior, también en nuestro país hay ahora un
cierto número de figuras emergentes a las que identifica con esta corriente
política, además de instituciones, centros de estudio y periódicos digitales.
Sobre todo, desde la llegada al poder del kirchnerismo.
En su opinión,
"hay signos" de que ellos "empiezan a disputar el discurso
público", como sucede con Victoria Villarruel con su defensa de las
Víctimas del Terrorismo marxista; José D" Angelo con sus denuncias
concretas sobre el "curro de los DD.HH."; Nicolás Márquez o Sebastián
Miranda con la revisión histórica de la guerra que vivimos en los 70; Pablo
Muñoz Iturrieta con su reacción contra la ideología de género y a Agustín Laje
Arrigoni con su desafío a la izquierda cultural.
NUMEROSOS
Los nombres que
aporta de esas figuras emergentes son numerosos. Ellos se suman a referentes
más antiguos como Vicente Massot, Alberto Solanet, Gerardo Palacios Hardy,
Néstor Sequeiros, Juan Luis Gallardo y muchos más. La enumeración es realmente
amplia.
El objeto de su
reflexión es considerar cómo podría afianzarse y crecer este sector, para lo
cual postula la necesidad de formar un frente, o alianza política, entre
conservadores, tradicionalistas, nacionalistas y liberales clásicos, "en
torno a propuestas de mínima, sin desconocer las diferencias de máxima".
Romero Moreno, que
es autor del ensayo El nacionalismo, ¿una opción autoritaria?, y de numerosos
artículos, dedica un capítulo a cada una de esas corrientes, con su origen y
desarrollo, para demostrar que esto es posible.
Incluso llega a
imaginar dentro de ese frente a radicales y peronistas de línea
nacional-cristiana, republicanos y promercado.
La hoja de ruta
pensada por Romero Moreno, sin embargo, no conforma a todos, en un sector que
desde hace mucho tiempo está atomizado. Hay quienes ponen reparos a ser
considerados parte de esa nueva derecha, como también al propósito de
participar "dentro del sistema", y a la elección de algunos de estos
compañeros de ruta.
Por eso el autor
aclara que su convocatoria es sólo para quienes adhieren a un marco axiológico
común: quienes admitan o respeten la Doctrina Social de la Iglesia y la
Escolástica española, pues "allí -dice- están las fuentes de nuestra
Tradición". Su exclusión de los liberales progresistas e iluministas es
deliberada. Pero surgen dudas también sobre qué tan vinculante será esto para
otros a los que sí imagina sumar.
Sobre la
viabilidad de dicha alianza, el objetivo que tendría y otros asuntos, La Prensa
conversó con el autor por correo electrónico. Aquí, los tramos salientes.
-¿No hay un riesgo
en la traslación de hechos ocurridos en el exterior? ¿El éxito de Vox, Trump,
Orban o Bolsonaro, podría replicarse aquí?
-Siempre existe
ese riesgo. Creo que la importancia de la Nueva Derecha, al menos en Occidente,
es que ha permitido que surjan alternativas distantes tanto de la izquierda
populista en sus distintos matices (Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Leonardo
Boff, Alvaro García Linera, el Grupo de Puebla) como del globalismo, sea el de
tendencia neoconservadora (Norman Podhoretz, Irving Kristol, Samuel Huntington,
el Francis Fukuyama de los 90, Paul Wolfowitz, Dick Cheney, Donald Rumsfeld) o
el progresista (Escuela de Frankfurt, Foucault, Jacques Derrida, Hans Küng,
Shulamith Firestone, Klaus Schwab, Xi Jinping, George Soros, etc.).
Alternativas "conservadoras" donde todos defienden, con sus más y sus
menos, los valores tradicionales y cristianos de Occidente, la existencia de un
derecho natural, las soberanías nacionales, la importancia de economías de
mercado que no tengan compromisos con los distintos modelos de
"capitalismo prebendario, nacional o supranacional", la defensa de la
vida humana inocente y de la familia, la libertad de enseñanza, la difusión de
la propiedad privada, etc. La riqueza de este movimiento heterogéneo es
precisamente su ausencia de utopismos ideológicos y su adaptación a las
diversas circunstancias de tiempo y lugar.
TACTICO
-Usted habla de un
acuerdo táctico. ¿Busca salvar lo salvable? ¿Es un ejercicio de realismo
político? ¿O una apuesta a largo plazo: una apuesta al valor que tienen las
leyes como formadores de conciencia social?
-Es sobre todo una
propuesta para frenar (al menos durante un tiempo) ciertos males y tratar de
alcanzar algunos bienes. En tal sentido responde al sano realismo político de
"ser prácticos sin ser pragmáticos", que nos enseñaba Don Ricardo A.
Paz y puede colaborar, ¡cómo no!, con el valor pedagógico de la ley positiva.
Pero también es una propuesta que no cae en la ingenuidad de pensar que
"se puede cambiar el sistema desde adentro". Una alianza de
mínimos dentro de un sistema que es perverso (por sus propios condicionamientos
ideológicos, financieros y mediáticos) en sí mismo no parece mucho. Y en
verdad, no lo es. Pero al menos permite "salvar lo salvable", como usted
dice. Que no es poco, al menos cualitativamente. Un ejemplo: los primeros
proyectos de educación sexual impulsados desde el Gobierno en nuestro país
vienen de tiempos de Alfonsín, a mitad de los 80. Pero hubo resistencia, tanto
desde algunos partidos políticos como desde distintos sectores sociales. De
modo que sus promotores debieron esperar al año 2006 para conseguir que se
aprobara una ley como la 26.150 de ESI. De no haber existido esos
"katejones", tendríamos ESI desde 1987 por lo menos. Dígase lo mismo
del "retraso" que sufrieron otros proyectos como los de salud
reproductiva, "matrimonio" igualitario, legalización del aborto, etc.
-Una tentación
habitual de la derecha es confiar en la imitación de la izquierda para obtener
un éxito semejante. ¿Alcanza con eso, o incluso con una alianza, para hacer
frente a una fuerza que es global, que opera desde diferentes partidos,
organismos supranacionales y ONGs, y que cuenta con dinero, medios de
comunicación, intelectuales, docencia, justicia?
-No alcanza. Si vamos
al problema de fondo, hay que recordar con Don Juan Donoso Cortés que detrás de
toda cuestión política hay siempre una cuestión religiosa. Y si bien hay muchas
cuestiones políticas de carácter opinable y/o prudencial, la raíz de nuestros
problemas actuales se encuentra en los errores de la Modernidad
"ideológica" (cuyos hitos fueron en lo religioso la Reforma
Protestante de 1517; en lo político las revoluciones liberales de 1688 en Gran
Bretaña, 1776 en los EE.UU y 1789 en Francia, a las cuales no fue ajena la
fundación de la Masonería moderna en 1717; la Revolución Soviética de 1917 y el
Nuevo Orden Mundial en 1989; y en lo cultural, el inmanentismo subjetivista de
toda o casi toda la Filosofía moderna, a partir del nominalismo del siglo XIV
hasta llegar al escepticismo e irracionalismo posmodernos). Si el origen de los
problemas es tan antiguo (¡ocho siglos!); si no se han podido separar los
errores ideológicos modernos de ciertas realidades de la Modernidad
"cronológica" buenas o indiferentes en sí mismas; y si además esos
errores se han expandido hacia adentro de la Iglesia Católica, pues entonces es
clarísimo que no alcanza con una alianza político-cultural y menos con una de
naturaleza electoral. La contrarrevolución cultural y espiritual deberá ser siempre
lo primero, y eso empieza por uno mismo. Luego está la familia, el municipio,
el oficio o la profesión, el mundo de la educación y la cultura. Sólo quien
tenga esto claro, entonces sí podrá ver con qué objetivos, medios y condiciones
conviene o no fomentar una alianza política.
SUSTENTO
-En su libro usted
afirma que la sociedad es más conservadora que sus dirigentes, pero reconoce
también que en las últimas décadas esa sociedad sufrió un proceso de erosión,
masificación o lumpenización. ¿Qué sustento tendría entonces un acuerdo entre
fuerzas políticas como el que usted imagina? ¿Puede confiarse en que los
representados quieran realmente eso que se supone en ellos?
-Es una buena
pregunta. Y está claro que muchas de las cuestiones que hemos abordado hasta
aquí, al hombre común le importan poco. Pero tampoco es que apoyen de modo
militante la agenda progresista. En tal sentido y aunque con carencias cada vez
mayores, hay que decir que gran parte de la sociedad conserva aún una buena
dosis de sentido común. El ciudadano corriente lo que reclama es un orden
económico que le permita tener un trabajo digno, poder satisfacer sus
necesidades fundamentales y las de su familia, y ahorrar; exige seguridad para
que estén mejor protegidos la vida, la integridad física, las sanas libertades
y la propiedad; reclama que los malos sean sancionados y los buenos, premiados;
y podríamos seguir. Es a ese ciudadano corriente al que hay que ofrecerle
alternativas que brinden soluciones concretas a problemas concretos. Si eso se
logra, es probable que jamás se le ocurra votar por los que levantan las
banderas del lenguaje inclusivo, el cambio climático, los llamados
"delitos de lesa humanidad", etc. Pero por lo mismo es que parte de
la batalla cultural debe apuntar a que no se pierda dicho sentido común y a que
se vaya recuperando lo que por el momento ha sido sepultado por "lo
políticamente correcto".
LAICIDAD
-Si el fondo de la
crisis argentina es religioso, pero las fuerzas candidatas a ese acuerdo
difieren en la confesionalidad o laicidad, ¿un acuerdo de mínimos no
condicionaría la suerte de grandes preocupaciones sobre el país, como su
identidad misma o su destino, ya en grave entredicho? ¿La laicidad -en su
versión intolerante o moderada- no busca impedir que la fe impregne la
política?
-Es imposible
cualquier tipo de alianza sin un marco axiológico común. De allí mi insistencia
en que el marco axiológico común de la Nueva Derecha debe ser la Doctrina
Social de la Iglesia, cuyos principios y medios de carácter moral son
compartidos por muchos no católicos. Aclarado lo anterior, hay que recordar que
para un católico ortodoxo sigue vigente que el ideal de máxima es el Estado
Católico (no confundir con Estado clerical, integrista, fundamentalista, etc.),
respetando la libertad civil en materia religiosa que la prudencia indique en
cada caso respecto de los cultos no católicos. Hoy parece poco probable la
restauración en plenitud de este ideal, aunque haya que seguir estudiando el
tema, defendiéndolo y dando razones de su necesidad. Lo que sigue siendo
posible en cambio (y en esto coinciden tradicionalistas y
liberal-conservadores) es en defender lo que tenemos y usarlo en un sentido
realmente operativo, no meramente retórico.
No es lo mismo
laicismo (separación hostil entre lo religioso y lo político) que laicidad o
sana laicidad (distinción sin separación entre lo religioso y lo político).
Aunque hay matices, los liberal-conservadores en la Argentina suelen defender
que se mencione a Dios como fuente de toda razón y justicia, que exista una
unión moral entre la Iglesia y el Estado, que la ley positiva se subordine a la
Ley Natural, que la Fe no quede reducida al ámbito privado, etc. Los
tradicionalistas pretendemos más y somos especialmente críticos con posturas
como las de Maritain o John C. Murray. Pero dadas las circunstancias actuales,
donde lo que se fomenta es un laicismo radicalizado y una clara cristianofobia,
podemos y debemos promover ese mínimo común denominador que compartimos con los
liberal-conservadores, sin por eso renunciar al ideal de máxima que es la
Cristiandad: la mención a Dios en el Preámbulo de la Constitución, la
confesionalidad implícita del art. 2, el reconocimiento de derechos naturales
de las personas y de los pueblos no sujetos a los cambios de mayorías
circunstanciales, el carácter de persona jurídica de derecho público de la
Iglesia Católica y la sana libertad religiosa. Una acción conjunta en tal
sentido permitiría recobrar espacios en los que la Fe católica es más necesaria
que nunca (la sanción de las leyes, la educación, los medios de comunicación,
etc.), impidiendo que siga avanzando el secularismo que usted bien denuncia y
salvaguardando la Fe fundante de nuestra cultura, que no es otra que la
católica heredada de España.
Indulgentes y
puristas
Frente a la
propuesta de Fernando Romero Moreno, cuesta imaginar que conservadores o
liberales clásicos tengan objeciones para celebrar un acuerdo "de
mínimos" con otras fuerzas políticas, y sin embargo no cuesta ver las
divergencias que ya se manifestaron entre los católicos más conscientes de su
fe, divididos entre favorables a tal alianza y "puristas". A estos
parece estar dirigido en especial su libro, donde abundan las citas de los
santos padres y de autores como Meinvielle, Castellani y otros. Pero Romero
Moreno aclara que "resistencias hay en todos lados".
"Hay
liberales clásicos tan individualistas que difícilmente estén dispuestos a
realizar una alianza con otros sectores que, para ellos, son simplemente
socialistas", aclara.
"Además, esta
clase de liberales suele tener una mentalidad economicista, lo que les impide
ver el verdadero trasfondo de la llamada batalla cultural. En tal sentido, ese
liberalismo es más parte del problema que de la solución", dice.
"En cuanto a
los nacionalistas y tradicionalistas de corte "purista", hay que
distinguir", señala.
"Algunos
están en desacuerdo con este tipo de alianzas, pero las respetan. No son
"puristas" sino personas que piensan y ven con malos ojos el fenómeno
de la Nueva Derecha. Es un análisis que tiene fundamento y, aunque yo no lo
comparta, me parece sano que exista. Es totalmente respetable", concede.
Distinto es, para
el profesor, el caso del "purismo", al que prefiere denominar
"puritanismo político". En ese caso, cree que su postura
"responde a una mentalidad que no suele distinguir entre lo verdadero y lo
opinable, lo normativo y lo prudencial, y a la cual le cuesta mucho aplicar a
la política los principios de la moral clásica, como la distinción entre
cooperación material y formal respecto del mal, las acciones de doble efecto,
lo intrínsecamente malo, etc."
"No se trata
de malas personas, al contrario -aclara-. Son patriotas y honestos, además de
cultísimos en no pocos casos. Pero padecen una cierta
"ideologización" tanto de la Fe católica como del tradicionalismo
político. Su influencia, sin embargo, es cada vez menor en este punto",
considera.
A.D.B.