como ciudadano y como político
Javier Úbeda
Ibáñez
Iglesia en Aragón,
18 abril, 2022
El católico, como
todo ciudadano, tiene una responsabilidad social. Es cierto que en la política
hay mucha corrupción y que algunos grupos cristianos se han descarriado al
abandonar la fe en favor de un mesianismo político. Pero la solución a estos
errores no es desentenderse de la política sino servirse de ella para el bien a
la luz del Evangelio.
Ningún político,
ningún partido, es El Camino, La Verdad y La Vida. Pero todos están llamados a
ser instrumentos.
Los católicos
debemos participar en la política como ciudadanos responsables, por el bien de
todos. La solución a la corrupción no es abandonar la política sino participar
en ella con principios cristianos. Jesús nos dijo que somos sal y luz del
mundo. Esto se debe aplicar primero a nuestra vida, pero si esta es auténtica,
se manifiesta también en la política. La sal preserva de la corrupción, la luz
permite que se vea la verdad.
Es necesario
formarse en la fe y la doctrina social de la Iglesia para discernir sin dejarse
seducir por las pasiones y las mentiras que se presentan en las campañas
electorales (Cf. Gaudium es spes, 43). Es sorprendente cómo la propaganda de
los medios engaña a la gente, cómo creemos las cosas solo porque se repiten.
Debemos examinar objetivamente cómo los candidatos han actuado en el pasado.
Hay una jerarquía
de valores. El valor principal es el respeto a la vida humana. Si un candidato
favorece el aborto o la eutanasia, no respeta al ser humano, no se debe votar
por él, aunque en otros aspectos parezca bueno. Los derechos humanos forman
parte de la ley natural, la cual es accesible a la razón cuando se busca con
sincero corazón. Toda autoridad legítima procede de Dios y debe someterse
totalmente a Dios. Cuidado que no sea solo de palabra, sino que en efecto
demuestre coherencia con la moral.
Ningún gobierno,
partido o político se puede confundir con el Reino de Dios. Todos deben
someterse a Dios de manera que reciban de Él la luz y la gracia necesarias para
ejercer su misión.
Toda autoridad
legítima procede de Dios y debe someterse totalmente a Dios.
Los gobernantes,
como todo ciudadano, están sujetos a las leyes de la moral. Estas leyes son
parte de la ley natural, son accesibles a la razón cuando se buscan con sincero
corazón.
Cuidado con los
mesianismos políticos, que se presentan como salvadores de la humanidad.
«Ningún partido representa a la Iglesia y los católicos pueden militar o dar su
voto libremente al partido o al candidato que mejor responda a sus convicciones
personales, con tal de que sean compatibles con la ley moral natural y que
sirvan sinceramente al bien común de la sociedad. Nuestra misión, en cambio, ha
de ser la de orientar con los principios éticos de la doctrina social cristiana
sobre los derechos y deberes políticos de los fieles laicos, ayudando a formar
una conciencia social».
Evitar:
1- Apasionarse o
preferir la afiliación política por encima de la razón y la moral.
2- Un concepto
teocrático de la política. Cardinal Ratzinger: «La justa profanidad de la
política excluye la teocracia».
La doctrina social
de la Iglesia expone las obligaciones de los gobernantes y de los ciudadanos de
promover y defender todos los derechos humanos (el más fundamental es el
derecho a la vida) y buscar el bienestar de todos. Que nadie esté por encima de
la ley y nadie fuera de su amparo.
A los políticos
católicos hay que recordarles el deber moral que tienen en su actuación
pública, especialmente a los legisladores, de mantenerse fieles a la doctrina
del evangelio, conservando su compromiso claro con la fe católica y no apoyando
leyes contrarias a los principios morales y éticos como son los que atentan
contra el derecho a la vida o en contra de las instituciones de la familia y el
matrimonio. Solo la adhesión a convicciones éticas profundas y una actuación coherente
pueden garantizar una acción pública, honesta y desinteresada, de los
legisladores y gobernantes.
Todo aquel que ha
proclamado que quiere prestar un servicio, un servicio a nuestra patria en
funciones muy diversas, tiene que mostrar en la práctica que, en realidad, ha
llegado a ese puesto para servir y no para servirse, no para enriquecerse; sino
para dar lo mejor que tiene en favor del pueblo que tanto lo necesita.
«El criterio
fundamental para configurar la propia conciencia es la obligación de evitar el
mal y de favorecer el bien. En temas que afectan a la vida y los derechos de la
persona, el criterio básico es el de aceptar y favorecer lo que esté conforme
con la ley natural, según una valoración moral apoyada en la misma naturaleza
humana que favorece el desarrollo de las potencialidades humanas de acuerdo con
el bien de la persona, en verdad y justicia. Según este criterio difícilmente
discutible, los católicos tenemos claro que no podemos apoyar programas o
proyectos políticos que amenazan el derecho a la vida de los seres humanos
desde su concepción hasta la muerte natural, alteran esencialmente la
concepción del matrimonio desprotegiendo la realidad de la familia, debilitan
las bases de la convivencia. En el caso, nada infrecuente, de que ninguna
opción política satisfaga las exigencias morales de nuestra conciencia, la
recta conciencia nos induce a votar aquella alternativa que nos parezca menos
contraria a la ley natural, más apta para proteger los derechos de la persona y
de la familia, más adecuada para favorecer la estabilidad social y la
convivencia, y mejor dispuesta para respetar la ley moral en sus actividades
legislativas, judiciales y administrativas.
»Para votar
responsablemente, es preciso anteponer los criterios morales a las cuestiones y
preferencias opinables y contingentes de orden estrictamente político. Habrá
cuestiones secundarias que tengamos que dejar en un segundo plano para atender
en primer lugar a los aspectos y consecuencias de orden moral de nuestro voto.
Esto ocurre siempre que las propuestas de los partidos desbordan sus legítimas
competencias y afectan a cuestiones de orden moral que tienen que estar por
encima de los avatares políticos» (Monseñor Fernando Sebastián Aguilar).
Examinar la
verdad. Se deben estudiar las propuestas antes de apoyarlas. Hablar es fácil,
obrar en la verdad cuesta la vida. Hay que buscar la verdad con la mayor
objetividad posible. Más que basarse en lo que dicen los políticos, hay que
analizar lo que han hecho para ver si son coherentes, íntegros y honestos. El
malvado siempre disfraza sus intenciones con argumentos hermosos.
Evitar la
demagogia. Los políticos saben qué teclas tocar para encender las emociones,
muchas veces irresponsablemente. Cuidado con la manipulación de los sentimientos
hacia la patria, la raza, el sufrimiento de los pobres, la libertad, etc. Con
frecuencia se crea un mito en torno a un político o se destruye su reputación,
basado en la repetición de falacias. El cristiano no se debe llevar por las
emociones ni por la fiebre que incita a las masas. No debe dejarse engañar por
promesas. La prosperidad de los pueblos requiere un largo proceso de
construcción y fortalecimiento de un sistema de gobierno, de educación, de
trabajo, etc., bajo un estado de derecho que proteja justamente a todos los
ciudadanos. Esto no se consigue con la demagogia. Hay que estar preparado para
tomar opciones que no sean populares pero que sean justas. Recordemos cómo
Jesucristo fue condenado por las masas porque matarlo «era conveniente».
El fin no
justifica los medios. Nunca será aceptable utilizar un medio en sí mismo
perverso para lograr un bien. Por eso debemos condenar, por ejemplo, el
terrorismo, el aborto, el secuestro, la mentira y la difamación.
Ordenar las
prioridades. El bien común de la nación debe estar por encima de intereses
personales. Al mismo tiempo no se deben violar los derechos naturales de
ninguna persona. No se debe votar por quien viola la ley natural, aunque por
otra parte tenga buenas propuestas. Un católico no debe votar por candidatos
que favorecen la inmoralidad, tal como es, por ejemplo, el aborto. En casos,
como ocurre con frecuencia, en que todos los candidatos carecen de una clara
posición moral que cubra todos los campos, el votante debe decidirse por el que
al menos promueva los valores fundamentales.
Obligación de
participar en la política. En una democracia los gobernantes son elegidos por
el voto popular. Por eso todo ciudadano tiene la responsabilidad de votar
habiendo seriamente estudiado los temas y conocido la posición de los
candidatos. Un católico no puede eludir su responsabilidad civil ya que eso
sería cederle el paso al mal. El hecho de que haya mucha corrupción en la
política no exonera al cristiano de su responsabilidad. Más bien le debe retar
a trabajar por un mundo mejor. El que no vota o vota sin atención a las leyes
de Dios es culpable de los resultantes males. «Los fieles laicos de ningún modo
pueden abdicar de la participación en la política» (Vaticano II, Ch L 42).
Los obispos de
Estados Unidos declararon en 1995: «En la tradición católica, la ciudadanía es
una virtud y la participación en el proceso político es una obligación»
(Documento «Political Responsibility»).
La libertad
La libertad es un
don que conlleva una gran responsabilidad. Como católicos estamos comprometidos
a ejercer nuestra libertad siempre para hacer el bien y nunca para violar los
derechos ajenos.
«Hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29).
No ceder en
cuestión de principios; tened las puertas abiertas pues la democracia significa
colaborar.
En 1946, Pío XII
dijo a un grupo de jóvenes que comenzaban en la política, entre ellos el que
luego fue gran estadista italiano, Alcides De Gásperi: «Id al Parlamento para
servir; no cedáis en cuestión de principios; tened las puertas abiertas pues la
democracia significa colaborar; no penséis en vuestros intereses particulares,
sino en los de la comunidad. Id al Parlamento con espíritu ágil: capaz de subir
escalones si os piden desempeñar puestos de responsabilidad, pero también de
bajar con elegancia y humildad cantando alabanzas al Señor… sin romperos el
“fémur espiritual” que es una de las fracturas más peligrosas», con mayor razón
si se trata de cuestiones referidas a la defensa de la verdad y de la libertad
de conciencia.
Respetar a la
persona humana, especialmente a los más débiles e indefensos. En su visita a
Estados Unidos en 1987, Juan Pablo II retó a los Estados Unidos a vivir
completamente los nobles preceptos de su Constitución respetando la dignidad de
todo ser humano:
«Por esta razón,
América, tu más profunda identidad y verdadero carácter como nación se revela
en la postura que tomes como nación hacia la persona humana. La prueba máxima
de tu grandeza está en la forma que trates a cada ser humano, pero
especialmente a los más débiles y más indefensos» (Juan Pablo II en Estados
Unidos, 1987).
Algunos dicen que
no se debe votar basándose en un solo tema. Aunque es cierto que se deben
considerar los diferentes temas que afectan a la nación, hay temas que son más
importantes que otros y en los que se fundamentan los demás. Hay algunas
posiciones políticas que por sí solas son tan graves que deberían ser
suficientes para no votar por el candidato que las sostenga. Por ejemplo: no
podemos votar en buena conciencia por un candidato que promueva la «limpieza
étnica», aunque tuviese un gran plan para la economía. Por esta razón un
católico no debe votar por un candidato que promueva el aborto, la eutanasia…
No todo depende de
una votación. La democracia no se construye solo a base de votos, sino que es
una acción comprometida de todos los días con la comunidad. Construir justicia
y solidaridad, afrontar y resolver los problemas económicos y sociales, avanzar
en madurez política, no es asunto exclusivo de los elegidos para gobernar y
legislar, sino que es un asunto que nos compete a todos.
No hay democracia
verdadera y estable sin participación ciudadana y justicia social.
La actividad
democrática se ha reducido a la mera participación en los procesos electorales.
Necesitamos un horizonte cultural capaz de hacer germinar y de suscitar el
renacimiento de la vida política. Esto no será posible sin una responsable
participación ciudadana. El sistema político democrático exige el protagonismo
de los ciudadanos en la vida pública; por eso los cristianos tienen que
participar activamente en ella, pues no basta tener fe y querer hacer el bien,
es necesario además dar vida a las instituciones de la vida pública y actuar
con eficacia dentro de ellas. Es conveniente promover el crecimiento de la
sociedad civil en el nivel local, lo que supone desarrollar el sentido de
pertenencia a la comunidad, el compromiso, la generosidad, el sentido moral y
el interés por los asuntos públicos. La vertebración ciudadana favorecerá que
nuestra democracia, además de representativa, sea participativa.
Si solo dominan
los criterios materialistas, la razón se quedaría ciega ante los valores
morales que se quedarían únicamente en la esfera del sujeto. «Una mutilación
así destruye la política y la convierte en mero instrumento condicionado por el
más fuerte», en donde queda excluida la moral.
Al mismo tiempo,
los políticos creyentes pueden iluminar la discusión política con su
comportamiento, testimoniando la fe como presencia real, contribuyendo de este
modo con la razón en el gobierno de todo acto político.
Si el cristiano
debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales» también está
llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo
moral, nociva para la misma vida democrática, pues esta tiene necesidad de
fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su
naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son «negociables».