del libro de Javier Milei
POR DARDO GASPARRÉ
La Prensa, 25.05.2024
La presentación
del licenciado Javier Milei en el Luna Park no se trató de un acto de gobierno.
No corresponde entonces analizar su entrega como una acción presidencial.
Tampoco fue un
recital rockero, como pareció por momentos y amaron creer otros, que de todos
modos este columnista no estaría en capacidad de comentar.
Ni tampoco fue un
acto político, porque declaradamente no estaba organizado formalmente por un
partido ni tenía características partidarias. Fue entonces simplemente la
presentación de un libro, y así se debe analizar, que es lo que hará esta
columna.
El libro
presentado, Capitalismo, Socialismo y la trampa neoclásica (©2024 Grupo Planeta
S.A.I.C.) consiste en la reproducción de algunos discursos del autor, que se
intenta hilvanar con una narración de su conversión a la Escuela Austríaca de
economía, y dentro de ella a una excepcionalidad como el libertarismo o
anarcocapitalismo representado por Murray Rothbard, un economista que no
representa la línea principal y fundamental de esa escuela de pensamiento.
Luego se
desarrolla un análisis sobre las diferentes concepciones económicas y sus
contrasentidos, según la teoría del economista, que tiende a adjudicar a
Rothbard teorías y concepciones que pertenecen más bien al amplio aporte de la
llamada Escuela Austríaca.
Una suerte de
revelación
Milei reitera lo
que ha explicado en varias oportunidades: su conversión a esa escuela, (no se
puede precisar si se refiere a la concepción austríaca o al anarcocapitalismo,
que son diferentes conceptos) se produce como una suerte de revelación, como la
que iluminara a San Pablo en su caída en el camino a Damasco. Hay alguna
diferencia temporal entre sus afirmaciones previas de que ello ocurrió hace dos
o tres años y su confesión en el texto de que ese hecho se produjo en
2007. De todos modos, se trata de un
buen recurso para anular el pasado, como sostenía Borges sobre el efecto de la
Confesión en el cristianismo.
Es posible, como
en toda opinión, acordar con el tratadista en ciertos puntos, como el fatal
efecto de Keynes y sobre todo de sus seguidores que culminan en cierto modo con
la llamada escuela neoclásica -uno de cuyos baluartes es la Teoría Monetaria
Moderna, una sandez sin pies ni cabeza- con efectos nefastos desde la
posguerra, que culminó en vida del matemático británico con el default del
Reino Unido, del que Argentina fuera una de las principales víctimas, y que en
la actualidad ha saturado al mundo de falsa moneda, con efectos impredecibles
que aún se intentan ocultar, ¿tal vez con una guerra global?
Bienvenido
entonces su abandono del keynesianismo, que, como bien dice Milei, es hoy una
herramienta del progresismo neomarxista. Algo más difícil de entender es la
inclusión de Bernanke como figura tras la depresión de 1929, seguramente en un
párrafo confuso de la obra.
Tampoco es posible
respaldar su afirmación de que Malthus “era abortero”, tal vez un exceso
dialéctico que exagera lo volcado en su libro en aras de defender alguna
posición política al respecto. Malthus sostenía que mientras la población
crecía exponencial o geométricamente, la producción de alimentos crecía
matemáticamente, lo que presagiaba una hambruna generalizada.
El clérigo,
economista y académico proponía como solución algún sistema de control de
natalidad, pero que apenas se limitaba a retrasar la edad de contraer
matrimonio, un criterio casi inocente si se propusiera hoy. NI siquiera llegó a
imaginar la aplicación del sistema de Ogino-Knaus, aprobado por la Iglesia
Católica hace varias décadas. El aborto como práctica inducida no era una
opción en el siglo XVIII. Ni el preservativo siquiera. Lo de “abortero” es una licencia poética, sin duda.
El autor
desperdicia, en cambio una reflexión posible sobre la teoría malthusiana: si
bien el enunciado sostenía que se produciría una fatal escasez de alimentos
(desvirtuada y solucionada por los avances de la tecnología agrícola que tanto
desprecian la agenda 2030 sociocomunista y el iluminismo de Soros y Gates) hoy existen otras escaseces que amenazan a la
población creciente, entre ellas la escasez de trabajo, un mal que aparece como
insoluble y que empeora con la tecnología, paradojalmente. Malthus se equivocó
sólo en uno de los postulados de su predicción.
Ecuaciones
infalibles
Pese a su
profesión de fe de la Escuela Austríaca, Milei muestra una cierta preferencia
por las ecuaciones y las fórmulas matemáticas y modelos. Justamente una
herramienta utilizada por los seguidores de Karl Menger sólo para representar
de un modo conciso el comportamiento de los factores. A diferencia de la economía matematicista,
finalmente neoclásica, (recuérdense las ecuaciones de Keynes) que intenta más
bien predecir, adivinar el comportamiento de la población, o mediante
trasposiciones llega a conclusiones siempre fallidas. (Y que si no se cumplen
producen burócratas enojados que
intentan imponer el resultado de sus ecuaciones “infalibles” dictatorialmente,
diría Hayek)
Tal vez no dedicó
el mismo tiempo proporcional de lectura -que asegura dedicó a Rothbard - a La
Acción Humana de von Mises, que considera a la economía como una ciencia
social, y como tal inmanejable e impredecible. El concepto rescatado por el
autor sobre que el mercado es un proceso se resume mejor si se entiende que el
mercado es sencillamente el resultado de esa acción humana colectiva,
desordenada y no forzada, ejercida en libertad.
Justamente al
intentar explicar que hay monopolios buenos y monopolios malos, la obra
trastabilla en consistencia. “No hay tal cosa como fallos del mercado”
–afirma. Y luego agrega que si una
empresa que fabrica celulares los hace tan buenos y baratos que desplaza y hace
quebrar a toda su competencia, eso es bueno para el consumidor. Mientras que si
es el Estado el que garantiza el monopolio, es siempre malo. Para luego
concluir –con razón– que cuando el Estado mete la mano para resolver los
“fallos de mercado” crea problemas mayores que los existentes.
También aquí el trabajo
pierde alguna oportunidad de explicar mejor algunos conceptos. El mercado no es un fenómeno instantáneo. Si
un fabricante de celulares logra crear uno mejor y más barato, para seguir con
el ejemplo, seguramente quebrará a toda
su competencia. Y eso es bueno para el consumidor. Pero si luego ese fabricante
aprovechando que ha quedado como único
vendedor aumenta sus precios para abusar
del consumidor, otros interesados saldrán a competirle tentados por el precio.
Y eso los hará tender a vender al costo marginal, teoría central de la oferta y
demanda.
Pero tal cosa no
ocurrirá instantáneamente, como en un partido de truco, para usar las analogías
coloquiales a las que apela el escritor. Entonces la sociedad ansiosa de
soluciones exprés milagrosas esperará que el Estado resuelva el bache, y los
políticos complacientes lo intentarán hacer, con los resultados catastróficos
conocidos. Y lo que no cubre ese planteo teórico del expositor, es el caso de
alguien que baja el precio deliberadamente para hacer quebrar a sus
competidores y cuando ello ocurre, sube el precio al ser el único oferente del
mercado. Dumping, que le dicen. Eso es un delito legal, y un delito en cuanto
rompe la competencia. Lo mismo que el cartel de precios. Y la competencia, que no se menciona
protagónicamente, es la base y el alma de la mano invisible, del mercado, de la
economía austríaca, del bienestar y de la movilidad social.
Siempre malos
En cuanto a los
monopolios estatales, empezando por los consagrados por ser ese monstruo que se
llama “empresa del Estado” o “Sociedad Anónima del Estado”, son siempre malos,
como todos sus derivados. Desde las licitaciones amañadas de la causa de los
Cuadernos, donde hay un semicírculo rojo, a las concesiones que otorgan esos
entes, que son también monopólicas (ver Vaca Muerta o Cerro Dragón, o los casos
de los dos monopolios de Tierra del Fuego y similares, otorgados por el Estado,
como dice Milei, o el escandaloso monopolio
Clarín-Telecom-Fibertel-Arnet-Cablevisión-Flow-Personal, todos intocables.
Tal vez debería
hacerse llegar una copia de este capítulo del libro al presidente de la Nación,
para que incorporase estos temas a su inseparable agenda, algo que parece no
haber hecho.
El libro, dedicado
anecdóticamente a los cinco perros hijo del autor, tiene una tendencia general
hacia el name dropping, a la cita de autores que supuestamente respaldan o
justifican el contenido, aunque ello no siempre ocurre, pero que brinda un
toque de erudición. Una costumbre que suele presentarse en algunos exégetas
liberales del medio. Hay también una tendencia a mezclar libertarismo con
liberalismo, que no necesariamente responde a los conceptos ortodoxos de
filosofía política y economía, lo que es riesgoso para la prédica de la teoría
liberal, que puede tener que soportar y padecer las consecuencias de un
eventual fallido intento libertario, sea lo que fuere que el término
significase.
La presentación,
en la que se repitieron a veces textualmente párrafos de la obra, salpicados
con algunas referencias a la actualidad, estuvo en consonancia con el estilo y
tono del trabajo, a veces demasiado coloquial.
El autor, que
declara ser especialista en crecimiento, no ha logrado enhebrar una teoría
orgánica que implique un cambio de fondo en el pensamiento económico, ni que
implique una propuesta de acción orgánica para lograr el giro de 180 grados que
reclama para el país. Esto no es irrelevante si se repara en el subtítulo del
libro: de la teoría económica a la acción política.