POR BERNARDINO
MONTEJANO
La Prensa,
05.05.2024
El sacerdote debe
ser pontífice, es decir constructor de puentes que unan al hombre con Dios. Por
eso, pertenece al ámbito de lo sagrado y debe distinguirse del cristiano común.
Debe ocuparse de
hacer presente a Dios en la ciudad de los hombres, la cual, sin sacerdocio, sin
oración, sin templo, es inhumana.
Acerca del tema es
recomendable el libro de Jean Danielou, Oración y política, donde escribe que
“la religión en cuanto tal, forma parte del bien común temporal; no se refiere
solo a la vida futura, sino que es elemento constitutivo de la vida presente.
Tal como la dimensión religiosa forma parte esencial de la naturaleza humana…
por eso, tanto el ateísmo de Estado, que ahoga la vida religiosa, como el
laicismo que la ignora, son contrarios al derecho natural”.
¿Al sacerdote, las
cuestiones políticas le deben ser ajenas? Sí, entendidas como praxis política;
no como pensamiento y doctrina política.
DOS FIGURAS
Durante el siglo
XX los argentinos tuvimos dos egregias figuras sacerdotales: Leonardo
Castellani y Julio Meinvielle, aunque un par de inimputables sin autoridad, los
excluyeron de las grandes figuras católicas del siglo XX y para sustituirlos
por dos buenos sacerdotes, casi desconocidos.
Lo que está vedado
a los sacerdotes, excepto en algún caso puntual y extraordinario es la praxis
política; por eso se equivocó Castellani cuando fue candidato a diputado y
también Meinvielle cuando incursionaba en política práctica, a partir de
grotescas informaciones del cocinero del bar Otto. Pero estas fueron pequeñas
manchas que no empañan el gran trabajo doctrinario de ambos, más espontáneo y
desordenado, pero no menos profundo el de Castellani, más ordenado y sistemático
el de Meinvielle.
Años ya pasaron de
sus fallecimientos, primero el de Meinvielle, víctima de un accidente, cuando
estaba en su mejor momento, años después el de Castellani, que vivió hasta el
final su sacrificado sacerdocio, pero hoy ambos están vigentes y no solo en la
Argentina.
Los discípulos de
Meinvielle se han multiplicado y hoy su pensamiento es conocido en los lugares
más remotos del planeta gracias al Instituto del Verbo Encarnado; aquí, en
Buenos Aires, lleva su nombre la biblioteca del Instituto de Filosofía Práctica
que donara a través de su fundador Guido Soaje Ramos. El año pasado desbordaron
las instalaciones del mismo, cuando se le rindió homenaje con una Misa, con un
coro magnífico y los recuerdos de dos de sus discípulos, el arzobispo Héctor
Aguer y el Dr. Augusto Padilla.
El padre
Castellani es famoso hoy en la Europa decadente, continuamente citado y
estudiado para combatir los males que la aquejan. Pero, también entre nosotros
con repetidos estudios e investigaciones acerca de su pensamiento que
constituye una cantera de la cual se puede extraer mucho y bueno.
LA CONFUSION
Queremos
contraponer estas figuras con la de un arzobispo que trata de seguir presente
aquí, por lo menos en un sentido aviso fúnebre, publicado por ese eslabón muy
lucrativo en la cadena funeraria que es La Nación diario, con motivo del
fallecimiento reciente de un ex embajador en el Vaticano.
Ese sacerdote que
comenzó su actuación pública en la Cruzada Sacerdotal Argentina contra el
tercermundismo y ahora aboga a favor de la aplicación de la doctrina social de
la Iglesia en una China comunista que persigue a los verdaderos católicos y
trata de construir una falsa iglesia al servicio del régimen, hace tiempo que
comenzó a confundir, a mezclar lo religioso con la praxis política.
En noviembre de
2016, la Revista Cabildo publicó un artículo del Dr. Miguel De Lorenzo titulado
“El Arzobispo que enturbió las aguas”, dedicado al mandadero papal Marcelo
Sánchez Sorondo.
El articulista
escribe que “nadie ignora el papel central del Papa, no tanto en la
evangelización (de eso se ocupaban los papas de antes) sino en darle forma a lo
que sería un movimiento peronista, populista, izquierdoso, nacional y
ecuménico, no con el fin de edificar un país mejor, sino de perturbar hasta lo
indecible, por cualquier medio, al actual gobierno”, que era el de Macri.
“Y Sánchez Sorondo
fue a la C.G.T. a discutir con los sindicalistas muy ricos el problema de sus
representados; o sea, los muy pobres… y hablaron de la pobreza y de la
igualdad. Es cierto, nunca hubo nada más desigual que la riqueza de estos
sindicalistas sacada del bolsillo de los verdaderos trabajadores y la pobreza
de los que dicen representar”.
“Cerró el
encuentro el filósofo Sánchez Sorondo con una exhortación que se las trae: los
hermanos sean unidos porque sino se los comen los de afuera: esta unión que
están pidiendo es fundamental para la Argentina y el mundo… ustedes los
trabajadores son los que tienen que gobernar el mundo para salvarlo”.
Según De Lorenzo
“la intensidad metafísico-política de la propuesta habla ´por sí misma”.
Reconoce la influencia del futbolista Maradona, de la demagogia de Bergoglio y
de la sutileza del piquetero D’Elía. Concluye el articulista: “Se ve que el
arzobispo Sánchez Sorondo abreva en las altas fuentes del saber”.
El pensamiento y
la personalidad de Meinvielle y Castellani desafían la erosión del tiempo. Ese
tiempo que con seguridad borrará la memoria de quien sucumbió a las tentaciones
de la politiquería, olvidando su misión de pontífice.