Un deber sagrado
Por Gerardo
Palacios Hardy (*)
La Prensa,
02.05.2024
“Que un país como
la Argentina, octavo en extensión en el planeta, con todos los recursos
naturales imaginables, una población razonablemente bien educada, sin
conflictos raciales ni religiosos, con la experiencia de integración cultural y
social más exitosa del mundo moderno, con figuras presentes en el top ten de
casi cualquier actividad o disciplina conocida, con el temple decidido,
aguerrido y patriótico que demostró en Malvinas, que un país con estas
características no haya podido levantar cabeza desde hace casi cien años es un
enigma para propios y ajenos. Hemos tratado de explicar ese estancamiento a
partir de contradicciones reales o imaginarias supuestamente no resueltas, sean
ideológicas, sociales e incluso geográficas; hemos hablado de la falta de un
proyecto nacional, hemos hablado de la degradación de la representación
política, hemos hablado de la corrupción, del populismo, del clientelismo,
hemos hablado de todo…”, escribió Santiago González en ‘La traición’,
(gauchomalo.com.ar).
“La República
Argentina no es una nación, sino un problema”, dijo L. Castellani en ‘Esencia
del liberalismo’.
LOS INTERROGANTES
Pensar la Argentina significa hoy dar respuesta a los
tácitos interrogantes que plantean las citas que van como epígrafes de este
documento. Esa respuesta no puede ni debe ser ideológica. Debe imperar, por el
contrario, el más completo realismo y, por otra parte, la convicción de que la
verdad existe y es posible encontrarla, así como también lo es saber distinguir
entre lo bueno y lo malo.
Tampoco parece que
pueda darse desde una sola perspectiva; por ejemplo, la economía, designando al
pésimo manejo que se hizo de aquella el carácter de única causa de nuestro
fracaso o decadencia.
Pensar seriamente
la Argentina exige varios y diversos abordajes. Algunos serán más y otros menos
importantes. Algunos serán insoslayables; por ejemplo, la gravísima cuestión
del Estado, pero no sólo como pura disquisición de filosofía o ciencia política
–aunque la incluya- sino como análisis muy concreto y fundado del artefacto o
instrumento que con ese nombre hemos armado con la intención original de
construir, desarrollar y conducir a la nación que somos a su destino de grandeza.
Esta cuestión –la
del Estado- es principal. Pero no es la única de esa categoría. Porque otras
son, en palabras de Ratzinger, las convicciones morales, las mismas que, si no
las hay, harán imposible que se pueda contar con instituciones fuertes y
capaces de durar, de permanecer. Es lo que se denomina el ethos de las
naciones, de los pueblos, que es el compendio de su tradición, de su espíritu,
“es la sustancia del espacio prepolítico en cuya superficie se instala el orden
político para cuidar de él, para custodiar la manera de vivir” (Michael
Oakeshott).
Llegar al ethos,
poder verbalizarlo, reconocer su contenido pétreo, asumirlo como aquello que
nos constituye y que nos da esencialidad, cuyos enunciados no son discutibles,
en los cuales hay consenso de los ciudadanos, debiera ser la base, el
fundamento sobre el cual reconstruir la Argentina. El ethos se pierde cuando la nación se niega a ser ella misma, al
renunciar las élites a su tradición, a su espíritu, a su alma, a su función de
ejemplaridad, a su liderazgo; cuando los arquetipos son bastardeados, los
héroes y patriotas no son reconocidos o se los enfrenta entre sí, el facilismo
y la mediocridad son preferidos al esfuerzo y al mérito, el vicio atrae más que
la virtud.
Esto obliga a
pensar en el ethos de la Argentina: ¿lo tenemos? ¿cómo es? ¿es uno? ¿puede que
lo hayamos perdido? ¿podemos recuperarlo? ¿cómo?
El dinero y el
mercado, el lucro y el trabajo, son cosas legítimas y necesarias. Pero no son
esenciales. Por eso es necesario que tengan un lugar y por eso también es
preciso que no se conviertan en causa y razón de la vida humana.
En otras palabras:
las cosas humanas, y por tanto las que hacen a la organización social y
política, requieren del orden. Pensar la Argentina obliga a preguntarse si
nuestra patria está asentada sobre un cierto orden. Ethos y orden, orden y ethos: dos grandes temas para pensarlos de
frente a la Argentina.
GRANDES PROBLEMAS
NACIONALES
A partir de estas
cuestiones principales y su cabal comprensión, puede avanzarse en la
identificación de los grandes problemas nacionales. Entre ellos –la lista es
enorme- cabe mencionar: la democracia en la Argentina; el régimen político, el
sistema real; qué entendemos por República; la defensa nacional, Fuerzas
Armadas y de Seguridad; la falta de crecimiento; el diseño del Estado, Su
eficacia y su costo; el desprecio por las Instituciones y las normas, la
anomia; el embrutecimiento gradual y creciente de los argentinos; la escala de
valores de los argentinos: el triunfo económico como paradigma; el hedonismo;
el relativismo extendido que socava las bases del lenguaje, de las
comunicaciones y de la ética; la crisis que vive la Iglesia.
Frente a los problemas lo primero para resolverlos es
reconocerlos e identificarlos, para luego ir a sus raíces, esto es a sus
causas. Es insensato enojarse con las consecuencias y defender lo que las
produce o genera (las causas). Por lo general esas causas son ideas equivocadas
o que se han vuelto locas como decía Chesterton.
A esto se suma que
el contexto mundial obliga al estudio en profundidad de la realidad social y
política contemporánea. La pregunta es a la luz de qué principios debe llevarse
a cabo dicho estudio. La cuestión es particularmente complicada, porque la
Argentina carece en los hechos de una política exterior digna de ese nombre.
Así, son temas de gran urgencia e importancia y que parecen no importar a nadie
entre nosotros: las guerras contemporáneas, que deben ser estudiadas, en
especial las que tenemos en los límites de Occidente; las fronteras morales que
se ven amenazadas por la revolución tecnológica; el dominio cultural foráneo,
el globalismo; la inteligencia artificial como única fuente de conocimiento,
vigencia de la verdad; las relaciones comerciales, el Mercosur, la Unión Europea,
Asia.
Estas líneas solo
pretenden ser una invitación a la reflexión. Si a partir de ella vamos dando
respuesta al título, bienvenido sea.
(*) Vocal titular
del Instituto de Filosofía Práctica (INFIP). (A la brevedad el Instituto
iniciará un curso buscando dar algunas de esas respuestas).