De lo mejor a lo peor, de San Luis a Macron
Por Bernardino
Montejano
Informador
Público, 30-5-24
La nación francesa
se encuentra hoy gobernada por lo peor: Macron es la cabeza visible, pero con
un buen número de secuaces perversos, quienes no sólo pusieron el “derecho” al
aborto en la Constitución de su país, sino que se transformaron en “apóstoles”
para su consagración en la Unión Europea.
Macron militó en
el socialismo entre 2006 y 2009 y después eligió encabezar una política
transversal que lo llevó al poder, del cual goza hoy en medio de una
impopularidad creciente, tanto que es posible que pierda las elecciones de
junio a manos de Marine Le Pen, quien tiene una visión aguada y más
políticamente correcta que la de su padre.
Macron entendemos
es hoy lo peor para Francia, tal vez un castigo divino por la infidelidad de
una nación, que en un tiempo fue conocida como la “hija primogénita de la
Iglesia”.
Pero en otros
tiempos la nación francesa tuvo otra clase de gobernantes y entre ellos, un rey
santo, San Luis, a quien queremos recordar hoy.
Nació en Poyssy en
1214 y sus padres fueron Luis VIII y Blanca de Castilla. Su mujer fue Margarita
de Provenza, con quien tuvo once hijos. Como tenía 12 años cuando fue
consagrado rey en la catedral de Reims, gobernó como regente su madre, Blanca
de Castilla (1226-1235). Ella le fue inculcando a su hijo las virtudes que
harán de él un ejemplo para sus gobernados.
No es razonable en
una nota hacer un resumen de su gran gobierno ni de sus intentos frustrados por
recuperar tierra santa para la Cristiandad, pero nos detendremos en su
testamento entregado a su hijo Felipe en vísperas de su muerte.
El mismo hoy no
aparece completo en ningún lugar de Internet y por eso queremos trascribirlo
para nuestros lectores:
“Hijo amadísimo,
lo primero que te quiero enseñar es que ames a Dios con todo tu corazón: sin
ello nadie puede salvarse.
Guárdate de hacer
algo que desagrade a Dios, es decir, el pecado mortal. Al contrario, has de
estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes de cometer un pecado
mortal.
Si Dios te envía
adversidades, sopórtalas pacientemente y da gracias a Dios. Piensa que lo
mereciste y que todo será para tu bien.
Si te concede
prosperidad, agradécelo con humildad y vigila que no sea en detrimento tuyo,
por vanagloria o cualquier otro motivo; porque los dones de Dios no han de ser
causa de que lo ofendas.
Confiésate
frecuentemente y elige un confesor prudente que sepa enseñarte lo que has de
hacer y lo que has de evitar. Y con el confesor y tus asesores te has de portar
de tal modo que se animen de corregirte en tus defectos.
Asiste de buena
gana y con devoción al culto divino, especialmente a la Misa.
Ten un corazón
dulce y compasivo hacia los pobres, los desgraciados y los afligidos; y
ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades.
Guarda las buenas
costumbres del reino y lucha contra las malas. No codicies contra tu pueblo y
no graves tu conciencia con impuestos excesivos.
Si tu corazón está
angustiado, confíate con tu confesor o con algún hombre prudente y te sentirás
aliviado.
Procura tener por
compañeros a personas prudentes y leales, tanto religiosas como laicas; y evita
las malas compañías.
Escucha con gusto
la palabra de Dios y guárdala en tu corazón. Solicita oraciones e indulgencias.
Ama lo útil y lo bueno, odia lo malo, dondequiera se halle. No permitas que en
tu presencia se digan palabras disolutas, calumnias o blasfemias.
Da gracias a Dios
por todos sus beneficios y así te harás digno de recibir otros mayores.
Para con tus
súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la
izquierda.
Ponte siempre más
del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón.
Procura con la
mayor diligencia que todos vivan en paz y con justicia.
Honra y ama a
todas las personas de la Santa Iglesia, y disimula sus defectos. Otorga los
beneficios eclesiásticos a personas honestas y capaces.
Honra y reverencia
a tu padre y a tu madre, y guarda sus consejos.
Esfuérzate por
evitar toda guerra; y si estás obligado a hacerla, reduce al máximo los
perjuicios. Si hay querellas o guerras entre tus vasallos, apacígualos lo más
pronto.
Procura tener
buenos magistrados, y contrólalos con frecuencia, y controla también al personal
de tu palacio. Averigua si se dejan tentar por el soborno, la mentira o el
fraude. Ajusta los gastos de tu palacio para que no superen lo razonable.
Destierra de tu
reino toda ruindad, el perjurio y la herejía…”
La actualidad de
estas cláusulas es impresionante. Son verdades sencillas, que orientan la vida
del gobernante y también la del hombre común en este tiempo, cara a la
eternidad.
Todo lo opuesto a
Emmanuel “Lolita” Macron, quien el 23 de noviembre del 2023, en su visita al
Gran Oriente de Francia, pronunció una oda a la masonería, “hija mayor de la
Ilustración”, cuyo trabajo aporta “una palabra de razón, que trae progreso en
una época de irracionalidad”.
Y, como si el
aborto no bastara, este “progreso” comprende también el legislar acerca del
“fin de la vida”, nuevo disfraz de la eutanasia.
Como otras veces,
invito a mis lectores a una elección. ¿Quisieran ser gobernados por Luis IX o
por Macron?