Nicolás Márquez
Ya se nos va el año
2013 y como es costumbre, comienzan a efectuarse diversos balances a fin de
sacar algunas reflexiones y conclusiones sobre el año transcurrido. Sin
embargo, como los argentinos somos devotos del sistema métrico decimal, el
régimen utilizó el año en curso para celebrar los diez años de gobierno e
imponer estatalmente el slogan “la década ganada”, a modo de autoelogio
propagandístico. Pues bien, el balance se extiende entonces no en función de
los 12 meses pasados sino de los últimos 120.
Una condición
necesaria aunque no suficiente para que una gestión de gobierno sea exitosa es
la buena suerte. Esta es definida como un encadenamiento de sucesos fortuitos o
casuales y, por ende, esta circunstancia es ajena al mérito y responsabilidad
del gobernante de circunstancia. Asimismo, si a un gobierno lo acompaña la
buena fortuna y a pesar de ello dicha gestión fracasa, el reproche que le cabe
a dicha administración es mucho mayor que si no hubiese gozado de tan favorable
escenario.
Difícilmente en la
historia argentina algún gobierno haya tenido mayor suerte de la que ha gozado
el kirchnerismo desde su inicio en el año 2003 a la fecha. Jamás un gobierno
local como el actual gozó de tamaño poder para manejar la cosa pública. Vale
aclarar que el poder político de un gobierno no sólo se mide en función de su
peso específico intrínseco, sino también en función del poder de contrapeso que
pueda tener un partido o facción opositora. Por ejemplo, al muy poderoso
gobierno de Juan Perón (1946-55) se le enfrentó toda la oposición en un solo
espectro partidario y hubo, además, desde comandos civiles hasta sublevaciones
militares que finalmente lo derrocaron. Incluso, hasta gobiernos de facto en la
Argentina como los Presidentes de la Revolución Argentina o los del Proceso de
Reorganización Nacional tuvieron por oposición a poderosas organizaciones
terroristas y guerrilleras capacitadas o financiadas desde el exterior. Hoy, en
cambio, durante estos diez años la oposición nacional al kirchnerismo no ha
sido mucho más que el pacífico “cacerolazo” urbano, esporádicas marchas del
sector agrario, algún medio de prensa supérstite, cierto programa de TV molesto
o un puñado inorgánico de partiditos políticos de envergadura pueblerina y
discreta. En suma, el kirchnerismo es como mínimo el gobierno que tuvo la mayor
concentración de poder en la historia argentina, o en su defecto, es el
gobierno que tuvo la oposición con la menor cuota de poder de la historia
vernácula, lo cual es más o menos lo mismo.
En cuanto al contexto
económico e internacional, nunca la Argentina tuvo un escenario tan favorable
como el que transitó el kirchnerismo (esta bonanza comprende a toda América
latina y por ende a nuestro país). Hasta el año 2002 (y con motivo del precio
de los commodities que imperaban por entonces) por causa de la exportación
agrícola ingresaban a la Argentina un promedio de 5 mil millones de dólares
anuales. Con el ingreso de China e India al mercado mundial y la consiguiente
multiplicación del valor de nuestra materia prima, desde el año 2003 hasta la
fecha han ingresado 26 mil millones de dólares por año (21 mil millones de
dólares más que el cociente de la década anterior), lo cual sumaría
aproximadamente unos 210 mil millones extra acumulados en estos 10 años de
kirchnerismo.
Muchas veces cuando
un gobierno no logra los objetivos que se propuso, sus responsables suelen
decir que “no han tenido el tiempo suficiente como para instalar su programa”.
Va de suyo que esta excusa jamás podría aplicarse en el caso que estamos
estudiando, puesto que el kirchnerismo es el proyecto político más largo y
continuado de la historia argentina (2003-2015); jamás un presidente (en este
caso un matrimonio) gobernó 12 años continuos nuestro país. Sólo Juan Perón
(1946-55) y Carlos Menem (1989-99) se acercaron a ese plazo rozando los diez
años y si bien el general Julio Argentino Roca llegó a 12 como presidente
(1880-1886 y 1898-1904), lo hizo mediante dos períodos no continuados.
¿Qué conclusiones
podemos sacar entonces en el marco del gobierno más largo de la historia
argentina, que gozó del mejor contexto económico y que además tuvo virtualmente
el poder hegemónico?
Empecemos por las exportaciones
totales sucedidas entre el año 2003 al 2012 y veamos en dónde estamos parados.
Por ejemplo, nótese cómo el festival de números optimistas que solemos escuchar
en las transmisiones estatales de los partidos de fútbol se desvanece de manera
rotunda cuando comparamos la suerte de la Argentina respecto del resto de los
países de América Latina. En estos diez años hemos crecido las exportaciones en
un 172%. ¿Suena auspicioso verdad? Pues comparado con el guarismo que ostentan
nuestros vecinos es un desastre: ocupamos el lugar número 10 en América Latina
sobre 11 países escrutados. En efecto, nuestro crecimiento exportador está en
décimo lugar, muy por debajo de Bolivia (que aumentó un 570%), de Perú (que
aumentó un 407%), de Ecuador (que aumentó un 385%), de Colombia (que aumentó un
367%) y así sucesivamente. Otra medición que se cierne entre nosotros con suma
preocupación es la relativa al “Riesgo País”, índice del que no escuchábamos
hablar desde los tiempos del crack del año 2001. Resulta que la Argentina
exhibe (a julio del 2013) el escandaloso guarismo de 1186 puntos básicos
(superando a la republiqueta de Venezuela que mantiene 971) y se ha convertido
en el coeficiente más alto de América Latina.
Efectivamente, en los
últimos años la gran vedette para los inversionistas ha sido y sigue siendo
Latinoamérica. Pues miremos un reciente informe de la CEPAL (Comisión Económica
para América Latina), entidad que depende de las Naciones Unidas: en el año
2012, la región recibió 173.361 millones de dólares en concepto de inversión
extranjera directa. Si el flujo de inversiones récord en Latinoamérica durante
2012 se consideró una ola de dólares, lo de América del Sur en particular fue
un verdadero tsunami, ya que recibió de ese monto el 83% de la IED total, es
decir que 143.831 millones de dólares tuvieron destino sudamericano. De ese
total, Brasil superó diez veces la inversión de la Argentina, la cual además
estuvo muy por debajo de México, Chile, Colombia y Perú. Es decir, sin
compararnos con el primer mundo y tan solo tomando como referencia países de
América Latina, la Argentina no califica ni destaca en ningún lado.
Todo indica que en
esta década tuvimos los mejores términos de intercambio de 200 años de historia
y por ende han ingresados divisas de las exportaciones como nunca, sin embargo,
prácticamente nada ha funcionado bien. El gobierno en vez de darle oxígeno a
los ciudadanos los atosigó con impuestos confiscatorios aplicando la mayor
presión tributaria que se recuerde: el 40% del PBI es secuestrado por el Estado
en impuestos (incluyendo el impuesto inflacionario). Actualmente, la carga
fiscal llega hasta el 56% de los ingresos de un hogar de clase media. Es decir
que en la Argentina kirchnerista se trabaja medio año sólo para pagar
impuestos.
¿Qué se hizo entonces
con tamaña recaudación? De las obras de infraestructura confeccionadas en este
decenio por el kirchnerismo no se puede enumerar ni siquiera una sola obra
relevante que haya iniciado y terminado: se construyeron apenas 100 km. de
autopistas y autovías por año (lo mismo que la provincia de San Luis, que tiene
un presupuesto cien veces menor). Se edificaron dos pequeños gasoductos en la
Patagonia para no más de 200 mil personas (y las obras terminaron en escándalos
judiciales, como la de Skanska). Se construyeron apenas 350 mil viviendas en
una década (menos que en los años ’90 cuando los commodities tenían un precio 6
veces menor). No se levantó ni una sola represa hidroeléctrica de importancia
(apenas terminaron una ya muy avanzada en San Juan). Colapsó el sistema
ferroviario (los familiares de los muertos de la “tragedia de Once” y los
muertos por la masacre ferroviaria de Castelar pueden dar fe de ello), y la
infraestructura edilicia es tan vetusta que se inundó hasta el barrio donde vive
la extravagante madre de la Presidente (los familiares de muertos de la
inundación en La Plata también nos pueden ilustrar con su triste testimonio).
Asimismo en otros rubros esenciales como el petróleo, las demagógicas
estatizaciones desplomaron la producción de naftas (desde diciembre del 2011 a
diciembre del 2012 las naftas “Súper” y “Premium” de YPF aumentaron los precios
al consumidor el 30% y ya al año de la estatización patriotera exhibía una
caída del beneficio neto del 12,2% a la vez que la rentabilidad sobre
patrimonio cayó un 26% y la deuda neta aumentó en 1.200 millones de pesos).
Promediando el año
2013, la mitad de los argentinos no tiene cloacas y un tercio no cuenta con gas
natural, ni agua corriente. Otro epígrafe del que el kirchnerismo suele hacer
alarde, es el educativo, ostentación bastante infundada, puesto que conforme al
ranking internacional publicado en el año 2012, que combina resultados de
exámenes, número de matriculados en universidades e índices de graduados del
último quinquenio, sobre un total de 40 países estudiados, la nómina la
encabeza Finlandia con el primer puesto y en cambio la Argentina “pelea el
descenso” en el lugar número 35. Vale subrayar que en la Argentina
kirchnerista, uno de cada dos jóvenes no termina su educación secundaria.
Otro índice en el
cual no dejamos de dar vergüenza, es el de la inflación, en cuyo ránking
mundial descollamos con maradoniano orgullo: la misma oscila entre el 25% y el
30% anual, ubicándose entre las cuatro más altas del mundo junto a Sudán, Sudán
del Sur y Bielorrusia.
Una sección de la que
el régimen suele alardear, lo tenemos en la generación de empleo. Sin embargo,
mientras en el resto de América Latina crece el empleo en serio, en la
Argentina sólo aumentó el empleo de fantasía, es decir aquel que
artificialmente genera el Estado con subsidios clientelistas y planes sociales
que hacen la parodia de constituirse en “sueldos” por trabajos que nadie hace.
Esta lamentable tendencia hizo que a fin del año 2013 nos encontremos con que
14 millones de argentinos dependan laboralmente del Estado y cada vez menos
gente actúe en la iniciativa privada.
¿Cómo venimos en
corrupción? Si bien en este asunto la nómina de escándalos es de tal extensión
que para analizarlos en profundidad deberíamos dedicar varios libros de muchos
tomos al tema, sólo nos limitaremos a indicar que, conforme al estudio
efectuado por Transparencia Internacional (TI) en el año 2013, ocupamos el
puesto 102 (compartiendo el lugar con Burkina Faso, Yibuti y Gabón) entre los
176 países evaluados. Asimismo, los resultados del Barómetro Global de la
Corrupción 2013 que llevó adelante “Transparencia Internacional”, indican que
la Argentina lidera el ranking de países latinoamericanos con mayor percepción
de la corrupción, superando a México y a Venezuela. En efecto, nada menos que
un 72% de los argentinos advierten que en los años de kirchnerismo la
corrupción ha aumentado dramáticamente.
En estas conclusiones
finales no queremos dejar de detenernos un puñado de renglones a indagar un
poco en la institucionalidad, dado que en el año 2007 el lema de campaña
presidencial de Cristina Kirchner prometió “mejorar la calidad institucional”,
la misma calidad institucional que había devastado su marido entre el año 2003
y el 2007, pero que ella se comprometió a reconstruir. Desde entonces, no sólo
no se reconstruyó nada sino que hemos retrocedido. Así lo confirma el ránking
mundial de Calidad Institucional, el cual nos indica que desde el año 2011
ocupamos el indecoroso puesto número 122, y desde el año 2007 (en el cual
asumió Cristina comprometiéndose a revertir la tendencia negativa), la
Argentina se ha convertido junto a Nicaragua en el país que más lugares perdió
hasta hoy: descendió 29 puestos. Por su parte, en la “Dimensión Calidad Institucional
y Eficiencia Política” del Índice de Desarrollo Democrático de América Latina
2012, nos encontramos en el penúltimo puesto de todos los países de la región,
sólo superando a Venezuela.
En conclusión, hemos
despilfarrado una década que puso haber sido gloriosa y otra vez el peronismo
rifó una increíble oportunidad. La dilapidó en los años ‘40 malgastando las
abultadas arcas del Banco Central de postguerra. La malgastó en los años ’90
malversando la plata de las privatizaciones y, ahora, la vuelve a desaprovechar
secuestrando los dólares de la soja y productos afines del campo para
inyectarlos en el otorgamiento de un bienestar efímero y anestésico en las
masas clientelares en el marco de un inequívoco programa cortoplacista y
electoralista.
Si acatamos aquella
sentencia de San Gregorio Magno que rezaba “la corrupción de lo mejor es lo
pésimo”, el hecho de que en el mejor contexto posible el kirchnerismo haya
gobernado con estos resultados a la vista, nos lleva a concluir que pocas veces
hemos visto hacer tan bien las cosas mal.
La Prensa Popular
InformadorPúblico,
24-11-13