Adam Dubove
Coordinador nacional
Partido Liberal Libertario
¿Cuál es la principal
diferencia entre una farmacia o un supermercado y una organización dedicada al
narcotráfico? Supongo que todos podríamos estar de acuerdo que la diferencia
fundamental es el tipo de producto que venden. Los narcotraficantes -a
diferencia del dueño de un supermercado o una farmacia- ofrecen un producto
cuya producción, venta o tenencia está prohibida por la ley.
No es casualidad que
las cadenas de supermercados o las farmacias arreglen sus disputas entre
competidores o con sus proveedores a través del sistema judicial o un arbitraje
privado, mientras que la violencia sea el modo de resolución de conflictos
habitual entre las bandas narco. Es lógico, supermercados y farmacias tienen
acceso a sistemas de bajo costo para defender sus derechos sin necesidad de
acudir a las armas y lanzar una guerra contra otros comercios. En cambio los
narcotraficantes al encontrarse en la ilegalidad no pueden acceder a reclamar
en tribunales judiciales.
Cuando se prohíbe un
producto o un servicio se le abren los ojos al crimen organizado. Las mafias
ven en la prohibición una oportunidad de negocio para obtener amplios márgenes
debido a las restricciones legales que hay sobre la producción de esos
productos. Dejar de penar la producción, la venta o la tenencia de drogas
significaría que deje de ser un negocio atractivo para el mundo del hampa, y
convertiría lo que alguna vez fue narcotráfico en un mercado legal, como son
los medicamentos, productos de limpieza, las bebidas alcohólicas o el
cigarrillo. El lugar de las bandas narco sería ocupado por emprendedores que no
están interesados en balear a sus competidores, sus proveedores o a funcionarios
públicos.
Esto ya sucedió en
1933, en Estados Unidos, cuando se derogó la prohibición de bebidas
alcohólicas. Después de catorce años de prohibición, la violencia relacionada
con el crimen organizado disminuyó, los venenos etiquetados como alcohol desparecieron
–tal como sucedería con el paco en el caso de las drogas– y el consumo de
alcohol tardó varios años en recuperar sus niveles pre-prohibición, es decir no
hubo un aumento inusitado del consumo.
El narcotráfico es un
engendro de la prohibición que generó: decenas de miles de muertes de inocentes
en todo el mundo, gente pacífica que va a pasar parte de su vida preso, y un
sinfín de funcionarios políticos y policiales enriquecidos gracias al dinero
proveniente de los narcos y la corrupción policial. Pese a esto, los
prohibicionistas se atreven a pronosticar que sin las políticas actuales
aumentaría exponencialmente el consumo, los menores tendrían fácil acceso a las
drogas, y se generarían brotes de violencia generalizados en la sociedad.
¿No es eso acaso lo
que estamos viviendo ahora?
Bajo el actual
régimen siete de cada diez adolescentes de la Ciudad de Buenos
Aires y el conurbano consideraron que es fácil a acceder a drogas
ilegales, su consumo aumentó, y en ciudades como Rosario se está viviendo una
verdadera guerra entre bandas narcos. Las estadísticas desfavorables se repiten
en todos los países democráticos que adoptan esta política agresiva
independientemente de los fondos que le asignan.
La idea de que con la
despenalización de drogas esta situación se tornaría más grave parte del error
de creer que se traduciría en la situación actual pero sin “la lucha contra el
narcotráfico”, como si se tratara de una carta blanca a los narcos. Por el
contrario, la violencia dejaría ser el modo de resolver los conflictos, y
desaparecerían todos los efectos nocivos y destructivos del narcotráfico, que
por cierto superan ampliamente al que generan las drogas.
En definitiva, el
único que puede eliminar la pesadilla del narcotráfico es el mismo que la creó.
Mientras que el Congreso Nacional no adopté la decisión de terminar con el
evidente fracaso que representa el enfoque actual, y a pesar de las buenas
intenciones, tendremos que aceptar seguir viviendo con las consecuencias que
acarrea.
Infobae,27-11-13