Por Pablo Esteban
Dávila
Diario Alfil,
29-11-13
¿Qué es lo que le
sucede a los fiscales de la provincia de Córdoba que no se animan a hacer
cumplir la ley? Hay fallos del Tribunal Superior y de una Jueza de Primera
instancia que autorizan a la multinacional Monsanto a llevar adelante la obra
civil de su planta en Malvinas Argentinas. Sin embargo, los trabajos están
paralizados por culpa de un raquítico piquete de ambientalistas que impide el
ingreso de materiales y obreros para su construcción. Es como si existiera
temor a hacer cumplir la ley de parte de quienes deben garantizar su
aplicación.
Esta situación existe
desde hace ya dos meses. Un puñado de personas que dice perseguir una causa
noble coarta ilegalmente el derecho de empresarios y trabajadores a llevar
adelante sus tareas. Hasta el presente, nadie puede explicar racionalmente el
porqué las órdenes de la
Justicia no se cumplen. Y, menos aún, la parálisis del
Ministerio Público Fiscal para llevar adelante las acciones necesarias para
terminar con esta situación tan irregular.
La inacción de los
Fiscales sólo conduce a la privatización de la violencia, que es precisamente
lo que ocurrió ayer frente a las obras de Monsanto. Cuando el Estado no ejerce
la “violencia legítima” que, en ciertas ocasiones, es necesaria para hacer
cumplir la ley, otros la ejercen en su lugar.
Los hechos que
generaron la refriega son simples de analizar. Observando la extrema fragilidad
– tanto conceptual como numérica – del acampe ambientalista, los obreros de la UOCRA decidieron ingresar al
predio para continuar las obras. Su ansiedad es comprensible: tras 60 días de
cobrar sin trabajar, todo indica que, próximamente, dejarán de percibir sus
jornales. Como cabría esperar, los manifestantes anti Monsanto reaccionaron de
la única forma que conocen: con violencia. Intentaron detener el ingreso de los
trabajadores tirándose debajo de los camiones (la vieja técnica del “escudo
humano”) y arrojando piedras y palos. Los obreros, como podía esperarse,
pagaron con la misma moneda. Con pocos policías en los alrededores, fue
inevitable el enfrentamiento entre estos grupos de choque, un acontecimiento
que ocurre sólo porque el poder público ha abdicado de su obligación de hacer
cumplir lo que dictan la constitución y las leyes. La imagen de ayer se
repetirá en el futuro si no se toman cartas en el asunto.
Es bastante obvio que
la izquierda que se manifiesta en Malvinas Argentinas no es un ambientalismo
pacifista, estilo Gandhi. Como son pocos (basta ver las imágenes de su
“campamento”) necesitan ser activos para que la protesta no pierda intensidad.
Esta actividad generalmente adquiere el formato de bloqueo – en donde escasos
activistas paralizan sin ningún costo la actividad de muchas personas – o se
manifiesta en violencia lisa y llana, con el folclore de militantes que arrojan
piedras con la típica estética de la intifada, esto es, capucha, kufiyya (el
pañuelo palestino que sirve para taparse el rostro) y palos, un uniforme tan
predecible como la corbata en un abogado. Con esta metodología intentan lograr
lo que no pueden desde la razón. Casi siempre cuentan con la alianza
involuntaria de la Prensa
que, por cierta necesidad de noticias truculentas y – en determinados casos –
por alguna que otra simpatía personal, funge como amplificadora de este tipo de
escándalos, aunque estos sean generados por minorías tan absolutas como
antidemocráticas.
Lo curioso del caso
es que esta izquierda tan particular se trenza en lucha contra obreros que
quieren trabajar, es decir, contra los integrantes de aquél proletariado en que
Carlos Marx (el supuesto inspirador de la protesta) depositaba sus esperanzas
de redención de la clase trabajadora. Es difícil que la UOCRA termine mirando con
simpatía a semejante muestra de solidaridad de clase de parte de aquellos que,
al menos nominalmente, dicen luchar contra el capitalismo y en defensa de los
explotados del mundo.
Justo es decir quela
protesta también se ve facilitada por la cercanía de Malvinas Argentinas a la
ciudad de Córdoba. Es fácil advertir que, para cierto tipo de manifestante, la
posibilidad de hacer turismo militante al módico precio de un pasaje urbano
será siempre tentadora, especialmente cuando se identifica a la militancia con
los opinables modales del campamento permanente, el bloqueo de corte fascista o
las marchas enardecidas con las infaltables banderas rojas al viento.
Es probable que la
elección de Malvinas Argentinas haya sido un error geopolítico en miniatura. La
planta de Monsanto debería haberse situado en alguna de las ciudades de la
pampa gringa, que en Córdoba abundan y que son sumamente receptivas a las
inversiones que agregan valor a la producción agropecuaria. Seguramente allí no
habrían existido protestas ni oposición, tanto por su lejanía con la Capital (sede natural de
la izquierda anticapitalista) como por el compromiso de sus habitantes con el
complejo agroindustrial.
El riesgo de la localización
había sido avisado por un ex Secretario de Ambiente de la provincia. “No
instalen Monsanto cerca de Córdoba por un tema de militancia ambientalista.
Aquí es fácil y barato bloquear cualquier cosa”, fueron sus proféticas
palabras. Sin embargo, la advertencia cayó en saco roto. En la lógica
cartesiana del gobierno provincial – y también de la presidente Cristina
Fernández, quién anunció la inversión públicamente – era una locura que alguien
se opusiera a la generación de cientos de puestos de trabajo en una industria
prácticamente sin riesgos ambientales y directamente ligada a una de las
ventajas competitivas de la provincia.
Pero la lógica no es
el fuerte de los grupos que protestan. Ya lo hemos dicho muchas veces: este
tipo de ambientalismo no admite relaciones de causalidad: es un dogma, una
suerte de religión y, por lo tanto, fuera del sistema de valores de la ciencia.
No es temerario suponer que continuarán con sus bloqueos y reduciendo el
importante debate medioambiental a una serie de consignas panfletarias y de
extrema vulgaridad conceptual. Ante esta intransigencia la Justicia debe actuar y
poner las cosas en su lugar. Porque, sin Justicia, el árbitro es la violencia.