POR MARIO
MARQUINEZ
La Prensa,
18.01.2024
"El año 2023
fue el más caluroso de la historia por un amplio margen".
Este título
catastrófico fue difundido el 10 de enero por varios medios. En el desarrollo
del tema, los artículos señalan que la variación de la temperatura media del
año con respecto a la más alta registrada anteriormente (en el año 2016) fue de
0.17 °C más alta. La prensa pretende demostrar que el mundo está inmerso en
un proceso de calentamiento irreversible y continuo y -¡oh sorpresa!- por culpa
nuestra, es decir del hombre civilizado.
Aquí podemos ver
la primera inconsistencia del planteo ya que en los 7 años que sucedieron al
récord anterior, la temperatura media fue más baja, es decir, no hubo
calentamiento, aun con el continuo incremento de la concentración en la
atmosfera de CO2, enemigo declarado de los nuevos milenarios ambientalistas.
La segunda
inconsistencia es catalogar como "amplio margen" los 0.17 °C que es
el nivel de aumento de esa temperatura media entre los años en cuestión.
Todos estamos
acostumbrados a medir la temperatura en grados Celsius o en grados Fahrenheit.
Estas escalas son una convención cómoda para el uso diario, en el ámbito científico,
las temperaturas se miden en grados Kelvin (°K).
Los grados de la
escala Kelvin son de igual magnitud que los de la escala Celsius, pero el cero
está situado no en la temperatura de la congelación del agua (0°), sino en una
temperatura absoluta por debajo de la cual la energía molecular que es la que
da origen a la temperatura esta cercana al cero absoluto. Este punto medido en
la escala Celsius, queda a menos -273 °C. Este nivel es el 0 absoluto de la
escala.
Todas las
mediciones científicas del clima entonces se miden en la escala Kelvin, para la
cual una temperatura media de, por ejemplo, 14 °C equivale a 273 + 14 = 287 °
en la escala absoluta Kelvin.
Teniendo esto en
cuenta, el diferencial de 0.17 ° en la escala Kelvin implica un porcentual de
0,059 % de variación. Este pequeño diferencial apenas podría ser medido con un
termómetro común, ya que estaría dentro del margen de error de un termómetro de
cualquier tipo, cuyo error está en el rango de 0.1 a 0.3 grados.
Este sesgo
catastrofista se completa con algunas descripciones de gente altamente
comprometida que quiere hacer creer al mundo que estamos frente a una
catástrofe climática.
Dejemos estos
sesgos catastrofistas de lado por un momento y veamos qué puede significar que
exista realmente este calentamiento desde el punto político, económico y
social.
MILENARISMO
La medición global
de la temperatura nace ya hace muchas décadas, alrededor de 1960 comienza la
búsqueda de la comprobación científica de una suposición previa, que es que la
civilización moderna estaba provocando daños planetarios importantes. En
esta historia del registro y evaluación de la temperatura del planeta, la
hipótesis es previa a la evidencia y presupone un pensamiento milenarista por
el cual el hombre, como un componente de la naturaleza, es un parásito que se
nutre de ella hasta su destrucción.
Este pensamiento
catastrofista toma fuerza en importantes círculos de pensamiento como el Sierra
Club y el Club de Roma, entre otros. Estas ideas son aderezadas y mezcladas con
la mirada New Age de la evolución humana, donde la naturaleza es más importante
que la humanidad. Estos círculos logran introducir estas ideas en medio de una
recuperación de la mirada ecológica nacida como reacción a problemas puntuales
de contaminación urbana y rural debidos al desarrollo industrial de la segunda
mitad del siglo 19 y mayormente del siglo veinte, copándola y dándole sustento
material y financiero.
La
agenda 2030 es la culminación
del plan de acción de una supuesta lucha que llevan a cabo estas agrupaciones
ecologistas contra la degradación de la naturaleza provocada por la actividad
humana, y engloba en sí misma una variedad de temas políticos, sociales y
económicos considerable que excede el motivos de este comentario, pero el
calentamiento global y sus supuestas nefastas consecuencias es uno de los
caballitos de batalla más importantes ,por sus implicaciones sociales y
económicas.
La humanidad
siempre ha tenido temor de los acontecimientos mundiales que no puede manejar,
como las pestes y las catástrofes naturales. Ha sido así desde el comienzo de
la civilización. Entonces, ¿qué otra cosa más efectiva que hacerle creer que
una catástrofe climática arrasará con la civilización y al mismo tiempo
convencerla de que es culpable de esa catástrofe a menos que se atenga a las
medidas sociales, económicas y políticas que una élite esclarecida de gurúes y
sabihondos les va a dictar?
En las tribus
antiguas eran los brujos quienes se encargaban de amenazar con catástrofes y
enfermedades si no eran seguidas sus intenciones por los demás integrantes de
la tribu. Y cuando todas esas catástrofes llegaban, indefectiblemente por obra
de la naturaleza, no faltaba el chivo expiatorio que terminaba sus días en la
hoguera. Hoy esas costumbres han mutado, sin desaparecer del todo, la
cancelación ha reemplazado a la hoguera. Pobre del mortal que se oponga o
descrea del pensamiento único establecido, purgará falta de trabajo, ostracismo
y hasta quizás algún tipo de violencia física.
FINES GEOPOLITICOS
Si actualmente la
medición de temperaturas es inexacta y el aseguramiento de las temperaturas
ambientales antiguas es por demás una suposición, no un hecho fáctico
asegurado, ¿por qué entonces toda esta discusión acerca de algo tan difícil de
evaluar como la temperatura? Los ambientalistas ecológicos relacionan la
temperatura ambiental con la cantidad de CO2 en el aire, dejando de lado por
ejemplo la incidencia de la acción del Sol y las variaciones orbitales de la
Tierra y aunque la relación y su intensidad entre la concentración de CO2 y la
temperatura global están en discusión y no está tan determinadas como algunos
pretenden, se utiliza esta relación para vincular el aumento de la
concentración de CO2 en la atmósfera con el aumento de temperatura con otros
fines menos científicos y mas geopolíticos.
Los ambientalistas
sostienen que la concentración de CO2 en la atmósfera está directamente
relacionada con la utilización de combustibles fósiles, utilización que ha
permitido, por otro lado, todo el desarrollo moderno de la humanidad. El
objetivo ambientalista entonces ya no es el control de la temperatura sino la
regulación (y hasta la eliminación) de la utilización de las energías fósiles.
La restricción de
la energía disponible para la vida civilizada es un factor de enorme poder.
Limitar la energía disponible por cualquier método, ya sea por coerción o por
conveniencia, le permite a las élites y a los gobiernos utilizar una
herramienta poderosísima para dominar a la sociedad.
Cuando hablamos de
temperatura, estamos hablando de energía disponible. La humanidad necesitó la
revolución energética para pasar de ser labradores recolectores a productores y
poder obtener el alimento necesario para mantener una población varias veces
mayor a la de los comienzos, sin pasar por hambrunas esporádicas. Todo
intento de limitar la energía disponible a través de estos cuentos climáticos
solo tiende a lograr una mayor dominación social.
SUICIDIO ECOLOGICO
El calentamiento
global y la campaña contra las agriculturas y ganaderías intensivas juegan
peligrosamente con la provisión de alimentos del mundo, lo que puede llevar a
ocasionar una crisis alimenticia y económica como la que está sufriendo
Alemania y los Países Bajos en este momento y lo que esta llevado a la rebelión
de los agricultores en esos países y a la crisis de hambre en países en
desarrollo como Sri Lanka que en un rapto de suicidio ecológico, prohibió el
uso de fertilizantes sintéticos para sus cosechas.
Es hora de dejar
de escuchar estos cantos de sirena de personas que -inocentemente o no-
pretenden hacer caer a los países productores de alimentos y energía como la
Argentina dentro de la dominancia y el empobrecimiento sistemáticos.