y toda una Nación
POR AGUSTÍN DE
BEITIA
La Prensa,
15.01.2024
Hace poco más de
dos años, un hombre debía entregar unos libros recién salidos de la editorial
en una dirección que le habían pasado. El libro en cuestión era “Volver a la
patria”, del Centro de Estudios en Historia, Política y Derechos Humanos de
Salta, y el departamento indicado, el de una de sus integrantes. Al llegar al
lugar, el hombre se asombró cuando la mujer que le abría la puerta pronunciaba
el apellido Jones Tamayo. “¿Jones Tamayo? ¿Algo que ver con el coronel Juan
Carlos Jones Tamayo?”, preguntó.
El hombre no salía
de su asombro. Se sentía honrado de hablar con la hija del coronel retirado, el
mismo que cuando era capitán condujo al equipo de combate que se batió con el
ERP en el Combate de Pueblo Viejo (14-2-75). Y así se lo hizo saber, mientras
le preguntaba por él, ávido de anécdotas del veterano de guerra.
De esta gratitud
por el servicio que Jones prestó a la patria en su momento, desde Tucumán, no
me enteré por la hija del coronel, sino por boca del mismo hombre.
JUICIOS DE LA
VENGANZA
Evoco esa gratitud
porque hoy no abunda. Décadas de propaganda ideológica e intimidación, con la
que saturan los medios sistémicos, han dejado a las masas tan temerosas y
encallecidas, que ya poco les importa lo que oyen o si eso es verdad o mentira.
El precio de esa
indiferencia calculada, porque hay un cálculo mezquino en el silencio, lo pagan
quienes -como el coronel Jones Tamayo- fueron sometidos a esos populares
juicios de la venganza a los que pomposamente se los llama “de lesa humanidad”,
para predisponer a la opinión pública contra los imputados. Juicios en los que
la defensa verdadera y la presunción de inocencia no tienen lugar.
Jones, de cuya
integridad dan testimonio sus camaradas, murió en la Navidad pasada a los 80
años, atrapado en la pegajosa tela de araña que se teje en esos procesos
kafkianos.
La condena a
prisión perpetua que recibió hace poco más de un año no fue más que un barniz
de formalidad a un destino que se le preparaba desde mucho antes. Porque Jones
ya estaba sometido a una prisión perpetua desde ocho años antes de que la
sentencia se pronunciara. Así de grotesco es este teatro. Para casos como los
de él, nuestro corrompido sistema judicial no hace valer la presunción de
inocencia sino la presunción de culpabilidad. “Jones tenía que saber”, sigue
repitiendo el abogado de la parte acusadora.
Lo que el sistema
espera es que los militares, policías, sacerdotes y civiles que caen en esta telaraña
no se libren más y mueran en prisión, con los pesares propios de su edad senil
incluidos, sin importar que sean o no inocentes. Y la población contempla con
rostro impávido el desarrollo de esta tragedia que se escenifica delante de sus
ojos.
TESTIMONIO ESCRITO
Aunque, por lo
dicho hasta aquí, a nadie vaya a interesarle, en “Volver a la patria” el
coronel (1943-2023) dejó por escrito el testimonio de lo que vio durante todo
ese trágico año 1975 en que estuvo en el monte tucumano combatiendo al ERP. Una
operación, conviene recordar -para los puristas del republicanismo- que cumplió
por órdenes de un gobierno constitucional.
Para cuando las
operaciones militares empezaron en febrero de 1975, los psicópatas erpianos,
que ya desplegaban su espiral terrorista en el resto del país, habían comenzado
con su plan de declarar un territorio liberado en Tucumán, donde ya habían
tomado pueblos, desfilado por sus calles e izado sus banderas. Sucedió en Acheral,
Bella Vista, Los Sosa, Famaillá y Monteros, como atestigua Jones, donde también
realizaron fusilamientos tras “juicios sumarísimos” contra personas que se
negaban a colaborar con los insurgentes.
El libro recoge
las peripecias contadas por Jones durante esas operaciones militares en un
territorio donde la guerrilla era una presencia fantasmal, que aparecía y
desaparecía, porque sus hombres se internaban en los cañaverales, enterraban
sus armas y uniformes, y se vestían de civil para mimetizarse con la población.
Experiencias que, a más de uno, daban pánico. Como a ese joven operador de
radio que aceptó acompañar a Jones en un corto vuelo de helicóptero y que, por
un imprevisto, debió pasar toda una noche en la zona de operaciones. Su espanto
fue el mismo que conoció la sociedad en su momento y que hoy finge no recordar.
En ese libro, que
fue en gran medida obra suya, y que tal vez haya sido uno de sus últimos
grandes proyectos como miembro del Centro de Estudios Salta, Jones aporta
varios escritos. Además del referido a la Operación Independencia, donde hay
relatos de enfrentamientos, patrullas, emboscadas y traslados en jeep bajo
fuego de la guerrilla, también están sus vivencias más recientes como
prisionero político. O, como él decía, “prisionero de guerra”, considerando que
aquella contienda se había prolongado por otros medios hasta nuestros días.
A lo largo de las
páginas puede verse a un hombre de una piedad religiosa vivida sin alardes. Un
hombre convencido de que fue protegido en esos años por el escapulario de la
Virgen del Carmen que llevaba consigo, al que, por otra parte, atribuye un
milagro que eriza la piel.
Es el milagro que
salvó al teniente Alfredo Trotta quien, emboscado por el ERP, con sus piernas
aplastadas por su propio Unimog que había volcado, y con tres impactos de bala
en el cuerpo, es alcanzado por otro proyectil que impacta en su casco de acero,
lo recorre por su interior, abriéndolo como un abrelatas, y sale por el otro
extremo. En su interior se encontró enroscado un escapulario como el suyo,
apunta Jones. Todos los que llevaban su escapulario salvaron sus vidas, dice,
tras relatar ese episodio que puede dar una buena idea de las lindezas de
aquella experiencia.
Por lo demás, su
pluma deja ver a un hombre aficionado a la historia, que amó a su Salta natal y
a su patria con un amor verdadero, ese amor que se da hasta el extremo, y que
se expresa en su evocación de figuras de la guerra de la independencia y de
exploradores de nuestra Patagonia, pero también en sus reflexiones sobre la
guerra revolucionaria de los setenta.
No es extraño que
una y otra historia -la de los albores de nuestra organización nacional y la de
los años setenta del siglo pasado- hayan sido olvidadas por la sociedad. Es un
objetivo buscado con denuedo y vaya si se ha logrado.
UN PASADO
ANTOJADIZO
Ese olvido,
favorecido con la siembra machacona de un pasado antojadizo, es lo que llevó a
esta Argentina puesta de cabeza, donde se honra a criminales, terroristas y
sediciosos, por quienes se arrojan flores en el Parque de la Memoria, mientras
se persigue y encierra en mazmorras a quienes un día se les dio un fusil, un
casco, una palmada en el hombro y la orden de marchar al monte para exponer su
vida en defensa de la patria.
Tuve el honor de
conocer a Jones y de visitarlo. Nunca expresó ni dolor moral por su encierro ni
tampoco dolor físico, pese a un cáncer que le fue deformando el rostro hasta
dificultarle el habla. Nada de esto llevó a los funcionarios judiciales a
apiadarse. Cada jueves fue arrastrado igual, con sus dolencias a cuesta, a
presenciar una nueva “función del circo”, como él llamaba con ironía a esta
parodia de justicia.
Para Jones no hubo
compasión, ni derechos, ni garantías, ni piedad, ni misericordia, ni siquiera
esos “derechos humanos” que son otra mascarada ruin. Pero el encierro de Jones,
sometido a esta dura prueba divina en sus últimos años, es a la vez el encierro
en el que se encuentra la nación toda, incapaz de ponerse de pie y rebelarse.