POR HUGO ESTEVA
La Prensa, 27.01.2024
Un importante
diputado de origen radical (de Loredo) ha empleado como argumento para
descalificar al ministro de Economía el hecho de que “a los ministros no los
vota la gente”. ¡Vaya descubrimiento en boca de un pollítico ya cuarentón!
¿Puede manifestar semejante ignoranci aun
individuo que vive de la política y que viene “surfeándola” desde pichón,
cuando su suegro lo nombró en la empresa del Estado que presidía? Basta
consultar su biografía en Google para verificar el galopante cursus honorum del
personaje, que se permite una crítica que suena a renglón para los medios ante
un ministro que, seamos honestos, ha tenido todavía poco tiempo para cometer
los errores que le atribuye.
Pero lo realmente importante, aún en este
momento proclive a la imprudencia extrema en el que sólo algunos de los
gremialistas y los representantes de la izquierda más recalcitrante hacen
muecas intentando mantenerse vivos, es que este legislador seguramente
socialdemócrata quiera hacer creer a la sociedad que la única fuente de
legitimidad son las votaciones cuando
tiene enfrente la historia de quienes hicieron nuestra patria antes de su
actual declive sufragista. ¿Sabrá él con cuántos votos contaron San Martín,
Belgrano y tantos otros hombres superiores que hicieron nuestras armas, nuestra
educación, nuestra capacidad productiva?
La historia de dos centurias indica que
hemos de ser una república. Pero no esta república donde “la gente” -como
malamente se refiere este diputado a sus compatriotas- desconoce a quién está
votando, salvo a las cabezas de lista promovidas por radio y televisión. La
supervivencia de la Patria, cuyo riesgo es equivalente al de las especies más
amenazadas, dependerá de que seamos capaces de generar un sistema de
representación genuina, desde lo local a lo general, dentro o fuera de los
partidos políticos, que garantice se vote a quien se conozca y que ese mismo
voto sea el que pueda o no mantener vigente al elegido, cualquiera fuese la
altura gubernamental a la que hubiera arribado.
Semejante cambio,
mucho más hondo que el superficial que viene proclamándose al vacío hasta aquí,
implicará ir demoliendo todo el edificio construido por los falsos demócratas
para usar y abusar del poder. El del sufragio permanente y amañado es una parte
substancial a modificar pronto, como para que no se reproduzcan. Y ahí sí, toda
la ciudadanía tendrá derecho de echar en cara a estos gobernantes -ministrios
incluidos- su incapacidad o su falta de patriotismo si no lo hicieran.
Es más que difícil
saber quién de los dirigentes actuales está en condiciones de llevar a cabo
semejante tarea, y ha de permitírsenos una hasta quizás estimulante cuota de
pesimismo al respecto. Pero lo que es seguro es que nunca podría provenir de
legisladores como el que se cita aquí: basta echar un vistazo por Internet a la
marcha de su zigzagueante curriculum por todos los asientos partidarios para
entender que es uno más entre los representantes de este sistema decadente que
apresa a la patria. Valdría la pena pedirle que, con honestidad, dijera quién
realmente lo votó a él.