a los agricultores y declara su ruina
Flavio Barozzi y
Luigi Mariani
El sector agrícola
no sólo garantiza la seguridad alimentaria, sino que absorbe cuatro veces más
dióxido de carbono del que emite, protegiendo así la tierra. Sin embargo, las
instituciones europeas lo penalizan duramente en nombre de una ilusoria
“salvación” climática.
Brújula
cotidiana, 31_01_2024
Las protestas
agrícolas que desde hace meses recorren Europa han llegado también a Italia:
también allí los tractores han salido a la calle para expresar (de forma
afortunadamente serena y civilizada) un descontento generalizado y profundo.
Las
manifestaciones de descontento en el campo comenzaron hace aproximadamente un
año en Bélgica y Holanda. En el país de los tulipanes nació incluso un “partido
de los agricultores” que ha obtenido un éxito clamoroso en las últimas
elecciones provinciales con un 19% de los votos, lo que demuestra un consenso
que va más allá del peso relativamente modesto de la población “campesina”. El
malestar de todo el mundo agrícola europeo hacia las políticas de la UE se ha
extendido desde entonces en una especie de efecto dominó. Desde Francia (donde
el estiércol esparcido por los “paysans” en los alrededores del Elíseo se ha convertido
en símbolo de la ira de los agricultores contra los excesos de la burocracia,
la lentitud y el acoso de una administración acusada de no respetar a quienes
trabajan en el campo), hasta Alemania (donde la gota que ha colmado el vaso ha
sido la supresión de las subvenciones al gasóleo agrícola anunciada por el
gobierno “semáforo”), pasando por Rumanía, Polonia, Hungría y Grecia, todo el
viejo continente está marcado por el descontento de los agricultores.
También en Italia
el fuego de la protesta ardía bajo las cenizas desde hacía tiempo. Y ahora
parece que se ha encendido dando rienda suelta a motivaciones a veces confusas,
como suele ocurrir con quienes piensan que “todo va mal”: se quejan de las
dificultades del mercado, de los costes de producción, del inmovilismo de los
representantes sindicales sumidos en una crisis de identidad, incluso de los
daños causados por la fauna alóctona introducida por iniciativas “ecologistas”
probablemente precipitadas.
El ciudadano de a
pie podría tener la tentación considerar estas protestas como una “descarada
regurgitación reaccionaria” o como la defensa de “privilegios anacrónicos
corporativos” de un sector que en la economía moderna parece a simple vista
tener muy poco peso. Sin embargo, se cumple así el dicho que afirma que “cuando
el dedo señala la luna, el tonto mira el dedo”, lo cual es un gravísimo error.
Y es que la agricultura proporciona seguridad alimentaria y de productos
básicos a los 8.000 millones de habitantes del planeta y, según las estadísticas
de la FAO, el porcentaje de malnutrición ha bajado del 13,1% en 2002 a menos
del 8% entre 2012 y 2019. Sin embargo, no hay que pasar por alto que dichos
valores se han situado de nuevo por encima del 9% desde 2020, en un lento
ascenso.
Recordemos también
que, gracias a la fotosíntesis, la agricultura mundial absorbe cada año 42
gigatoneladas de dióxido de carbono, mientras que sólo emite unas diez. En
esencia, es el único sector socioeconómico estructuralmente activo en
términos de emisiones.
Las estadísticas
también nos dicen que, a nivel europeo, los alimentos producidos por la
agricultura nunca han sido tan saludables: por ejemplo, en Italia, según datos
del Ministerio de Sanidad (informe 2020), las muestras de alimentos con
residuos de productos fitosanitarios que no cumplen la legislación
(notoriamente muy restrictiva y prudente) son sólo del 1,5% entre las frutas y
hortalizas y del 0,7% entre los cereales, mientras que no se han encontrado
muestras “fuera de la ley” en los sectores del aceite y el vino.
Por último, no hay
que olvidar el papel de la agricultura en términos de paisaje: muchos paisajes
que los ciudadanos se empeñan en considerar naturales son en realidad el
resultado de la acción milenaria de los agricultores que los mantienen hoy gracias
a su actividad. Añádase a esto el hecho de que la agricultura controla la
tierra protegiéndola del riesgo hidrogeológico, como demuestran las
inundaciones que también han afectado recientemente a zonas de colinas que en
las últimas décadas han sido abandonadas por la agricultura y reocupadas por
bosques a menudo degradados.
Otro elemento de
juicio para quienes quieran ir más allá de los lugares comunes es el hecho de
que la agricultura proporciona hoy ingresos a unos 3.000 millones de seres
humanos (1.000 millones de los cuales se dedican a la ganadería), que trabajan en 590 millones de explotaciones (9,1
millones sólo en la Unión Europea). Estas cifras ponen de manifiesto una
gigantesca complejidad estructural que debería llevarnos a huir de interpretaciones
basadas en eslóganes o prejuicios ideológicos: para comprender las causas del
malestar del sector agrario europeo, tendríamos que leer las cuentas económicas
y de cultivo de cada empresa de explotación.
Continuará/1