4000 judíos
salvados en conventos romanos
Nico Spuntoni
Brújula cotidiana,
27_01_2024
“Una cruz enemiga
de la Cruz de Cristo”: Con estas palabras tachó Pío XI la esvástica elegida
como símbolo del nazismo un mes después de la entrada en vigor de las leyes
raciales en Italia y mientras Europa se arrodillaba ante Adolf Hitler tras los
Acuerdos de Munich. Lo hizo en su último discurso de Navidad, el 24 de
diciembre de 1938. La advertencia del Papa Ratti, dolido por la “apoteosis
preparada en esta misma Roma” por el régimen fascista durante la visita del
Führer en mayo de 1938, no fue olvidada casi cinco años después por los cientos
de institutos religiosos que acogieron a miles de judíos romanos tras la
ocupación nazi. Tras la extorsión de cincuenta kilos de oro el 26 de septiembre
y la redada del gueto el 16 de octubre de 1943, las casas de las órdenes y
congregaciones religiosas, al igual que iglesias y salones parroquiales,
acogieron a unos cuatro mil judíos.
El convento de las
Hermanas de Nuestra Señora de Sión, en la colina del Janículo, llegó a albergar
a 187. Fue el primer puerto de escala para los que huían del gueto al amanecer
del sábado negro de la incursión nazi. La superviviente Emma Alatri,
describiendo a Andrea Riccardi la escena de la recepción de las monjas en una
gran sala donde ya se encontraban otros setenta judíos que huían, recordó que
“se sentía como en el arca de Noé por la cantidad de gente”. En el exterior del
convento, la madre superiora María Agustina mandó colocar una placa que decía
“zona extraterritorial” para intentar evitar los registros de los
perseguidores.
La experiencia
animó a las hermanas de este instituto a interesarse por mejorar el diálogo
judeo-cristiano del que fueron protagonistas tras el Concilio, redactando un
plan de acción para los estudios teológicos en 1972. La situación de peligro
compartida fomentó la comprensión mutua y el respeto por la fe del otro. En
este sentido es muy significativo es el testimonio de sor Ferdinanda Corsetti,
reconocida como “Justa entre las Naciones” por haber salvado y asistido a una
familia y a más de 30 niños judíos en el convento de Via del Casaletto, junto a
sor Emerenziana Bolledi. La monja, miembro de la congregación de las Hermanas
de San José de Chambéry, recordó una escena conmovedora en su testimonio sobre
aquellos hechos: “Vuelvo a ver a Franca, a quien una tarde noche estábamos
consolando porque lloraba, conocedora de una redada de hombres que había tenido
lugar cerca; lloraba por temor a que le sucediera algo a su padre, que estaba
escondido en una casa de campo cercana. Casi a oscuras, junto a su cama,
rezamos juntas y en nuestro dolor nos unieron las palabras bíblicas del Salmo:
‘Desde lo hondo te he invocado, Señor...’”. En los momentos más difíciles, las
hermanas organizaron proyecciones de diapositivas bíblicas para no aislar a los
invitados de fe judía.
La iglesia de San
Pablo Extramuros también abrió sus puertas para ocultar a los judíos
perseguidos, pero por desgracia fue asaltada entre el 3 y el 4 de febrero de
1944 por las unidades colaboracionistas de Pietro Koch y Giuseppe Bernasconi.
Bajo falsos pretextos, las bandas fascistas irrumpieron en el colegio armadas
al son de la blasfemia, insultaron al abad y detuvieron a nueve judíos tras
golpearlos. Los judíos detenidos aquella noche terminaron en las listas del
coronel nazi Herbert Kappler, fueron deportados y no regresaron de los campos
de exterminio.
La redada
escandalizó a la Santa Sede, que decidió protestar oficialmente invocando el
respeto a “un tratado solemne que reconocía ante el mundo entero el privilegio
de la extraterritorialidad”. A pesar del temor generado por el episodio,
sacerdotes, frailes y monjas de toda Roma siguieron abriendo las puertas de
parroquias y casas religiosas. Uno de los sacerdotes más activos fue el
entonces vicepárroco de la iglesia de los santos Fabiano y Venanzio, el padre
Vincenzo Fagiolo. Fue éste quien ayudó a trasladarse al Seminario Pontificio
Romano a Miguel Tagliacozzo, que se vio obligado a arreglárselas durante meses
en situaciones improvisadas. Por esta actividad, Fagiolo recibió el título de
“Justo entre las Naciones” en la cima de una carrera eclesiástica que culminó
con la púrpura en 1994.
Según Grazia
Loparco, que dedicó una publicación ad hoc a la hospitalidad católica de los
judíos romanos entre 1943 y 1944, “de un total de unas 740-750 casas
religiosas, tenemos información directa, antigua o reciente, de casi 200 de
ellas”. Es posible que las cifras sean bajas, teniendo en cuenta la situación
de clandestinidad que obligó a no dejar demasiados testimonios escritos. La
jornada del aniversario del Holocausto está estrechamente vinculada al 16 de
octubre de 1943, el Sábado Negro de la redada del gueto, con miles de
deportados a campos de exterminio. Sólo dieciséis regresaron con vida. Como
escribió Riccardo Calimani en Historia de los judíos de Roma, fue “gracias a la
solidaridad de muchos ciudadanos romanos y de no pocos clérigos de diversos
conventos e institutos religiosos, el número de víctimas de aquel infame día
fue muy inferior al previsto por los alemanes”.