viernes, 26 de enero de 2024

"CRISTIANOS, REPOSICIONAOS"

 


Así cede Ouellet ante el mundo

 

Roberto Marchesini

 

Brújula cotidiana, 26_01_2024

 

Vivimos tiempos muy interesantes en los que nos toca leer cosas sorprendentes. Esto es lo primero que me ha venido a la mente al leer un artículo del cardenal Ouellet en la prestigiosa revista teológica Communio.

 

El artículo, aunque complejo, es digno de mención y reflexión. Después de un párrafo introductorio, empieza por todo lo alto: “La era del cristianismo ha terminado”. Una afirmación para estremecerse o reírse a carcajadas, según se mire. ¿Cómo puede terminar la era del cristianismo? Toda la historia es cristianismo, ya que Cristo es el alfa y el omega. Es inevitable que el cardenal haya llamado nuestra atención.

 

“Ha comenzado una nueva era -explica-, en la que los cristianos deben reposicionarse en relación con su entorno si quieren transmitir la herencia cultural y espiritual del cristianismo. El cristianismo es ajeno a este entorno; es acogido con indiferencia o incluso con hostilidad, también en países tradicionalmente católicos”. Leamos de nuevo con calma. “El cristianismo es ajeno a este entorno; es recibido con indiferencia o incluso hostilidad, incluso en países tradicionalmente católicos”. ¿De qué “ambiente” se trata? ¿Quizá el mundo? Si así fuera, no tendría nada de extraño: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo” (Juan 15,18-19). Entonces, si el mundo odia al cristianismo (como es natural), ¿“los cristianos deben reposicionarse”? ¿Y qué significa “reposicionarse”?

 

Lo explica un poco más adelante: “Tenemos que reflexionar sobre el futuro del cristianismo en un contexto que espera que los cristianos adopten un nuevo paradigma para dar testimonio de su identidad. Por eso debemos contemplar la diversidad cultural y religiosa con disposición al diálogo y ofrecer la visión cristiana con libertad y preocupación por la fraternidad humana”.

 

Así pues, el mundo (suponiendo que esto sea lo que significa “contexto”) pide al cristianismo que “adopte un nuevo paradigma”. La locución es escalofriante, y se “explica” así: “Para ello debemos contemplar la diversidad cultural y religiosa con apertura al diálogo y ofrecer la visión cristiana gratuitamente y con preocupación por la fraternidad humana”. ¿Por qué “debemos”? ¿Desde cuándo la Iglesia está obligada a responder a las expectativas del mundo? Más aún: el apostolado siempre ha estado abierto al diálogo (aunque casi siempre unilateral), gratuito (algo que ha pagado muy caro) y atento a la fraternidad humana. No se trata de un “nuevo paradigma”: es lo que siempre han hecho los cristianos.

 

Quizá sea en la secuela donde podemos intuir lo que el cardenal Ouellet entiende por “nuevo paradigma” cuando afirma que “los puntos de referencia racionales tradicionales ya no pueden pretender la exclusividad. El cambio de época, en definitiva, contempla el pluralismo como elemento constitutivo de toda sociedad en el mundo globalizado”. De nuevo nos encontramos ante un non sequitur. Que “el cambio de época contemple el pluralismo como elemento constitutivo” importa hasta cierto punto. Y no está claro por qué la reivindicación de la exclusividad de los “puntos de referencia racionales tradicionales” ya no sería admisible. Basta con echar un vistazo a la declaración Dominus Jesus para ver que, en cambio, no sólo es posible, sino necesaria.

 

En resumen, Su Eminencia utiliza tonos y frases con gancho (“la era del cristianismo ha terminado”, “los cristianos deben reposicionarse”, “nuevo paradigma”...), pero no queda claro a dónde quiere llegar. No está bien utilizar el término “supercazzola” (nonsense) cuando quien escribe es un cardenal; sin embargo, parece que lo es. Y también estridente. Entre todos estos eslóganes que no son fáciles de descifrar, me viene a la mente una imagen clara y precisa: un cartel que cuelga de una tienda. En este cartel, una inscripción: “Cerrado por quiebra”. Yo lo he interpretado así: “Si quieren transmitir la herencia cultural y espiritual del cristianismo”, los cristianos deben dejar de transmitir la herencia cultural y espiritual del cristianismo; si quieren “dar testimonio de su identidad”, deben dejar de dar testimonio de su identidad. La sal de la tierra debe perder su sabor, para ser arrojada y pisoteada por los hombres (Mt 5, 13).

 

Al final, el artículo adquiere un tono prescriptivo: “Esta nueva situación debe aceptarse como permanente”. No está claro a qué situación se refiere el cardenal: ¿al odio del mundo hacia el cristianismo? ¿A un oscuro “nuevo paradigma”? ¿Al hecho de que un príncipe de la Iglesia se exprese como el conde Mascetti? Una cosa está clara: “Esta nueva situación debe aceptarse como permanente”. Así son las cosas y así tienen que ser.

 

Lo más preocupante es que el artículo pretende lanzar una conferencia que se celebrará en el Vaticano los días 1 y 2 de marzo, con la participación del Papa Francisco (y del cardenal Fernández), titulada “Hombre-mujer imagen de Dios. Hacia una antropología de las vocaciones”. Si las premisas son las indicadas por Ouellet, ya podemos preocuparnos.

 

Alguien, en este punto, citará a Lenin y preguntará: ¿qué hacer? En cuanto a mí, no tengo ninguna duda: “El que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 24,13).