Alberto Buela (*)
A propósito de un
breve artículo mío titulado Corrupción
con impunidad donde intenté mostrar que si bien corrupción política existió
siempre, lo característico hoy de nuestra sociedad es que además existe con
impunidad, un lector me pregunta cómo sigue y cómo se puede resolver.
Cómo sigue me
pregunta, y Ud. mismo ha dado la
respuesta. Nosotros atravesamos un problema antropológico. Perón dijo en el 73
después de Ezeiza: "Está quebrado el
hombre argentino". Y esta es la dura y triste realidad. Estamos hace
33 años en manos de una oligarquía partidocrática que nos robó a todos y
esquilmó al Estado nacional. Y para colmo es una oligarquía impune. Impunes a
sus delitos fueron los funcionarios de los sucesivos gobiernos: Alfonsín,
Menem, de la Rúa, Duhalde y los dos Kirchner. Y con seguridad lo serán los de
Macri. La corrupción fue creciendo de manera exponencial y no se la frena
tampoco metiéndolos presos (bien entendido, que hay que meternos)
La solución
es un cambio en la concepción antropológica del hombre argentino. Y esto no se
puede hacer desde la política y los políticos porque ellos son cómplices de
este estado de cosas. Ellos son los satisfechos del sistema. En mi opinión, y
disculpen si echo agua para mi molino, hay que hacerlo desde la filosofía,
desde el pensamiento. Para ello hay que crear cátedras nacionales abiertas y de
libre concurrencia, utilizando los mass media y cosas por el estilo.
Hay que poner en
marcha todos los mecanismos culturales con que cuenta el Estado y la comunidad
para inculcar el mandamiento: no robarás. Y en este sentido hay que buscar la
colaboración de la Iglesia y la colectividad judía. La Iglesia cambiando su
paradigma actual y volver a sencilla evangelización y la colectividad poniendo
sus infinitos recursos materiales para que se respete la tabla de Moisés.
Hay que insistir
ante los jueces con la enseñanza que nos dejara
Goethe, posiblemente unos de las inteligencias más sagaces que pisara
esta tierra: El juez que no sabe castigar acaba por
asociarse con el delincuente (Fausto, 2da.parte, acto primero).
Y sino se hace
seguiremos siendo colonia.
Qué sentido
tuvieron las costosas fiestas de Cristina con Fuerza Bruta o el miserable de
Fito Páez. O, en estos días, el desfile de Macri?, Si lo que pasó en 1816 fue
la declaración de la independencia respecto de España y toda otra potencia
extranjera pero no logramos en 200 años emanciparnos de esas potencias. Si no
distinguimos entre independencia y emancipación estamos liquidados.
La independencia es
un acto político pero la emancipación es un acto de conciencia. Así, cuando
Macri, que es ingeniero y no se le pude pedir peras al olmo, habló en Tucumán
de la angustia de nuestros próceres, se quiso referir a esto último: a la
tensión entre un hecho político (la declaración de la independencia) y la
zozobra que genera en la conciencia el hecho de no saber a ciencia cierta si se
puede lograr la emancipación.
Desde Formosa un
buen profesor de filosofía me instruyó: “Recuerdo
que Bolivar en su tiempo advirtió que el mal fundamental de república era la
corrupción de los funcionarios[1]
y emitió un decreto donde se castigaba con pena de muerte al funcionario: “
al que se convenciere en juicio, de haberse apropiado de diez mil pesos para
arriba, y lo mismo al juez que no lo investigare y sancionare” . Con Bolivar hoy estarían todos muertos
nuestros funcionarios”
Esto muestra que si
la corrupción queda impune, tal como viene sucediendo en nuestro país, ésta se
multiplica, al diluirse la sanción, la
pena o castigo. Y esto termina produciendo la anomia, que es el máximo daño que
puede sufrir una sociedad, un país, una nación y un Estado. Porque con la
anomia se anula el Estado de derecho y
retrocedemos de la polis a la tribu. Y así como los antiguos griegos
fueron grandes porque dieron el salto del mito al logos y de la tribu a la
polis, los argentinos estamos por dar el salto inverso de la polis a la tribu.
[1] Por
tal motivo en la colonia existió y fueron famosos los juicios de residencia a
los funcionarios de los virreinatos.